12

El teniente Blenheim caminaba henchido en su orgullo y su autoestima dado el resultado que sus maniobras habían alcanzado. Se paseaba fijando su atención en las docenas de heridos y prisioneros. Intentaba localizar a Darien o a Donaldson para que todo concluyera allí mismo. Pero no fue posible. Su dicha por haber tomado la ciudad comenzó a transformarse en rabia y enfado cuando descubrió que se habían embarcado y que la nave estaba abandonando el puerto.

—¿Cómo es posible? —preguntó a los presentes mientras el tono de su voz se asemejaba al trueno. Su rostro se volvió encarnado debido a la ira del momento. Buscó con la mirada al oficial al mando de la flota, y tras hallarlo se encaró con él—. ¿Por qué se le ha permitido abandonar el puerto?

—Veréis... lograron burlar la vigilancia enviando una barca de pesca cargada de explosivos, y...

—¿Cuál es el mejor navío del que disponemos? —le preguntó mientras lo sujetaba por la pechera y acercaba su rostro hasta el del oficial.

—El rey William.

—Llevadme a bordo —ordenó de manera tajante el teniente mientras emprendía el camino hacia el puerto.

En el camarote del Viscount Dundee Valerie daba las órdenes oportunas para tratar de burlar la vigilancia inglesa, dado que su hermano no había llegado a tiempo.

Monsieur Duffnage, enarbole el pabellón de la casa real de Inglaterra.

—¿Crees que conseguirás engañarlos con ese truco tan infantil? —le preguntó Donaldson.

—Algo debemos hacer. Monsieur Trevelyan, que todos los hombres a cubierta. Y quiero todas las piezas listas para ser disparadas en cualquier momento.

—¿Las de las cubiertas inferiores también?

—Cuando digo todas, son todas. Y no olvidéis obsequiar con un barril de ron a quien haga blanco —le recordó entre risas.

—¿Qué sugieres para la familia de Darien? —le preguntó Donaldson mirando a Valerie y luego a los padres y al hermano de ella.

Esta los miró e inspiró profundamente antes de hablarles.

—Me gustaría decirles que no corren ningún peligro, y que todo va a salir bien, pero no puedo hacerlo —le dijo con el gesto turbado—. Tú mejor que nadie lo sabes. Has estado en algún que otro combate en el mar.

—Ya habéis hecho bastante por nosotros —le dijo el Fraser McDonald de Glengarry.

—Y aún puede hacerse más. Salir de aquí a mar abierto. Permaneced en mi camarote hasta que Donaldson venga a sacaros de él. Vayamos a cubierta —le pidió a Laurent con un tono tajante, ya que no era momento de pensar en su hermano.

Donaldson se quedó junto a Darien y su familia. La muchacha lo miraba angustiada por el devenir de los acontecimientos. Tenía miedo de que no salieran con vida. Donaldson lo vio en sus ojos. En sus gestos con sus manos.

—No te preocupes. Valerie sabe lo que hace —le dijo con un tono tierno mientras acariciaba su mejilla.

—¿Qué haremos nosotros? —le preguntó Fraser—. ¿Dónde iremos? ¿De qué viviremos?

—Marcharemos a Francia y empezaremos de nuevo. Aquí todo está perdido mientras reine Guillermo.

—¿Dejar las Tierras Altas? —le preguntó sorprendido por esta decisión.

—¿Qué otra solución nos resta por ahora? Podremos volver cuando Jacobo regrese a tu tierra y reclame el trono. Hasta entonces es mejor mantenerse alejado de Escocia. No olvides que somos jacobitas. Traidores al actual monarca —le dijo con toda sinceridad mientras apoyada su mano sobre el hombro del que durante años había sido el mejor amigo de su padre.

