Tierras de Glengarry, Escocia
—¡No pienso pedirle disculpas a ese maldito sassenach, padre! —dejó claro Darien con sus manos apoyadas sobre la mesa detrás de la cual se sentaba el viejo Fraser.
La expresión del chieftain era de desconcierto, y a la vez de seriedad por la gravedad de la situación en la que se encontraba la familia.
—No te lo estoy pidiendo, Darien. Te entiendo, no creas que no. Pero ¿qué podemos hacer? ¡Tal vez después de todo sea lo más sensato ahora que los malditos ingleses se han establecido en toda la nación como si fuera la suya propia! El rey Jacobo se encuentra en el exilio en París, por culpa de los gobernantes que urdieron un plan para deponerlo y sentar a ese holandés de Orange en su lugar. Los clanes están divididos y los que somos leales al legítimo rey, desmoralizados después de las derrotas y la muerte de Graham de Claverhouse —le recordó modulando el tono de su voz alzando el tono de su voz para tratar de hacerle ver a su hija cuál era la situación que estaban atravesando.
—Algo podrá hacerse —le dijo con furia mientras sus cabellos se arremolinaban en torno a sus hombros y una mirada felina asomaba en sus ojos verde esmeralda. Sus mejillas estaban acaloradas por la discusión, mientras el pulso le latía en las sienes hasta provocarle un incesante dolor de cabeza—. ¡No podemos quedarnos de brazos cruzados mientras ese oficial se pasea por nuestras tierras como si en verdad le pertenecieran!
—La situación obliga a tomar medidas más drásticas —dijo su padre incorporándose de su silla con gesto turbado—. Tal vez podrías esconderte unos días en la casa que tenemos no muy lejos de aquí, junto al arroyo que pasa por las tierras del clan Donaldson. Donde de chiquilla solías esconderte junto al hijo mayor del chieftain.
Aquellas palabras provocaron un repentino escalofrío en Darien. El corazón le dio un vuelco y lo recuerdos de su amor de juventud la hacían prisionera.
—¿Y si el sassenach pregunta por mí? ¿Qué le dirás? ¿Qué harás? ¿Decirle que me escapé porque no lo soporto?
—Podría ser la solución... por ahora. Porque estoy seguro de que ese oficial no desistirá en su propósito si cuenta con la aprobación del rey —le recordó sintiendo la vergüenza de la situación.
—Lo sé, pero si consiguiera irme más lejos y establecerme en las tierras de Glencoe, tal vez pueda tener una oportunidad.
—Es posible, solo queda pensar en tu hermano.
—Sinclair salió en mi defensa cuando ese sassenach se intentó propasar conmigo —le recordó al tiempo que las imágenes de la escena vivida se agolpaban en su mente provocándole náuseas. Solo con pensar en sus manos recorriendo sus pechos y sus labios por su cuello la hicieron temblar.
—Sí, ya lo sé. De no haberlo detenido tu hermano habría sido yo quien acabara con él. No creas que no me quedaron ganas de hacerlo yo mismo, pero supondría traer la desgracia a la familia. Cualquier agravio contra el inglés será castigado con la horca, de manera que tu hermano haría bien en largarse de casa y de estas tierras. No tengo intención de verlo colgado de una soga —dijo su padre con una mezcla de rabia y resignación mientras apretaba sus labios y sacudía la cabeza como si ya lo le quedase esperanza.
—¡Que le quede claro que no soy una tabernera a la que manosear! —protestó con las manos cerradas en puños con crispación—. Yo decido cuando puede besarme un hombre —le espetó con furia señalándose ella misma con un dedo—. Es más, si vuelve a intentarlo antes de que me marche, ¡por San Andrés que seré yo quien le corte la mano, padre! —le dejó claro Darien mientras su mirada chispeaba por la rabia de la situación y el odio a los ingleses. Bien era cierto que tenía miedo a que el oficial pudiera mandar ahorcar a su hermano. Pero, por otra parte, sabía perfectamente que eso no sucedería si Sinclair se marchaba al igual que ella.
Su padre se quedó paralizado ante aquella evidencia. En su interior no deseaba que a Sinclair o a Darien les sucediera nada malo. ¡Eran sus hijos! No quería que su hija mayor se casara con un sassenach; pero tampoco parecía dispuesto a ver a su hijo del extremo de una soga. La situación que estaba atravesando la familia no le dejaba otra opción.
—No se te ocurra cometer semejante disparate. Sería el fin tuyo y de tu hermano, Darien —le rogó el viejo chieftain contemplando a su hija—. Es mejor que lo prepares todo para marcharte lo antes posible. Ve hacia las tierras de los Donaldson que habitan cerca de Moidart, mejor que a Glencoe. Es un lugar alejado, donde los contrabandistas hacen sus negocios. Los ingleses no se adentran hasta allí.
—Pero antes me ocultaré en la cabaña que has mencionado junto al arroyo —le informó mientras, por alguna extraña razón, sentía una opresión en el estómago, la misma que aparecía cuando se acordaba de Angus—. Si al menos Angus viviera... —Un toque de añoranza impregnó su voz mientras su mirada se tornaba vidriosa.
—Si el hijo mayor del clan Donaldson estuviera vivo... —repitió su padre deseando que los hombres que había enviado a París dieran con él y lograran convencerlo para que volviera a su hogar. Tal vez él podría restablecer el orden entre los partidarios de Jacobo Estuardo. Pero era más un deseo que una realidad que pudiera cumplirse.
