... pregunta que sólo se hacen en serio los niños, y después los enfermos nos la volvemos a hacer: ¿está bien mentir?, ¿está bien que nos mientan?, un adulto sano ni se la plantea, la respuesta le parece obvia, bueno, y es obvia, ¿no?, a decir mentiras se aprende como se aprende a hablar, nos enseñan a hablar y después a callarnos, yo qué sé, cuando juegas al fútbol, por ejemplo, primero tocas la pelota y después, salvo que seas imbécil, aprendes a no tocarla, a moverte engañando a los demás, los niños también mienten, por supuesto, yo de niño mentía muchísimo, pero hasta cierta edad, a eso me refiero, tiendes a pensar que está mal, ahí está la diferencia, no creo que los adultos seamos peores, ¿eh?, todo niño es el comienzo de un posible hijo de puta, eso lo tengo claro, simplemente los niños, quizá por culpa nuestra, empiezan dividiendo el mundo en bien y mal, en verdad y mentira, el único momento en que mentir está bien es cuando juegan, ahí sí que se puede, así que los niños se hacen adultos jugando, un poco al revés que los padres, que jugamos para volver a ser niños, bueno, y creces, y mientes y te mienten, y no está mal, hasta que un día, cuando estás enfermo, las mentiras te preocupan de nuevo, te preocupan cada vez que hablas con los médicos, con tu mujer, con tu familia, no es una cosa moral, es algo, no sé, físico, en el fondo te aterra la verdad, pero más todavía te aterra la idea de morirte engañado, las mentiras nos sirven para seguir viviendo, ¿no?, y cuando ya sabes que no vas a seguir, entonces te parece que dejan de ser útiles, ¿me explico?
¿Todo esto a qué venía?, ah, lo del clima, los calmantes me dejan medio lerdo, cuando empezaste con lo del clima me pareció gracioso, había que verte, mirabas muy fijo la carretera, hacías no sé qué en los cristales con un dedo, ponías caras, y al rato me contabas que el cielo había cambiado, al principio te seguí la corriente porque creí que estábamos jugando, después, no sé bien cuándo, empecé a ver que lo hacías en serio, y además estabas tan entusiasmado, a partir de ahí, te juro, hijo, me pasé todo el viaje dudando, ¿se lo digo o no?, bah, mejor no, pensaba, ya se va a dar cuenta solo, pero no sé si te sugestionabas, o era casualidad, o qué, porque siempre decías que acertabas, como entretenimiento me parecía divertido, como esperanza ya era triste, cuando vieras que no, que el tiempo iba a su antojo, que ni nosotros ni Pedro podíamos hacer nada para cambiarlo, ¿no te ibas a sentir, yo qué sé, muy poca cosa?, en fin, a lo mejor es una tontería y ya ni te acuerdas, pero hoy no quería dormirme sin contártelo.
Desde aquí, en cuanto abro los ojos, veo el cielo, como si fuera en avión, un avión muy lento, ¿y sabes qué me parece?, ¿el amanecer, digo?, una falta de respeto, eso me parece, yo de joven era noctámbulo, me encantaba hacer cosas mientras los demás dormían, me sentía impune, con los años te vas volviendo diurno, te entra la angustia de llegar tarde a las cosas, los noctámbulos creen que se adelantan a todo, y en cuanto se despiertan ya se les hace tarde, desde que estoy enfermo las mañanas me gustan menos, tienen, no sé, demasiadas expectativas, y el silencio de las noches me asusta, ahora prefiero las tardes, son menos exigentes, estoy mirando el atardecer y, fíjate, me entra la duda, ¿de dónde?, ¿de dónde carajo sale la belleza?, de las cosas no sale, eso seguro, miro la bandeja de la merienda, por ejemplo, una bandejita gris, de plástico, bastante usada, con ese borde en curva de las cosas que se fabrican para apilarlas, con marcas de cuchillos y tenedores, las rayas de los cuchillos, una al lado de la otra, parecen un electrocardiograma, las series de puntos de los tenedores, así, de cerca, son como huellas de dados, y de repente esta bandeja me resulta una co, perdón, tocan la puerta.
Por lo menos esta vez han pedido permiso para entrar, será una enfermera en prácticas, las enfermeras veteranas entran de golpe, como si la habitación fuera suya, últimamente estoy comiendo más, había perdido mucho peso, eso lo viste, al viaje me llevé unas pastillas para el apetito, funcionaron más o menos, es difícil volver a confiar en la comida después de vomitarla tantas veces, empieza a parecerte una cosa que no tiene nada que ver con tu organismo, una especie, no sé, de sustancia invasora, me llevé las pastillas del apetito y un par más, ninguna para curarme, todas para sentir menos, es raro lo de los fármacos, los que se supone que te curan te destruyen por dentro, y los que se supone que no curan te hacen sentir de nuevo una persona, o sea, ¿para curarse habrá que dejar de sentirse una persona?, a lo mejor por eso a muchos nos sale mal, porque no dejamos que el veneno entre del todo.