En la cubierta de la nave, cada uno de los hombres de Valerie se entregaba a su tarea. Sabían perfectamente lo que debían hacer, y cómo hacerlo. O’Grady, el irlandés jefe de artilleros, tenía todas las piezas listas para dispararlas a una orden de su capitán Desvió la mirada hacia ella esperando el momento. Valerie, quien se había situado en mitad de la cubierta, daba órdenes a unos y a otros mientras el barco conseguía deslizarse lentamente sobre las aguas. A escasas millas se percibían los restos de los dos buques ingleses que habían sido hundidos por medio del brulote. Las llamas y el humo se elevaban hacia un cielo que comenzaba a teñirse de negro.

El Viscount Dundee navegaba a media vela para no despertar las sospechas de los demás navíos. El pabellón del rey inglés hondeaba en lo más alto del palo mayor. Todos se mantenían expectantes ante el desarrollo de las hostilidades. Valerie se aferraba a la empuñadura de su espada, mientras, a su lado, Laurent oteaba el horizonte, y de vez en cuando lanzaba furtivas miradas hacia ella.

En ese instante Donaldson subió a cubierta para conocer de primera mano el devenir de la situación.

—¿Creéis que pasaremos? —les preguntó nervioso por la situación.

—Pasaremos. O nos abriremos paso a cañonazos —le dijo muy segura Valerie mientras su mirada relampagueaba.

Aquella determinación no sorprendió a ninguno de los dos hombres, pero arrojó cierta intranquilidad sobre Donaldson. Sabía que en aquellos momentos la cubierta de la nave podría ser el lugar más peligroso sobre el que estar. Temía por Darien y por su familia. Y aunque confiaba ciegamente en Valerie, no podía evitar sentir escalofríos al pensar que todo podría venirse abajo con un acertado disparo de cañón. En un momento toda su vida pasó por su mente, y rememoró los recuerdos de días pasados felices junto a Darien. Creía que aquellos felices días podían regresar. Y que podrían continuar su historia. Y ahora... ¡Maldición! No iba a permitir que el destino volviera a separarlos, y mucho menos que acabara ganando. Estaba dispuesto a vender su alma al diablo con tal de que él pudiera tener solo un día de felicidad junto a ella. Solos. Lejos de todos los problemas. Apartados de las guerras y de los entresijos palaciegos. Sus pensamientos se vieron interrumpidos por el estallido de las baterías de un navío.

—Nos han descubierto. Nos hacen señales para no seguir y regresar al puerto. A estas horas Blenheim ya debe saber que nos hemos escapado y habrá ordenado hacer las señales oportunas par ano dejarnos pasar —comentó Valerie ofuscada por aquel hecho—. No nos queda otra que defendernos —dijo mirando a Donaldson.

—Entonces, que Dios nos proteja —le comentó este.

Valerie se volvió hacia O’Grady con un centelleo en sus ojos que hacía presagiar el desenlace.

—¡¿A qué estáis esperando?! ¡Vamos, irlandés, demuéstrales cómo nos las gastamos! ¡Dios y San Andrés con los Estuardo! —gritó a pleno pulmón mientras sus seguidores, que se encontraban entre la tripulación, la jaleaban.

O’Grady sonrió complacido. Y dio orden de prender las mechas de las baterías de ambas cubiertas. El estruendo que produjeron las veinte bocas de hierro fue semejante al sonido de las puertas del infierno al cerrarse. El Viscount Dundee zozobró por unos breves instantes debido a las descargas efectuadas y ello se dejó notar en el camarote donde se encontraba Darien y su familia. La sacudida los sorprendió desprevenidos, y hubieron de agarrarse donde pudieron. Su madre se vio arrojada contra la cama, mientras su padre y su hermano caían al suelo y rodaban por este. Por su parte Darien se aferró a la mesa, pero el ímpetu de los disparos la hizo sentarse en la silla de Valerie. Por unos segundos se escucharon voces y chillidos en el camarote, y cuando todo hubo pasado los cuatro miembros de la familia se miraron entre ellos para comprobar que no habían sufrido ningún rasguño.

—¿Os encontráis bien? —les preguntó Fraser mirándolos atónito por la zozobra de la nave.

