4

—Sois una buena amazona —le aseguró él con toda naturalidad recordando las ocasiones en las que ambos habían puesto sus respectivos caballos al galope por aquellas tierras. Ella siempre había demostrado un afán desmedido por derrotarlo.

—¿Por qué decís eso? —le preguntó con una sensación de curiosidad.

—Por vuestra manera de cabalgar. He conocido a pocas mujeres que monten como lo hacéis vos. Enhorabuena, me atrevería a decir que es algo que domináis desde siempre —le aseguró sonriendo y dejando que los recuerdos de sus encuentros pasados volvieran a asaltarlo.

—Gracias —murmuró sonrojada por un nuevo cumplido.

—Darien solía dar paseos junto al hijo mayor del jefe Donaldson —comentó Gertrude con total normalidad sin ser consciente de lo que sus palabras podían llegar a provocar en la muchacha.

—Vos deberíais saberlo —matizó Darien escrutando el rostro de Donaldson con inusitada curiosidad. Si él formaba parte del clan, estaría al tanto de lo que hacía Angus.

—¿Yo? Yo tan solo soy un miembro más del clan. No tenía una relación muy directa con él.

Se excusó sin saber qué más podía decirle para no levantar sospechas sobre su verdadera identidad. Pero al mirarla de manera directa se le hacía harto complicado no apearse de su caballo y ayudarla a descender del suyo para tenerla entre sus brazos después de tanto tiempo. Y después confesarle la verdad.

—Decidme, ¿por qué se ha encaprichado el teniente con vos? ¿Es por esa proclama del rey Guillermo? —preguntó Donaldson de manera pausada, midiendo sus palabras y confiando en que ella se abriera y le confesara lo que pasaba por su mente y lo que albergaba su corazón. Hablar de la situación actual en Escocia desviaría la atención de Darien de él. No así de Gertrude que parecía más que interesada en saber qué relación había mantenido con el hijo del jefe.

—Veo que conocéis la situación en la que se encuentra vuestra nación, pese a vuestra dilatada ausencia de esta —afirmó ella con rotundidad, pero con un toque no exento de ironía.

—Solo sé que Guillermo de Orange continúa en el trono a pesar de que no todos los habitantes de estas islas intentamos en su día que no fuera así. Y que ha ofrecido dinero a los clanes para evitar que se levanten en armas. Eso y lo de las muchachas en edad de casarse.

—¿Preferís a Jacobo?

—Sin lugar a dudas. Pero esa cuestión ya la conocéis. ¿Por qué el teniente? ¿Es por la norma que acabo de referiros, no?—insistió provocando en Darien un cambio de humor.

Gertrude parecía ausente de aquella conversación que mantenían los dos, pero en su cabeza se reformulaban infinidad de cuestiones e ideas que tenían que ver con aquel hombre que contemplaba a la muchacha con un brillo especial.

Darien había cambiado convirtiéndose en una mujer hermosa. Ya no quedaba rastro de la joven muchacha que él dejó atrás. Sin duda que los años que habían permanecido separados habían acrecentado su belleza. Esta experimentó una subida de temperatura en su cuerpo. Resopló intentando controlarse, pero era imposible. Aquel enigmático hombre la estaba poniendo en un aprieto cada vez que sus miradas se cruzaban.

—Estamos cerca de las tierras del clan Donaldson —le dijo señalando las primeras edificaciones de piedra—. Podemos llegar a pie y dejar que los caballos descansen.

Sin más, Darien se apeó del animal sin ningún problema mientras intercambiaba una mirada con su sirvienta. Esta permanecía pensativa en todo momento y apenas si hizo caso a su señora. Darien sintió que su cuerpo temblaba ante la cercanía de él.

Angus Donaldson inspiró contemplando aquel paisaje que le traía gratos recuerdos. El olor a brezo volvió a invadirlo y asegurarle que estaba en casa. No se percató de que ella lo contemplaba de manera fija.

—Sin duda que habéis echado de menos esta tierra —le comentó ella con toda convicción paseando su mirada del rostro de él al valle, donde aparecían diseminadas las casas del clan.

—Uno no olvida esta tierra por muy lejos que se encuentre. Por mucho tiempo que transcurra —le aseguró volviendo su mirada hacia ella de nuevo—. Ni a las personas que dejó atrás en su día.

No quiso dejar de contemplarla. Deseaba seguir sintiendo su cuerpo cerca del suyo mientras ella permanecía en silencio. Sentir esa sensación tan extraña y tan placentera al mismo tiempo en todo su cuerpo lo estaba confundiendo y los deseos por contarle la verdad eran una tortura que no llegaba a consumirlo, por ahora.

—Es mejor que vayamos a ver al chieftain para que le entreguéis la carta de vuestro padre —le dijo cogiendo aire e intentaba ordenar su cabeza. Nunca pensó que volverla a ver pudiera resultarle tan complicado. Sí, lo era. Porque él mismo se había impuesto no revelarle su verdadera identidad hasta que conociera sus verdaderos sentimientos hacia él. Con tan solo escucharla decir que lo añoraba, que lo seguía amando, él... Pero ¿cómo reaccionaria cuando lo supiera? Tal vez lo maldijera por todo este tiempo transcurrido sin saber de él. O no quisiera saber nada de lo sucedido.

