11

Laurent se detuvo delante de una casa de planta baja. Donaldson y Antoine intercambiaron sus miradas. El francés hizo señal de que entraran y al momento se vieron rodeados por varios hombres que los encañonaban con sus armas.

—Somos amigos —les dijo Laurent levantando sus manos en alto.

—¿Qué habéis venido a hacer aquí? —le preguntó un hombre alto cuya mirada podría helar la sangre a cualquiera.

—Hemos venido a ver a tu jefe —le dijo con un tono seco y frío.

—¿Para qué? ¿Qué queréis? ¿Más dinero?

—Lo cierto es que no me ha pagado. Pero eso lo dejaremos para más tarde. Mis amigos tienen intención de cruzar el cerco inglés. Necesitan información —le explicó señalando a Donaldson y los demás.

Los hombres los miraron con recelo en un primer momento al escuchar aquellas palabras y, pasados unos segundos, irrumpieron en carcajadas. Aquel gesto no le hizo la menor gracia a Valerie, quien miró a estos con furia.

—¡Estáis locos si creéis que podéis cruzar el bloqueo inglés!

—Llámanos como quieras, pero te apuesto diez monedas de plata a que mi nave lo logra —le aseguró Antoine mirándolo con ironía.

Por un momento los hombres permanecieron en silencio. El tono empleado por el desconocido parecía haberles convencido pese a todo. Ninguno se atrevió a contradecirlo, pero más porque se habían quedado contemplando a la muchacha que iba con él. Aquella situación se vio alterada por la voz dulce y musical de una mujer de cabellos color de la pólvora y ojos azules intensos como el mar, y que sería capaz de competir en belleza con la mismísima diosa Afrodita. Vestida con una camisa de hilo, chaleco y pantalones caminó con paso firme hacia ellos, mientras su mirada no se apartaba de Laurent, a quien ya conocía.

—Os presento a Leah Cameron —dijo este con cierto orgullo en el tono de su voz—. Es la encargada del contrabando en Moidart.

—¿La destinataria de vuestros cargamentos? —preguntó Antoine entornando la mirada hacia Laurent, quien se limitó a asentir.

—La misma. ¿Tú no la conocías?

—No. Mi contrabando iba destinado a otros como te comenté.

—No esperábamos que fueseis una mujer. Pero eso ahora es lo de menos. Decidnos, ¿cuál es la situación? —le preguntó Donaldson frunciendo el ceño.

—No nos han presentado —le dijo con un toque de provocación en su voz mientras no apartaba la mirada de él.

—Angus Donaldson, del clan Donaldson —respondió este muy resuelto mientras la mujer esbozaba una sonrisa de satisfacción y desviaba la mirada hacia Antoine.

—Capitán Antoine Lerroux —dijo este con una leve inclinación de cabeza y sin apartar la mirada de aquel par de ojos relucientes—. Él y otro escocés navegaron conmigo desde Le Havre hasta aquí hace algunas semanas.

Hubo un silencio comprometedor entre los allí reunidos hasta que Anne se dirigió a los recién llegados.

—¿He escuchado que queréis cruzar el cerco inglés? —preguntó Leah con inusitada expectación e ironía.

—Estamos dispuestos a ello. Para eso estamos aquí. Necesitamos conocer la situación del puerto. Laurent no ha dicho que vos la conocéis mejor que nadie —aclaró Donaldson encarándose con la mujer.

Leah Cameron sonrió de manera tímida sopesando aquellas palabras. Luego se encogió de hombros, como si diera a entender que no le importaba lo que pudieran hacer.

—Está bien. Os daré un detallado informe de cual es la situación.

Ella los condujo hasta su habitación privada, bastante austera en cuanto a decoración. Donaldson y los demás se sentaron en las sillas que había alrededor de una mesa, sobre la cual se extendía un mapa de Escocia. La mujer se alejó un instante y regresó con las copas y una botella de licor.

—Ya que estáis aquí, probad el licor de contrabando de Laurent —les dijo con deje burlón y una sonrisa enigmática—. Tengo preparado el dinero para que te lo lleves. Luego os lo daré. Pero dudo que podáis zarpar —Leah sonrió de manera enigmática. ¿Por qué se quedaba contemplándola fijamente, incluso por encima del vaso mientras se lo llevaba a los labios?

Todos bebieron sin dejar de mirarse entre ellos. Cuando hubieron apurado los tragos, Leah Cameron prosiguió. Apoyó las manos sobre la mesa mientras su mirada se posaba en el mapa de las islas británicas.

—La situación es muy simple —prosiguió lanzando alguna que otra mirada a Antoine—. No se puede romper el bloqueo de la marina inglesa. Las tropas de infantería llegarán de inmediato, según mis informadores. Al parecer os buscan aquí —asintió mirando a Donaldson el primero para después pasear la mirada por los demás.

Aquellas palabras no intimidaron a los presentes. E incluso Antoine se permitió la desfachatez de esbozar una sonrisa burlona, que captó la atención de Leah. Su mirada inquisidora no provocó en él su deseo de rebatirlo.

—Ese es otro asunto —terció Donaldson mientras centraba su atención en el mapa—. ¿Hay alguna forma de salir de la costa?

Leah lo contempló de hito en hito sin poder creer que hubiera escuchado bien. Por ello el tono lleno de sarcasmo empleado en su pregunta.

—¿Cómo habéis dicho? ¿Otra manera, lugar...? ¿Con los navíos ingleses apuntando hacia aquí?

—Pasaremos —dijo Antoine de manera tajante retándola con la mirada.

El silencio que precede a la tormenta se hizo en la vetusta habitación en la que permanecían reunidos. Intercambiaron miradas, pero sin pronunciar una sola palabra.

—Y... ¿puedo saber cómo lo haréis? —le preguntó con ironía.

—Decidme dónde se apostan las naves inglesas.

Leah Cameron entornó su mirada con cierto recelo mientras El francés aguardaba su explicación.

—Han llegado tres barcos pequeños a lo largo de los dos últimos días, que ocupan esta franja —le indicó señalando sobre el mapa el área donde se encontraban.

Todos la observaban con atención y en silencio mientras meditaba el plan de ataque.

—¿Cuál es su punto más débil?

Leah Cameron arqueó sus cejas con relativa sorpresa y sin poder creer que él tuviera la solución al asedio. Aunque no podía negar que si conseguía abrir una brecha en el cerco del rey, sus posibilidades de vencer podrían aumentar, ya que facilitarían la llegada de los ingleses en su defensa.

—Aquí —le dijo señalando con su dedo una estrecha franja de agua—. Los navíos que se apuestan aquí poseen menos cañones. ¿Qué estáis pensando?

