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ELOGIO DE MARBELLA

La primera vez que fui a Marbella lo hice en compañía de mi querido Paco Santos. Estábamos muy cerca, en Torremolinos, que entonces era el pulmón mediático de la Costa del Sol, en el hotel Pez Espada, el más lujoso de aquella costa. Habíamos ido a la inauguración de la discoteca Long-Play en Torremolinos, una prolongación de la del mismo nombre de la plaza Vázquez de Mella de Madrid, que se había convertido en el lugar de encuentro de toda la farándula radiofónica, musical y periodística de aquel Madrid de ensueño y juerga permanente. La inauguración de la nueva Long-Play fue todo un éxito. Paco Santos había fletado un avión desde Madrid a Málaga, en el que viajamos más de 200 personas como invitados de lujo a un acontecimiento que tendría enorme repercusión en los medios malagueños y nacionales.

—Mira, María Teresa, el acto lo va a presentar Pepe Domingo. Creo que es el más indicado para hacerlo. No te enfades conmigo, pero lo vamos a hacer así.

Paco hablaba con una María Teresa Campos en estado de cabreo, quien en principio había sido la elegida para presentar el acto de inauguración de la discoteca, dado que ella era, en aquellos momentos, la reina indiscutible de la radio malagueña. Recuerdo a María Teresa como una mujer de buen genio y buena figura, una mujer acostumbrada a mandar y a ser obedecida. No le sentó bien lo que le dijo Paco y me lanzó una de esas miradas femeninas que te taladran el alma.

—Paco, creo que es mejor que lo hagamos los dos, creo que formaremos una buena pareja y la cosa puede quedar muy bien.

—Que no, joder, que lo vas a presentar tú y se acabó la discusión. María Teresa que se encargue de que todo salga bien con los invitados y luego la puedes sacar un momento al escenario para que la aplaudan, pero de presentar los dos la gala, nada de nada.

Yo creo que María Teresa Campos no olvidó nunca aquella noche de Torremolinos. Lo noto cuando coincidimos en algún lugar; es como si hubiera una barrera entre los dos, resultado de aquella decisión de Paco Santos en la que yo no tuve nada que ver. Supongo que ya me habrá perdonado por haberle robado, sin querer, su gran noche.

—Y ahora nos vamos a Marbella. Vas a conocer el lujo, Pepito, vas a ver cómo viven los ricos.

Llegamos a Marbella de madrugada. Estaba preciosa. Una temperatura extraordinaria y algo que, con el paso de los años, he guardado en mi mente como recordatorio inmortal de Marbella: las ramas de los árboles completamente quietas, sin una gota de viento, y el olor a dama de noche, lujuriante y espeso, que me acompañaría siempre en mis viajes a la capital de la vida, como me gustaba llamar a Marbella. Entramos en el Marbella Club, el centro neurálgico del bien vivir marbellí e internacional, y nos recibió un jolgorio de gente hermosa disfrutando de la noche. Allí éramos como dos granos de arena perdidos en una inmensa playa. Por todas partes caras conocidas, que te miraban desde allá arriba, desde donde miran los que se creen superiores a ti. Paco y yo nos fuimos acercando a la barra, no conocíamos a nadie, éramos unos extraños en el paraíso de las caras famosas, pedimos nuestro cubata con la mejor de nuestras sonrisas y disfrutamos de aquel bautismo marbellí con todas nuestras fuerzas primerizas, procurando aparentar que formábamos parte de aquel mundillo de escotes y cuerpos morenos que habían elegido Marbella para vaciar sus bolsillos y su alma a la orilla de un mar paradisíaco. Así fue mi primera noche en la Marbella de la fama y del glamour.

La segunda vez que fui a Marbella me acompañó la Tere de mi vida, que acababa de entrar directamente de Long-Play a mi corazón. También estaba Paco Santos, nuestro hombre de confianza en la amistad y en el amor. Era la primera vez que viajaba con Tere y estaba deseando mostrarle cómo era aquella ciudad increíble, donde la vida era otra cosa y la diversión su razón de ser. Recuerdo que las revistas del corazón empezaban a perseguirnos para intentar conseguir una exclusiva de confirmación de romance entre un presentador de radio y televisión y una modelo gallega. Todavía no habíamos dicho nada y fue allí, en Marbella, cuando la historia se convirtió en exclusiva.

—Lo va a hacer alguien en cualquier momento. Mejor que lo haga un amigo como Jesús Carrero, que lo hará muy bien y con mucho respeto y cariño. Esta noche en Mau Mau lo hacemos. ¿De acuerdo, parejita?

