Cuando Alyssa volvió a ver a Mark, al alba, se encontró con otra batería de preguntas sobre su paseo con Dirk.
No le contestó ni una y, cuando cansado de su silencio, explotó iracundo, se sintió de lo más satisfecha.
«Se lo tiene bien merecido», pensó.
Sin embargo, había algo que no le gustaba. Aunque se sentía halagada por que Mark se estuviera volviendo loco con el tema, no se lo había imaginado así.
A los dieciséis años, estaba tan enamorada de él que no podía dormir.
Noche tras noche, imaginaba hacerlo sufrir como él la hacía sufrir a ella. Entonces, se imaginaba besando a Chris Thompson en el porche y a Mark viéndolos y poniéndose furioso.
«Dirk Mason es mucho más guapo que Chris», se dijo con una gran sonrisa.
No pensaba contarle a Mark que la mayor parte del tiempo Dirk había estado hablando por el móvil o que se había puesto a gritar cuando habían oído a los coyotes a los lejos.
Por supuesto, a los dieciséis, su fantasía había terminado con Mark dándole un puñetazo a Chris y llevándosela en brazos a un lugar apartado donde confesarle su amor y, por supuesto, besarla.
Sí, la besaba como nunca antes nadie la había besado y eran felices y comían perdices.
—Qué estupidez —musitó.
Si Mark quería espiarla y vigilarla, tal vez, había llegado el momento de hacerlo sufrir.
«No sé si va a ser la mejor manera de olvidarme de él», dudó.
Sin embargo, apartó aquella duda de su cabeza, sonrió y comenzó a urdir su plan.
No sabía muy bien cómo ponerlo en práctica.
Una cosa era que un actor muy guapo quisiera acompañarla a dar un paseo y otra, pedirle salir delante de Mark y que dijera que sí.
«¿No será una idea estúpida?», se preguntó volviendo a la casa para preparar el desayuno.
Al entrar en la cocina, se encontró con Mark sirviéndose un café. Antes de que a ninguno de los dos les diera tiempo a decir nada, Dirk y Guy bajaron las escaleras con un buen montón de maletas.
—¿Qué ocurre? —preguntó Alyssa.
—Las alergias —contestó Dirk poniéndole una mano en el hombro.
Al ver la cara de Mark, Alyssa se sintió genial.
—No es el mejor lugar para una persona con alergia al pelo de los animales y al polvo —remarcó.
La verdad era que Guy tenía un aspecto que daba pena.
—Desde luego —contestó el aludido con voz nasal.
—Lo voy a llevar al aeropuerto —anunció Dirk sonriendo.
—Gracias —dijo Guy.
—Estaré de vuelta esta tarde, Mark —se despidió Dirk—. A tiempo para nuestra clase.
—Estupendo —contestó Mark.
«Demasiado amable», pensó Alyssa.
—¿Lis? —dijo Dirk desde la puerta.
—Dime —sonrió ella apartándose un rizo de la cara.
—No me apetece volver luego solo. ¿Te vienes?
«¡Qué suerte la mía!», pensó Alyssa.
Mark la miró y frunció el ceño.
—Claro que sí —contestó mirando a Mark.
«Un punto para mí», pensó al salir.
Un par de horas después, Ethan se encontró a Mark en el redil.
—¿Qué demonios haces? —le espetó—. Los establos están llenos de estiércol.
—Preparando la clase de Dirk —contestó Mark.
«No me apetece volver solo», recordó pensando en la cantidad de cosas que podían hacer dos adultos en un coche.
—¿Tirando estiércol por todo el rancho? —le reprochó Ethan.
—Así es.
—¿Le vas a decir que recoja el estiércol? —dijo Ethan enarcando una ceja.
—Sí.
—Mark…
—¿No quería aprender? Pues muy bien, le voy a enseñar tal y como papá nos enseñó a nosotros —lo interrumpió.
—Papá nunca llenó los establos con más estiércol del normal.
—¡Pues lo debería haber hecho!
—Mark, esto no tiene sentido y lo sabes.
—¡Claro que lo sé! —exclamó terminando de llenar la carretilla—. ¡Quita de en medio!
Ethan obedeció y Mark pasó con la carretilla bien llena en dirección a los establos.
«En lo que tarda Dirk en salir del coche, dar la vuelta al coche y abrirme la puerta, me daría a mí tiempo a entrar en casa, subir a mi habitación y dormirme», pensó Alyssa ocultando el enésimo bostezo.