—Fabricaremos un brulote.

—¿Para lanzarlo contra estas naves? —le preguntó perpleja mientras entrecerraba sus ojos.

—Nada más lejos de la realidad.

—¿No? Entonces...

—Mi navío pasará entre ambos. El brulote servirá para despistar al resto de la flota. Para cuando quieran darse cuenta nos habremos abierto paso.

—Es una locura —le rebatió sacudiendo la mano delante de él como si no le concediera importancia. Entrecerró sus ojos y los clavó en ella sin poder creer que estuviera hablando en serio—. ¿Arriesgaréis la vida de civiles?

—Ellos son cuenta mía —intervino Donaldson captando la atención de Leah—. Conozco a Antoine desde hace años. He navegado con él y sé de lo que es capaz y de lo que no.

Leah Cameron frunció sus labios y asintió con los ojos entrecerrados.

—Habéis sido corsarios.

—Al servicio del rey de Francia —añadió Donaldson.

Ella esbozó una tímida sonrisa.

—Uuuummm. Apuesto a que tenéis mucho interés en cierta joven que os acompaña —le insinuó sin apartar la mirada de él.

—Tanto ella como en su clan —corroboró con determinación Donaldson mientras intentaba averiguar qué se escondía detrás de sus ojos.

—Como prefiráis —dijo encogiéndose de hombros—. Aunque debo deciros que me haríais un gran favor si lográis pasar y hundir unos cuantos navíos ingleses.

—¿Interceden en vuestros negocios?

—Lo suficiente para perder dinero. Y ya perdí bastante con la rebelión pasada —le respondió con un tono arisco al tiempo que sus ojos relampagueaban.

—¿Para qué?

—Para...

—¡Leah! —Las voces del hombre llamándola alertaron a los allí presentes.

—¿Qué sucede? —le preguntó la mujer revolviéndose hacia él.

—Han llegado los ingleses. Están cercando la localidad.

—¿Cómo dices? ¿Los ingleses aquí ya? ¿En Moidart? —inquirió nerviosa mientras su ceja derecha se arqueaba con expectación.

—Sí, mi señora.

—¿Sabéis quién los manda?

—El teniente Blenheim —respondió el hombre de manera resuelta.

Al escuchar su nombre Donaldson sintió que el estómago se le revolvía. Los allí presentes, a excepción de Leah, no eran ajenos a la relación de Donaldson y el teniente. Todas las miradas se concentraron en este, incluida la de la hermosa contrabandista, quien ahora lo miraba contrariada.

—Por vuestra manera de comportaros, deduzco que lo conocéis. ¿Me equivoco?

—Así es. Tenemos un asunto pendiente.

—Según las noticias que han llegado de Fort William, os habéis rebelado contra el rey y le habéis quitado la prometida a ese teniente, ¿no es cierto? —le preguntó entornando la mirada con curiosidad.

—Veo que las noticas corren veloces en estas tierras.

—Celebro que haya alguien dispuesto a luchar contra el rey Guillermo. Después de la muerte de Graham de Claverhouse, ningún patriota escocés se ha atrevido a semejante acto. Debe merecer mucho la pena la hija de Glengarry para que hayáis hecho algo así —le comentó Leah mientras sus ojos emitían destellos de admiración por Angus—. Tal vez deberíais ir a su lado. Supongo que si la cosa se complica, ella os lo agradecerá.

Donaldson asintió y abandonó la habitación sin pronunciar una sola palabra. La presencia del teniente en Moidart complicaba más la situación, pero también le permitiría ajustar cuentas con él de una vez. Leah contempló a Angus alejarse. Luego miró fijamente a Antoine y a Valerie.

—Partiremos cuanto antes. Ve con ellos. —fue lo único que dijo él antes de ver abandonar la habitación a su hermana junto a Donaldson—. Tengo que resolver el asunto del dinero.

Laurent asintió con una sonrisa.

—Entiéndete con ella.

—Descuida. No pienso salir de aquí sin mi dinero.

Antoine permaneció en un rincón contemplando el rostro de Leah y cómo este se contraía. La observó con detenimiento durante algunos instantes en los que ella ni siquiera se percató de su presencia. Tenía el aspecto de ser una mujer aguerrida y decidida a la que todos obedecían sin contradecir. De exquisitos modales, que quedaban patentes a la hora de sostener la copa en sus manos y beber. Su manera de mirar era la de alguien que estaba acostumbrada a mandar y a que los demás la obedecieran. Su forma de moverse era elegante, como si hubiera recibido una educación formal para hacerlo. Sí, uno podría pensar que ella no pertenecía a este mundo de contrabandistas. Que tal vez no encajaba en aquel marco en el que parecía que la hubieran incrustado a la fuerza. No. Ella pertenecía a otro tiempo. A otro lugar. Se la imaginó bailando en los palacios reales. Siendo la comidilla de mujeres y hombres debido a su belleza. Se la imaginó enfundada en seda en tonos claros en contraste con sus cabellos oscuros. Apenas si podía vislumbrar un resquicio de su piel, pero la imaginó igualmente hermosa, dulce y cremosa como la miel. Sus ojos habían relampagueado de furia en varios momentos, apostaría a que también podían hacerlo de pasión, si un hombre la besara y la acariciara con devoción. Su nariz era fina y de buen trazo. Sus labios eran sonrosados, y en las pocas ocasiones que la había visto sonreír se le formaban sendos hoyuelos en las comisuras. Llevaba tiempo llevando cargamentos de armas, coñac o incluso whisky, dado que su producción era escasa en las Tierras Altas y nunca había escuchado hablar de ella. ¿Quién era? Tal vez debería preguntarle a su amigo Lauren acerca de sus tratos.

—¿Qué haces ahí todavía?

La pregunta no le afectó. Él seguía perdido en sus pensamientos que tenían como principal objetivo ella. Por ese motivo él no se inmutó. No, hasta que ella volvió a dirigirse a él.

—¿Me habéis escuchado? ¿Qué esperáis?

—Disculpad estaba en otra parte —le dijo caminando en dirección a ella—. Espero que me paguéis.

Se habían quedado solos. Antoine rodeó la mesa hasta quedar a escasos centímetros de ella, quien seguía con la atención fija en el mapa y ajena a la cercanía de él. Tal vez él no debería aventurarse en aquella locura que se le estaba pasando por la cabeza. En aquel momento...

Ella se apartó un momento de la mesa para coger una bolsa de cuero llena de monedas que dejó sobre la mesa.