Todos asintieron una vez que el susto se hubo marchado de sus respectivos cuerpos. El tronar de las baterías enemigas se escuchaba a escasas millas, y se dejó sentir de nuevo sobre la nave. En esta ocasión el movimiento fue más violento, ya que alcanzó el balconcillo que había en la parte posterior de la nave, y que formaba parte del camarote de Valerie se hizo astillas, al igual que los cristales de sus ventanas.

—¡Cubríos! —dijo Darien mientras se arrojaba debajo de la mesa para protegerse de la fina lluvia de cristales que se incrustaron en la madera del suelo. Sintió que el corazón le latía a mil por hora, como si quisiera salírsele por la boca. El estado de agitación en el que se encontraba era considerable, ya que la situación no era nada halagüeña. Pero algo en su interior le decía que confiara en Donaldson. El intercambio de salvas se prolongó durante algunos minutos más hasta que pareció que todo el peligro había pasado. Darien salió de debajo de la mesa en un intento de asomarse por la ventana.

—¿Dónde vas hija? —le preguntó su madre cuya cabeza asomaba ahora por debajo de la cama. Se había deslizado debajo de esta cuando vio la insistencia de los disparos de los franceses—. No te asomes o te volarán la cabeza.

Darien hizo oídos sordos ante aquella advertencia y de manera lenta asomó su rostro por el borde de la ventana para contemplar el paisaje dantesco que ofrecía las inmediaciones al puerto. Los restos de un navío inglés se hundían en el fondo del mar mientras los supervivientes saltaban al agua para evitar quemarse. No entendía si habían ganado o si todo había concluido. Pero, a juzgar por el silencio y la calma que se respiraba, así parecía. Lentamente se incorporó sin perder de vista la ventana y corrió hacia su madre.

—Creo que todo ha pasado —le dijo rodeándola por los hombros.

El teniente Blenheim observaba a través de su catalejo como los restos del navío inglés se hundían, mientras el Viscount Dundee permanecía con su lento viaje hacia mar abierto. Estaba algo maltrecho, sí, pero nada que los hombres a bordo suyo pudieran reparar en un par de horas. Apretó los dientes mientras cerraba con furia el catalejo.

—Maldito seas. Juró que acabaré contigo aunque sea lo último que haga en mi vida. Capitán, —gritó a quien era un hombre alto y espigado con una cicatriz en su frente. Su mirada de halcón se posó en el teniente aguardando pacientemente sus órdenes—. Quiero que hundáis ese navío —le dijo señalando al horizonte donde navegaba el navío de Valerie.

El capitán se fijó en el objetivo que el teniente le marcaba y se sorprendió bastante al comprobar que se trataba de un navío que navegaba bajo pabellón del rey de Inglaterra.

—Pero, ese navío pertenece a la escuadra del almirantazgo.

—¿De qué demonios me estáis hablando? —le preguntó el teniente furioso en esos momentos con el capitán.

—Vedlo vos mismo. Navega bajo pabellón inglés —le explicó mientras instaba al teniente a emplear el catalejo.

—Sé lo que veo, pero os aseguro que son piratas y contrabanditas leales a los Estuardo. Decid a vuestros hombres que disparen contra él u os haré colgar de una verga por insubordinación —le espetó mientras sus ojos enrojecidos se asemejaban a los del mismísimo diablo.

—Como ordenéis —murmuró el capitán con una leve inclinación de cabeza.

El teniente Blenheim se volvió hacia la borda para seguir vigilando los movimientos del Viscount Dundee. Sonrió de manera diabólica al imaginarse tomando posesión del navío y de sus ocupantes. En especial de una. Ya le había dado demasiados quebraderos de cabeza. Iba a acabar de una vez por todas con el problema.

Valerie conversaba con sus principales mandos mientras los hombres se entregaban con ahínco a las labores de acondicionamiento del navío. Lo peor aún no había llegado pues delante de ellos se encontraba un navío de tres puentes y sesenta cañones.