Darien asintió sin decir una sola palabra y emprendió el camino hacia el hogar del clan Donaldson con la inquietante sensación de que había algo oculto en aquel hombre. Tal vez las guerras lo dejaron marcado. O la prisión. O el hecho de haber estado alejado de su hogar tanto tiempo. No estaba segura de qué era lo que le sucedía con él, pero era capaz de hacerla sentir esa sensación en el estómago que creía haber olvidado. Y eso, la inquietaba y la desconcertaba porque tan solo había conocido a alguien capaz de hacerlo. Pero, según decían, él estaba muerto o de lo contrario habría regresado por ella.

***

Sinclair llegó azorado a Moidart después de haber fustigado su caballo sin detenerse. Localizó la posada donde la noche anterior había coincidido con Donaldson, y tras dejar el caballo en la cuadra preguntó por el tal Ewan.

—Calmaos muchacho, parece que os persiguieran los sassenach o el mismo diablo.

—Si fuera el caso no habría ninguna diferencia —respondió Sinclair mientras trataba de recuperar el resuello.

—Serenaros mientras yo lo aviso. Tomaros una jarra de cerveza. Invita la casa —le dijo el tabernero indicándole que tomara asiento en una mesa, mientras él subía la escalera en busca de Ewan.

El tiempo de espera le parecía interminable al joven escocés, quien no sabía de qué manera calmar sus nervios. Los hechos acaecidos en la cabaña hacía un par de horas lo habían alterado de una manera exagerada. Los cabellos le caían sobre la frente empapados en sudor. Las mejillas estaban encendidas al máximo y respiraba por la boca. Cuando vio que el tabernero le hacía una señal a un hombre corpulento de mirada inquisidora Ewan se incorporó y sin esperar más caminó hacia él. El amigo de Donaldson lo reconoció al momento y supo que algún problema había surgido.

—Aquí no. Vamos fuera. Toda precaución es poca aunque estemos en Moidart —le indicó con el gesto serio.

Sinclair apuró su jarra de ale y caminó hacia la salida, mientras Ewan intercambiaba unas palabras con el posadero. Los años que llevaba junto a Donaldson le habían enseñado que no se podía conversar de temas espinosos en sitios como las tabernas. Uno nunca sabía quién podía estar escuchando, y de paso sacar beneficio de la información. No estaba del todo seguro de que en Moidart, nido de contrabandistas, no hubiera algún escocés renegado que pudiera delatarlos por una bolsa de monedas.

Una vez fuera de la posada, Ewan se acercó a Sinclair y pasando su brazo por los hombros del muchacho se lo llevó a la cuadra.

—Vengo de parte de... —El gesto de advertencia de Ewan hizo callar al joven.

—Silencio. Aguardad a estar lejos de aquí. Y nada de nombres —le dijo mientras ensillaba su caballo y subía.

Solo entonces cuando los dos estuvieron lejos de Moidart, Ewan fue el primero en hablar.

—Podéis contarme lo sucedido. No me fiaba del tabernero, ni de nadie que anduviera por las calles —le confesó con voz seria.

—Me envía vuestro amigo —comenzó diciendo el joven.

—Lo supongo. ¿Qué sucede?

—Los sassenach aparecieron esta mañana en la casa que tenemos cerca de las tierras del clan Donaldson.

—¿Soldados?

—Sí.

—¿¡Cómo lo supieron!?

—Debieron seguirme anoche al salir de aquí. De lo contrario...

—O alguien se fue de la lengua. Ya os dije que no me fiaba de nadie en Moidart por mucho que me aseguren que los ingleses no entran en la localidad para averiguar si hay una rebelión en marcha. No descarto que tengan espías. ¿Y qué sucedió? —preguntó con interés Ewan dejando Moidart atrás para dirigirse hacia las tierras del clan Donaldson.

—Vuestro amigo apareció y consiguió evitar que los soldados nos condujeran ante el teniente Blenheim. Por cierto, él afirmó conocerlo —señaló con gesto y tono cargados de interés por saber más.

—¿Blenheim, habéis dicho? —insistió Ewan algo confuso por escuchar ese nombre.

— Sí, y le aseguró al oficial al mando que estaría dispuesto a cruzarle la otra mejilla —Sinclair se llevó la mano a la suya e hizo un gesto evidente.

—Bueno, es una vieja historia de cuando estuvimos en Francia. ¿A dónde se dirigió? —le preguntó alarmado por aquella situación.

—Va a conducir a mi hermana y a Gertrude a las tierras del clan al que pertenece.

—¿A las tierras de Donaldson? —preguntó Ewan confuso una vez más por la decisión tomada por su amigo. Si pretendía pasar desapercibido, visitar a su propia familia tal vez no fuera lo más acertado después de todo. Aunque, por otra parte, podría ser el lugar idóneo para que Darien pasara desapercibida. Sin embargo, no estaba seguro de que su viejo amigo el teniente Blenheim no tratara de localizar a la muchacha. Eso sí ¿a qué demonios esperaba Donaldson para revelarle la verdad a Darien? Acabaría perdiendo el tiempo en ello.