—Ambos sabemos que está muerto. Se encontraría entre los presos abatidos por los ingleses, después de su fuga.
—¿Quién sabe? Algunos señalan que podría estar entre los fugados que lograron escapar y embarcar al continente. Algunos viajeros aseguran que se hizo al mar y que...
Darien sonrió de manera irónica mientras su rostro ganaba intensidad al pensar en que Donaldson estuviera vivo.
—Esas historias son más típicas de nuestro propio folclore. Muchos se aferran a Donaldson y a que sigue vivo. Pero en verdad os digo padre, que si así fuera habría regresado a su hogar al lado de los suyos —Darien suspiró con resignación mientras su vista se nublaba por las lágrimas de tristeza. Sujetó su falda y la levantó un palmo del suelo para no pisarla antes de girarse y abandonar el despacho de su padre con paso firme.
—¡Qué el cielo nos asista! —murmuró el anciano descargando su puño sobre la mesa con toda su fuerza—. Si al menos Angus Donaldson no fuera solo una quimera, sino que estuviera vivo y regresara.
***
La noche caía sobre los tejados de Le Havre cuando Donaldson y Ewan llegaban a esta ciudad portuaria procedentes de París. El bullicio era notable pese a las altas horas de la noche; algo normal teniendo en cuenta el número de viajeros, que llegaban o partían desde ese puerto. Un lugar donde se agrupaban gentes de todas las nacionalidades y donde un extraño se encontraba como en su propia tierra. Pero, antes de adentrarse en su entramado de callejuelas repletas de tabernas, posadas y burdeles llenos de vida a esas horas, echaron un vistazo a los barcos amarrados.
—Estamos a tiempo de echarnos atrás —exclamó Ewan caminando delante de su caballo, al cual llevaba sujeto de la brida.
—Estoy decidido a regresar a mis tierras y comprobar lo que está sucediendo. Y te repito que puedes quedarte aquí, si es lo que deseas —le explicó Donaldson mientras sonreía con la atención puesta en uno de los navíos amarrados—. Bueno, no es Le Renard de nuestra querido Antoine, pero puede servir, si nos lleva a las islas. Hablemos con su capitán.
Un hombre apostado junto a la pasarela de acceso al barco se dirigió a ellos con un torrente de palabras amables, que ponían de manifiesto su interés en aquellos dos viajeros.
—Monsieurs viajeros, ¿buscan un navío que los saque de Francia? Pero...
De repente los tres hombres se contemplaron sin poder mediar una sola palabra.
—¡Qué me cuelguen los ingleses! ¿Antoine?
—¿Por qué? —preguntó Donaldson con un toque de expectación por lo que acababa de decir Angus. Pero, cuando se fijó en el marinero, lo entendió todo.
—¡Escocés! ¿Eres tú? Y con tu inseparable Ewan —el peculiar acento de Antoine y su aspecto no los confundieron—. ¿Qué diablos hacéis en el puerto? ¿Buscáis un barco?
— ¿Vais por casualidad a Inglaterra?
—¿Inglaterra? —repitió Antoine sacudiendo la mano delante de sus amigos—. Ni hablar. Mi cabeza tiene precio en esa tierra por mi anterior ocupación al servicio del rey Luis. Vosotros ya lo sabéis. Me dirijo a Escocia. A Moidart. ¿Qué decís?
Donaldson frunció los labios y miró a Ewan en busca de su opinión.
—¿Cómo lo ves?
—Perfecto.
—Lo cierto es que no tengo ganas de recorrer todo el puerto en busca de otro navío. ¿Y tú? —le preguntó a Ewan mirándolo fijamente.
—Yo tampoco —negó mientras su estómago le pedía alimento.
—¿Cuándo zarpáis?
—Estamos preparando para hacernos a la mar dentro de una hora.
—¿Pasaje?
—Podéis subir a bordo sin problemas. Siempre es grato encontrarse con viejos amigos de correrías.
—¿Sois el capitán de este navío, Antoine?
—Lo soy. De lo contrario no estaría aquí ofreciendo mi barco a todos aquellos que pasean por el muelle.
—¿Seguís con el contrabando? —le preguntó Donaldson con la mirada entornada hacia él.
—¿Acaso os importa? —le preguntó este enarcando una ceja de manera escéptica ante la que Donaldson y Ewan sacudieron sus cabezas—. Me refiero a que no interferirá en vuestros planes de regreso al hogar, ¿no?
—Ni lo más mínimo —le refirió Donaldson con el mismo sentido irónico que el capitán al ver el brillo que emitía la mirada de este
—Viscount Dundee —leyó Ewan haciendo referencia al nombre del barco—. Un nombre arriesgado en esto tiempos que corren para surcar aguas cercanas a la costa inglesa, ¿no creéis? —le profirió con una sonrisa burlona.
—Le Renard era muy conocido, como ambos sabéis. ¿No os gusta? —les preguntó Antoine conociendo las inclinaciones políticas de los dos.
—Ponedle a vuestro navío el nombre del mayor defensor de la causa de los Estuardo no es muy recomendable en estos días... —le advirtió Angus Donaldosn con un gesto de escepticismo.
