—Como suelen decir,
todo es más grande en Texas.
Metro noventa.
Y el clima aquí arriba es bueno
—me dice,
respondiendo preguntas
que no he hecho en voz alta.
—Soy la doctora Vásquez,
pero casi todos me llaman
doctora V.
No es delgada,
pero tampoco obesa.
—¿Qué te trae por aquí, Ellie?
Se sienta en el banquito.
Balanceo los pies
que cuelgan de la camilla
y busco las palabras adecuadas.
—Ya, desembucha
o no podré ayudarte.
—Estoy buscando un médico.
Uno que no diga:
“¿Te miraste últimamente en el espejo?”
o “Al menos tus padres
no tendrán que preocuparse de
que los chicos te inviten a salir
en unos años”.
Y si menciona la cirugía bariátrica,
me voy.
No quiero, pero me pongo a llorar.
La doctora V me alcanza un pañuelito de papel.
—Si todo eso me lo hubieran dicho a mí,
también lloraría.
No deja de hablar mientras me examina.
—Déjame decirte,
tengo pacientes enfermos de todo los tamaños,
y paciente saludables de todos los tamaños.
Yo misma no soy pequeña,
pero me ocupo de mi cuerpo.
Me hago exámenes de rutina cada seis meses,
trato de comer cosas sanas tanto como puedo,
excepto el chocolate, porque, a ver,
qué sería la vida sin chocolate,
y bueno, también, bifes a la parrilla
porque, a ver, es Texas.
No voy al gimnasio,
pero bailo contradanza, que es, bueno,
búscalo cuando vuelvas a casa.
Pide disculpas por los otros médicos,
me felicita por nadar todos los días,
y me trata como a una persona,
no un problema.
Hago una cita para
una revisación en seis meses con la doctora V
porque, a ver, me cae bien.