—Sin duda alguna que es un ejemplar digno de hundir —comentó Valerie observándolo a través de su catalejo. Se mostró gratamente sorprendida cuando divisó sobre su cubierta a alguien de gran interés para Donaldson—. Echad un vistazo a la cubierta.

Este tomó el catalejo y tras enfocarlo hacia el navío inglés sintió un latigazo de sorpresa al ver la estampa del teniente hablando con el que debía ser el capitán del navío.

—Nuestro viejo amigo Blenheim —comentó complacido por aquel descubrimiento—. Por fin podremos zanjar nuestra disputa.

—Apuesto a que sabe que estáis a bordo. Y si vos estáis eso significa que ella también. No tardará en venir por nosotros —le dijo Valerie—. Es mejor que pongas sobreaviso a Darien.

Donaldson asintió convencido de que Valerie tenía razón. Ardía en deseos de bajar a verla, pero durante el combate prefería permanecer al lado Valerie por si lo necesitaba. Sabía que se hacía la fuerte ante la ausencia de Antoine. Antes de que comenzara un nuevo enfrentamiento, y que no iba a ser tan sencillo como el anterior, se precipitó por las escaleras que conducían al camarote en el que se encontraban los miembros del clan McDonald de Glengarry. Abrió la puerta y nada más asomar el rostro sintió que unos brazos suaves y delicados lo rodeaban. Y que una cabellera de color castaño se abalanzaba sobre su pecho. Donaldson rodeó con sus brazos a Darien sintiendo que la había echado de menos y que había sufrido por ella mientras él combatía en cubierta. Sabía que una parte de él se encontraba en el camarote, y que aunque deseara hasta la extenuación ir tras ella su deber se lo impedía. Pero ahora, en esos minutos de tregua, estaba dispuesto a aprovecharlos al máximo. Tras dirigir una mirada a los demás miembros de la familia para comprobar que ninguno había sufrido el menor daño, se centró en ella. Tomó su rostro en sus manos para contemplar sus ojos brillantes por la emoción, y por las lágrimas que amenazaban con desbordarse de un momento a otro. Donaldson se inclinó para besarla de forma suave y delicada mientras ella lo abrazaba y cerraba los ojos para sentir más el beso.

—Tal vez deberíamos dejarlos a solas —dijo Fraser viendo que la pareja necesitaba unos minutos de intimidad.

Al escuchar el comentario de su padre Darien se sonrojó hasta que creyó que el rostro le iba a estallar.

—Os aconsejo que sigáis pertrechados aquí. Todavía no hemos conseguido salir a mar abierto —les aconsejó Donaldson antes de centrar su atención en Darien—. Dime, ¿estás bien? ¿No te han herido? —le preguntó mientras se apartaba de él para contemplarlo de cuerpo entero y comprobar, que en efecto estaba sano y salvo.

—Prometo dejarte que lo compruebes más tarde —le comentó con un toque lleno de picardía.

Darien sonrió burlona mientras sus mejillas se encendían por el rubor de su comentario. Donaldson extendió el brazo para que su mano le apartara varios mechones del rostro. Luego, las yemas de sus dedos acariciaron de manera pausada lo acariciaron perfilando los trazos del mismo, mientras ella lo miraba como si se encontrara en una especie de hechizo. Abrió los labios para decir algo, pero él los silenció con un beso que no tenía nada que ver con ninguno de los que le había dado. Este no estaba exento de pasión y de todo su amor. La rodeó con sus brazos para atraerla sobre su pecho y así poder profundizar aún más en el interior de su boca sintiendo su calor y la suavidad de su lengua. No quería que aquel beso concluyera y que él la retuviera entre sus brazos toda la eternidad. Pero el sonido de los cañones la despertó de su sueño de una manera poco considerada. Su mirada llevaba una mezcla de extrañeza y temor a partes iguales. Darien creía que todo había concluido y que el resto del viaje sería una travesía placentera. Pero cuando se fijó en el semblante serio de Donaldson supo que aún no estaban a salvo de manera definitiva. Darien lo interrogó con su mirada esperando que él se lo aclarara todo. Donaldson, por su parte, también se había olvidado de comunicarle el estado de la situación.