Normalmente, se solía acostar a las diez y levantarse a las cinco. Eran las once y media y no sabía cómo, pero se les había pasado el día entero yendo al aeropuerto, comiendo y volviendo. Y Dirk, hablando por el móvil, claro.
Menos mal que ya estaban en casa.
«No sabe lo que es la tranquilidad», pensó.
Dirk le abrió la puerta y le ofreció la mano para bajar del deportivo.
—Hogar dulce hogar —dijo mientras cruzaban la pradera.
Estaba tan guapo a la luz de la luna que Alyssa olvidó lo cansada que estaba.
Al llegar al porche, Alyssa vio que Mark se apartaba de la ventana y se apresuraba a sentarse a la mesa y a fingir que estaba tomándose un té y leyendo un libro.
«¡Rata! Me está esperando como si fuera una niña pequeña», pensó Alyssa.
—Hola, Mark —saludó Dirk al entrar en la cocina.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó ella.
—Tomar un té y leer —sonrió Mark—. ¿Y vosotros dónde os habéis metido? Se suponía que ibais a volver por la tarde para la clase de Dirk.
—Perdona —se disculpó el aludido—. El avión de Guy salió con retraso y hemos comido en el aeropuerto.
—Sushi —dijo Alyssa para impresionar a Mark.
—Lis nunca había probado el sushi, así que buscamos el mejor restaurante japonés del aeropuerto.
—El mejor —repitió Alyssa mirándolo con adoración.
—Y Lis ha probado, por fin, el sushi.
—¿De qué me estáis hablando?
—De pescado crudo —contestó Alyssa con frialdad.
—¿Llegáis seis horas tarde y me decís que es porque habéis estado comiendo pescado crudo? Pero Alyssa, si no te gusta el pescado cocinado.
—Eh… —dijo ella sonrojándose.
No iba a admitir que el sushi era lo más asqueroso que había probado en su vida así la mataran.
—¡Cierto, pero me encanta crudo! —dijo agarrándose del brazo de Dirk.
—Dirk, si quieres ser un vaquero vas a tener que tomártelo en serio. De lo contrario, no cuentes conmigo. Me importa un bledo el contrato, ¿de acuerdo?
—Claro —contestó quitándole a Alyssa el brazo de los hombros como si le hubiera leído el pensamiento a Mark.
Alyssa puso los ojos en blanco y miró a Mark enfadada.
—En los establos al amanecer —sonrió él triunfal.
Debió de ser aquella estúpida sonrisa lo que la volvió loca porque se inclinó sobre Dirk y lo besó en la boca.
Acto seguido, se giró y salió de la cocina dejando a ambos hombres con la boca abierta.
«¿Qué te ha parecido eso, Mark?».
—¡Será una broma! —exclamó Dirk mirando la montaña de estiércol que lo esperaba en los establos.
—No, no es ninguna broma —contestó Mark entregándole una pala—. Nos vemos a la hora de comer.
—Mark, he venido para aprender a ser un vaquero —se quejó Dirk.
—Pues se empieza así. Lo tomas o lo dejas —le advirtió.
Se quedaron mirándose a los ojos y Mark rezó para que Dirk tirara la toalla y se fuera a que le enseñaran a otro rancho y a quitarle la mejor amiga a otro y…
—Muy bien —dijo finalmente Dirk—. Hasta la comida.
Mark lo vio alejarse hacia la montaña de estiércol y comenzar a cargar la carretilla. La satisfacción que había sentido hasta aquel momento comenzó a desvanecerse.
«¿Por qué no se comporta como un actor remilgado en lugar de aceptar de buen grado estas torturas? Si me hubiera tocado a mí vérmelas con esa pila de estiércol, me habría ido», pensó sintiendo cierta admiración por Dirk.
¿Tal vez se quedaba por el beso de Alyssa? Miró a su alrededor buscándola. Quería hablar con ella.
Estaba en el huerto que había en la parte norte de la casa, arrodillada y llena de barro. Desde su escondite, recordó la primera vez que había ido a verla a la universidad.
Había ido sin avisar y aquello se había convertido durante tres años en su pequeña costumbre. Solía ir muchos domingos por la mañana con café y bollos recién hechos. Se sentaban a leer juntos el periódico y se reían comentando las noticias.
Él le contaba todo lo que pasaba en el rancho y ella le contaba todo lo que estaba aprendiendo. Entonces, Mark creía que nada iba a cambiar entre ellos.
Mirándola, se preguntó por qué nunca había habido nadie con ella los domingos por la mañana. La había ido a ver por sorpresa cientos de veces y nunca la había pillado con un chico.