—John Graham de Claverhouse fue todo un héroe para los seguidores del legítimo rey. Por eso mismo, no atraco en ningún puerto inglés y os llevo hasta la costa de Moidart.
—Estoy de acuerdo con vos. Un riesgo innecesario que ninguno queremos correr. ¿Dejasteis de estar al servicio del rey de Francia?
—Sí. Y volví al contrabando. Más ventajoso y menos arriesgado. No hay refriegas en altamar. Las evitamos navegando de noche con velas negras.
—Muy ingenioso. Está bien seguiremos hablando más tarde. Si no dejáis subir a bordo de vuestro navío podríamos zarpar con la marea.
El capitán Antoine asintió con una sonrisa cínica pero esclarecedora de sus ideales políticos en aquellos días.
—¿Te fías de él? —la pregunta de Ewan no provocó en Donaldson ningún sentimiento de desconfianza. Se apoyó en la borda de espaldas al puerto para así poder contemplar el navío con detenimiento. No contaba con demasiada tripulación, lo cual no era de extrañar si navegaban hacia Escocia. No serían muchos los que querrían adentrarse en aquellas aguas con los ingleses patrullando el litoral. Y sin duda que con el nombre que tenía ese barco, era poco menos que jugarse el cuello.
—Me fío de ese cínico de Antoine. Y ya nos conocemos. Por lo pronto es un partidario de la causa, lo cual me tranquiliza porque llegado el momento no nos delatará.
—Sí, bien, pero si nos cruzamos con algún navío inglés ya puedes irte preparando —le advirtió Ewan con gesto serio mientras lo señalaba con un dedo en clara señal de advertencia.
—No lo haremos. Ya lo has escuchado —hizo un gesto con el mentón hacia el francés—. Pero dime, ¿acaso tienes miedo?
—¿Miedo? ¿Por quién diablos me tomas?
—Me sorprende que te muestres tan precavido después de haber sido corsario a bordo de Le Renard bajo el mando de Antoine. Moidart, ¿qué te dice ese nombre?
Ewan permaneció pensativo unos segundos mientras la mirada de Donaldson lo apremiaba a que hablara.
—Solo hay una cosa que me dice: contrabandistas —susurró por temor a que alguno de los hombres que había en la cubierta lo escuchara.
—Moidart es el lugar perfecto para dejar la carga. Está cerca de mis propias tierras.
—¿Crees que llevan armas para los clanes en su lucha contra el rey Guillermo?
—No estoy seguro después de la última derrota. Bien es cierto que algunos clanes siguen la lucha por su cuenta y que el rey intenta comprarlos para que desistan y se pasen a su bando. Podemos preguntarle después a Antoine. Podría ser whisky. En cualquier caso, ten seguro que él está acostumbrado a hacer este viaje y que sabrá por dónde ir —le aseguró Donaldson haciendo un gesto hacia el capitán, que en ese instante departía las últimas órdenes antes de zarpar.
***
Darien había preparado todo para su repentino viaje hacia las tierras del clan Donaldson en las que se ocultaría durante algunos días. Luego marcharía a Moidart para mezclarse con las gentes de aquel lugar, contrabandistas y seguidores del monarca depuesto en su mayor parte. Un lugar seguro al que el oficial inglés no se atrevería a adentrarse.
—Siento que tenga que ser así, hija mía —le confesó su madre cuando la vio preparándose para marcharse.
—Es lo mejor, antes de que ese sassenach me obligue a casarme con él o mande ahorcar a Sinclair.
—Gertrude y un par de hombres te acompañarán en todo momento.
—Espero que todo pase pronto y pueda regresar.
—Yo también lo espero, Darien. Pero la situación que atravesamos los clanes escoceses no es muy halagüeña. Tu padre asegura que no parece que esto vaya a cambiar, mientras el rey Jacobo se encuentre exiliado en Francia, y el gobierno de Londres no parezca dispuesto a cambiar de opinión dejando a Guillermo de Orange en el trono.
—Lo único que me queda es esperar a que ese oficial se marche.
—Ten cuidado. Estoy segura de que removerá las Tierras Altas en tu busca, hija —le confesó acunando el rostro de esta entre sus manos para sentirlo una última vez antes de que partiera.
—Pero a Moidart no se atreverá a ir. O de lo contrario, no saldrá con vida. Ya conoces la clase de gente que hay.
La madre de Darien suspiró al escuchar aquellas palabras. El lugar de los contrabandistas y de los prófugos de la justicia inglesa, que embarcaban hacia el continente o al Nuevo Mundo.
—Ten. Esta carta es el salvoconducto para que Elgin, jefe de los Donaldson, te abra las puertas de su casa. Él sabrá qué hacer. No en vano le salvé la vida en la batalla del paso de Killiecrankie —le aseguró Fraser haciendo entrega a su hija—. Confío en que no tengas ningún contratiempo en el viaje.
—Se la entregaré de tu parte.
—Es mejor que termines de preparte mientras aviso a tu hermano. Ese inglés podría presentarse por aquí y no me gustaría que os descubriera huyendo —le aseguró su padre mientras se apresuraba a buscar a Sinclair.
Madre e hija se quedaron a solas mirándose sin decir nada más. ¿Qué más podría hacerse en aquella situación? Los ojos vidriosos de su progenitora le provocaron un dolor agudo en el estómago de Darien.