Cualquiera le decía que no a Paco Santos. Aquella noche nos pusimos nuestras mejores galas de entonces y nos fuimos al templo de la fiesta marbellí, la discoteca Mau Mau de Puerto Banús, que había montado con gran éxito el empresario argentino José Lata Liste. La sala estaba abarrotada de gente con ganas de comerse la noche a borbotones. Ya conocíamos a gran parte de aquella fauna sonriente porque casi todos eran de Madrid y aprovechaban el buen tiempo para darse un garbeo promocional por Marbella. Todos nos miraban con curiosidad, la curiosidad que despiertan siempre los romances recién nacidos. Yo no estaba demasiado acostumbrado a aquel asedio de besos y sonrisas. Era una noche genial. Estaba en el centro del mundo y de la noche, acompañado por el amor de mi vida recién descubierto y recibiendo las felicitaciones de todo el mundo en la discoteca de moda. No podía pedir más.

Bien entrada la madrugada apareció Jesús Carrero, cámara en ristre, mirándonos con sus ojos de pillo y llenando de flashes el Mau Mau con nosotros como centro del despliegue fotográfico. Nos pidió que nos acercáramos más, que nos besáramos, que le demostrásemos al mundo la atracción total que sentíamos el uno por el otro. No sé cuántas fotos hizo Carrero. Estábamos sumergidos en una nube de ensueño y satisfacción irrepetibles y no nos dábamos cuenta de nada. El amor a veces hace que te olvides de todo lo que pasa a tu alrededor. Aquel reportaje era la prueba definitiva para el resto del mundo y las revistas del corazón llevarían la exclusiva a todos los rincones del país. Éramos la pareja feliz de aquel mes y, nos gustase o no, la gente quería saberlo y tener la prueba fotográfica del romance. La primera vez siempre te pueden los nervios, pero con el paso de los días nos fuimos acostumbrando a aquella persecución amistosa de reporteros, conscientes de que era inevitable. Fue nuestro primer reportaje y no lo olvidaré nunca porque fue con mi novia eterna, con mi gran amigo Paco, con el gran Jesús Carrero y, además, en un lugar que a partir de ese momento se convirtió en nuestro rincón más deseado.

Todavía seguimos yendo a Marbella. Nos compramos un apartamento en la Milla de Oro, en Las Lomas del Marbella Club, en la urbanización Coto Real de nuestro buen amigo Pepe Ros, y allí disfrutamos del sol, de la paz, del olor y el sabor de ese lugar único, donde la vida tiene sentido y el alma se serena. Eran los tiempos cuando Gunilla y Luis Ortiz alargaban las madrugadas hasta que salía el sol por el último local de la gran Menchu, dueña y señora del jolgorio marbellí de categoría junto a su inseparable y eterno Nacho Angulo. No puedo olvidar a Jaime de Mora y Aragón, siempre con la sonrisa abierta y el abrazo caliente de buen amigo y de buen vividor. Noches interminables con él y su pandilla intentando arreglar Marbella y el mundo. De cuando en cuando aparecía Antonio Arribas con el último chiste y el último cubata, para hacernos partícipes de sus ganas de vivir sin perder ni un solo minuto. Cuando se fue para siempre, se llevó con él una gran parte del espíritu rebelde y jaranero de la Marbella más pura. Íbamos de La Meridiana de Paolo Girelli, el hombre con más estilo restaurador de la costa del lujo, a La Tirana de Manolo, otro de los templos donde la noche sabía a gloria y olía a jazmín. Y no podía faltar el Regine de Puente Romano, que no duró demasiado tiempo, pero que, mientras estuvo en pie de juerga, nos vio amanecer una noche sí y otra también. Ir al bar del Marbella Club era y sigue siendo todavía un canto a la felicidad y al buen vivir. Aquellos días y aquellas noches a plena diversión en la Marbella de entonces serán siempre la parte más querida de nuestras vacaciones.

Luego llegó el cambio. Se fue apagando Alfonso de Hohenlohe, el creador, junto al conde Rudy, de la Marbella más pura, y llegó Jesús Gil a recomponer los restos de un naufragio anunciado. Lo hizo como él solía hacer las cosas, a golpe de autoridad y talonario. Y Marbella dejó de ser el paraíso de unos pocos para convertirse en un lugar más, de los muchos que jalonan la costa donde el sol y el golf se unen para asombro del mundo. Ganó en seguridad, pero perdió en glamour. Ganó en construcción, pero perdió en intimidad. Ganó en negocio, pero perdió en encanto. Y aunque ahora hay muchas personas empeñadas en recuperar lo perdido, no va a ser fácil. Los buenos tiempos pasan y casi nunca vuelven a ser los mismos. Yo seguiré yendo de cuando en cuando a sentir ese embrujo especial de los lugares únicos. Lo que nunca puede perder mi Marbella es su mar, sus árboles quietos en el atardecer, la dama de noche de aquella Fonda de Ramón Ballesteros irrepetible, el cielo rojo del día que se va, la postal blanca de Puerto Banús, el encanto del Marbella Club, la eternamente hermosa plaza de los Naranjos, la descarnada belleza de la Sierra Blanca, los espetos encendiendo la arena de la noche, la última copa en Olivia Valere, el sol eterno que duerme en las palmeras… Todo eso lo tiene y lo seguirá teniendo mi Marbella, la misma que entró en mi vida una noche de cubata y amor y no se marchará nunca, porque las imágenes que se guardan en el alma son para siempre.