—Sí, señor. Y me dijo que vos sabríais qué hacer en este caso.

Ewan contempló el rostro del muchacho durante unos segundos. Entrecerró los ojos pensando en las posibilidades que tenían.

—Seguramente los hombres del teniente se pondrán en marcha en cuanto él conozca lo que ha sucedido. No me cabe la menor duda. Tal vez después de todo lo mejor sea seguir a Donaldson. Entre la gente de su clan estarás a salvo. Vamos, demuéstrame que los habitantes de las Tierras Altas también saben galopar sobre un caballo —le dijo mientras azuzaba a su montura y apretaban el paso en dirección a las tierras del clan Donaldson con la esperanza de encontrarse pronto con Angus y con Darien.

***

—Vuestra hija ha demostrado una falta de obediencia y disciplina considerable como cualquier escocés y jacobita —bramó hecho una furia el teniente Blenheim señalando a Fraser de Glengarry, quien permanecía sentado con gesto complaciente—. Pero todo eso cambiará en el momento en que nos casemos. Ya lo creo —comentó gesticulando con la mano de manera enérgica.

—Su comportamiento se debe a que no quiere casarse con vos... con un sassenach impuesto por un monarca extranjero —le confesó el chieftain del clan con un tono locuaz pero enérgico mientras no le perdía la mirada al teniente.

—Entiendo la situación, pero la cuestión no es si ella quiere o no. Ella no puede opinar. Cumplo órdenes del rey Guillermo de Orange —le espetó con la mirada enfurecida—. El mismo que se sienta en Londres, por si lo habéis olvidado —masculló mirando con desdén a Fraser de Glengarry.

—Sí, traído a Inglaterra por los detractores del legítimo monarca.

—¿Os estáis refiriendo al mismo que huyó a Francia con el rabo entre las piernas? —le preguntó con un toque irónico que denotaba su situación en el poder en esos momentos—. Creo recordar que se marchó tras el fiasco de la batalla de Boyne. Y luego está ese muchachito que osa retarme y humillarme en público —dijo con un tono de desdén y una mueca de soberbia en sus labios.

—Estaba en su derecho, ya que consideraba que os estabais propasando con su hermana, mi hija.

—Si me lo hubiera propuesto habría acabado con la vida de vuestro hijo —le dijo con una desmedida prepotencia mientras lo miraba por encima del hombro—. Pero no quería herir los sentimientos de mi futura familia política —mintió mientras se secaba el sudor de la frente con un pañuelo—. ¿Acaso pensáis que me satisface tomar por esposa a una rebelde? ¿A una defensora de la causa de los Estuardo para que me dé un heredero?

—Pues no lo hagáis —le refirió Fraser encogiéndose de hombros con total naturalidad.

—Como si fuera tan sencillo... Es una orden del rey.

Los comentarios del teniente Blenheim buscaban herir los sentimientos del viejo chieftain, quien soportaba aquel desdén de la mejor manera posible. Para él sería sencillo acabar con aquel palurdo oficial. Hundiría una daga en su costado antes de que pudiera verla, pero, entonces, la desgracia caería sobre todo el clan. Y no quería ahondar más en esa situación.

La puerta de la habitación se abrió y la esposa de Fraser de Glengarry apareció con el rostro descompuesto. Caminó con paso lento hacia su esposo mientras se retorcía las manos por los nervios.

—¿Qué sucede querida?

—Afuera hay un hombre que quiere ver al teniente y me ha pedido que...

—Señor —dijo una voz desde la puerta interrumpiendo a la mujer, quien ahora lo miraba con gesto sorpresivo.

—Adelante. ¿Qué quieres?

Se acercó al teniente para susurrarle algo en el oído que hizo que el rostro de este enrojeciera de ira a los pocos segundos. Miró a su hombre sin poder dar crédito a lo que acababa de escuchar.

—Está bien. Puedes retirarte —le dijo antes de volverse con la mirada llena de odio hacia Fraser y su mujer. Apretó el pañuelo en su mano hasta convertirlo en poco más que un amasijo de tela. El rictus de rostro se tornó agrio—. Acaban de comunicarme que vuestra querida hija, es decir, mi prometida, ha huido junto con un hombre del clan Donaldson y que ahora mismo se encuentran en sus tierras —masculló con una mezcla de desprecio e ironía.

—¿Donaldson? —preguntó Fraser mientras trataba de ocultar el pálpito que aquel nombre le acababa de provocar. ¿Sería Angus Donaldson? ¿Habrían logrado encontrarlo sus hombres? No los había visto todavía, y podría ser que se hubieran retrasado en su viaje de vuelta por algún motivo que por ahora desconocía.

