Albert y el peligro

 

— Me están diciendo ustedes que no se puede hacer nada— gritó furioso.

— Sr Bellpuig, lo que he dicho es que si no tenemos pruebas no podemos proceder a ninguna detención pero eso no quiere decir que no vamos a hacer nada. Verá— contestó el inspector jefe mientras se reclinaba en el asiento— usted ha presentado una denuncia por robo y allanamiento de morada y nos ha mostrado unos indicios muy claros pero debe tener en cuenta que existen como mínimo dos países involucrados, y debemos actuar con precaución.

Albert asentía con la cabeza demostrando estar de acuerdo con las razones lógicas pero sus sentimientos eran otra cosa. Esos canallas habían estado a punto de matar a su hermano y quién sabe si no lo volverían a intentar.

— Sr Bellpuig mi equipo y...— en ese momento alguien dio un par de golpes en la puerta y la abrió sin esperar contestación— pasa Matías, estaba por enviar a buscarte.

— Yo sólo quería comentarle que el caso “Colombo” está finalizado y entre rejas.

— Lo sé, hace unos minutos hablé con el fiscal. Y te felicitó a ti y a tu equipo. Pasa por favor y cierra la puerta, quiero presentarte al Sr Bellpuig.

— Sr Bellpuig, le presento a Matías Rodríguez. Matías pertenece a nuestro equipo de fuerzas especiales, responsable de los trabajos en pequeños problemillas en Sudamérica— sonrió de lado con gesto duro al pronunciar la palabra problemillas.

— Sr Rodríguez— Albert no dijo más ni pudo decir mucho más. Ese hombre parecía estar tallado en piedra. Era alto, su pelo era negro como un cuervo y lo llevaba recortado perfectamente desparejo por encima de la línea del cuello. La camisa de manga corta dejaba ver en su brazo el tatuaje de un halcón duro e implacable y con los mismos ojos negros que su dueño.

“No, la verdad que no me gustaría estar en el lado de los malos y encontrarme con él del otro lado”, pensó Albert.

— Sr Bellpuig— simplemente bajó la mirada en señal de asentimiento.

Matías miró al Coronel en jefe intentando descubrir que era exactamente lo que allí estaba pasando. Él tenía unas vacaciones más que merecidas y ya pagadas. Se pasaría veintidós días en Ibiza, se dedicaría a tomar el sol, saldría a correr, por las mañanas por la playa, y por las noches, correría detrás de todas las falditas cortas que fuera capaz de encontrar, aunque si llevaban pantaloncitos también las perseguiría. Su pensamiento libidinoso lo hizo sonreír.

“Joder” pensó “Me lo merezco”.

Más de cuatro meses arrastrándose con su equipo por el barro y la selva colombiana persiguiendo traficantes era una tarea que bien merecía esas pequeñas y lujuriosas vacaciones.

— Verás Matías— habló interrumpiendo sus pensamientos— el Sr Bellpuig hace unos días presentó una denuncia que llegó a manos de los de arriba debido a la perfecta coincidencia que tiene con otro caso y en el ministerio me lo han redirigido para que tú y tu equipo lo investiguéis

— ¡Yo! ¡Yo! Eso es imposible— estaba furioso, más que furioso, estaba convertido en el mismo Hulk. La vena del cuello se le hinchaba cada vez más.

— Lo sé, lo sé, pero debes entender que es un caso...

Matías no le permitió terminar.

— Cuatro meses escondidos en pozos de mala muerte, con una humedad del carajo y con mosquitos y bichos del tamaño de un aeroplano— respondió perdiendo el control de su voz— ¡Son mis vacaciones, mi equipo y yo nos la merecemos!— su mirada negra se transformó en oscura, podría decirse que hasta peligrosa.

El Coronel que parecía ser un señor tranquilo y sentado en su sillón, no sintió el menor temor por la amenaza en la mirada de su subalterno, sino que muy por el contrario, se incorporó lentamente y poniendo las dos manos entrelazadas en el escritorio, utilizó unas palabras que aunque eran pausadas y sin elevar el tono descargaban tal frío glacial, que podrían resucitar a un muerto.

— Matías, creo saber perfectamente como es estar tirado en charcos llenos de mierda esperando por horas a un estúpido traficante de poca monta, que se encarga de maltratar mujeres y niños. Principalmente lo sé porque he estado en ese mismo lugar y no necesito que ni tú ni ningún chavalito me lo cuente.

“¿Chavalito?”, Pensó Albert, “pero si ese tal Matías era la representación del ángel vengador, pero con mucho más músculo”.

— También creo recordar que la última vez en Venezuela fui yo mismo a salvarles el culo a ti y a tu equipo.

“Ahora se le nota un poquito furioso” se dijo Albert.

— Lo se jefe— Hulk parecía arrepentido del importuno arrebato hacia su superior— pero son mis vacaciones. Las tengo hasta pagadas.

Su jefe pareció entenderlo y apoyándose nuevamente en el respaldo de su sillón se limitó a contestar.

— En este caso están los mismos implicados del caso que llevaba Gómez.

La cara del Matías cambió de furia a dolor para volver a convertirse en furia explosiva.

Albert no comprendía nada de lo que allí estaba pasando.

¿Por qué le presentaban al tal Matías?

¿Y quién era ese tal Gómez?

Sea quien fuese era alguien que los dejó a ambos perturbados con sólo expresar su nombre.

— Entiendo. Lo haré.

El detective jefe se puso en pie y apoyó su mano en el hombro del joven.

— Sabía que lo entenderías.

— Te pondré al corriente del caso ya que hay varios implicados a los que debemos proteger.

— ¡Implicados, proteger! Se puede saber qué es exactamente lo que está pasando.

— Sr Bellpuig, me temo que su hermano debido a los estudios realizados, se ha encontrado envuelto en una trama mucho más grande y peligrosa de lo que usted pueda imaginarse.

— No entiendo— Albert había unido muchos cabos y los resultados no eran nada buenos pero no esperaba que fueran tan graves. En el fondo de su corazón deseaba pensar que lo sucedido a Nico hubiese sido un error.

— Verá, hace cosa de un mes, Matías perdió a un miembro de su equipo y uno de sus mejores amigos, que estaba detrás de las pistas de la empresa que usted denunció. Gómez fue enviado por Matías desde Colombia a la Argentina para seguir las pistas que unieran ambos casos pero no pudimos hacer nada.

— ¿No pudieron hacer nada? A que se refiere.

— A mi amigo lo mataron de quince puñaladas, todas por la espalda. Tenía marcas de haber sido atado y golpeado por lo menos por más de seis sicarios. Él era de mis mejores hombres pero no tuvo ninguna oportunidad. Fueron a cazarlo y yo pienso cazarlos a ellos como las ratas que son.

— Comprendo— Albert calló en una silla desplomado por su propio peso. Sicarios, muerte, persecución, ratas esto era demasiado. ¿Qué se suponía que debía hacer? Nico estaba en serio peligro.