—El teniente nos ha descubierto y al parecer está dispuesto a presentar batalla —le dijo con una voz pausada mientras apoyaba su frente en la de Darien y cerraba los ojos—. ¿Por qué el destino es tan cruel? ¿Qué precio debo pagar por tu felicidad y la mía? —le preguntó en un susurro mientras Darien se estremecía al escuchar la voz ronca de Donaldson y su aliento golpearle en el rostro.

—Por muchas trabas que nos pongan saldremos adelante —le respondió ella tomando su rostro entre sus manos para mirarlo con cariño—. Siempre unidos, recuerda.

Un nuevo disparo de artillería hizo ponerlo en tensión. Lanzó una última mirada a Darien antes de despedirse de ella. Pero cuando se volvía hacia la puerta sintió cómo una delicada mano se posaba en su antebrazo obligándolo a volverse. Cuando lo hizo se encontró con aquella mirada empañada por las lágrimas.

—Te quiero, Donaldson —murmuró mientras el corazón le latía acelerado y casi podría confundirse con el sonido que producían los disparos de artillería.

Mo ghraid!—le susurró alejándose de ella y dejándola sumida en el temor de un nuevo combate.

—Muchacho, deja que te acompañe. Todavía ruge la sangre en este viejo jacobita como para llevarme por delante a unos cuantos sassenach —le dijo orgulloso de sí mismo.

—Lo sé, Fraser. Pero...

—Nada de pero —le interrumpió el viejo Fraser sacudiendo la cabeza—. ¡Dios y San Andrés con los Estuardo! Esa es nuestra proclama.

Donaldson no se vio capaz de negarle la oportunidad de combatir pese. Y menos cuando observaba las miradas de Darien y de su madre. Estaban orgullosas de Fraser. Era el jefe del clan y como tal debía seguir mostrando su autoridad y su protección hacia los demás miembros de este.

Donaldson subió a cubierta seguido de Fraser quien no vacilaba pese al estruendo de los cañones y el ajetreo sobre la cubierta del barco. Los hombres se daban prisa en recargar las piezas de artillería. El humo y el olor a pólvora impregnaban el ambiente que se asemejaba cada vez más al mismísimo infierno. Buscó y encontró a Valerie, quien ordenaba a los fusileros que se prestaran a disparar contra la cubierta del navío francés.

—¿Pensáis dejar que se acerquen? —le preguntó el viejo jefe cuando llegó al lado de la muchacha viendo que los hombres se centraban en cebar sus mosquetes.

—Estoy dispuesta a mandarlos a pique, pero no descarto abordar el navío y acabar con el teniente de una vez por todas —le informó tratando de hacerse oír por encima del ruido de las salvas de los cañones—. Pero ¿qué hacéis vos aquí? Deberíais estar con vuestra mujer e hija, Fraser.

—Nada de eso. El jefe del clan debe ser el primero en velar por la seguridad de su gente. Y eso es lo que he venido a hacer. De manera que dadme un arma y os enseñaré lo que puede hacer un viejo jacobita —le profirió con una sonrisa cínica.

Donaldson miró fijamente a Valerie y asintió.

—Hazle caso.

—Como gustéis —le aseguró haciéndole entrega de un mosquete que de inmediato cebó y preparó para ser disparado.

—El teniente es mío —le dijo Donaldson a la muchacha con una voz que helaría el infierno.

—Por su puesto.

El intercambio de disparos continuaba. Los hombres de Valerie ya habían acertado en el navío inglés inutilizando varias piezas de artillería e hicieron saltar por los aires parte de la borda. El trinquete también había desaparecido junto con parte de las velas, cabos y mástiles del paisaje del navío. Y, sobre la cubierta, el propio teniente se afanaba en transmitir las consiguientes órdenes para que desalojaran la cubierta de lo que no sirviera.