—¡Vuestra hija Darien se oculta entre traidores jacobitas! —clamó de manera solemne el teniente mientras abría sus ojos de manera desmedida y su rostro se asemejaba a un busto de mármol. En su mente solo bullía una idea: ir en su busca aunque tuviera que arrasar a todo un maldito clan escocés. No se despidió si quiera del chieftain Fraser ni de su esposa sino que giró sobre sus talones y salió a toda prisa de allí dispuesto a prepararlo todo para ir en busca de su prometida.

Fraser de Glengarry permaneció en silencio meditando las palabras del teniente. Si ese hombre del clan Donaldson fuera el propio Angus, Darien estaría a salvo, por ahora. Apretó los dientes al mismo tiempo que golpeaba con su puño el brazo de la silla en la que permanecía sentado.

—¡Maldito sassenach! —exclamó de pronto para sorpresa de su esposa—. Estoy convencido de que enviará a los soldados a las tierras de Elgin. Debemos enviar a alguien para que los avise de inmediato.

—¿Quién puede ser ese Donaldson al que se ha referido? —preguntó Anne intrigada y más todavía si miraba a su marido.

Fraser apretó los labios hasta convertirlos en una fina línea que denotaba su preocupación. En el mismo instante en que Fraser iba a revelarle la verdad a su esposa, dos hombres se presentaron ante él. Los contempló con el corazón latiendo de manera frenética en su interior. Se apoyó sobre los brazos de su silla de madera labrada con el emblema del clan, como si se tratara de un resorte.

—¿Y bien? ¿Distéis con él? ¿Por qué habéis tardado tanto?

Había un toque de expectación y tal vez desesperación en la pregunta del viejo Fraser. Sujetó a Dugall por los hombros mientras aguardaba su relato.

—Dimos con él en París. Si hemos tardado ha sido porque no encontramos barco que llegara a Escocia en días. Y tuvimos que tener cuidado con los ingleses al llegar a las costas británicas. Estaban buscando a seguidores del rey Jacobo.

—¿Y qué os dijo? ¿Le contasteis lo que pretende hacer el Orange con los clanes leales al Estuardo?

—Prometió volver e intentar solucionar las cosas. De hecho, es posible que ya se encuentre en estas tierras, y supongo que él no habrá tenido tantos inconvenientes para embarcarse —respondió Dugall con una sonrisa.

—Gracias a Dios —murmuró el viejo chieftain sintiendo que el peso de sus hombros parecía aligerarse por un momento, aunque no del todo ya que necesitaba saber si el primogénito de los Donaldson regresaría a sus tierras para tratar de poner orden—. ¡Por San Andrés, que es lo mejor que he escuchado hoy! —exclamó Fraser de Glengarry con los ojos cerrados mientras recostaba la cabeza contra el respaldo de la silla.

—¿De quién estáis hablando? ¿Quién va a volver? —Anne mostraba la angustia esperada al escuchar aquella conversación. Se acercó a su esposa con la mirada afectada por la desesperación del que desconoce lo que sucede.

—Angus Donaldson —respondió con voz solemne y llena de regocijo el jefe de los McDonald de Glengarry mirando a su esposa Anne.

Esta pareció querer decir algo, pero tan solo se limitó a sacudir la cabeza y a llevarse la mano a la boca en un gesto de clara incredulidad. Solo cuando logró controlar su estado de agitación producido tras escuchar aquel nombre, consiguió recuperar el habla.

—Pero dijeron que murió después de fugarse de Brass Rock...

—Eso creían todos, y yo mismo. Hasta que alguien vino a verme y me contó que creía haberlo reconocido en París entre los seguidores exiliados del rey Jacobo. Fue en ese momento que decidí enviar a Dugall y a Jamie para que comprobaran si era cierto. De serlo tenían órdenes de contarle lo que sucedía en estas tierras. Y como puedes ver, así ha sido.

—Entonces, la cara que pusiste cuando el teniente te contó que Darien estaba en compañía de un tal Donalson...

—No estoy seguro de que sea él. Pero al menos sabemos que, si todavía no ha regresado a su hogar, está camino de hacerlo. Verás cómo con Angus aquí las cosas cambiarán —Fraser se volvió hacia Dugall—. Lo que importa es que vayáis a ver a Elgin y le aviséis del peligro que corren. He percibido el odio y la desesperación en los gestos del teniente. No descarto que acuda a las tierras de los Donaldson para arrasar con todo lo que encuentre a su paso con tal de apoderarse de Darien. Es preciso que si ella está allí, se esconda o abandone dicho lugar antes de que llegue ese ¡perro sassenach! —Fraser de Glengarry escupió las últimas palabras mientras cerraba sus manos con fuerza y sus nudillos palidecían.

—Partiremos de inmediato —asintió Dugall mientras asentía y emprendía su camino hacia la puerta seguido de Jamie—. Una última cosa, Donaldson nos pidió que nadie supiera que él regresaría. Y mucho menos Darien.

—Así se hará —corroboró Fraser con solemnidad. Luego, levantó la mirada hacia su esposa con la preocupación reflejada en esta.