—El legítimo rey regresará de Francia para ocupar su lugar en el trono. Todos los escoceses le seguirán y esta situación no será más que un mal sueño del que despertaremos. Ya lo verás.
Darien trató de insuflar ánimo a su propia madre al verla tan abatida. Sin embargo, en su interior, ella misma sabía que pasaría el tiempo antes de que la situación volviera a la normalidad. Si llegaba ese día...
***
Donaldson y Ewan llegaban a la costa de Moidart sin ningún contratiempo; en parte gracias a la habilidad del capitán para navegar por aquellas aguas y también a que la luna había quedado oculta tras grandes nubarrones. Antoine había ordenado arriar velas negras para que su color se fundiera con la oscuridad reinante en los acantilados del litoral escocés. Una vez que el navío quedó anclado y oculto tras estos, una chalupa se deslizó hasta el agua y a la que subieron Donaldson, Ewan, el capitán y varios hombres.
—Veo que lo tenéis todo bien planeado —susurró Donaldson con intención de que tan solo el capitán pudiera escucharle—. ¿Cuánto tiempo lleváis metido en el contrabando en Moirdart?
El capitán sonrió aunque ninguno de los presentes se percató de este gesto debido a la oscuridad.
—El suficiente para conocer cada recoveco de este litoral, cada cueva, cada ensenada... Llevo dedicado al contrabando aquí desde que dejé de ser corsario.
—¿Y los ingleses? ¿Nunca os han molestado?
—No, los sassenach no se adentran en las regiones de las Tierras Altas por temor a perderse. No es fácil para un extranjero caminar por estos parajes. Vos deberíais saberlo.
—Sin duda.
El suave batir de los remos contra el agua era lo único que se escuchaba.
—Preparaos para bajar, estamos cerca.
Cuando la barca llegó a la orilla, Donaldson y Ewan fueron los primeros en saltar a tierra hundiendo sus botas en las frías aguas del mar del Norte. Ayudaron a llevar la chalupa a tierra para no ser descubierta por nadie que pudiera pasar a esas horas por allí.
—¿Tenéis prisa?
La pregunta de Antoine detuvo a Donaldson y Ewan en sus intenciones de despedirse de este y marchar tierra adentro.
—A decir verdad... No, no la tenemos.
—En ese caso, nos vendrían bien dos pares de brazos fuertes para descargar la mercancía y ocultarla.
—Esta bien, decidnos qué es lo que hay que hacer.
—Roger, indica a nuestros amigos dónde tienen que depositar las cajas.
Donaldson se puso a apilarlas junto a los demás hombres mientras el tal Roger les indicaba el camino hacia una cueva perfectamente cubierta por el follaje y algunas rocas que ocultaban su entrada.
Una vez en el interior de la cueva, Roger encendió un farol con el que iluminar el tortuoso camino hasta el fondo de esta. Allí se apilaron las cajas antes de volver por más hasta concluir la descarga.
—Os agradezco vuestra ayuda —dijo el capitán tendiendo su mano para que Donaldson la estrechara—. Espero que vuestros asuntos aquí os sean favorables.
—¿Os marcháis?
—No, me quedaré unos días por aquí. Hasta que nuestro contacto venga a recoger la carga y me pague. Después emprenderemos rumbo a Irlanda.
—¿Qué transportáis? ¿Armas?
Antoine sonrió.
—¿Armas? No, los clanes tienen las suyas propias. Y por ahora no hay indicios que prueben que pudieran alzarse contra el Orange después de Sheriffmuir. Hay un poco de todo. Vino, whisky, tabaco... El gobierno de Londres vigila muy cerca el comercio entre Esocia y Francia, que ahora mismo se ha convertido en el principal mercado —le aclaró sonriendo de manera socarrona—. ¿Y vos? ¿A qué habéis venido? La situación que atraviesa la nación no es precisamente muy recomendable para volver. Y estoy seguro de que os buscarán por vuestros años de corsario al servicio de Francia.
—Lo sabemos, pero teníamos que regresar.
—¿Una mujer? Es por lo único que arriesgaríais el cuello.
—Sí. Aunque no es lo que pensáis. Una deuda entre su padre y el mío en Sheriffmuir. Por lo pronto, nadie debe saber que he vuelto.
—Entiendo —asintió Antoine pasando un dedo por su propio cuello.
—Por cierto, ¿y vuestra hermana Valerie? ¿Sigue metida en el contrabando también? —Ewan hizo la pregunta recordando a la muchacha y sus habilidades para el negocio.
Antoine sonrió pasándose la mano por el mentón.
—Ella es la cabeza pensante. Veo que no la habéis olvidado, ¿eh?
—Una muchacha de acción. No he conseguido sacarme de la cabeza aquella vez que tuvimos una pelea en una taberna en Burdeos. La manera en la que esgrimió la daga cuando aquel tipo le puso la mano encima. Toda una fiera —le refirió Ewan sonriendo.
—Sin duda. Se ha quedado en París. Pero no os sorprenda verla por aquí la próxima vez.
—Espero volver a veros. Si alguna vez vais por las tierras del clan Donaldson, no dudéis en preguntar por mi padre y decirle quién sois. Si no hay nada más que podamos hacer por vos, nos gustaría marcharnos.
