5

Pararon para descansar junto a un arroyo tras una hora sobre los caballos. Convenía estirar las piernas y aligerar de peso a estos, así como darles de beber. Darien se arrodilló sobre el fresco musgo apartándose el cabello hacia un lado para beber con mayor facilidad. Angus Donaldson se quedó paralizado contemplándola. Su cuello de piel suave y blanquecina, sus cabellos alborotados como la hojarasca que se acumulaba en los pasos durante el otoño. Se olvidó de saciar su propia sed, de lo dolorido que tenía el cuerpo, de los nervios por tenerla tan cerca. Bastó aquella visión de Darien inclinada sobre el arroyo para que él se diera cuenta de cuánto la había extrañado y de cómo el tiempo que habían permanecido separados no había hecho disminuir sus sentimientos por ella.

Darien volvió el rostro en dirección a él al darse cuenta de que no se había arrodillado para beber. Se extrañó porque la estuviera contemplando. Sintió el calor invadir su cuerpo y se recogió el cabello con una tira de cuero con el firme propósito de disimular y esperar a que él apartara su mirada. Pero lo que percibió fue una tímida sonrisa.

—¿Por qué me miráis como si no me hubierais visto antes? —Darien entrecerró los ojos y sacudió la cabeza confusa por aquel gesto por parte de él—. ¿O se trata de que nunca habéis visto a alguien beber de un arroyo?

—Sí. Sí que lo he visto —le respondió mientras ella le devolvía la mirada y hacía un gesto esperando que continuara con su explicación. Pero Angus prefirió guardarse para él lo que había experimentado al verla. No sería de recibo confesarle el deseo que lo había azotado para ir hacia ella y beber de sus propios labios mientras la recostaba sobre el mullido musgo y se olvidaban de todo—. Sería mejor continuar. No estaremos seguros hasta que no encontremos un lugar donde descansar y comer algo.

Darien asintió mientras se incorporaba. Se alisó la falda y volvió hacia su caballo para tomar las riendas. No quería levantar la mirada hacia él para no sentir una vez más el sofocante calor por todo su cuerpo.

—Continuaremos a pie un rato y de ese modo daremos descanso a los caballos —le aseguró situándose al lado de ella y preguntándose a qué diablos esperaba para confesarle la verdad. Pero ¿le creería si le dijera quién era? Su padre lo había adivinado, ¿por qué ella no? se preguntaba mientras enredaba las riendas entre sus dedos y caminaba.

—¿Qué interés tenéis en todo esto? Si los soldados nos encuentran, os arrestarán y os acusarán de traición. Vuestra vida corre serio peligro por ayudarme.

Ella estaba intrigada con aquel desconocido. Le sorprendió que el propio Elgin le hubiera pedido que la sacara de sus tierras. ¿Por qué él? ¿Tan bien lo conocía como para confiarle su vida? Ni si quiera había leído la carta de su propio padre, recordó en ese instante. Claro que a estas alturas ya no tenía ningún sentido hacerlo. No podía haberle dado cobijo por mucho que lo pretendiera.

Donaldson se quedó pensativo ante semejante pregunta.

—Evitar que se cometa un acto de injusticia.

—Pero el rey Guillermo ha ordenado los matrimonios entre ingleses y escoceses con el fin de unir a las dos comunidades.

—¿Y vos lo creéis? En serio, Darien, ¿pensáis que todo se terminará con unos cuantos matrimonios no deseados por ambas partes? ¿O tal vez con el dinero que pretende repartir entre esos mismos clanes leales a Jacobo Estuardo para que no se levanten en armas una vez más contra el trono?

Las preguntas impactaron de lleno en la muchacha. Lo contemplaba con el ceño fruncido y una sensación de incomprensión.

—Pues para ser un matrimonio no deseado, el teniente se toma demasiadas molestias conmigo —ironizó mientras una media sonrisa se perfilaba y con la mano se apartaba algunos mechones que se habían acabado por liberar de su improvisado recogido.

—Al teniente solo le mueve su orgullo. El verse derrotado y humillado por una mujer, y además leal seguidora de los Estuardo —le aclaró enfurecido por que así fuera—. Se limita a cumplir el edicto de Gulliermo de Orange porque sabe que de no hacerlo su carrera militar corre peligro. No penséis que tiene otro interés en vos.

—Vaya, ¡qué desilusión! Y yo que pensaba que su desmedido afán por mí se debía a que al menos le gustaba —ironizo Darien entre risas que encandilaron a Donaldson.

—No sois una mujer destinada a alguien como él —le confesó deteniendo su caballo hasta quedar frente a ella y poder absorber toda su belleza. Su mirada irradiaba un brillo que podría hechizar al más necio de los hombres; sus labios entre abiertos tomando aire, eran en perfecto reclamo para abandonarse sin remisión a estos. Estaban tan cerca que Donaldson rozó los dedos de ella con los suyos.

