Aquí estoy

 

— ¿Ésta lluvia no va a parar nunca?

— ¡Pero si en Madrid nunca llueve!

— Pues querida, parece que a San Pedro le ha dado por llorar y bastante...

— Por favor Yoli, no hablemos de lágrimas e intenta encontrar un lugar donde aparcar o vamos a terminar caladas hasta la médula— aclaró Mía, la mejor amiga de Susy.

— ¿Sabemos en cuál habitación se encuentra?— Mía se lo repitió unas cincuenta veces desde que salieron de casa pero Susy no paraba de repetir la misma pregunta. Su amiga no terminaba de asumir la situación. Nico se encontraba en la UCI sección traumatología y el pronóstico como siempre y para no variar era, reservado.

— Sala cuatro. Sólo se pueden entrar unos cinco minutos y no más de una persona.— Mía respondió otra vez— Albert nos está esperando.

El silencio en el ascensor era sombrío. Ni el ingenio y la picardía de Yoli, fueron capaces de asomar y ofrecer un poco de luz entre tanta oscuridad.

La bruma del temor y el desconsuelo, cada vez más fuertes, se apoderaban de sus sentimientos como el miedo más cobarde.

— Es por ese pasillo frente a los ascensores. Yo estuve aquí cuando palmó la abuelita de Manolo.

— ¡Yoli!— contestó una Mía alterada— por favor, no es momento de recordar la muerte.

— Lo siento, yo no me di cuenta. Susy, perdón— contestó muy apenada.

— No pasa nada Yoli— Susy la disculpó, mientras le tomaba la mano para poder caminar con un poco de seguridad. Las piernas le temblaban. Estaba segura que el corazón le estallaría pronto porque no era natural que martillara a semejante ritmo.

La cabeza de Susy parecía haberse partido apenas despertó del desmayo originado por la noticia del accidente de Nico; y aunque hubieran pasado más de cuarenta y ocho horas no conseguía recuperarse.

Traumatismo craneal con rotura de fémur derecho y clavícula izquierda— contó su hermano por teléfono— las lesiones en general no parecían graves pero el golpe en la cabeza, resultó ser muy fuerte y lo que era aún peor, Nico no despertaba.

Los médicos comentaron que necesitaban tenerlo sedado unas cuantas horas más y así garantizar que no existieran lesiones cerebrales graves, o por lo menos eso es lo que ella pudo entender, porque cuando tus pulmones dejan de respirar y la sangre deja de fluir, es bastante complejo entender los enrevesados diagnósticos médicos.

— Es aquí, pero no está Albert. Voy a asomarme...

— Mía, porque mejor no le llamas— fue un comentario perdido ya que Mía había girado el picaporte y tenía medio cuerpo dentro. — Aquí no hay nadie...

— ¿Vacía, está vacía? Dios mío no...— susurró mientras las lágrimas brotaron sin control en los hermosos ojos azules de Susy.

— Espera por favor, tiene que haber una explicación— Yoli estaba alterada— Mía por favor suelta la maldita puerta y llama a Albert por el móvil. ¡Ahora!

— Sí... sí— las manos le temblaban tanto que no era capaz de encontrar el teléfono en su bolso.

— Mía por favor— le dijo Yoli mientras intentaba calmar a Susy.

— Aquí lo tengo. Ya...Ya está.

— Bien. Tranquila Susy, por favor. Seguro está bien. Si hubiera pasado algo malo nos lo habrían dicho. No llores amiga, por favor...

— No lo coge— el miedo de Mía era más que evidente. Algo no iba bien.

Yoli era la fuerte de las tres. Se podría decir que a veces hasta un poco bruta pero éste era el momento que debía sacar su carácter a flor de piel. Sintió que debía actuar y lo hizo.

— ¡Basta de lágrimas! Vamos a ver qué pasa aquí. Voy a información, allí alguien tiene que saber algo de Nico. Mía, quédate aquí con Susy, hasta que se tranquilice.

Mía accedió con un movimiento de cabeza.

Susy se secó las lágrimas con un pañuelo de papel que llevaba estrujado en la mano.

— Voy contigo. No quiero quedarme aquí sin hacer nada.

— Vamos las tres— gritó Mía con los nervios en un puño.

— Está bien. Iremos las tres. Creo que es por el pasillo de la izquierda. Sí, miren los carteles, es por allí.

Las tres caminaron a paso más que ligero hacia el pasillo que mostraba un cartel en color azul con letras blancas “Información”.