Aunque sabía que había tenido novios, también sabía que ninguno le había durado mucho. De hecho, él no había conocido a ninguno.
—Hola —dijo mientras ella recogía tomates.
—No pienso hablar contigo —le dijo Alyssa.
—Entonces, hablaré yo —dijo Mark poniéndose frente a ella.
—Me parece que ya has hablado suficiente —dijo Alyssa sin mirarlo.
—Esos tomates tienen buena pinta.
Alyssa no contestó.
—Debe de ser por el abono que les pusimos antes de que empezara a helar —apuntó Mark—. ¿Sabes que Dirk está recogiendo estiércol? Como hemos hecho todos antes.
Alyssa lo miró y Mark volvió a tener la sensación de que estaba perdiéndola.
«Ya no es suficiente para ella».
—¿Te acuerdas de cuando iba a verte a la universidad los domingos por la mañana? —le dijo sin pensar.
—Claro que sí —contestó Alyssa—. Te pasabas allí la vida —le espetó.
—Nos los pasábamos bien, ¿verdad? Haciendo los crucigramas y eso…
—Mark, ¿has venido a pisarme los tomates para recordarme el café, los bollos y el Sunday Times?
—¿Dónde estaban tus novios?
—¿Cómo? —dijo Alyssa como si le hubiera hablado en chino.
—Nunca estabas acompañada. ¿Por qué?
—Mark, ¿te has vuelto loco?
—No…
«Sí, claramente, me he vuelto loco. Ayúdame, Lis».
—No creo que sea asunto tuyo dónde estaban mis novios o cuándo se quedaban a dormir —contestó.
—Ya, pero eres mi mejor amiga y me estaba preguntando por qué tus novios no se quedaban a pasar la noche del sábado.
—Eres mi mejor amigo, pero, maldita sea, no es asunto tuyo.
—¿Por qué no pasabas los domingos con tu novio?
Alyssa no contestó. Estaban tan enfadada que Mark se sintió mal de repente. Las cosas estaban cambiando y no le gustaba.
—Dijiste que no te ibas a meter, pero no puedes, ¿verdad? —le ladró Alyssa.
—No —contestó indignado.
—Sí —gritó Alyssa—. Estás acostumbrado a ir detrás de mí dándome órdenes.
—No te doy órdenes, solo me pregunto dónde estaban tus novios de la universidad.
—¿Todo esto es por Dirk?
—¡No! —se apresuró a contestar Mark.
—Mira, las cosas cambian y el tiempo pasa. No iba a seguir siendo toda la vida tu compañera de desayuno de los domingos. Me voy en septiembre —le recordó—. Me voy y voy a tener mi vida y tú no vas a poder aparecer cuando te dé la gana.
—Ya lo sé —dijo Mark dándose cuenta de que nunca lo había pensado así.
De repente, se dio cuenta de que aquel verano era el último que iba a pasar allí. Sintió un terrible vértigo y le pareció que nada tenía sentido.
—Si en el futuro quieres venir a desayunar conmigo, llámame antes —dijo Alyssa levantándose y yendo hacia la casa con la cesta de tomates.
Mark perdió el equilibrio y acabó sobre una tomatera.
«Esto no está bien», pensó.
Sentía un tremendo dolor en el pecho y se dio cuenta de que comenzaba a sentirse solo.
Alyssa se apoyó en el fregadero y se preguntó por qué le temblaban las manos. Abrió el agua fría y se refrescó la cara.
Le dolía. Había algo que le dolía en el pecho y tenía el corazón desbocado.
Todos aquellos domingos… normalmente, dos al mes.
Nunca ninguno de sus novios, que no habían sido muchos, la verdad, se quedaba a dormir un sábado por la noche por si Mark iba a verla al día siguiente. Ni siquiera lo había hecho adrede. Era una de las muchas cosas que había hecho inconscientemente para que él siguiera formando parte de su vida.
Se había propuesto que todo siguiera igual, que él no notara nada, para que siguiera yendo a verla y poder disfrutar de su compañía dos veces al mes.
Y fingir.
Fingir que Mark la quería.
Su vida giraba alrededor de él.
«Idiota», se dijo. «Estúpida».
Se tapó la cara con las manos e intentó no llorar.
La comida resultó de lo más desagradable.
Dirk decidió comer fuera porque olía muy mal y la familia quiso acompañarlo. Mark salió con su sándwich y se encontró con la mirada asesina de Alyssa.
Para colmo, todos los demás estaban rodeando a Dirk.