—No sé los tratos que tenéis con Laurent, pero está todo lo acordado con él. Si es más, pedídselo a él.

Antoine esbozó una sonrisa cínica.

—Descuidad. Lo haré.

Leah entrecerró los ojos tratando de averiguar qué era lo que aquel francés se proponía.

—¿Alguna cosa más?

Lo que menos esperaba ella era encontrarse de repente con el rostro de él a escasos centímetros del suyo propio. Que sus ojos se quedaran fijos en ella con una mezcla de sorpresa y picardía. Aquel gesto la sobrecogió en gran medida. No esperaba que él se comportara de esa manera.

—¿Cómo es posible que lleve tiempo haciendo contrabando en Moidart y no haya oído hablar de vos? Porque sin duda que una mujer así... —dejó que su mirada la recorriera de cuerpo entero como si la estuviera acariciando—... no suele pasar desapercibida en un pueblo como este.

—Tal vez porque no habéis indagado cuántas personas nos dedicamos al contrabando. Así de sencillo. Si no tenéis nada más que decirme o...

Antes de que pudiera decir algo, el brazo de Antoine la rodeaba por la cintura para atraerla contra su cuerpo.

—Podrías deciros y haceros muchas cosas, cherie.

—Os advierto que estáis cruzando una línea peligrosa —el tono de ella era suave, a pesar de que quería mostrarse fría. Le había sorprendido y gustado el ímpetu y la determinación de aquel francés.

—Creo que merece la pena correr un peligro si es por vos.

Antoine se pegó a ella para besarla sin que ella lo esperara. Le extrañó que ella no se resistiera en un principio. Sin duda que la sorpresa la había cogido con la guardia baja. Tras un ligero desconcierto por su parte, de repente notó cómo sus labios y su boca eran asaltados de aquella forma tan inesperada, se encontró devolviendo el beso con el mismo ardor que el que mostraba él. Pero, tras unos segundos en los que se entregó a la vorágine del deseo, Leah Cameron, pareció despertar y separarse para quedarse mirándolo antes de abofetearlo. Su mirada se volvió hielo y el rictus de su rostro se contrajo preso de la ira que sentía en esos momentos.

—¿Por qué lo has hecho? ¿En alguna ocasión te he otorgado licencia para hacerlo? —le preguntó mientras parecía que fuera a abalanzarse sobre él y despedazarlo.

Antoine la contempló mientras se embriagaba de todo su ser. Adoraba su manera de comportarse. Le gustaba que ella fuera arisca y rebelde como en ese momento. Pero también que se entregara como cuando gimió y correspondió su beso. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto con una mujer en sus brazos. Y eso que solo se había tratado de un simple beso. Más le convendría no imaginársela en otras situaciones. Antoine no había podido resistirse a su belleza desde que la vio esa noche. E incluso la imaginaba a su lado en la cama. Desnudos. Piel contra piel. Acariciándose. Dejando un reguero de besos por toda ella. Y esa noche...

—¡Marchaos! —le gritó señalando la puerta con su brazo extendido mientras su interior permanecía agitado.

—Como gustéis —le dijo haciendo una leve inclinación de cabeza en señal de respeto. El que le había faltado cuando la besó con aquel gesto tan devastador. Recogió la bolsa de monedas.

Leah lo vio avanzar con paso lento y cansino sin apartar su mirada de ella. Y solo cuando llegó al umbral se volvió por última vez. Ella le sostuvo su mirada sin echarse atrás en ningún momento. No era una mujer que lo hubiera hecho antes y no iba a hacerlo ahora. Toda su vida había sido una continua lucha; de manera que estaba más que acostumbrada a ello.

Antoine cerró la puerta tras de sí, pero no abandonó su descabellada idea. Los hombres estaban reunidos afuera y uno de ellos se acercó hasta él.

—¡Parece ser que la gata tiene las garras afiladas!, ¿eh, francés? —le dijo entre risas al tiempo que lo palmeaba en el hombro.

Antoine lo miró y con un tono mezcla de chanza y de hablar en serio le dijo:

—No te preocupes por eso, amigo. Llegará el día que me llame amor mío.

Con este comentario se marchó para buscar a su hermana y a los demás. Se divertiría para olvidar el mal sabor de boca que le había dejado la escena, cuando ella le cruzó el rostro con su mano. Ya que no podía decir lo mismo de los labios de ella, le habían parecido suaves, delicados y dulces como el buen coñac que él también suministraba.

Leah trataba de verter el licor en una copa, mientras sus manos temblaban. Luego, la vació de un solo trago. El ardor del calor descendió como un reguero de fuego hasta asentarse en su estómago y mitigar el estado de nervios en el que aquel maldito francés la había dejado. Cerró los ojos y apoyó las manos sobre la mesa para intentar por todos medios refrenar a su embravecido corazón, que amenazaba con salir por su garganta. ¿Quién se creía que era para tratarla como si fuera de su propiedad? ¿Y qué diablos había sucedido para que ella le devolviera el beso aferrándose a su cuerpo como si fuera su tabla de salvación? No podía dar pie a romances, ni especulaciones sobre ella. Se había refugiado en Moidart sabiendo que la justicia inglesa la buscaba por haber participado en la rebelión jacobita. Y lo que menos necesitaba era un romance con un aventurero francés.

Donaldson regresó solo al castillo donde lo aguardaban algunos miembros del clan McDonald de Glengarry. Darien permanecía ausente pensando en su regreso y en que trajera buenas noticias. Estaba tan ensimismada en este, que no oyó como la puerta se abría iluminando la estancia. De pronto volvió la mirada hacia aquel haz de luz y percibió la silueta recortada de él. Sintió que su pecho se agitaba entusiasmado por su regreso. ¡Lo había echado tanto de menos, que no pudo resistirse a salir en su busca para abrazarlo! Donaldson sonrió ante este gesto mientras la estrechaba entre sus brazos con una mezcla de fuerza y protección a partes iguales. Le besó los cabellos, los párpados, la punta de la nariz provocándole un leve cosquilleo, y finalmente en los labios, en los que se detuvo más tiempo para degustarlos con paciencia. Dejó que ella explorara el interior de su boca y que profundizara en el beso hasta hacerle perder el sentido. Sus manos recorrieron su espalda y descendieron hasta quedarse en su cintura. Darien se apartó para contemplar el rostro de su amante a la luz de luna. Percibió un brillo deslumbrante en su mirada y una mueca de preocupación.

—He temido por ti. Dicen que los sassenach están en Moidart y que el puerto está bloqueado —le dijo mientras fruncía el ceño preocupada por la situación que se presentaba ante ellos.