Darien sintió las yemas de los dedos de él de una manera casual. Aquella leve caricia se extendía por su brazo erizando la piel a su paso bajo la fina tela de su camisa de hilo. Deslizó el nudo que acababa de formarse en su garganta al tiempo que se preguntaba qué diablos estaba pasando en aquel lugar que permanecía en silencio, salvo por el murmullo de las hojas mecidas por un suave viento procedente de las Tierras Altas, pero, por encima de todo, la quietud y el silencio que se respiraba en aquel marco idílico. Ella era consciente de cómo el aliento de Donaldson impregnaba sus propios labios sin que ella pudiera evitarlo. No dio un paso atrás. Ni alzó sus manos para situarlas sobre el pecho de él como una barrera que impidiera su avance. ¿Qué extraña sensación se había apoderado de ella, sin que pudiera evitarla? Tenía la ligera impresión de que había retrocedido unos años y se encontrara frente al único hombre al que había amado. Y al que seguía amando por muy extraño que pudiera parecerle a cualquiera después de tiempo transcurrido y de la noticia de que él estaba muerto. La presencia de él le producía una sensación de nerviosismo que no parecía que pudiera controlar.

—No creo que encuentre un hombre que tenga cabida en mi vida —le susurró con voz dulce y cargada de añoranza mientras bajaba la mirada cuando el recuerdo de Angus Donaldson la atrapó sin saber que estaba en presencia de este.

—¿Lo decís porque ya lo hay? ¿Estáis enamorada de otro? —Donaldson sentía la necesidad imperiosa de preguntárselo. De saber cuáles eran sus verdaderos sentimientos hacia él. No le bastaba con escuchar lo que otros le aseguraban que ella sentía. ¡No! Quería escucharlo de sus propios labios y solo entonces él le revelaría su identidad y le contaría la verdad de por qué había regresado a casa.

Darien levantó la mirada hacia el rostro de él y sacudió su cabeza de manera leve. Inspiró hondo y se dispuso a continuar el camino, pero algo captó su atención. Un movimiento extraño entre el follaje. Ella no comprendió en un principio qué le sucedía a Donaldson. ¿Por qué de repente había desviado su atención de ella?

—¡Cuidado! ¡Agachaos! —le ordenó mientras la detonación partía de la espesura del bosque—. Ocultaros tras aquel árbol —le gritó señalando el borde del camino.

Darien no se lo pensó dos veces y lo obedeció de inmediato.

Los caballos se encabritaron emitiendo relinchos de temor. Se levantaron sobre sus patas traseras mientras Angus Donaldson trataba por todos medios de sujetarlos por las riendas y conducirlos fuera del camino. Sin embargo, los animales estaban demasiado nerviosos para acatar las órdenes de su dueño. Viendo que le sería imposible dominarlos sin que algún disparo lo alcanzase, cogió sus pertenencias mientras otro disparo pasaba rozando su cabeza. Darien se había parapetado en ese momento detrás de un tronco caído y ahora observaba lo que sucedía levantando su mirada lo justo para que los disparos no la alcanzaran. Donaldson rodó por el suelo esquivando las balas hasta llegar a su lado.

—Os dije que volverían. Ese teniente no cejará en su empeño de llevaros de vuelta con él —masculló entre dientes con furia—. ¿Estáis bien? —le preguntó mirándola a la cara mientras su mano se posaba sobre su hombro.

—Sí. Algún rasguño que otro, pero nada serio —logró murmurar a duras penas mientras se le formaba un nudo en la garganta. Permanecía tumbada sobre un amasijo de hojas, ramas y piedras que se clavaban en todo el cuerpo. Contemplaba por el rabillo de su ojo como él estaba dispuesto a presentar batalla. Amartilló una pistola mientras la otra permanecía aferrada en torno a la empuñadura de su espada.

Durante unos instantes no se oyó disparo alguno. Angus Donaldson levantó la vista por encima de la espesura de plantas que los ocultaba en busca de algún rastro. De repente una voz se dejó escuchar de manera alta y clara:

—Será mejor que nos entreguéis a la muchacha. Ya habéis causado bastantes molestias al teniente.

Él permaneció en silencio con la mirada fija en Darien transmitiéndole su decisión.

—¿Qué haremos ahora? —preguntó ella angustiada por la situación en la que se encontraban. Por primera vez sintió miedo al ver el peligro que los amenazaba. Pero por alguna extraña razón comprendió que él la protegería, la cuidaría, y evitaría que la cogieran.

—Debemos salir de aquí de inmediato —le respondió en voz baja—. No tenemos otra alternativa. No puedo exponeros a un ataque por parte de ellos. Ni a que os cojan.