«Si quieren hacer el idiota por un actor maloliente, muy bien», se dijo yéndose al establo.
Al cabo de cinco minutos, se dio cuenta de que el que se estaba comportando como un idiota era él.
Ningún actor, aunque fuera Dirk Mason, le iba a hacer comer solo en el establo como si fuera un niño asustado.
Volvió al porche y buscó a Alyssa, que no estaba. Entonces, decidió comer en la cocina.
«Que es el sitio normal para comer», se dijo.
Al entrar, la vio.
Estaba junto al fregadero, con la ventana abierta, y el viento le movía el pelo. Tenía los ojos cerrados y la boca abierta. Movió la cabeza para que el viento le diera en el cuello y suspiró de gusto.
Mark sintió que el corazón le latía aceleradamente y se vio abrumado por un deseo repentino. Fue tan fuerte que tuvo que poner una mano en la pared.
«No debería quedarme», pensó como si estuviera interrumpiendo algo privado.
Pero no podía moverse porque era lo más bonito que había visto jamás. Aunque sabía que lo podía pillar en cualquier momento, mirándola con lujuria, no podía moverse.
Era tan guapa…
De repente, se dio cuenta de que su ingle había reaccionado ante la visión. Dio un paso hacia ella sin saber muy bien qué iba a decirle, pero sabiendo que se moría por tocarla.
—¿Alyssa?
¿Había sido él?
—Perdona, Dirk, no te había visto —dijo ella mirando por la ventana y riendo nerviosa.
«¿Qué estoy haciendo? ¿Qué habría hecho si no llega a aparecer Dirk? ¿Tocarla? ¿Besarla?», se preguntó Mark cerrando los ojos con fuerza.
—Te he traído unas flores.
—Qué bonitas —dijo Alyssa oliéndolas.
—No tanto como tú —contestó Dirk.
Alyssa se sonrojó y Mark se alejó por el pasillo sin hacer ruido.
Deseaba a Alyssa y no sabía qué hacer.
En el transcurso de la semana la situación se deterioró. Cuanto más caso hacía Dirk a Alyssa, más se enfadaba Mark. Su venganza era encargarle tareas cada vez más penosas. Así, Dirk se encontró cepillando a todos los caballos, dando de comer a las gallinas y a los perros. Todo lo desagradable lo hacía Dirk, y Mark no sabía qué lo enfadaba más, que lo hiciera sin rechistar o el origen de todo aquello.
El martes, Mark mandó a Dirk a arreglar la verja norte, la misma que él se había pasado buena parte de la noche destrozando. Mientras lo hacía, sin camisa y con aquella estúpida sonrisa en su rostro de «me da igual, Mark, puedo con todo lo que me des», Alyssa le llevó un termo de limonada y una bolsa de galletas.
Al volver hacia la casa, pasó junto a Mark y le sacó la lengua. Mark tuvo que hacer ejercicios de respiración para no salir corriendo tras ella y su lengua. Y, como no pudo hacer lo que realmente le pedía el cuerpo, pagó su frustración de nuevo con Dirk.
—¿Seguro que hay que hacer esto? —preguntó el actor una vez en los establos.
—Quieres ser un auténtico vaquero, ¿verdad? —contestó Mark sintiéndose estúpido buscando al viejo gato tuerto.
—Nunca había oído que los vaqueros les dieran pastillas de proteínas a los gatos.
—En este rancho lo hacemos —contestó Mark sintiéndose culpable.
Dirk consiguió agarrar a un gato y le metió la pastilla en la boca.
—Espero que la Academia me lo recompense —comentó.
En sus momentos de cordura, Mark se decía que Alyssa era una adulta que sabía cuidarse y que Dirk solo era educado y cordial con ella. Entonces, tenía arrepentimientos, pero, al recordarla parpadeando y mirándolo con cara de boba, volvía a convertirse en un ser despiadado.
No podía apartar de su memoria la escena de la cocina. Solía tener sueños eróticos con Alyssa que le impedían mirarla a la cara al día siguiente.
«No puedo dormir, no puedo trabajar; ver a Alyssa y a Dirk me está matando», pensó Mark el jueves mientras esperaba en el porche a verlos salir hacia el establo. Al ver que Dirk le pasaba el brazo por los hombros y que ella lo saludaba muy contenta, Dirk sintió un gran agujero en el pecho.
«Tengo que hacer algo».
—¿Qué es esto? —preguntó al sentarse a cenar aquella noche.