—Es cierto —comenzó diciendo Donaldson mientras le acariciaba las manos, y su mirada se posaba sobre estas—. No será fácil abandonar este lugar.

Había un toque de amargura y desaliento en la voz de Angus que sobrecogió de manera inesperada a Darien.

—Pero, entonces...

El tono de ella conmovió a Donaldson, quien al momento volvió a mirarla y a sonreír. Volvió a convertir su mundo en un lugar perfecto para ellos dos.

—Conseguiremos salir. No te preocupes. Conozco a Antoine y a su hermana. Sé de lo que son capaces —le dijo con un tono que pareció tranquilizar el desbocado corazón de Darien.

—No permitas que el teniente vuelva a llevarme con él. Y llegado el caso si...

—Shhhhh. No pienso volver a separarme de ti. Ni una guerra, ni un rey, ni mucho menos un teniente inglés —le aseguró sonriendo ante esa perspectiva.

Donaldson la separó de él para que sus miradas se encontraran una vez más. Y él pudiera percibir que la de ella se había tornado vidriosa. Tomó su rostro entre sus manos para atraerlo hacia el suyo y poderla besar de nuevo. Rozó de forma leve sus labios, con suavidad, con ternura mientras cerraba sus ojos y evocaba lejanos lugares en los que solo estaban ellos dos. Lugares en los que ningún mal podría alcanzarla. Nunca. Jamás, mientras estuviera con él. Sacrificaría su propia vida por ella llegado el caso. Pero nada ni nadie haría que volviera a separarse de ella.

—No habrá una segunda separación, Darien —le susurró mientras ella lo miraba con la certeza de que así sería—. Nunca.

—No soportaría perderte.

—No hay razón para hacerlo. No romperé el juramento que hicimos siendo unos chiquillos.

El recuerdo de días pasados llenó la mente de Darien provocándole la risa.

—¿Crees que aquellos días de felicidad podrán regresar después de todo? —le preguntó algo angustiada porque él pensara que no sería así—. ¿Qué queda de ellos sino el dolor y la amargura de la guerra?

—No estés tan segura de ello. Esos días volvieron en el instante en el que vi en el refugio junto al arroyo. Aquel día supe que el destino me daba una segunda oportunidad que no iba a desaprovechar.

Él la cogió en brazos para devorar sus labios. La besó con frenesí y lujuria. Provocando en ella un incesante cosquilleo que iba ascendiendo en espiral desde las plantas de sus pies hasta su cabeza. Y solo cuando él se detuvo se dio cuenta de que estaba en el suelo de nuevo. Pero que aún él la mantenía suspendida en esa especie de hechizo que la descontrolaba por completo. Sí. Estaba completamente segura de que él había regresado. Que él era el mismo. Y que habría un mañana para ambos.

—Debemos reunir a los miembros del clan. Hay que preparar la manera de huir.

Aquellas palabras parecieron romper aquel momento tan especial, pero Darien comprendió su reacción. Había cosas más importantes que demostrarse su amor mutuo. Había que abandonar aquel polvorín cuanto antes.

El teniente Blenheim hizo una entrada exultante y prepotente en la calle principal de Moidart. Los pocos habitantes que todavía restaban en las calles lo observaban con el consabido recelo. Era la primera vez que los ingleses llegaban hasta allí. Y eso no deparaba nada bueno. El teniente se dirigió hacia el puerto en busca del oficial al mando. Blenheim se apeó del caballo y con un gesto de soberbia se acercó hasta él. El oficial lanzó una mirada de recelo al teniente cuando este se dirigió a él.

—¿Puedo saber por qué me miráis de esa manera? ¿Acaso no sabéis quién soy y de parte de quién vengo? —le preguntó con un tono hosco.

—No me han informado de...

—Vengo de parte de su majestad el rey Guillermo de Orange —le interrumpió bruscamente al tiempo que le extendía el papel firmado por este y que el capitán no dudó en revisar ante la insistente mirada del teniente.

Una vez que hubo comprobado el documento lo miró aguardando su siguiente reproche.

—Convendréis conmigo en que no podemos dilatar por más tiempo la situación en este lugar —comenzó diciendo mientras se pavoneaba delante de los allí reunidos, con las manos a la espalda—. Es una vergüenza que un puñado de contrabandistas y rebeldes leales al Estuardo tenga en jaque al ejército del rey.

La dureza empleada con sus palabras provocó cierto sonrojo en el capitán, quien al parecer era señalado como el blanco de sus iras.

—Debo disentir en vuestra opinión —Se aventuró a decir el oficial midiendo las palabras, pero no las posibles consecuencias de su interrupción.

El teniente formó un arco con su ceja derecha mientras fruncía sus labios en un claro síntoma de desagrado.

—¿Me estáis diciendo que los soldados del rey acaso no están lo suficientemente preparados para doblegar a un grupo de contrabandistas? ¡Derrotamos a los ejércitos de Jacobo Estuardo y acabamos con Grahamme de Claverhouse! —le recodó sin poder ocultar su sorpresa por aquel comentario.

El tono de soberbia era nítido. El teniente se estaba burlando del capitán, y no le importaba lo más mínimo si tenía que apartarlo del servicio.

—No es eso señor teniente.

—¡¿Entonces?!

—Los ciudadanos de Moidart, en su mayoría dedicados al contrabando, están apoyados por algunos clanes leales a Jacobo Estuardo. No es sencillo acabar con ellos. Ya os aviso.

Durante unos breves instantes reinó el silencio en la sala. Todos miraban impertérritos al teniente, y esperaban su reacción ante aquella información. Por otra parte, la mayoría estaban seguros de que el teniente desconocía la situación de aquella zona de las Tierras Altas.

—No he venido hasta aquí para irme con las manos vacías. ¿Y el puerto? Supongo que ningún navío puede entrar o salir.

—Así es. Pero hay un barco de gran tamaño anclado a varias millas mar adentro. Podéis verlo desde aquí.

—¿Qué barco?

El oficial le entregó un catalejo al teniente Blenheim quien dirigió su atención hacia lo lejos donde los tres mástiles se alzaban en mitad de la oscuridad de la noche.

—El capitán Antoine Debí imaginarlo. ¡Qué agradable sorpresa! —murmuró deseando volver a cruzar su espada con él. Si su navío permanecía anclado a escasas millas de Moidart, eso quería decir que el capitán y todos los demás estaban allí; incluido Donaldson y su amiga.