—O vos por Moirdart. Id con cuidado. No descartéis que haya patrullas de soldados ingleses por los alrededores. Este camino os llevará hasta las tierras de los McDonald de Clanranald. Allí podréis reponer fuerzas y descansar.
—Lo sabemos, amigo. Espero veros. Y cuidaros.
—Eso también va por vosotros —asintió el francés estrechando las manos a ambos antes de regresar al trabajo.
Donaldson y Ewan no tardaron mucho en vislumbrar las primeras casas de un pequeño asentamiento.
—Esas deben ser las afueras de Moidart —sugirió Ewan señalando hacia estas—. ¿Has estado alguna vez?
—No, no he pisado en mi vida. Y eso que no queda lejos de mis propias tierras.
—¿Tal vez se deba al contrabando?
—Está mal que lo diga, después de haberme dedicado a este con Antoine, a quién acabamos de ayudar a un contrabandista a descargar su mercancía, pero así era en un principio —le refirió mientras reía.
—Bueno no nos quedó otra después de escapar de la prisión.
Ambos cruzaron la calle principal de Moidart en la que, como cabía esperar, se concentraban varias tabernas que parecían estar bastante animadas a esas horas de la noche, dado el ruido que salía de estas. Algo que no les extrañó a ninguno de los dos hombres, si tenían en cuenta a lo que se dedicaban las gentes de allí.
Donaldson empujó la puerta de la primera en la que se pararon y recibió una bofetada de calor en pleno rostro. El ambiente estaba bastante cargado. Los lugareños se giraron para contemplarlos entrar, pero se volvieron hacia sus jarras en el mismo instante que la mirada de Donaldson comenzó a recorrer el lugar. Los dos hombres pasearon entre varias mesas atestadas de hombres borrachos, somnolientos... o entre aquellos que tenían sobre su regazo hermosas muchachas, que por un puñado de monedas satisfacían sus deseos.
—Fíjate Ewan, las tabernas son igual en todas partes. Es difícil que cambien. Slainte! —dijo en gaélico levantando la jarra para beber y cuyo contenido vació de un solo trago en su sedienta garganta. Luego, paseó su mirada por los clientes que allí se habían reunido hasta fijarla en un joven sentado a una mesa. No debía tener más de veinte años y parecía no divertirse. Con el cabello algo enmarañado, la mirada fija en el vacío y los hombros relajados, en señal de abatimiento. Donaldson se fijó con atención en él hasta reconocer cierto parecido en Darien. ¿Podría ser su hermano?
—¿Quién es? —preguntó Donaldson de manera distraída al tabernero mientras dejaba un par de monedas sobre la barra.
—¿Ese joven de ahí? —preguntó con cierta desconfianza—. Nunca os había visto antes por aquí.
Donaldson arqueó una ceja con recelo.
—¿La primera vez en Moidart?
—Sí.
—¿Por qué os interesa ese muchacho? Meteos en vuestros asuntos si no queréis problemas —le despachó el tabernero sin revelarle la identidad.
—¿Esperas que te digan el nombre de alguien cuando acabas de llegar? —le preguntó Ewan formando un arco con sus cejas—. Aquí hay códigos de honor como los había entre nosotros a bordo de Le Renard. Acuérdate.
—Tienes razón. Pero tampoco podía llegar y preguntar por la situación de Darien y de su hermano Sinclair, ¿no?
—Entonces, ¿por qué le has preguntado al tabernero por él? —Ewan hizo un gesto con el mentón hacia el muchacho.
—Porque tiene cierto parecido con su hermana. Quédate aquí y disfruta de tu bebida —le pidió en un susurro mientras cogía la jarra de cerveza y caminaba hacia la mesa que ocupaba el muchacho—. ¿Puedo? —le preguntó haciendo un gesto con la mano hacia el banco que quedaba libre.
—Adelante. No tengo inconveniente.
—Se os ve muy triste para ser tan joven —le dijo dejando la jarra y los vasos sobre la mesa. Luego, Donaldson comenzó a servir.
El joven pareció salir del estado de ensueño en el que se hallaba y alzó la mirada hacia el extraño en clara aptitud de defensa.
—¿Qué queréis? ¿Y quién sois? ¿Un sassenach? —le preguntó con cierto nerviosismo mientras se aferraba con fuerza al vaso y escrutaba el rostro del recién llegado—. No. No sois uno de ellos.
—¿Por qué estáis tan seguro? —le preguntó Donaldson acercando un vaso hacia el muchacho.
—Ellos no se atreven a entrar en Moidart.
—Soy tan escocés como vos. Vos sois...
—¿Por qué debería deciros mi nombre? —preguntó el muchacho entrecerrando sus ojos, receloso de aquel extraño que pretendía mostrarse afable con él. Había aprendido a desconfiar de todo el que se acercaba a él desde que los ingleses llegaron a aquella región.
—Como queráis —le respondió Donaldson encogiéndose de hombros mientras sostenía la jarra de vino en una mano y un vaso en la otra—. Si queréis puedo largarme por dónde he venido. No tengo inconveniente. Solo me he acercado porque os he visto meditabundo. Y creedme si os digo que este no es lugar para pensar mucho —le aseguró paseando la mirada por el local donde las risas quedaban ahogadas con los vapores del alcohol y el humo de las pipas y los cigarros.