—Tofu —contestó Alyssa como si lo comieran todos los días y no hubiera tenido que atravesar medio Montana para encontrarlo.
—Genial —dijo Dirk—. ¿Te acuerdas que te dije que me encantaba?
—Por supuesto —contestó ella sonriendo y acariciándole el hombro.
Tuvo que hacer un esfuerzo para no reírse al ver la cara de Mark.
—Lis, me he pasado todo el día trabajando y no quiero comida sana, ¿sabes?
—¿Tú te has pasado todo el día trabajando? Perdona, pero aquí el que más trabaja es Dirk. Y por tu culpa —le contestó Alyssa.
—¡Siempre está bien probar nuevos platos! —exclamó Missy indicando a los demás que comieran.
Al ver que se lo metía en la boca, su marido y su hijo pequeño la imitaron algo reticentes.
Alyssa se dio cuenta de que Billy mascaba a toda velocidad respirando por la nariz, cerraba los ojos y se lo tragaba.
—Está muy bueno —dijo Mac tras hacer lo mismo.
«Pobres», pensó Alyssa avergonzada de haber dejado que la situación llegara tan lejos. Estaba haciendo todo lo imaginable para hacer creer a Mark que Dirk y ella se estaban enamorando, pero aquello se estaba convirtiendo en una pesadilla.
No tenía ni idea de cómo se cocinaba el tofu, había puesto tomates secados al sol en la ensalada de atún y germen de trigo en las galletas de chocolate preferidas de Mark. Estaba tan ocupada dándole celos que no sabía si iba o venía.
«¡No me voy a dar por vencida!», pensó. «Mark tiene que aprender a no meterse en la vida de los demás. No es quién para decirme lo que tengo que hacer. A ver si se entera de una vez».
—¿Has visto lo que has hecho? —le espetó Mark—. Les estás haciendo mentir.
—¡Cállate! —exclamó ella.
—No tendrían que mentir si cocinaras comida de verdad —dijo Mark señalándola con el dedo.
Alyssa apoyó ambas palmas en la mesa y se acercó a él.
—¿Cómo te atreves a decirme lo que tengo que hacer? —le reprochó—. Claro, como eres un cerrado y un…
—¿Un cerrado yo?
—¡Sí, tú, que no ves más allá de tus narices!
—Ah, ya sé por qué lo dices —dijo Mark batiendo las pestañas como alas de mariposa.
—¿Qué haces?
—¡Imitarte cuando te crees Marilyn Monroe!
—¿Yo? —gritó Alyssa ultrajada.
Sin pensarlo dos veces, agarró el plato de tofu de Mark y se lo tiró por la cabeza.
—¡Eh! —gritó él haciéndole lo mismo.
Alyssa alargó el brazo para agarrar el plato de Missy, pero el padre de Mark se levantó, la tomó de la cintura y la sacó al porche.
—¡No huyas! —gritó Alyssa al ver que Mark salía de la cocina.
—¿Qué demonios te pasa? —le dijo Mac una vez fuera—. Nunca te había visto así.
—¿Por qué no se lo preguntas a Mark? ¡Se comporta como si fuera el dueño de todo y de todos!
Mac la miró con tristeza.
—Soy lo más parecido que tienes a un padre y me estás rompiendo el corazón, cariño. Mi casa está patas arriba.
—No por mi culpa —insistió Alyssa sabiendo que sí tenía culpa.
—¿Crees que no nos hemos dado cuenta de que tonteas con Dirk solo cuando Mark está mirando? Te arreglas y haces cenas raras para enfadar a mi hijo.
—Eso no es cierto…
Mac enarcó una ceja.
—Lo único que quiero es que comprenda el mensaje.
—¿Qué mensaje?
—¡Que soy una adulta! —contestó Alyssa.
«Que les parezco guapa a otros hombres e incluso le puedo gustar a un actor», añadió para sí misma.
—Siempre has sido muy cabezota en lo que respecta a Mark y me parece a mí que crecer y convertirte en una adulta no lo ha cambiado.
—Ya no soy una niña. Ya no estoy enamorada de él, Mac.
—Entonces, ¿por qué estás intentando volverlo loco?
—Se está volviendo loco él solo por mi relación con Dirk. ¡Yo no estoy haciendo nada! —mintió.
Mac la miró con cariño y Alyssa se dio cuenta de que lo sabía todo.
—Te quiero mucho, pequeña —le dijo abrazándola—, pero no me gusta nada el tofu.
—A mí, tampoco —contestó Alyssa sintiéndose a gusto entre aquellos brazos.