Todo el mundo dormía con un ojo abierto por si las complicaciones se presentaban. Donaldson se había deslizado fuera de la cama abrumado por las preocupaciones, que la situación conllevaba. Se quedó quieto mirando como dormía Darien, ajena a cualquier peligro. Su respiración era relajada. Una parte de sus pechos asomaban por el escote de su camisola subiendo y bajando. Sintió deseos de cubrirlas de besos una vez más como había hecho momentos antes cuando ambos habían dejado liberar su pasión. Pero comprendió su atención debería estar ahora con el resto.

Caminó hacia la puerta mientras por el camino terminaba de abotonarse su camisa y ajustarse el kilt. Se calzó y salió de la habitación. El pasillo estaba iluminado por varías lámparas de aceite y velas que arrojaban su mortecina luz. El corredor parecía desangelado, frío y húmedo en comparación con el calor que había dejado en el interior de la cama. Se dirigió hacia el exterior de la casa para respirar aire y comprobar que todo estuviera en orden. El hogar permanecía encendido con una gran fogata que servía para calentar la estancia. Los hombres dormían apilados contra la pared, o sobre sus jergones de paja. Otros se había arropado con sus mantas para guarecerse del frío de la noche. Donaldson los observó durante unos instantes preocupado por el discurrir de los acontecimientos ahora que los casacas rojas estaban en Moidart. De seguro que se establecería alguna escaramuza. Distinguió dos siluetas a escasos pasos de él. Charlaban amistosamente mientras compartían una botella de vino. Payne y Laurent. Donaldson se acercó hasta ellos mientras sus pasos sonaban sobre las losas del salón.

—¿Tampoco puedes dormir? —le preguntó Antoine tendiéndole la botella para que bebiera.

Donaldson inspiró hondo antes de aceptar el trago. Bebió con el fin de tratar de calmar su ansiedad por la situación. Cuando hubo saciado su sed le pasó la botella a Laurent.

—¿Qué hacéis aquí?

—Lo encontré vagando por aquí y le invité a venir a tomar un trago a este castillo, ¿verdad? —le preguntó Antoine a este haciéndole un gesto con la cabeza.

Este bebía en esos momentos, y no pudo responder. Donaldson esbozó una sonrisa irónica por aquel comentario.

—En serio, ¿crees que el teniente atacará? —le preguntó Donaldson ahora con un toque de seriedad y preocupación en su voz y en su rostro.

—Dependerá de las ansias que tenga por recuperar a su prometida —le respondió con un toque enigmático Antoine, escrutando el rostro de su amigo, quien se mostraba contrariado.

—Estamos contigo —intervino Laurent—. Pero lo que él dice es verdad. No dudo que el teniente pondrá todo su empeño en limpiar Moidart de contrabandistas y jacobitas. Pero, por otra parte...

—Entonces, que venga. Lo esperaré gustoso —comentó Donaldson rechinando los dientes mientras sentía su sangre hervir en sus venas.

—¿Has pensado lo que vas a hacer cuando salgamos de aquí?

—Poner rumbo al continente y establecerme allí con Darien y sus padres —respondió muy seguro—. En Francia.

—¿Junto al rey?

—Dependerá de la situación. ¿Crees que Jacobo tratará de recuperar el trono?

—Pero eso podría suponer una nueva guerra... —comentó Laurent sorprendido porque pudiera volver a suceder.

—No lo descartes. Solo hace falta que alguien aquí en Escocia tenga el valor suficiente para izar su estandarte y reunir a los clanes —le confesó esperanzado Donaldson.

—¡Maldito sea el diablo! —exclamó Antoine mirando a su amigo con recelo por lo que acababa de decir—. Si eso llegara a suceder es mejor estar lejos de aquí. No puedo creer que sea cierto después del desastre sufrido. Dime que no es verdad. Que estoy equivocado. Anda vamos —le dijo mirándolo de soslayo.

—No puedo. Es la verdad. Podría llegar el día en el que Jacobo decidiera regresar. Yo por mi parte solo quiero una vida tranquila junto a Darien. Sin sobresaltos ni guerras. No puedo permitirme perderla una segunda vez —les confesó.

Laurent lo miró contrariado.

—Me he perdido algo. Un momento, ¿qué es eso de perderla una segunda vez?

Antoine miró a Laurent y sonrió.

—No conoce la verdadera historia. Cuéntale quién es ella, Donaldson.

—Darien y yo crecimos juntos. Nuestros clanes vivían uno al lado del otro. La guerra nos separó.

—No irás a decirme que se trata de un amor de adolescentes...

—Pues sí —le aseguró Donaldson mientras Laurent sacudía la cabeza, incrédulo ante aquellas palabras—. Disfrutábamos de los placeres de la vida juntos.

—¿De todos? —le preguntó entre risas.

—Hasta el día que estalló la guerra. Y tomé partido en el bando de los Estuardo. Perdimos. Jacobo huyó a Francia. Londres nombró a Guillermo de Orange y yo fui encarcelado —le respondió con la misma intención que él.

—¿Y ella?

—Darien permaneció junto a su clan, que acusó el hecho de ser partidarios de Jacobo.

—¿Y nunca supiste de ella?

—Escapamos de Brass Rock. Ewan y yo conseguimos embarcar al continente en el barco de Antoine. Navegamos con él y con Valerie. Llegaron noticias de que había muerto entre los fugados de la prisión. Al parecer los ingleses dieron con muchos de estos.

—¿Por qué no regresaste antes a por ella? A decirle que seguías vivo.

—Mi cabeza tenía un precio. Luchar bajo las banderas de los Estuardo era considerado una traición al actual rey. Si a ello le añadimos que me fugué de prisión y que después fui corsario al servicio del rey de Francia...

—También hay que señalar que disfrutabas de la vida que tenías en París —apuntó Antoine con sorna.

—¿Y nunca pensaste en ella? —preguntó Laurent cuya curiosidad iba en aumento.

—Muchas veces. Pero siempre me decía que tal vez no tenía sentido regresar y presentarme como si nada hubiera sucedido. Además, ella podía haberse casado y haber formado su propia familia, harta de esperarme —les dijo con cierta nostalgia y temor.

—Hasta que lo hiciste —señaló Laurent con gesto serio.

—Bueno, esa parte de la historia ya la conoces.

—¿Cómo supo que eras tú? —le preguntó intrigado Antoine.

Donaldson alzó la mano para que pudieran contemplar la cicatriz que surcaba la palma de esta.

—¿Qué significa? —preguntó Laurent encogiéndose de hombros.

—Cuando me marché a la guerra prometimos que pasara lo que pasara siempre estaríamos juntos. Esta cicatriz suponía que cada vez que la contempláramos sería porque pensábamos en el otro.

—¿Ella tiene una igual que tú?

—Exacto.