—Si Darien se enterara, el golpe que le produciría sería demasiado fuerte como para entenderlo. Ella lleva años creyendo que Angus murió en la fuga de Brass Rock —le recordó Anne a su esposo mientras se acercaba a él y apoyaba las manos sobre el antebrazo de este y le dedicaba una mirada de comprensión por todo lo que estaba sucediendo—. ¿Por qué no me contaste lo que pensaba hacer con Angus Donaldson?

—Porque ni yo mismo podía creer que fuera cierto. Y lo último que quería era crearte una esperanza que al final se quedará en nada —le aseguró Fraser mientras palmeaba la mano de su esposa—. Espero que su presencia pueda ayudar a Darien a salir de esta desgracia en la que hemos caído por culpa de ese rey extranjero. Y espero que los demás clanes vean la luz de una maldita vez y no le rindan pleitesía.

—No está en tus manos ni en las de Donaldson revertir la situación social y política que vive la nación, querido.

—No lo sé, pero, mientras quede un solo escocés dispuesto a empuñar su claymore en favor del Estuardo, allí me encontrará: a su lado.

—¿Y Darien? ¿Qué hará o dirá cuando reconozca a Angus?

El viejo Fraser sonrió de manera tímida.

—El corazón de una mujer es complicado de descifrar. Tú mejor que nadie deberías saberlo —le refirió con una sonrisa tímida.

***

Angus Donaldson caminó junto a Darien bajo las atentas y curiosas miradas de los miembros del clan. Reconoció a muchos de ellos a pesar de que el tiempo y las circunstancias adversas en las que se veían obligados a vivir, había cambiado sus expresiones. Estar bajo el yugo de Londres no era nada fácil para aquellas gentes.

—¿Dónde camináis? —Un hombre fornido con el pelo y la barba color del fuego los interceptó. Angus lo reconoció nada más verlo. Solo podía tratarse de Elmore. Este escrutó sus rostros con detenimiento hasta reconocerla—. Tú eres Darien. La hija del jefe de los McDonald de Glengarry.

—Así es. Vengo de parte de mi padre para ver al jefe de los Donaldson.

—¿Para qué quieres ver a Elgin?

—Traigo una carta de mi padre que debo entregarle. Él sabrá lo que tiene que hacer.

—¿Y tú? ¿Qué quieres y quién eres? —preguntó haciendo un gesto en dirección a Angus Donaldson con el mentón.

—Pertenezco a este clan. He venido con Darien desde las tierras de los McDonald de Glengarry. Los sassenach la buscan.

—¿Pertences a nuestro clan? ¿Cómo te llamas?

Donaldson deslizó el nudo en su garganta. Decir la verdad en ese momento trastocaría sus planes iniciales, pero, por otro lado, no creía que pudiera ocultar su identidad por más tiempo. ¿Le creerían? Pronunciar su nombre tampoco es que tuviera demasiado sentido, ya que muchos eran los que lo daban por muerto. Pero prefería no arriesgarse por ahora.

—Robert Donaldson. Escapé de Brass Rock y desde entonces he huido de la justicia inglesa —Aquella información bastaría por ahora, pensó Angus, mientras observaba el ceño fruncido de Elmore y cómo su rostro parecía expresar cierto interés en su historia.

—¿Cómo sé que no eres un espía sassenach?

Elmore se acercó más hasta él con el propósito de intimidarlo. Pero Angus lo conocía demasiado bien. No le haría nada.

—Porque si lo fuera, habría entregado a Darien al oficial inglés que la busca. No estaría aquí con ella tratando de esconderla.

—¿Por qué la busca?

—Para casarse con ella —La voz ronca del chieftain de los Donaldson se escuchó detrás de Elmore. Angus apretó los dientes y contuvo la respiración al reconocer a su padre que avanzaba hacia ellos. El tiempo lo había castigado en exceso. Su pelo había encanecido y aparecía más largo. Su rostro curtido por el sol y el frío de aquel valle no había perdido ni un ápice de su fiereza. Su mirada de ojos azules como un cielo despejado lo escrutaba con curiosidad. Angus lo vio vacilar en un principio. Permaneció en silencio mientras respiraba hondo y movía la cabeza de manera imperceptible—. El nuevo edicto de ese extranjero que sienta en Londres obliga a las jóvenes hijas de los clanes a contraer matrimonio con un sassenach nombrado por él. Su intención es unir ambas naciones y pacificar las Tierras Altas, que todavía luchan en favor de los Estuardo. Eso, y la paga que ofrece a todos los clanes que se adhieran a su causa.

—Mi padre...

—No malgastes tu saliva muchacha. Sé lo que quiere mi viejo amigo Fraser. Y en cuanto a ti —dijo volviendo su atención hacia Donaldson observándolo con los ojos entrecerrados—. Te he escuchado decir que estuviste prisionero en Brass Rock...

—Así es. Hasta que logramos escapar.

—¿Todos? —El jefe de los Donaldson elevó su ceja derecha con una señal de suspicacia.

—Todos.

—¿Coincidiste con mi hijo, Angus?

El toque de curiosidad y de recelo por si fuera un traidor no pasó desapercibido para este.