Valerie seguía ordenando disparar todas las baterías del costado del Viscount Dundee en un claro intento por enviar al fondo del mar el barco inglés. Por un momento, Payne se acercó hasta ella para saber de sus intenciones.

—¿Qué piensas hacer?

—Vamos a abordarlo. ¡Monsieur Duffnage! —gritó llamando a su segundo, quien al momento estaba junto a ella—. ¡Que los hombres tomen los arpeos y se preparen para abordar el navío inglés!

—Como ordenéis.

Los dos navíos estaban casi en línea, lo cual facilitaría el abordaje. Al ver las claras intenciones que llevaba Valerie, el teniente Blenheim palideció. Una cosa era batirse con la artillería y otra el cuerpo a cuerpo, donde seguramente los hombres del Viscount Dundee tuvieran ventaja. Por otra parte, estaba deseoso de ver a Donaldson para acabar con él. Y pronto se le presentaría la oportunidad. Cuando ambas naves chocaron entre sí para quedar juntas, el teniente vio como una horda de hombres se abalanzaban hacia él gracias a los cabos sueltos. Los primeros en poner un pie sobre la cubierta comenzaron a abrir brecha entre los ingleses. Donaldson buscó de manera incansable al teniente, a quien divisó en mitad de la cubierta con su espada en la mano, y dispuesto a defenderse. Se abrió paso hasta quedar frente a él, y nada más verlo frente a él el color de su rostro mudó. Por su parte Donaldson sonreía como si se tratase del diablo que venía a reclamar el pago de un alma.

—Es hora de que saldemos viejas cuentas, ¿no creéis? —le dijo mientras esgrimía el acero delante de él tocando con la punta de este la espada del teniente.

Blenheim detuvo el lance más por suerte que porque realmente tuviera conocimientos de esgrima. Dio unos pasos hacia atrás y a punto estuvo de trastabillarse y caer sobre el suelo. Sin embargo, reaccionó y consiguió aguantar el equilibrio. Luego cogió una soga que había recogida sobre el cabestrante y se la arrojó al rostro de Donaldson en un intento por detener su avance.

—Un oficial inglés empleando artimañas propias de un cobarde —exclamó Donaldson sorprendido por este hecho.

Volvió a lanzar su acero hacia el teniente, quien a duras penas volvió a detenerlo. Estaba asustado hasta cotas inimaginables. Sudaba copiosamente y sentía que el corazón iba a salírsele por la boca. El combate a bordo de la nave inglesa comenzaba a decantarse a favor de los hombres de Valerie, de manera que Donaldson decidió terminar el suyo en particular. Giró dos veces las muñecas para desarmar al teniente, haciéndolo retroceder hacia el palo mayor. Allí Blenheim sintió la punta de su espada sobre su pecho. Pensó que si respiraba un poco más fuerte él solo se atravesaría, así que trató por todos los medios de contener la respiración. Le bastaría un solo golpe de muñeca para dejarlo allí clavado. Su mirada reflejaba el miedo y la angustia de verse perdido. Laurent, Valerie y el viejo Fraser se habían acercado hasta el lugar haciendo un corro junto a los demás hombres. Los supervivientes estaban bajo la vigilancia de Trevelyan. Y toda la atención se centraba en aquella escena. Sin bajar la espada, Donaldson comenzó a hablarle al teniente.

—Bueno, ya está. Estáis a merced de un jacobita. De una leal seguidora de Jacobo Estuardo. ¿Qué se supone que debo hacer ahora? —le preguntó enarcando una ceja en clara señal de burla mientras aguardaba la respuesta de este.

—Fue el rey. Fue él quien me ordenó destruir Moidart y acabar con los contrabandistas —respondió temiendo respirar más fuerte de lo que el acero de Donaldson le permitía por el miedo a morir.

