46

¡GRACIAS, MAESTROS!

La voz redonda y metálica de Luis del Olmo salía del móvil con cariño. Era una llamada inesperada, que rompió la monotonía de aquel lunes de lluvia en un Madrid ya otoñal.

—Mi querido Pepe Domingo, he visto tu nombre en el teléfono y se me ha ocurrido llamarte para ver cómo estabas, porque sé que has estado malito por culpa de este dichoso bicho.

Me sorprendió aquel repentino detalle de un hombre al que siempre he admirado, pero con quien no tenía una relación muy intensa. Luis, uno de los grandes de la radio de toda la vida, formaba parte de la nómina triunfal de locutores que hicieron posible el gran cambio en la radio española. Un hombre curtido en mil batallas, que, primero en Radio Nacional con De costa a costa y después en casi todas las cadenas con Protagonistas, convirtió la radio en el auténtico sonido de la vida. Tengo que reconocer que no he sido amigo de Luis; solo nos hemos visto en algunas ocasiones esporádicas y siempre me pareció un hombre lejano, distante y poco comunicativo en el cara a cara. Recuerdo una cena en Ponferrada con ocasión de la entrega de los Micrófonos de Oro, en la que me costó Dios y ayuda romper esa distancia que establecía siempre entre él y los demás. O, al menos, eso me pareció a mí aquella noche, la primera vez que lo tenía tan cerca. Y no olvidaré nunca una intervención del impresentable Jesús Mariñas en su programa, poniéndome de vuelta y media por mi supuesta expulsión de la televisión gallega, una de las muchas mentiras que el tal Mariñas empleaba para machacar a quienes no le caían bien.

—Luis, soy Pepe Domingo. Por favor, te ruego que le digas a Mariñas que se entere bien de las cosas, que no me han echado de la tele gallega, que me he ido yo porque ya no podía más con tanto viaje y tanto ajetreo. Llama, por favor, al director general de la TVG que te confirmará lo que digo.

Tras esta llamada, Luis me prometió que rectificaría y me ofreció su micrófono para intervenir. Solo le puse como condición para entrar en su programa que no estuviese Mariñas, que no entrásemos en disputa, porque era para mí un tipo despreciable que vivía de las miserias de los demás. Y si no había miserias, se las inventaba. Quedamos de acuerdo en esa condición, entré en su programa y, cuando menos lo esperaba, apareció Mariñas en antena. Eso me enfureció, reconozco que perdí los papeles y me metí en una refriega verbal con este tipo hasta que ya no pude más con tanta maldad y colgué el teléfono. Fue una mala jugada de Luis y tardé en perdonársela. Para lo único que sirvió fue para dejar bien claro que fui yo el que dejé el programa de la tele gallega y que Mariñas era un mentiroso. A partir de aquel desagradable incidente, Luis del Olmo siguió siendo para mí un profesional de cuerpo entero, pero del que prefería mantenerme alejado.

Ahora, con el paso del tiempo sobre esta historia y otras muchas, sigo creyendo que Luis es uno de esos dioses que nacen de cuando en cuando en el mundo de la radio y del que he aprendido muchas cosas. Uno se va haciendo con los años y personajes como Luis del Olmo te ayudan a encontrar tu camino en un mundillo de competencias brutales. Mi madre me decía siempre que procurase trabajar con gente mejor que yo, porque al final algo de ellos se me pegaría y sería mejor profesional y mejor persona.

Mi primer gran maestro, sin que él lo supiera, fue Bobby Deglané, que vino de Chile junto a Raúl Matas para darle un revolcón total a la radio española de entonces. Bobby enterró una radio que solo vivía de anuncios interminables y concursos facilones, y la elevó a la categoría de espectáculo. Era una radio viva, divertida, simpática, con una fuerza increíble, un espectáculo total de información y vitalidad que marcó el camino que debíamos seguir todos los que vinimos después. Aquellas Cabalgatas del fin de semana siguen siendo inolvidables en mis recuerdos, un despliegue de radio total con la personalidad desbordante del genio chileno. A su lado, Raúl Matas abría nuevos caminos a la música con su Discomanía, una radio de susurro y calidad que dio a conocer, de otra manera, las canciones que sonaban en el mundo.