—Lo último que sé es que quedó en compañía de otros. Cada uno de nosotros emprendió caminos distintos.

Elgin asintió mientras desviaba su mirada de él y se volvía dándole la espalda.

—Darien, acompáñame. Veremos que dice esa carta. En cuanto a ti, hablaremos más tarde —dijo señalando a Angus—. Come algo, descansa y date una vuelta por las tierras. Supongo que tendrás gente a la que saludar.

Angus asintió. Por ahora no iba a decir nada más. Darien estaría segura allí con su clan mientras él intentaba pensar en el siguiente paso. No había olvidado el clima de malestar que se respiraba en aquellas tierras.

—Entonces, ¿coincidiste con el hijo del jefe? —preguntó Elmore fijando su mirada con exacerbada curiosidad en Angus.

—Eso he dicho.

—Y... ¿no sabes hacia dónde marchó?

—Hacia la libertad; igual que todos los que escapamos de allí. Yo he vivido en París desde que me fugué. Muchos cuentan que Angus murió. ¿Quién lo contó?

Elmore resopló ante aquella cuestión. Se pasó la mano por su rojiza barba.

—Desconozco el origen de esa afirmación. Tal vez alguien lo vio caer entre los fugados a los que los ingleses abatieron.

—¿Y si te dijera que está vivo, pero que prefiere no revelar su identidad por temor a que los sassenach lo apresen? —Angus bajó el tono de su voz confiando en que nadie lo pudiera escuchar, salvo Elmore que lo contempló como si estuviera tomándole el pelo.

—No se te ocurra bromear con ese asunto aunque seas un Donaldson —Había un toque de amenaza o de advertencia en las palabras del escocés que miraba de manera fija a Angus.

—Nunca haría bromas con algo así.

—Más te vale. Te advierto que... —El sonido de cascos al galope alertó a los dos hombres. Ambos volvieron su atención hacia los dos jinetes que ahora refrenaban sus monturas y ponían pie a tierra antes siquiera de haberlas detenido del todo.

Algus reconoció a Dugall y a Jamie.

—Un destacamento de ingleses avanza hacia aquí. El teniente Blenheim lo guía. Vienen a por Darien. Alguien les ha dicho que está aquí —anunció Dugall sembrando el desconcierto y el temor entre las gentes del clan.

—Debemos avisarla —exclamó Angus Donaldson sin esperar más explicaciones por parte de los hombres de Elgin. Sentía el corazón latirle desbocado por el peligro que representaba que el teniente estuviera camino de aquel lugar. Al parecer no parecía muy dispuesto a dejar en paz a Darien.

Entró como un vendaval en la casa de sus padres. Con la mirada desencajada buscándola a ella.

—¿Qué sucede? ¿Por qué entras en mi casa de esa manera? —le preguntó sobresaltada su madre Maia, mientras Elgin lo contemplaba con el ceño fruncido y el sobresalto en el pecho.

Por unos segundos Angus se quedó con la mirada fija en su madre, que se la devolvía con la extrañeza esperada. Y más si entraba en su casa de aquella manera. Angus se dio cuenta de que el propósito por el que había entrado había quedado relegado a un segundo plano cuando descubrió la presencia de su madre.

—Vienen los ingleses —Fue la escueta y precisa respuesta que dio mientras su mirada quedaba prendida ahora en la expresión del rostro de Darien. Pero lo que más le sobrecogió fue la manera en la que se sacudió su cuerpo. Ella no podía ocultar el temor que representaban aquellas palabras.

—Tienes que sacarla de aquí ahora mismo —Elgin se mostró tajante con sus palabras mientras miraba a Angus—. No permitiremos que se la lleven.

—Pero, tomarán represalias contra vuestro clan —le recordó Darien asustada por las posibles consecuencias que sufrirían por haberla ayudado a escapar.

—Poco pueden hacernos ya, muchacha. Pero a ti... —Había una clara advertencia de las posibles represalias del teniente contra ella si la cogían en las palabras de la madre de Angus. El miedo en su tono de voz—. Es mejor que os marchéis mientras nosotros entretenemos al teniente.

—No tenemos tiempo que perder, Darien —le apremió Angus Donaldson señalando la puerta de la casa de su padre. Cuando Darien salió, la mano del viejo chieftain se posó en el hombro de Donaldson, quien se giró para enfrentarse a la mirada de su padre, y a su gesto risueño.

—Sabía que estabas vivo. Pero eso es algo que ya me contarás en otro momento, hijo. Cuida de ella como has hecho siempre —Aquellas palabras de Elgin detuvieron a Donaldson cuyas piernas parecían haberse fijado a la tierra que lo vio nacer y no estaban dispuestas a ponerse en marcha. Abrió la boca para decir algo, pero su padre se adelantó—. Sería un mal padre si no reconociera a mi propio hijo, ¿no crees? Aunque te ocultes bajo un aspecto desaliñado con el pelo y la barba algo más largos de lo habitual. Y la piel curtida por el sol. Ella no lo sabe, ¿verdad?