—¿Ahora os ocultáis detrás del rey para justificar vuestros actos? —le preguntó con burla Donaldson. Luego cambiando su tono hizo ademán de apretar la espada—. No me importa lo más mínimo quién os lo ordenara, el rey o Breadalbane, sino los abusos y humillaciones que causateis en las Tierras Altas.

—Cumplía órdenes —asintió tratando de que él lo creyera.

—Y luego lo de Darien —le recordó apretando los dientes, furioso por el trato recibido.

—El rey me la concedió como esposa por mi labor en estas regiones. No fue una iniciativa mía.

—¡¿Con qué derecho os atrevisteis a ponerle la mano encima?! —le preguntó mientras la mirada de Donaldson estaba cargada de odio—. Por suerte no volveréis a hacerlo. Os aconsejo que desaparezcáis de Escocia —le espetó apartando el acero de la garganta del teniente, quien por primera vez pudo respirar con tranquilidad. Se llevó la mano al cuello para comprobar que no había sufrido ningún corte—. ¿Nos vamos? Tengo ganas de dejar todo esto atrás.

—¡A tu espalda, escocés! —Valerie alzó la voz.

Donaldson se giró de manera ágil para ver cómo el teniente extraía una daga de la bocamanga de su guerrera con la segura intención de arrojarla contra él. Donaldson se movió rápido, pero, cuando quiso reaccionar, Fraser de Glengarry se le anticipó extendiendo el brazo para hundir tres pulgadas de su acero en el vientre del teniente, quien quedó clavado sobre el palo mayor. Donaldson lo miró con el rostro empapado en sudor mientras varios cabellos se adherían a su frente. Entrecerró los ojos contemplando al viejo escocés soltar la empuñadura de su espada, que ahora se balanceaba en el aire. El teniente sentía que su cuerpo perdía fuerza a cada momento. Sus dedos en torno a la daga comenzaron a remitir en su empeño por mantenerse aferrada a esta. En su interior luchaba por seguir vivo, pero, cuando la daga cayó a sus pies y su cabeza se inclinó inerte sobre su pecho, todos comprendieron que el teniente había fallecido. Donaldson respiró por fin aliviado, ya que toda aquella locura por fin había concluido.

—Me habéis salvado la vida. Gracias —le dijo inclinando su cabeza con respeto.

—Hubieras hecho lo mismo por mí —aseguró el viejo jacobita—. Ha sido un placer hacerlo después de los sufrimientos y penurias que nos hizo pasar. En especial a Darien. Además, soy un leal seguidor del rey Jacobo Eduardo Estuardo —dejó claro con una sonrisa de satisfacción.

Donaldson asintió sin decir nada. Caminó de vuelta hacia el camarote donde Darien estaría hecha un manojo de nervios por no saber nada de él, ni de su padre. Y así, cuando él abrió la puerta, ella volvió a abalanzarse sobre él. Sintiendo que por fin podía volver a respirar al tenerlo allí junto a ella.

—Todo ha terminado —le susurró en su oído y al momento sintió como el abrazo de ella se hacía más apasionado mientras cerraba los ojos.

—¿Has acabado con el teniente? —la mirada de ella estaba llena de temor y de expectación por lo que hubiera sucedido.

—Ha sido tu padre quien lo ha hecho para salvarme la vida —le confesó apartándose para dejar que lo abrazara también.

—Todo ha terminado hija. El teniente es historia.

—Pero...

—Tu padre se ha comportado como un verdadero jefe de clan. Como un auténtico patriota escocés —le aseguró posando la mano en el hombro de este.

—¿Qué sucederá a partir de hoy? —preguntó con incertidumbre dejando que su madre se encargara de su padre.

—De momento voy a recuperar los años que te debo por no haber estado a tu lado. Voy a compensarte por mi dejadez, por no decirte que seguía vivo y que te echaba de menos —Donaldson se inclinó sobre los labios de ella para rozarlos de manera tímida en un principio, antes de profundizar el beso, ajenos a que los padres de ella abandonaban el camarote para dejarles intimidad.