 

— ¡Sí, se-ño-rita! le repito por quinta vez, que quiero saber por el paciente de la Sala cuatro de la UCI y que ya no está por ningún lado— Yoli estaba olvidando los buenos modales y costumbres enseñados por sus amigas.

— Y yo le he dicho que se nos calló el sis-te-ma y tiene que esperar que reinicie el ordenador.

— Pero lleva más de diez minutos reiniciando el ordenador— Yoli refunfuñaba apoyando las dos manos sobre el escritorio— ¡No hay otra persona que nos pueda informar!...Por favor ¡Se-ño-ri-ta!

— No señora, es aquí y tiene que esperar a que se abra el programa. Y si me hace el favor espera detrás de la línea blanca.

— Pero que línea— Yoli miró al suelo sin encontrar la dichosa franja y queriendo ingresar en la UCI a otra herida en lugar de Nico— ¿Y no cree que se abriría más rápido si cortara el teléfono y dejara de hablar con su vecina del quinto?

— No es mi vecina del quinto, son los del departamento de informática y si quiere ¡Ahí tiene el libro de quejas! Llevo una guardia de más de veinticuatro horas seguidas trabajando y más de quince años en este...— no terminó de hablar porque Yoli saltó por encima del escritorio y le contestó con vehemencia.

— Me importa una mierda tu vida penosa; o miras ese ordenador ahora mismo y le dices a mi amiga lo que quiere o te juro que terminamos las dos en el cuartel de la guardia civil, que está a dos calles de aquí, y con las manos esposadas...y sí, será mejor que no me preguntes como sé que está a dos manzanas— contestó orgullosa mientras bajaba del escritorio empujada por el brazo de Mía.

La recepcionista se puso algo pálida.

— El...el programa...ya responde...

— ¡Vaya por Dios!, si parece un milagro, menos mal, así nos ahorramos la visita al cuartel— contestó Yoli mientras guiñaba un ojo a sus amigas.

— Deberían internarla— susurró la recepcionista.

Yoli esbozó una sonrisa de lado. Adoraba ser la macarra del grupo y mucho más si con ello era capaz de aliviar la pena de su amiga.

— Sr. Nicolás Bellpuig, 36 años de edad, metro ochenta y cinco...

— Sí, y guapo a rabiar. ¿Puedes decirnos que le pasó?

Las tres se miraron extrañadas por que las palabras habían salido de la siempre tan educada Susy.

— Por favor. Ya no puedo esperar más— y se agarró la cabeza con ambas manos.

— Aquí dice que estaba con fuertes contusiones. Las heridas de la cabeza demostraban un tipo de lesión...

Susy cayó en el asiento. No quería escuchar más. Las fuerzas la abandonaron.

— ¡Mía...Mía! Perdón pero en éste hospital hay una cobertura malísima.

— ¿Dany?— volvió a mirar al pasillo— ¡Es Dany!— gritó para que Susy la escuchara.

— Albert me dijo que viniera hasta la recepción para recogerlas. Hola ¿Susy?— el hermano de Nico se agachó para saludarla.

— ¿Qué...qué le pasó?— fueron las únicas palabras que Susy pudo pronunciar

— ¿Cómo?— Dany miró a las tres y enseguida comprendió la situación.

— Nada, tranquila. Nico se encuentra mucho mejor. Por la noche despertó con un fuerte dolor de cabeza, pero sus pensamientos eran coherentes por lo cual los especialistas decidieron trasladarlo a planta. Sigue sedado pero los médicos dicen que no corre peligro alguno.

Susy se puso a llorar en brazos de Mía. Por primera vez en tres días las lágrimas eran de esperanza. Nico estaba bien. Su amor, el único hombre al que amaba pero con el que nunca podría volver estaba vivo. Nada importaba. Nico se pondría bien. Vivo, eso era lo único que importaba.

— En fin...viendo que éstas dos no nos presentan— estiró su cara y ofreció un par de sonoros besos a Dany— Hola soy Yoli, amiga de estas lloronas.

— Dany. Soy el hermano menor de Nico y creo que el causante de las lágrimas. Chicas lo siento— Dany estaba apenado— Me puse en marcha apenas Albert me pidió que viniera a recogerlas pero me temo que con tantos pasillos y carteles de sigue el letrero amarillo y ahora sigue el verde, que me perdí— Dany sonrió sin entusiasmo.

— No tienes que disculparte, es simplemente que nos asustamos, ¿podemos verlo?

— Sí, vamos. Mi padre y Albert están allí

— Susy ¿cómo estás?

— Hola Albert— Susy se sentía un poco incómoda con la situación. No sabía exactamente como la recibiría la familia después de haber roto la relación con Nico de la forma que lo hizo.