—No. Y así debe seguir por ahora —le dijo apretando con fuerza la mano de su padre mientras este asentía. Angus Donaldson levantó la mirada hacia su madre quien en ese momento se llevaba la mano a la boca para ahogar tal vez un grito de asombro. Sus pupilas titilaron con el brillo mágico de las lágrimas. Y Angus se acercó a ella mientras esta era presa de una agitación sin igual. Donaldson la sostuvo por los hombros y la besó en la frente—. Cuídate, madre.

—Ve, sácala de aquí —le urgió Elgin mientras los dos hombres abandonaban la casa del chieftain con una sensación extraña.

Darien aguardaba a Angus Donaldson para que este la condujera a un lugar seguro, lejos del teniente inglés y de sus hombres.

—Coged los caballos —le dijo Elmore sujetando a los animales por las riendas para que no salieran corriendo.

—Estad prestos para la llegada de los ingleses —le recordó Angus Donaldson a Elmore una vez subido en su montura.

—Descuida. Tú sácala de aquí cuanto antes.

Darien lanzó una última mirada a Angus Donaldson para que este le indicara el camino que debían tomar. Elmore sonrió mientras los veía alejarse.

—¿Lo has reconocido? —La pregunta del viejo jefe del clan acrecentó la duda y la expectación en Elmore quien desvió su atención hacia este—. ¿No irás a decirme que no has reconocido a Angus? —Elmore se quedó inmóvil en el sitio sin saber qué decir ante aquella pregunta. Luego volvió su mirada hacia el camino por el que Darien y ¿Angus? habían desaparecido—. Será mejor que nos preparemos para los ingleses.

El viejo chieftain palmeó a Elmore en el hombro mientras este seguía pensando que Angus era el mismo que se llevaba a Darien lejos.

Cabalgaron como si el propio diablo fuera en pos de sus respectivas almas. Angus Donaldson sonreía al verla azuzar a su montura como en los días pasados en los que ella se empeñaba en demostrarle que era mejor amazona que él. Y solo cuando él refrenó su caballo porque pensó que la distancia con respecto a las tierras de su padre era considerable, ella hizo lo propio poniendo el animal al trote.

Darien sentía el sudor empapar sus ropas. Su respiración agitaba y el corazón latiendo como si fuera a salírsele por la boca de un momento a otro. Hacía tiempo que no disfrutaba de una cabalgada como la que había tenido en compañía de aquel extraño.

—Creo que nos hemos alejado lo suficiente. Pero ahora sería conveniente buscar un lugar para descansar —comentó él sin apartar la mirada del rostro encendido de Darien. Sus cabellos se habían liberado luciendo ahora en su máximo esplendor. Una cascada de finas hebras color de la miel que le caían hasta los hombros. Sus mejillas permanecían encendidas, fruto del esfuerzo de la carrera y sus labios entreabiertos, por lo que respiraba de manera algo agitada. Él solo pudo corroborar una vez más que ella era la mujer más radiante que conocía.

—Deberás indicarnos tú el camino. Yo no conozco estos parajes.

—Las tierras de Glencoe no quedan lejos. O bien podemos regresa a Moidart y pasar desapercibidos entre los contrabandistas. La tercera opción sería adentrarnos más en las Tierras Altas para que los ingleses no logren seguirnos el rastro.

Darien permaneció pensativa sopesando las diferentes alternativas que tenían. En cualquier caso lo único que le importaba era escapar del teniente, aunque esto supusiera seguir en compañía de aquel extraño, a pesar de ser un miembro del clan Donaldson; y que su huida acarrearía consecuencias nefastas para todos sus seres queridos.

Ewan y Sinclair llegaron casi a la vez que Donaldson y Darien se marchaban.

—¿Ha llegado Angus Donaldson con Darien? —Ewan no se anduvo por las ramas en cuanto a revelar la verdadera identidad de este. No había tiempo que perder, ni tampoco era el momento de andarse con engaños cuando la situación lo requería así. El joven Sinclair abrió los ojos como platos al escuchar pronunciar aquel nombre que todos en aquellas tierras conocían. Se quedó tan perplejo que no tuvo tiempo de reaccionar.

—¿Ewan? ¿Qué haces tú aquí? ¿Y quién es él? —preguntó Elmore señalando a Sinclair.

—Es el hermano de Darien. Responde a mi pregunta, ¿y Angus?

—Se han marchado en cuanto nos avisaron que los sassenach venían buscándola. El teniente debe estar a punto de llegar. Que el muchacho se mezcle con los nuestros para pasar desapercibido.

—Un momento, ¿os habéis referido a Donaldson por el nombre de Angus? ¿Os referís a...? —preguntó Sinclair atónito por aquel descubrimiento.

—Vamos, no hay tiempo que perder. Prometo contaros su historia más tarde —le apremió Ewan mientras lo empujaba para que corriera a esconderse entre la gente del clan—. ¿Lo sabe el viejo jefe? Que Angus está de vuelta.

—Ha sido él quien me lo ha dicho. Y Maia —asintió Elmore cogiendo los caballos por las riendas para llevarlos a las cuadras dejando a Ewan sin palabras. Pero ¿y Darien? ¿También lo sabía ella?