Laurent permaneció en silencio unos instantes pensando en todo aquello hasta que estalló en una carcajada sonora. Donaldson y Antoine lo contemplaron sin saber qué podía haberle causado tanta gracia. Cuando se recompuso los miró a ambos con gesto serio.

—Es la historia más increíble que he conocido. Y os puedo asegurar que he conocido unas cuantas en mis continuos viajes entre las islas y el continente —les dijo mirando a ambos mientras agitaba su mano en el aire como si apartara las moscas—. Pues ya puestos dejadme que os cuente lo que acabo de enterarme esta noche. Algo verdaderamente increíble —comenzó diciendo mientras apuntaba a Antoine con la botella.

—¿De qué te has enterado? —le preguntó este mientras seguía sonriendo.

—De cierto francés que ha besado a una jefa de contrabandistas aquí en Moidart —le dijo mirándolo fijamente.

Antoine se quedó mudo. Su expresión cambió al momento. Ya no reía. Hizo esfuerzos para deslizar el nudo que de pronto se le había formado en la garganta. Miró a Laurent tratando de ignorar su comentario. Y se apartó de él mientras desviaba la mirada hacia Donaldson, quien se mostraba contrariado por aquel comentario. Pero al observar la reacción de este intuyó lo que estaba sucediendo.

—Y que lo ha despedido de sus dependencias de no muy buenas maneras —dijo mirando a Donaldson mientras este sonreía burlón y hacía gestos con su cabeza en dirección a Antoine

—Con que Leah, ¿eh? —bromeó Donaldson sonriendo de manera irónica.

—Amigo, deja que te diga que tienes todo el derecho a intentar seducirla, pero...

—Alto, alto, Laurent —le interrumpió levantando la mano mientras se apartaba de él—. ¿Por qué piensas que soy yo, eh?

—Porque te conozco desde hace mucho tiempo y sé que eres lo bastante estúpido y estás lo bastante loco como para intentar seducir a una mujer como ella. Por otra parte, ninguno de sus hombres se atrevería dado su carácter; la respetan demasiado. Me fijé como la mirabas cuando estuvimos con ella. Por cierto, ¿te pagó lo que me debía?

—Pero... es... eso es... —balbuceó Antoine intentando ocultar lo evidente—. Sí, me dio el dinero. Cuenta saldada entre tú y yo.

—¿Vas a pedirle que se quede contigo? —le preguntó Donaldson seriamente.

Antoine resopló ante el peso de las pruebas en su contra. Estaba demasiado aturdido y confundido como para negarlo. ¿Por qué debía hacerlo? Inclinó la cabeza hacia delante y resopló mientras apoyaba sus manos sobre sus caderas. Luego comenzó a reírse.

—Está bien. Está bien —comenzó diciendo mientras levantaba la mirada hacia ambos—. Mea culpa.

—¿Qué dices? —le preguntó Laurent sonriendo burlón mientras fingía no haberlo escuchado.

—¿Qué quieres que diga? Que Leah Cameron es una mujer fascinante en muchos sentidos. Que me gustaría tenerla entre mis brazos y amarla toda una noche hasta que sol saliera.

—Laurent, creo que nuestro amigo está loco —apuntó Donaldson mirando a este.

—Imposilble —le dijo con ironía Laurent abriendo los ojos al máximo.

—Oh, venga ya. Yo no pienso hacer lo que has hecho tú con Darien. —le dijo mientras su dedo lo acusaba.

—Lo veremos.

—No me conoces —le dijo pavoneándose delante de él—. Es imposible. Yo zarpo para el continente en cuanto podamos.

—¿Y ella? ¿Por qué no la invitas a seguirte? —preguntó Laurent.

—Porque no se me ha pasado por la cabeza. Y estoy seguro de que ella no querría. Por cierto, ¿de dónde ha salido? Me refiero a qué demonios hace al frente de una banda de contrabandistas —comentó mirando a Laurent.

—Nadie lo sabe. Pertenece al clan Cameron,

—Lucharon en favor de Jacobo —apuntó Donaldson—. Es posible que se haya refugiado en Moidart tras la derrota y posterior huida de Jacobo a Francia.

El silencio que siguió a está afirmación tan contundente fue interrumpida por el sonido de detonaciones. Los tres hombres se sobresaltaron.

—Será mejor que dejemos esta conversación para más tarde —sugirió Antoine mientras salía al exterior del castillo.

El tronar de los cañones ingleses alteró la quietud de la noche dejando paso a un repentino clamor de voces, ruido de pasos y armas. Pocos segundos después del primer estallido, le siguieron el segundo y el tercero, que vieron como alcanzaban la taberna y la casa adyacente a esta.

—¡Hay que hacer algo o moriremos como ratas! ¡Están disparando desde los barcos que bloquean el puerto! —comentó tratando de hacerse oír por encima del ensordecedor clamor de las armas.

En un solo momento las descargas se sucedieron. Antoine vio a su hermana Valerie corriendo hacia la salida del castillo y en dirección a la ciudad.

—¿Qué demonios podemos hacer? Si siguen disparando acabarán dándonos —le indicó Antoine mientras contemplaba como la destrucción se cernía sobre las inmediaciones de Moidart—. ¡Leah! —murmuró de repente sintiendo que el estómago se le encogía al pensar que un disparo de la artillería pudiera alcanzarla.

El humo de la pólvora que ascendía hacia un cielo donde el día comenzaba a despuntar ocultó al grupo hasta llegar a un lugar seguro.

—Dime, ¿dónde están Darien y su familia? —le preguntó con urgencia Donaldson nada más ver a Elmore.

—Ewan conoce un camino seguro que bordea Moidart. No te preocupes por ella y sí por los ingleses —le dijo señalando el avance de las tropas del rey.

Donaldson se giró para centrar su atención en los soldados que avanzaban protegidos por el fuego de la artillería. Una fina lluvia de plomo los recibió en mitad de su camino conteniendo su avance por unos instantes. Sin embargo, el hecho de volver a recargar las armas propició que algunos pequeños grupos de atacantes penetraran en la ciudad.

—¡Maldición! —exclamó Laurent cuando vio el resultado del avance inglés—. No podremos contenerlos.

—Son demasiados —comentó Antoine apoyando su espalda en la pared para cargar su arma.

En ese momento su mirada se fijó en la figura de la mujer que desde hacía horas copaba sus pensamientos. Allí. De pie en mitad de la plaza intentando buscar un lugar para refugiarse. Por un momento Antoine sintió la necesidad de salir en pos de ella y pedirla que se cubriera, aunque lo reprendiera por sus actos. Resopló, contó hasta tres y salió corriendo de su por la puerta del castillo en dirección a Leah Cameron.