—Mi nombre es Sinclair. ¿Sois de por aquí? —El muchacho frunció el ceño mientras entrecerraba los ojos sin apartar su atención de Donaldon—. Vuestro acento es de esta región, pero podríais modularlo para engañarme. Son muchos los que se han pasado al otro bando —le respondió de mala gana mientras se fijaba en su aspecto.
—No rindo pleitesía a ningún señor inglés. Acabo de llegar en compañía de mi amigo —le dijo señalando a Ewan quien bebía apoyado en la barra y pasando por alto decirle a qué clan pertenecía... por el momento.
—¿De dónde venís?
—De París —respondió llenando el vaso del muchacho.
—Nunca he estado allí. Aseguran que merece la pena ir.
—No os lo discuto. Pero no hay nada como la tierra que vio a nacer uno —le aseguró con un toque de añoranza.
—El rey Jacobo está allí. Exiliado —le informó mientras apretaba los dientes y observaba asentir con pesadumbre a Donaldson—. ¿No hay noticias de su ansiado regreso?
Por un breve instante, una llama de esperanza iluminó la mirada del muchacho cuando pensó en la remota posibilidad de que así sucediera.
—No. Por ahora no hay ninguna noticia que indique que Jacobo pretenda regresar a reclamar el trono. Pero decidme, ¿tan grave es la situación en el país? —le comentó fijando su atención en el rostro del joven y en cómo su semblante cambiaba. Donaldson no podría asegurar si se había debido a su información sobre el rey en el exilio o pensar en la situación que atravesaba Escocia.
—La verdad es que no hay mucho que celebrar en estos días —murmuró de mala gana.
—¿Se debe a que Guillemo de Orange se sienta en el trono?
Donaldson conocía parte de lo que le sucedía a la familia de su viejo amigo Fraser. De los problemas que alcanzaban a Darien y a aquel muchacho. Pero dejaría que fuese este quien se lo contara. Tenía experiencia en hacer que lo compañeros de mesa hablaran cuando la bebida se subía a la cabeza.
—No sé si debería confiaros lo que me sucede. Al fin y al cabo no os conozco.
—Tenéis razón. Ya os he dicho que soy escocés y partidario de Jacobo. Desahogaros os vendrá bien. ¿Se trata de alguna mujer? —le preguntó enarcando una ceja.
—Sí —asintió entornando la mirada hacia Donaldson.
—Ah, sufrís mal de amores por ella. ¿Acaso no os corresponde? —le preguntó con un tono socarrón mientras fruncía el ceño.
—Nada más lejos de la realidad —respondió el muchacho algo ofuscado mirándolo a los ojos.
—Enhorabuena, entonces —le dijo palmeándole en el hombro—. ¿Y cuál es el problema? ¿Está casada, por casualidad?
—¡Por San Andres! ¿Por qué clase de hombre me tomáis? ¡No! —exclamó molesto por aquella deducción mientras descargaba su puño sobre la mesa y hacía tambalearse la jarra y los dos vasos—. Se trata de mi hermana, Darien.
—¿Vuestra hermana? ¿Qué le ocurre? Si no es mucha indiscreción —le dijo disculpándose de manera absurda mientras fingía escandalizarse por ser tan directo.
Sinclair permaneció en silencio unos segundos pensando en todo lo que había pasado hasta esa noche. ¿Podría confiar en aquel hombre que se mostraba tan amable con él? Después de todo no sabía a quién recurrir. El clan había quedado diezmado después de la rebelión y los pocos hombres que quedaban no se atrevían a enfrentarse a los ingleses por temor a las represalias. Pero aquel escocés recién llegado de Francia... Tal vez le proporcionara alguna solución. Contarle todo le ayudaría a descargar la pesada carga que tenía que soportar.
—El oficial inglés que ha ocupado nuestras tierras por orden de Guillermo de Orange se ha fijado en mi hermana y pretende desposarla. ¿Os dais cuenta de la locura que es? —Sinclair elevó la voz para dejar claro su malestar
—Sin duda que lo es. Pero lo que no comprendo es por qué motivo ese oficial quiere a desposar a vuestra hermana. ¿Un capricho? ¿O es la nueva política de Guillemo? ¿Pacificar las Tierras Altas desposando a las jóvenes muchachas casaderas con sassenachs? —exclamó Donaldson cerrando sus manos hasta que sus nudillos palidecieron.
—Es posible que se trate de alguna argucia contra los leales seguidores del rey legítimo.
—Es descabellado. ¿Habéis dicho un oficial inglés?
—Sí, eso mismo. Se pasea con su pompa por las tierras de mi padre sin que nadie pueda hacer nada.
—¿Ni siquiera vos? —preguntó Donaldson queriendo saber la verdad de lo que los dos enviados del padre del muchacho le habían contado.
—Yo sí me enfrenté con él.
—¿Y qué sucedió?
—Ha prometido darme una lección para que ningún otro miembro del clan se atreva a contradecirlo. ¡Iba a propasarse con mi hermana! ¿Qué habríais hecho vos en mi lugar? —Sinclair entrecerró los ojos y mantuvo la mirada fija en Donaldson. El pulso le latía desbocado y tenía la sensación de que la cabeza iba a estallarle de un momento a otro.
