Estoy sentada en mi cama
con la espalda hacia la puerta
cepillándome el pelo.
Las cerdas se traban
en la madre de todos los enredos.
Hago una mueca de dolor.
—Te puedo ayudar.
Mamá está sentada a mi lado.
A regañadientes, le entrego el cepillo.
Ella me peina parte por parte,
cuidando de no tirar del pelo.
Cierro los ojos mientras el cepillo
me masajea el cuero cabelludo.
Relajante.
Plácido.
Reconfortante.
Palabras que no se asocian usualmente con mamá.
—No me di cuenta
de lo mal que lo estabas pasando.
—¿El pupitre?
¿Las fotos con Photoshop?
¿No te servían de pistas?
Y tú ves cómo me tratan.
A veces hasta me culpas
por cómo me tratan los demás.
Eso está mal, mamá.
Pero peor es cómo
tú misma me tratas.
Tú puedes ser mi peor bully.
Mamá baja la cabeza.
—Ahora me doy cuenta de que he dicho
cosas muy equivocadas.
Siempre he sido mejor escribiendo
que hablando.
Supongo que por eso
me gusta ser escritora.
Al escribir, puedo tomarme el tiempo
de encontrar las palabras adecuadas
y no soltar cualquier cosa
que ni siquiera es lo que quiero decir.
Nunca he sido muy buena hablando.
—No te lo voy a discutir.
Mamá se ríe.
—Tú eres buena con las palabras.
Solo ten cuidado
de usarlas como herramientas,
no como armas.
Me paro de un salto.
—¡Excelente idea, mamá!
—La miro a los ojos—.
Tú también necesitas recordarla.
¿Sabes lo que se siente
cuando te llaman
cosa grande y gorda?
—Me inclino hacia ella—.
¡Cosa!
—lo digo en voz baja.
Más lentamente.
Me separo,
estrella de mar,
me hago tan grande como puedo.
—Mírame bien, mamá.
—Doy una vuelta en círculo.
Una vez.
Dos veces.
Tres veces—.
—¿Para ti soy una cosa?
¡He aquí la
cooooosa!
Mamá hunde la cara entre sus manos.
—Lo siento.
Lo siento muchísimo.
Cosa es una palabra horrible.
No debería usarse jamás
para describir a una persona.
Ojalá pudiera borrar
todas las veces que dije eso.
De verdad, nunca fue mi intención lastimarte.
Jamás.
Me tiro sobre la cama,
exhausta.
Quiero creerle,
pero no puedo confiar en ella.
Trata de abrazarme,
pero la rechazo.
La herida es todavía muy profunda.
Después de que mamá cierra la puerta al salir,
Gigi se acurruca contra mi cuello,
y ambas dormimos profundamente.