El teniente Blenheim parecía disfrutar con el desarrollo de la batalla pues veía que el fin de los jacobitas y contrabandistas ocultos en Moidart estaba cada vez más cerca. Había mandado alinear todas las piezas de artillería de las naves en dirección a la entrada de la ciudad y hacerla saltar por los aires. Y aunque los altos mandos habían mostrado su descuerdo ante esta medida, el teniente no solo no hizo caso de estos comentarios, sino que ordenó cargar contra la ciudad con toda la artillería.

—Por eso no habéis tomado la ciudad. Sois demasiado blandos —había dicho mientras contemplaba a los mandos del ejército con desprecio—. Ordenad a la infantería que prosiga con su avance, y cubrirla con el fuego de los cañones.

Aquella orden significaba un ataque frontal y directo que pronto dio sus frutos. Cuando se percató de que se había abierto una brecha en las defensas de la entrada de Moidart, se mostró complacido y sonriente.

—Ya falta poco para que nos encontremos, querida mía.

***

—Valerie, es mejor marcharnos. Todo está perdido —le dijo Donaldson cuando llegó junto a ella—. Nos arriesgaremos a romper el cerco de la marina inglesa.

La muchacha lo contempló con furia en su mirada al tiempo que cerraba sus manos en puños crispada por la situación. Nunca se había retirado, pero en aquel momento tal vez fuera lo mejor que podían hacer. Valerie asintió y comenzó a retirarse hacia el camino que bordeaba el pueblo y conducía a un extremo del puerto. Laurent y Donaldson la siguieron de cerca mientras seguían disparando hacia los soldados que se aventuraban a adentrarse en la ciudad.

Antoine se había acercado a Leah sin temor a que algún disparo lo alcanzara. Cuando llegó hasta ella, este la rodeó por la cintura con su brazo para apartarla del camino de una bala, ella se revolvió y casi estuvo a punto de matarlo. Más cuando descubrió que era él quien la había salvado pareció relajarse.

—¡Vámonos! No hay salida.

—¡No pienso abandonar la ciudad! ¡Ni mi cargamento! —le dijo con energía y desoyendo su consejo.

—No podemos hacer nada. Nos ganan en número y en artillería. ¿Acaso queréis morir aquí por una causa pérdida? —le preguntó sintiendo que la rabia crecía por momentos en su interior.

—Si tengo que hacerlo lo haré —le dijo volviendo a retarlo con su mirada.

Antoine sentía la obligación de no dejarla allí para que acabara sepultada bajo los escombros, o muerta por un disparo. Se acercó a ella y mirándola a los ojos volvió a rodearla por la cintura para atraerla hacia él. Leah sintió el empuje y la fuerza arrebatadora que desprendía Laurent, y no pudo resistirse.

—Pues yo no quiero que muráis —le dijo con una voz ronca que provocó un repentino pálpito en su interior de ella.

—Es mejor que me dejéis —le pidió sintiendo el corazón martilleando sus costillas de manera implacable intentando encontrar sentido a las palabras de él, y a su manera de mirarla.

—¡No! No pienso dejaros. ¡Al infierno con la carga de armas y licor! De manera que vos elegís. O venís conmigo por las buenas o por las malas —le dijo mirándola con pasión. Deseando fundirse en su mirada.

Leah respiraba de manera forzada sin estar segura de si era debido al humo de la pólvora, o a la cercanía del cuerpo de aquel maldito francés. Lo siguió contemplando mientras los ingleses tomaban la ciudad. Y de repente le hizo un gesto con el mentón para que corriera delante de ella. Antoine la tomó de la mano para conducirla a salvo, lejos del bombardeo al que lo estaban sometiendo las tropas del rey Guillermo. Sin embargo, la siguiente detonación hizo blanco cerca de ellos arrojándolos juntos sobre el suelo.

Cuando Valerie, Laurent y Donaldson llegaron al puerto, el Viscount Dundee estaba perfectamente aparejado y listo para salir a mar abierto. Todos eran conscientes del riesgo que iban a correr, y que tal vez no lo lograran. El brulote había sido preparado con tiempo y estaba listo para ser enviado hacia las naves inglesas como señuelo.

—¿Está listo? —preguntó Valerie a Duffnage.

—Hemos pertrechado la pólvora en una barquita de pescadores. No os preocupéis. Funcionará.

Donaldson buscó con la mirada a Darien quien, lo recibió con los brazos abiertos. Se fundieron en un caluroso y apasionado abrazo acompañado del beso más tierno y pasional que jamás se habían regalado. Donaldson la miró a los ojos, y acarició sus mejillas borrando los restos de pólvora y hollín que las teñían.

—Tenía tanto miedo de no volverte a ver —le dijo mientras apoyaba su cabeza en el pecho de Donaldson, y este la acariciaba con ternura.

—Te he prometido que nunca más me volvería a separar de ti. Y aún mantengo mi promesa —le confesó mientras enmarcaba el rostro de Darien entre sus manos y se inclinaba para dejar que sus labios se apoderaran de los de ella por un breve espacio de tiempo. Permanecieron ajenos a todo lo que sucedía a su alrededor.

Moidart no existía para ellos dos en esos momentos. Ni siquiera el estallido de las naves inglesas cuando el brulote chocó contra estas logró separarlos. Al contrario, Donaldson la abrazó con más fuerza para que nada malo le sucediera. La protegió contra su pecho mientras seguía embriagándose con su ternura, con su candidez, sabiendo que pasara lo que pasara siempre estarían juntos.

—¿Dónde está mi hermano? —preguntó Valerie buscándolo entre los tripulantes sin encontrarlo.

Donaldson y Darien se volvieron confiados en que, pasara lo que pasara, lograrían salir de allí. Se percataron de la presencia de una joven hermosa con los cabellos enredados y que los miraba con detenimiento. Donaldson se fijó en ella intentando reconocerla, pero no lo logró. Fue Darien quien lo hizo. Y lo que en un principio parecía felicidad y alegría por volver a verla, y comprobar que estaba a salvo, se transformó en pánico cuando se acercó a ella. En ese momento esgrimía una pistola con la que apuntaba a su corazón. Darien fijó su mirada en su rostro y vio el gesto maquiavélico de este y una sonrisa irónica. De manera pausada avanzó hacia Darien mientras seguía apuntándola. Donaldson se había quedado paralizado sin atreverse a moverse de su sitio por miedo a que la muchacha disparara contra Darien.

