Dejamos de buscarla
cerca de la medianoche.
—Encontraremos a Gigi
—dice papá,
dándome un abrazo
antes de ir a dormir—.
Y luego nos prepararé
una sopa
con esa estúpida ardilla.
Él está tratando de consolarme.
No lo logra.
No puedo dormir.
Toda la noche,
envío mensajes de voz
y e-mails a todos
los refugios, rescatistas y veterinarios
que puedo encontrar en Internet.
Cuando sale el sol,
miro atenta por la ventana de mi cuarto,
esperando que esta vista elevada
me ayude a localizar a Gigi.
Es inútil.
Exhausta, me derrumbo sobre la cama.
Me acurruco,
una estrella de mar que esconde sus brazos,
mostrando señales de estar en peligro.