El día de la carrera en la estación de servicio llevaba todo el día con náuseas, me faltaba un poco el aire, a veces me pasa, no sé de qué carajo depende, el calor, la humedad, el cansancio, yo qué sé, y tú eres cada vez más rápido, te entrenas para todo, liebre cabezona, parece que tuvieras ruedas en el culo, en eso un poco has salido a tu abuelo, él siempre repetía que se puede perder pero luchando, y yo, por molestarlo, le decía: ¿y luchar para perder?, tú querías ganarme sí o sí, las piernas se te están poniendo largas, ¿y sabes qué es lo peor?, ¿lo más bochornoso de todo?, que cuando vi que me adelantabas me puse a correr en serio, por un momento me molestó que ganaras, después vi que no podía y frené, me encerré en las letrinas, esperé un rato ahí hasta que recuperé el aliento, cuando te insistía en parar a hacer pis, por ejemplo, no, nada, hola, nada.
Anoche con mamá estuvimos viendo una película, se trajo su portátil, buena idea, una comedia maravillosa con la Hepburn, ¿la conoces?, quiero decir, ¿todavía se sabe quién fue la Hepburn?, no parecía antigua, sigue siendo divertidísima y, ¿cómo era?, y perversa como la inteligencia, eso lo dijo tu madre anoche, así que no me felicites, yo cuando leo me distraigo, pienso en otras mil cosas, a lo mejor eso habla bien de los libros, yo qué sé, con el cine no me pasa, cuando me gusta una película, como que desaparezco, ¿entiendes?, al principio sentí que era un poco una frivolidad, o sea, en mi estado, reírme así, a carcajadas, pero enseguida me dejé llevar, y era mucho mejor que una droga, una especie de, hablando de eso, la pastilla.
En realidad, bueno, hubo otra razón para disfrutar la película, estar ahí, al lado de mamá, sin hablarnos, ¿porque qué nos vamos a decir?, riéndonos con los mismos gags, ahí, los dos vivos, sabiendo que nos queremos y nos hemos hecho daño, eso tiene de intenso el cine, ¿no?, uno se emociona al mismo tiempo que otros, los libros también se comparten, claro, tu madre siempre me lo dice, pero se disfrutan por turnos, no se leen a la vez, a lo mejor los libros son para gente sola, a mamá voy a dejarla sola, cada vez que nos reíamos juntos, ella me apretaba la mano.
¿Te acuerdas de cuando nos llamaba por teléfono?, a veces había poca cobertura, le decíamos que la llamábamos en la próxima parada y después nos olvidábamos, y la pobre insistía preocupadísima, yo te pasaba el teléfono a ti para que se enfadara menos, cuando te sientas en el camión es como si estuvieras viendo una película muy larga, ¿no?, mamá se ofendió, creo, al final hubo veces que no atendía el teléfono, yo la notaba tensa, le repetía que estábamos bien, no sé si me creía, tuve varios mareos, el más fuerte de todos a la ida, en Tucumancha, me dio hasta miedo de que se me fuera el volante, había muchas curvas, hacía años que no conducía tanto, era al principio del viaje y todavía me decía: yo puedo, puedo, tengo que poder, como tú con el clima, ¿no?, somos dos cabezones, cada vez más náuseas, y en ese tramo no había dónde parar, ahí me asusté en serio, ahí me di cuenta, y pensé que tu madre tenía razón, que el viaje había sido una locura, y me acordé del tío Juanjo, que me había aconsejado practicar un poco antes de salir, y me acordé del abuelo, que hacía media hora de ejercicio todas las mañanas, y de pronto pensé que yo era un padre irresponsable, creo que eso fue lo que más me mareó.
¿Y el ventilador?, ¿el que decías que iba a desatornillarse del techo y cortarnos la cabeza?, ahí paramos porque me perdí, hijo, qué desastre, volví atrás como tres o cuatro veces, ni siquiera entendía las instrucciones del navegador, las rutas no coincidían, habían cambiado, ese día tampoco estaba del todo bien, es curioso, en general a la ida me sentí peor que a la vuelta, esa noche me hacía falta una buena cama, bah, una cama por lo menos, qué colchones de mierda, ¿eh?, pero en lo que más pienso ahora, de lo que más me acuerdo, es de cuando dormíamos los dos juntos en el camión, así, de costado, medio incómodos, yo te apretaba el pecho, te sentía respirar y no pegaba ojo, me pasaba la noche entera eufórico, escuchando todos los ruidos...