— Hola querida ¿cómo te encuentras?— el padre de Nico la abrazó como si fuera su padre y no el de Nico.

“Que bien sientan los brazos de un padre en momentos como éste” pensó con melancolía.

— Muy bien señor.

— Enric por favor, nada de señor, que me hace parecer más viejo de lo que soy— contestó divertido.

— Enric, eh...si claro...Necesito verlo. Eh, quiero decir que me gustaría verlo...— Susy ya no sabía ni cómo se llamaba.

— Por supuesto, pero está dormido.

Los sedantes que le administran son bastante fuertes. El médico nos explicó que estará así por lo menos un par de días más, hasta que recobre la conciencia poco a poco.

— No molestaré. Por favor, me gustaría verlo aunque esté dormido...por favor...— Susy bajó la mirada intentando no desnudar demasiado su alma.

— Entiendo— y sin preguntar más, su padre le dejó el camino libre.

— Pero papá, si Nico llega a estar despierto...no creo que le guste...

— Mi querido Dany, nunca te has enamorado. La inexperiencia y la juventud no te dejan ver claramente.

— ¿Qué quieres decir?— Dany miró a su hermano mayor como si su padre hubiera perdido la razón.

— Lo que Papá te quiere decir es que a veces los hombres somos muy tontos como para ver siquiera lo que todos los demás son capaces de ver, y me temo que nuestro hermano está tan enamorado que no fue capaz de esperar y ver lo que tenía delante.

— Esperar ¿el qué? Albert te entiendo menos que a Papá.

— Ya te lo explicaremos en otro momento hermanito, ahora estoy demasiado cansado para razonar— y tomó a Dany por los hombros para alejarlo de la puerta— ¿Por qué no vamos a tomar un café con estas hermosas señoritas? A todos nos hace falta— comentó un Albert sonriente— Llevamos toda la noche despiertos.

— Sí por favor— contestó Yoli— necesito una dosis de cafeína.

— Yo mejor una tila— Mía había alcanzado el límite de su control.

— Pues tilas y café para todos— Enric caminó delante— Yo invito.

Susy quedó congelada apenas cerró la puerta y vio a Nico en la cama.

Allí estaba su Nico. Su amor.

Sus hermosos ojos verdes se encontraban cerrados y su cuerpo descansaba boca arriba. Una fina sábana blanca cubría su desnudo cuerpo hasta poco más que la cintura.

Se le notaba pálido, con ojeras y cubierto de vendas por todas partes pero era él, estaba allí...y vivo.

“Gracias Dios mío”.

Sólo era capaz de recordar los últimos días, como una agonía constante. Sin saber de él, sin ser capaz de conocer exactamente su estado de salud. Todos comentaban que era grave pero poco más. Albert viajó personalmente a Nepal para traer a su hermano y que fuera atendido en el mejor hospital de Madrid. La espera había sido eterna y la falta de información aún peor.

Desde que supo lo del accidente, no fue capaz de hablar, de comer...de...vivir.

Lo único que tenía de bueno esta situación, si es que pudiera tener un lado bueno, es que su esposo Oscar, se encontraba de viaje por trabajo, y por lo tanto no podía vigilar sus entradas y salidas de la casa como solía hacer desde que volvieran como pareja.

Últimamente Oscar pasaba mucho más tiempo en viajes por trabajo, que en casa pero sinceramente a ella le importaba muy poco, de hecho, se alegraba bastante de la situación. Lo último que deseaba era compartir momentos íntimos con Oscar.

Susy regresó con su marido porque no le quedaba otra alternativa pero su reloj de la vida se detuvo cuando abandonó a su amor. Dejar a Nico fue la peor y la más dura de las pruebas que alguna vez tuvo que cumplir.

Si alguna vez sintió que debía luchar por su matrimonio, todo ello quedó en el baúl de los malos recuerdos cuando se dio cuenta que el amor verdadero no había llegado a su vida hasta que Nico llegó la miró a los ojos.

Claro que tenía cuarenta años, un hijo y una vida planificada pero esa era la pura verdad. El amor llegó de la mano de unos hermosos ojos verdes y unos brazos cariñosos. Algunos pensarían que era demasiado tarde, otros que la vida le sonrió por un corto plazo de tiempo, pero cuando se sentía triste y sola, intentaba recordar esas caricias de amor que Nico nunca escatimaba en regalarle.

Susy había probado el amor, había sentido en cada centímetro de su cuerpo el estremecimiento de la pasión amorosa y nada, ni nadie, podría robarle esos momentos de sus recuerdos.

Se sentó a un lado de la cama con cuidado de no despertarlo.