El teniente Blenheim forzó el paso obligando a sus soldados a hacer un gran esfuerzo para llegar hasta el valle donde se asentaban las casas del clan Donaldson. La ira le comía por dentro hasta el punto de que a cada segundo que pasaba, ideaba un castigo diferente y más atroz para todos aquellos que hubieran ayudado a Darien a escapar. ¿Acaso esa maldita jacobita pensaba que iba a permitir que lo humillara? No, no habría una segunda vez. El repentino picor en su mejilla le recordó que una mujer se había permitido la desfachatez de humillarlo. Valerie, la hermana de ese corsario de Antoine. Ese nombre lo llevaba grabado en su mejilla y en su odio. Habría querido salir en su busca y capturarla para ahorcarla junto a su hermano. Pero la situación en Inglaterra lo obligó a regresar al hogar para luchar en favor del nuevo monarca contra la casa real de los Estuardo, y sofocar la revuelta en Escocia. Y de repente, una segunda mujer se cruzaba en su camino con la misma intención que Valerie. Solo que en esta ocasión no sería tan confiado como lo fue en Francia.

Las primeras casas del clan Donaldson aparecieron expuestas ante él. Blenheim dio orden a los soldados para que se desplegaran, bayonetas en mano y que retuvieran a todo aquel que intentara escapar. El revuelo ocasionado por la llegada de estos hizo que el viejo chieftain saliera de su casa dispuesto a hacerse cargo de la situación. Cuando el teniente detuvo su caballo justo delante de este con intención de intimidarlo, Elgin ni si quiera se inmutó. Sus cicatrices y sus arrugas le servían para indicarle al sassenach que tenía los años suficientes para haber visto y padecido de todo.

—Hemos recibido la noticia de que Darien de Glengarry se encuentra escondida aquí —dijo en voz alta, con un tono que trataba de intimidar a todos los presentes. Pero en el fondo sabía que poco o nada podría arredrar a aquellas curtidas gentes de las Tierras Altas.

—Quien os lo haya dicho os ha mentido —le rebatió Elgin con total calma y sin hacer ningún gesto que hiciera pensar que mentía.

—En ese caso, no tendréis inconveniente en que echemos un vistazo, jefe Elgin —El teniente se inclinó hacia delante empleando un tono irónico mientras entrecerraba los ojos mirando a este.

—Si ello va a suponer que os marchéis antes... —Elgin se mostró severo en su tono. No iba a darle el gusto a aquel sassenach de aparentar temor a lo que pudieran hacerles. El viejo no le tenía miedo a ningún hombre. Ni a la muerte. Y más en ese día en el que su hijo había regresado. Lanzó una mirada a Elmore y asintió para que dejaran a los ingleses registrar su asentamiento. Sabía que no encontrarían nada que les indicara que Darien y Angus habían estado allí.

—Sea pues. ¡Registradlo todo, sargento! No quiero que los hombres dejen un rincón por revisar.

—Bien señor. Ya habéis escuchado al teniente —les dijo con voz de mando—. Desplegaos.

Los soldados del teniente Blenheim se esforzaron en registrar cada casa, establo, cueva, así como entre la agreste vegetación en busca de Darien. Pero, tras una hora de larga búsqueda, los soldados se dieron por rendidos ante el cansancio y el hecho de que la joven no estaba en ninguna parte. Aquel resultado no era el que el teniente esperaba.

—Ya os advertí que no ibais a encontrarla porque no está. La persona que os ha informado os ha mentido. Descargar con ella vuestra ira.

Blenheim entrecerró los ojos y fijó su mirada en el rostro del jefe del clan. Quedaba claro que ni estaba allí ni él iba a decirle si había pasado por aquellas tierras. Ni sus amenazas lograrían hacerle hablar.

—Señor, lo único que hemos encontrado han sido huellas de dos caballos adentrándose en el bosque, hacia las Tierras Altas —le informó uno de los soldados.

—¿Son de ellos? ¿Han pasado por aquí? ¿Con quién va la joven? —preguntó lanzando una última mirada a Elgin por ver s lograba atisbar algún gesto que le indicara que estaba en el buen camino. Pero el viejo jefe no abrió si quiera la boca. Se limitó a mantenerle la mirada al teniente para demostrarle que no le temía bajo ningún concepto. Cuando vieron alejarse a la columna de soldados, Ewan y Elmore miraron a Elgin.

—Temo que llegue a encontrarlos. Ese teniente no es la clase de hombre que abandona.

—Pero Angus conoce estas tierras. Sabes dónde ocultarse hasta que el sassenach se canse —apuntó Elmore convencido de que así sucedería.

—Eso espero. Que se canse. Pero presiento que no cejará en su empeño por encontrarlos. Ewan, creo que nos debes a todos una explicación de qué ha hecho Angus durante estos años y por qué no ha dado señales de vida hasta hoy mismo —le refirió mirando a este que se limitó a asentir—. Luego, Elmore y tú deberíais salir en pos de ellos para advertirlos.