—¿Qué estás haciendo, Marie? —le preguntó contrariada por su comportamiento al tiempo que un sudor frío recorría por completo. Sus piernas parecían no tener las fuerzas necesarias para sostenerla en pie en esos momentos.

—Significa que ya es hora de que haga mi trabajo —le respondió con un toque de desprecio hacia ella—. Y vos no os mováis —le ordenó a Donaldson mientras desviaba su mirada hacia la de este— si no queréis seguir su camino; aunque también tengo orden de acabar con vos.

—¿Por qué? —le preguntó sobrecogida Darien.

Marie la contempló mientras Darien se mantenía firme y con la mirada desafiante ante aquella amenaza. Sabía que estaba en sus manos, al igual que Donaldson. Y ahora ella se jactaba de la superioridad de su posición. No podría impedir que la matara.

—Solo tenéis una bala... —le recordó Donaldson.

—Y dos candidatos. ¿Preferís cambiaros por ella? —le preguntó sin apartar la mirada de Darien.

—¿Por qué hacéis esto Marie? —le preguntó Darien con un tono de súplica intentando que la muchacha cambiara de parecer.

—Negocios. Me pagan una buena suma por él —dijo retándolo con la mirada.

Donaldson comprendió al momento la situación. Se trataba de eso. De él. De quien era en realidad.

—¿Os paga el cobarde del teniente Blenheim?

Marie comenzó a reírse de manera nerviosa hasta que desembocó en una carcajada.

—No es precisamente el teniente quien me paga, aunque admito que también está interesado en veros muerto.

—Entonces...

—Os estáis refiriendo a alguien de mayor rango... —comentó Darien mirando a la muchacha mientras su mente trabajaba a marchas forzadas. ¿Sería orden del Guillermo? No, el rey no se ensuciaría las manos con algo así. Tal vez se tratara de Breadalbane. Tras sus continuos fracasos para pacificar las Tierras Altas, había decidido tomar cartas en el asunto de una manera más concluyente.

Valerie contemplaba la escena a escasos pasos sin que ninguno de los tres se hubiera dado cuenta de su presencia. Ella misma apuntaba con su arma a Marie.

Donaldson vio como Marie accionaba el percutor de su arma y sonreía de manera maliciosa.

—Despediros.

—Ya entiendo... Es el conde de Breadalbane quien os paga. ¡Ese traidor! Quiere acabar con Donaldson para justificar ante el rey su fracaso a la hora de pacificar las Tierras Altas de Escocia —le comentó Darien con altivez y seguridad mientras entrecerraba los ojos desafiando a la muchacha.

—Poco o nada me importan los asuntos que tengan entre ellos. Yo me dedico a acatar las órdenes. Lo siento.

Fueron sus últimas palabras antes de se escuchara un fogonazo. Darien gritó al creer que Donaldson estaba herido, o muerto. Pero sus temores se disiparon como el humo de la pólvora, en cuanto vio como Donaldson permanecía de pie sin el menor rasguño. Por su parte, Marie caía como un saco mientras el arma se le escapaba de las manos rodando por el muelle. Donaldson y Darien permanecieron estupefactos durante unos instantes tratando de asimilar lo ocurrido. Una sonrisa de triunfo captó su atención. Allí. De pie. Erguida con orgullo se alzaba Valerie con la pistola humeante en su mano. Miró a Donaldson y sonrió mientras guiñaba el ojo.

—No me he jugado el cuello por ella para que ahora la pierdas, escocés. Démonos prisa si queremos llegar a mar abierto. ¿Has visto a Antoine?

—Pensaba que venía con nosotros —respondió Donaldson buscando a su amigo entre los presentes—. Lo último que sé es que salió en pos de Leah para salvarle la vida.

—¡Será estúpido! Conseguirá que lo maten después de todo. ¿Es que no puede dejar de pensar en una mujer en estos momentos?

—Es mejor que nos marchemos. No podemos esperar más tiempo —le dijo Trevelyan—. Además, vuestro hermano sabrá cómo apañárselas para salir de aquí.

Antoine se encontraba resguardado en un viejo caserón abandonado. Su espalda pegada a la pared observando por el hueco de una ventana el paso de los soldados ingleses. Cuando se cercioró de que no había peligro volvió a fijar su atención en la otra persona que había junto a él. Habían permanecido tumbados boca abajo durante bastante tiempo. El impacto de un proyectil a excasos metros de ellos los había arrojado sobre el suelo. Había sentido como las piedras y los guijarros se le clavaban en el cuerpo y laceraban su piel. Lo mismo podría decirse de su acompañante. Esta emitió un gruñido cuando se movió para cambiar de postura. Antoine la miró con preocupación. Se acercó a ella para contemplar una vez más el rostro de la mujer que durante las últimas semanas lo había perseguido en sueños. De día y de noche.

—Me he torcido el tobillo —le comentó con los dientes apretados para soportar el dolor.

Antoine comenzó a palparla con delicadeza para no provocarle más dolor del necesario. Aquellas caricias le causaron una extraña sensación en la mujer, cuya mirada pasó de su pierna a los ojos de él, quien a su vez la miraba con preocupación y calidez. Con sus cabellos sobre el rostro tiznado por la pólvora. Sus labios entre abiertos y sus dos hileras de dientes apretados entre si para soportar el suplicio, Antoine debía reconocer que nunca había contemplado tan fiera belleza.

—Tranquila. No es nada —le susurró con una voz tranquila que produjo un efecto balsámico en ella—. ¿Podéis caminar? —le preguntó ayudándola a incorporarse. Pasó el brazo alrededor de la cintura de ella y la pegó a su cuerpo—. Apoyaos en mí Debemos llegar al puerto cuanto antes.

—Eso si no lo han destruido. Pero... ¿dónde iremos?

—A mi casa en París.

—¿Tu casa? ¿En París? —le preguntó sobresaltada e intimidada por tan maña aventura.

—¿Preferís quedaros aquí hasta que los ingleses os hagan prisionera? —le preguntó con ironía mientras sus cejas se arqueaban.

La mirada de ella fue como el filo de una espada. Frío y cortante.

—No...

—Pues lleguemos hasta mi barco. Apuesto a que nos esperan —le urgió mirándola una vez más y dejando que ella se filtrara por cada uno de los poros de su piel.

Leah suspiró mirándolo de refilón y comprendiendo que él era su única alternativa para salir de allí, después de todo. No tenía otra opción que confiar en un contrabandista francés que hasta ese momento siempre había cumplido con sus peticiones. Confiar en el hombre que la había besado. A ella en un principio no le hacía gracia tener que confiar en él, dado que tendrían que pasar mucho tiempo juntos, lo cual podría ser un grave problema.