—Me habría contenido para no perjudicar más al clan. Sé que es difícil hacerlo en esos momentos pero, creedme, habéis hecho lo mejor. Acabar con él habría sido vuestra ruina y la de vuestra hermana. Por no mencionar a vuestros padres.
—¡Ese maldito sassenach ha puesto sus ojos en mi hermana y cree que tiene derecho a hacer lo que le plazca, incluido tomarla por esposa a la fuerza solo porque el Orange así lo proclame!
—Comprendo —murmuró Donaldson con el ceño fruncido—. ¿Y vuestra hermana dónde se encuentra?
—Aquí en Moidart.
—¿¡Qué!? —exclamó Donaldson sin poder salir de su sorpresa.
—Como os lo cuento. Ella está en compañía de una sirvienta en una cabaña cerca de aquí. Hay un arroyo que...
—Que cruza las tierras de los Clanranald y los Donaldson.
—¿Lo conocéis? —preguntó Sinclair clavando la mirada en su compañero de mesa.
—Antes no os lo he dicho, pero pertenezco al clan Donaldson. Reconocisteis mi acento.
—¿Del clan Donaldson? Pero... Entonces, estáis cerca de vuestras tierras. Sabed que los ingleses campan a sus anchas por estas. No os lo pondrán nada fácil. Escuché a mi hermana y a mi padre decir que desde que el primogénito del clan desapareció, Angus Donaldon, ya nada es lo mismo. Mi hermana me ha contado en alguna ocasión que ella y él estuvieron muy unidos.
Angus Donaldson sintió un escalofrío abrirse paso por su espalda al escuchar aquel comentario. Intentó contenerse, pero, entonces, sintió un picor en la palma de su mano y no pudo evitar bajar su atención hacia esta.
—¿Un corte en un duelo?
La pregunta de Sinclair obligó a Donaldson a levantar su mirada hacia el muchacho y sacudir la cabeza de inmediato.
—No, no. Una herida con una botella rota. Nada importante. ¿Qué edad tiene vuestra hermana?
—Veinticinco años.
—A su edad debería haber formado su propia familia dentro del clan —asintió Donaldson levantando el vaso para beber sin apartar sus ojos de Sinclair. Estudiaba cada uno de sus gestos. Y memorizaba cada una de sus palabras. Le recordaba demasiado a Darien. Tanto que le costó tragar.
—Nunca ha tenido intención de hacerlo.
—¿Nunca? De haberlo hecho en su momento se estaría ahorrando todo ese asunto con el oficial sassenach.
—No desde que Angus Donaldson desapareció —le confesó sin poder entender por qué su inesperado compañero de mesa apretaba con todas sus fuerzas el vaso y esbozaba una tímida sonrisa—. Desde ese día no ha querido saber nada de los hombres, ni del matrimonio.
—Debía apreciarlo mucho para llegar a ese extremo —sugirió Donaldson dejando que su pulso latiera con mayor virulencia por querer saber la respuesta.
—No puedo asegurároslo, ya que yo era un crío por entonces. Pero por lo que he escuchado contar a mi madre... debió de ser alguien especial para mi hermana —le susurró dejando su atención suspendida en un punto en el vacío antes de llevarse su vaso a los labios—. Seguro que lo conocisteis si sois de su clan. Y a mi hermana.
—Sin duda que lo conocí. Y a vuestra hemana la vi en un par de ocasiones por nuestras tierras, pero no entablamos una amistad cercana —murmuró Donaldson apartando la mirada del hermano de Darien.
Lo que ellos tuvieron fue especial. Pero ahora, ¿cómo reaccionaría ella si supiera que él había vuelto al hogar? En un principio no tenía la intención de confesarle de manera abierta que era él. No quería ponerla en peligro, ni a él mismo. Además, con el pelo largo, la barba que había dejado crecerse y su tez más oscura por los años pasado en el mar y algunas arrugas, estaba seguro de que Darien no pensaría en él como su prometido. Donaldson quería saber si ella todavía seguía sintiendo lo mismo que en su momento. Avivaría los recuerdos de aquellos días hasta que todo volviera a ser como entonces. Sin importarle que un oficial inglés pretendiera casarse con ella. No lo permitiría.
—Tengo que marcharme. Prometí a Darien que pasaría a verla por la cabaña esta noche para llevarle algunas cosas. Espero volver a veros Donaldson —le dijo calándose su gorra de lana de manera presurosa y levantándose dispuesto a marcharse.
—No lo dudéis —asintió Donaldson alzando el vaso para beber a su salud—. No lo dudéis...
Cuando Sinclair McDonald de Glengarry se alejó, Ewan acudió raudo a la mesa para preguntar por la conversación.
—¿Qué te ha contado?
—Que nuestro querido rey Guillermo es un cobarde además de un tirano.
—¿Cobarde? ¿Tirano? Eso no es nada nuevo —repitió Ewan confundido—. Ten cuidado donde pronuncias esas palabras. Alguien leal al nuevo monarca podría escucharte y denunciarte por traidor.
—Aquí no lo creo. En su intento por pacificar las Tierras Altas, no solo ofrece dinero a los principales jefes, sino que además pretende casar a sus oficiales ingleses con las jóvenes en edad de hacerlo de cada clan —resumió con un tono irónico—. Por ese motivo Darien se ve obligada a hacerlo con el sassenach elegido por el rey para tal menester. El mismo que ocupa las tierras de su clan, solo por capricho.
