PERDIDA

Catalina está en la puerta,

hablando a tanta velocidad y

llorando tanto

que me lleva varios minutos

entender lo que dice.

 

De alguna manera, Gigi cruzó la cerca.

Catalina la vio persiguiendo

la ardilla del vecindario.

—Corrí tras ella.

Ella corría más rápido.

Pensó que era un juego.

No la pude atrapar.

¡Lo siento mucho!

 

Voy a buscar a papá y a Anaïs.

 

Catalina reúne a su familia.

 

Nos dividimos y

rastreamos el vecindario.

 

La familia de Catalina va de puerta en puerta.

Anaïs busca en los jardines.

Yo me subo a la camioneta de papá.

Con las ventanillas bajas,

avanzamos despacio,

calle tras calle,

gritando el nombre de Gigi,

deteniéndonos a revisar arbustos y alcantarillas

y a mirar detrás de los botes de basura.

 

Horas después,

ya no puedo gritar su nombre,

lo digo apenas entre sollozos.

—Gigi, por favor, vuelve a casa.

 

Soy yo, no Gigi,

la que está perdida.