Tenía una silla cerca pero no podía utilizarla. Necesitaba estar cerca. Necesitaba sentir su calor una vez más.

Con cuidado acariciaba su rubio pelo. Estaba más largo de lo habitual pero seguía estando guapísimo.

Con su mano izquierda le quitó ese mechón que siempre se le venía a la cara, y que tantas veces él le decía que jamás se lo cortaría para que ella siguiera haciendo lo mismo, cada uno de sus días, hasta ser muy viejitos.

— Mi amor, cuanto miedo me has hecho pasar.

Susy podía notar su corazón subir y bajar a pesar de las sábanas y vendas y no pudo contener acariciar ese pecho que tantas veces había saboreado después de hacer el amor de las maneras más dulces y sinceras que dos personas pudieran sentir jamás.

¿Cuántas veces se había recostado en ese pecho que ahora tocaba con miedo y cuántas otras había sentido que era la mujer más feliz del mundo?

Eran incontables los momentos en los que esos brazos la habían hecho sentir que no importaba lo que pasara en el mundo porque él la amaba de verdad. Nada de palabras vacías o gestos automáticos. Con Nico todo era sentimiento y sinceridad.

— ¿Por qué mi amor? Porqué llegaste a mi vida tan tarde si toda la vida te esperé...— y sin pensar, se recostó en su pecho para escucharlo respirar. Podía sentir su calor. Estaba vivo. No era capaz de pensar en nada más. Escuchaba cada latido como un soplo de aire fresco para tantos días de oscuridad.

— Ejem— Susy saltó sobresaltada de la cama sintiéndose descubierta.

— Hola señor.

El padre de Nico arqueo una ceja molesto.

— Perdón, Enric

— Así está mejor— comentó sonriente.

Susy intentó levantarse casi sin ganas, cuando Enric la empujó del hombro para que volviera a sentarse.

— Susy, yo quería pedirte un favor.

— Sí, por supuesto se...digo, Enric ¿de qué se trata?

— Resulta que tus amigas se fueron.

— Sí, lo sé. Yoli tiene un comercio y no podía quedarse y Mía tenía que recoger a su marido Rurik del aeropuerto.

— Pues eso, ya que tú estás aquí y resulta que ninguno de nosotros tres pasa por casa desde hace tres días, me preguntaba, si fueras tan amable de quedarte con Nico hasta que nosotros nos diéramos una ducha y descansáramos un poco. Serían un par de horas solamente...

— ¡Sí!, ejem quiero decir sí Enric, me quedaré todo el tiempo que haga falta. Ustedes descansen, si surge algo imprevisto, tengo el número de Albert.

— Gracias, querida. Ahora me marcho tranquilo porque sé que mi hijo está en buenas manos. Si te parece bien, regresaré a eso de la ocho para pasar la noche.

— Perfecto. Ustedes descansen y no se preocupen por mí.

Cerrando la puerta de la habitación con cuidado, Enric se dirigió a sus dos hijos.

— Nos vamos a casa a descansar.

— Pero Papá, no podemos dejar a Nico solo.

— No va a estar solo.

Dany lo miró sorprendido.

— Pero papá... si él despierta...

— Hijo, si él despierta antes que regresemos, va a ver a la persona y la cara con la que ha estado soñando todo este tiempo.

— Serás zorro viejo, ¿cómo has conocido la historia?— preguntó un Albert curioso.

— Tendría que ser muy tonto para no darme cuenta que la razón por la cual tu hermano se queda mirando los cubiertos sin comer y ese repentino viaje a Nepal no tienen nombre de mujer.

— Viejo, va a ser que eres un sabio del corazón— comentó un Dany divertido

— ¡Y tú vas a ser un veinteañero desdentado! si me vuelves a llamar viejo.

— ¿Veinteañero?, Albert ¿de cuándo es esa palabra?

— Yo creo que del paleolítico— contestó Albert sonriente.

— Vosotros reíros pero yo sé mucho de amor. Y en esa habitación hay mucho. Ahora a descansar, que todos lo necesitamos— Y se alejaron caminando por el pasillo.

— Por cierto papá ¿me ayudarás a ligarme a la vecinita nueva...?, creo que estoy enamorado— Dany seguía bromeando sobre las habilidades de su padre.

— Dany, el día que estés enamorado, yo mismo iré a suplicarle a tu novia que te lleve de mi casa porque no puedo echarte ni con agua caliente.

Los tres rieron aliviados después de tantos días de cansancio y temiendo por la vida de Nico. El hermano mediano estaba fuera de peligro y se notaba en el ánimo de todos.