Después de Bobby Deglané llegó Joaquín Prat, de quien hablo maravillas en otros capítulos de mis vivencias; porque él fue otro de los que se metieron en mi alma para siempre y me empujaron a querer a la radio por encima de todos los sueños. Joaquín tenía mucho de Bobby en la forma de dirigirse a la audiencia, siempre con una sonrisa, siempre con un chascarrillo, siempre con esa sinceridad que los oyentes saben agradecer. Yo me quedaba embobado escuchándole horas y horas en aquel ejercicio diario de vida y de entretenimiento que compartía con Carmen Pérez de Lama, un binomio irrepetible en la historia de la radio. Todo lo hacía bien, la información, la publicidad, el deporte, la música, las retransmisiones… Joaquín fue durante aquellos maravillosos años el gran maestro de ceremonias de la nueva radio de la que yo quería formar parte. Con él viví tardes irrepetibles de Los 40 Principales en la discoteca Long-Play de nuestros pecados veniales. Nunca le voy a olvidar, y su voz, su figura, su amistad, su vitalidad estarán acompañándome mientras viva como garantía de que estoy haciendo lo que a él le gustaría que hiciera. Unos días antes de que se nos fuese para siempre, recibí una llamada suya, quería hablar conmigo, nunca supe para qué. Con su muerte se murió mi mejor maestro y uno de mis mejores ejemplos de radio y de vida. Cuando me acerqué al hospital en el que había fallecido, no me atreví a entrar a testimoniarle toda mi admiración y mi cariño eterno porque su familia había montado un espectáculo mediático con su fallecimiento y preferí guardarme el dolor en lugar de participar en aquella especie de farsa.

Otro de los profesionales que han influido en todo lo que vino después es Iñaki Gabilondo, otro genio de los que nacen pocos. Nadie como él ha sabido llevar la información por los caminos adecuados para que el público la digiera con total normalidad. Parece que lo tiene todo organizado en la mente para decir en cada momento la palabra justa, la frase perfecta. Siempre he sentido admiración por esa enorme capacidad de Iñaki de ponerse delante de un micrófono y dar la impresión de que todo cuanto dice lo estuviera leyendo; no hay fallos, no hay silencios, no hay rupturas, no hay vacilaciones, no hay problemas en la construcción de las frases… Ya he comentado en un capítulo anterior mi experiencia compartiendo micrófono con él y mi añorado Joaquín Prat. En aquellos momentos me dolió abandonar el programa que compartíamos, sobre todo porque no pude aportar nada durante el tiempo que estuve. Eso sí, me queda la satisfacción de haber estado al lado de Iñaki Gabilondo en el inicio de lo que le convertiría en una de las grandes estrellas de la historia de la radio española.

Y quiero continuar este viaje por los nombres que me han marcado profesionalmente recordando a José Ramón de la Morena, con quien viví temporadas mágicas en esta bendita profesión. Aquel Larguero de las palabras nuevas, aquellas noches de radio verdad, aquellos finales de programa cosiendo el sentimiento a las noticias del día, permanecerán siempre en mi nostalgia. José Ramón también tiene mucho que ver en la evolución de la información deportiva y en la búsqueda constante de nuevas sensaciones en las grandes noches de una radio nueva que no va a morir nunca gracias a él.

Y con grandes letras doradas escribo el nombre de Paco González, aunque debería decir de «mi» Paco González, porque llevo viviendo a su lado desde 1992. Ha sido un tiempo suficiente para valorar la calidad humana y profesional de este asturiano a quien, nada más conocerle y tratarle, no puedes dejar de querer. Paco es la radio con todas las mayúsculas de admiración, nadie como él ha sido capaz de situar el deporte del fin de semana en el cielo con el que soñaban todas las cadenas de radio. Y el mérito es haberlo hecho sin levantar la voz, sin cortar cabezas, sin amenazas, sin insultos, solo con una sonrisa y una humildad que lo han convertido en otro de mis grandes maestros. Por él y solo por él, más de cincuenta locos de atar se pusieron la radio por montera y protagonizaron la estampida mediática más increíble, abandonando la SER por la COPE, en uno de los ejercicios de libertad que se recordará toda la vida. Y aquí seguimos, aprendiendo de Paco a ser, sobre todo, personas. Casi nada.

No quiero olvidarme de uno de los responsables de aquel 2010, cuando nos volvimos locos de repente y le dimos un giro inesperado a nuestras vidas. El gran Manolo Lama, el señor de los gritos y de los susurros, el rey de las narraciones, la voz que ha marcado el devenir del deporte en los últimos 35 años. Manolo ha sido otro de esos espejos imprescindibles en los que acostumbro a mirarme para aprender a ser mejor. Nadie como él ha sido capaz de hablar y dirigir al mismo tiempo, de tener miles de ideas en la cabeza y no volverse loco. Escuchar a Manolo es sentir el deporte en lo más profundo. El Bicho, el Camero, el Bichito y tantos otros inventos dan fe de que estamos ante un fenómeno capaz de convertir un partido de fútbol en una hermosa lección de radio.

Desde aquellos viejos tiempos de Radio Galicia, he seguido los consejos de mi madre, he ido aprendiendo algo de todos aquellos con los que he trabajado. Y ha sido precisamente allí, en mi querido Santiago de la piedra, de la lluvia y de la juerga, donde se me apareció el primer maestro de la palabra. Se llamaba Ángel de la Peña y con él aprendí algo muy importante: al micrófono hay que quererlo, sí, pero sobre todo hay que respetarlo. Con Ángel, con mi añorado Santiago Dávila y con la María Teresa Navaza de mis comienzos, empezó casi todo. Ellos me ayudaron a crecer y a creer. Y aquí continúo, con las canas nerviosas y el corazón tocado, hasta que me echen o hasta que consiga hacer algún día el mejor programa de mi vida.