—Bueno eso es algo que ya conocíamos —le explicó Ewan encogiéndose de hombros—. Nada ha cambiado.
—Cierto, pero también te digo que no estoy dispuesto a permitir que Darien acabe desposada con un sassenach.
—¿Y qué piensas hacer? ¿Acabar con él? —le preguntó Ewan sobresaltado—. ¿Raptarla y llevarla lejos de aquí? Siempre podemos hablar con Antoine y regresar a Francia.
—¿Por quién me tomas? —le preguntó clavando su mirada fría como el acero de su espada en Ewan—. Tengo una deuda pendiente con el viejo jefe de los McDonald de Glengarry, ¿recuerdas? Darien fue mi compañera de juegos, mi confidente hasta que se convirtió en mi gran anhelo. Reconozco que he conocido a infinidad de mujeres en mis correrías con Antoine por los puertos de toda Europa. Pero después de la fiesta, siempre me encontraba vacío. Creí que el tiempo y la distancia me ayudarían a olvidar a Darien o que tan solo se trataría de un bello recuerdo. Pero el destino es astuto y traicionero y vuelve a ponerla en mi camino. Tal vez se trate de una oportunidad para decirle todo aquello que no le dije en su momento. Como que... la amaba.
—Nunca te he escuchado hablar así —asintió Ewan turbado por la confesión de su amigo.
—Tal vez porque siempre me he escondido detrás de esa imagen de pendenciero que se unió a Antoine y a su hermana Valerie en busca de riquezas.
—Sí, si, claro, no obstante...
—Ayudaremos a Darien. Pero no voy a revelar mi identidad.
—Entonces... Darien... no va a saber que...
—No tiene que saberlo —le dijo vertiendo más vino en su vaso—. La pondría en peligro. Y a su clan.
—Tarde o temprano te descubrirán —le trató de hacer ver Ewan algo asustado por lo que pudiera sucederle.
—Entonces, no tendré que fingir que soy un escocés de vuelta al hogar —le resumió con total tranquilidad—. Tú mismo has escuchado cuál es la situación en estas tierras. Cuando logré huir de la prisión y embarcarme para el continente, yo era un joven romántico que creía en la causa de los Estuardo y no vacilé en seguir los estandartes de esta casa —comentó con la mirada perdida en el vacío por unos instantes.
—Sí, claro... pero... Una cosa es... pensarlo, y otra muy distinta enfrentaros a los ingleses —le comentó mientras su frente se perlaba de sudor—. Ten en cuenta tu pasado y tu presente. En el momento que se descubra que has regresado, ese oficial no te dará tregua alguna. Te buscan por prófugo. Sin mencionar que has formado parte de un barco corsario al servicio del rey Luis contra los mercantes ingleses.
—No estés tan seguro. Espero poder contar con mi propio clan —le dijo Donaldson muy serio—. Todos tienen derecho a saber que he regresado, ¿no crees? Pero no por ahora. Ahora necesito pensar algunas cosas —le respondió con gesto serio. Su mirada permanecía clavada en el vaso con el que ahora jugueteaba—. Me marcharé temprano. Antes de que despunte el alba. Tú quédate aquí.
—¿Cómo que te marchas temprano? ¿A dónde? Pero si acabamos de llegar —exclamó fuera de sí Ewan.
—No es una marcha definitiva. Iré a visitar a alguien.
—¿Te refieres a...? —Ewan se mordió la lengua cuando vio la expresión de alerta en el rostro de Donaldson—. Ah, ya entiendo... —le dijo con la mirada entrecerrada mientras señalaba el asiento vacío, que hacía un momento había ocupado el hermano de Darien. Sabía que su amigo había sacado información al joven McDonald y que ahora iba a usarla—. ¿Qué pasará si te reconoce como su antiguo amigo de la niñez?
Donaldson no respondió sino que se limitó a sonreír con su mano sobre el hombro de su amigo.
—No lo hará. Mi aspecto no es el mismo de cuando me marché de aquí hace años. El sol y el viento del Caribe han curtido mi piel y me he dejado crecer la barba y el pelo —le aseguró pasando su mano por ambas.
—Ten mucho cuidado de que no te descubran. Ya escuchaste a Antoine, hay patrullas inglesas cerca de Moidart.
—Lo tendré. No debes preocuparte por eso. Ahora ve y descansa si quieres. Yo lo haré más tarde. Necesito pensar.
Ewan sacudió la cabeza sin comprender muy bien qué era lo que estaba sucediendo, pero no le gustaba en absoluto. Lo único que parecía tener claro era que Donaldson había cambiado desde que supo la historia de su querida Darien. Nunca lo había visto comportarse ni hablar de aquella manera tan reveladora. Todo parecía indicar que él había llegado a sentir algo intenso por ella. Pero ahora la situación era distinta. El tiempo había transcurrido y las personas tendían a cambiar. ¿Y si ella no era lo que Donaldson esperaba encontrar? ¿Tendría que volver a huir de su tierra y regresar al mar? ¿A Francia? ¿O acabaría sus días aquí en las Tierras Altas? La situación se complicaba por momentos, pero por esa noche Ewan pensó que ya había tenido bastante. Echó un último vistazo por encima de su hombro para ver a Donaldson sentado en el mismo sitio antes de marcharse y pedir una habitación en la que descansar.