—¿¡Acaso estáis pensando salir corriendo bajo los disparos de los ingleses?! —exclamó aturdida por todo lo que estaba sucediendo.

—Es la única opción que veo por ahora. Debemos llegar a algún pueblo e incluso hasta Eilean Donan. Confío en que estéis preparada para una larga caminata —bromeó tratando de relajar la tensión que se había creado por la situación en la que se encontraban.

Taigh na Galla ort! —le dijo mientras lo golpeaba con su mano—. ¿Quién os pensáis que soy? ¿Una damisela de esas que habréis conocido en París que necesita un caballo para salir de aquí? —le preguntó enojada por aquel comentario.

—El teniente Blenheim os persigue. Sus hombres están ahí justo delante de nosotros, y...

—¡Y ya está! ¡No volváis a recordarme la situación en la que estoy! —le advirtió con cierto desdén mientras sus cabellos ondeaban libres en ese momento ocultando parte de su rostro, pero no la ira que brillaba en su mirada.

—Soy consciente de ello, sin embargo, no quiero arriesgarme más de lo necesario —le dijo con un toque de preocupación en su voz mientras sentía el pulso en las sienes provocándole dolor de cabeza.

Darien sintió un alivio cuando escuchó aquellas palabras y una sensación que se asentó en su pecho. ¿Por qué se tomaba tantas molestias por ella? Entendía que era no quisiera verla casada con un maldito sassenach, pero ¿por qué? Por lo que le había contado antes acerca del orgullo inglés. De que el teniente no quería que ella lo humillara con un desplante. ¿Qué podía importarle a él lo que le sucediera a ella? Si por algún motivo que ella desconocía, el tal Donaldson había pensado que podría llegar a ser él el elegido, estaba muy lejos de la realidad. No tenía nada que hacer. Ningún hombre podría competir con los recuerdos que ella atesoraba de Angus Donaldson. Ninguno podría ocupar su lugar en su cabeza, ni mucho menos en su corazón.

—Soy el teniente Blenheim del ejército de su majestad el rey Guillermo de Orange. Estoy aquí porque tengo que llevar de vuelta a mi casa a mi prometida Darien de Glengarry. Hay dos formas de hacerlo. O me la entregáis y os marcháis. U os la arrebato por la fuerza y sufriréis mi ira. ¿Qué decidís? No merece la pena seguir con ella, cuando su destino ya está escrito —explicó el teniente desde lo alto de su caballo mientras oteaba la espesura del bosque en busca de los dos.

Donaldson se quedó en silencio mirando a Darien. Podía notar su nerviosismo. Su angustia por la situación. No era esta la situación que él esperaba encontrarse, pero el destino era bastante caprichoso.

—¿Qué pensáis hacer? —le preguntó ella mirándolo desde la profundidad de sus ojos relampagueantes. Cruzó los brazos sobre el pecho, mientras los cabellos le caían ahora en cascada sobre los hombros.

Donaldson no podía pensar en otra cosa que en ella. En su carácter indómito propio de los habitantes de aquellos lugares. De un pueblo que se negaba a vivir bajo el yugo de Londres. El de acatar sus dictados sin más. Sin rebelarse y sin pelear por lo que consideraba injusto.

—Si os entrego de forma voluntaria, me matará de todas formas —le aseguró con un tono frío y sereno que heló la sangre de Darien. Ella experimentó una oleada de angustia, de miedo porque él tuviera razón.

—¿Y si no lo hacéis?

Donaldson sonrió con ironía. Sabía que estaban en clara desventaja y que en esos momentos le gustaría tener a sus amigos a su lado. Bien era cierto que en alguna que otra ocasión cuando navegaba con Antoine se había visto envuelto en situaciones semejantes. Y siempre habían salido airosos. Pero en esa ocasión era diferente. No se trataba solo de jugarse el cuello para escapar de la horca, si no de no arriesgar la vida de la mujer que amaba. Darien lo había sido todo para él, y todavía lo era. Pensó que, cuando regresara a su hogar, ella se habría casado y tendría una prole de hijos a los que atender. Y, en cambio, seguía siendo fiel al amor que compartieron en el pasado.

—No es un buen momento para pensarlo mucho, sino para tomar una decisión. De modo que será mejor que os marchéis por ese camino que hay entre los árboles y escapéis mientras yo los entretengo —le señaló.

—¿Cómo? ¿Pero...? —le preguntó acercándose demasiado a él para percibir su respiración sobre su propio rostro; su mirada brillante fija en ella, que le transmitía una sensación de calma y de cariño tan solo conocida en una ocasión.

—Os daré tiempo para que os alejéis. No podrán seguiros y mucho menos localizaros si os adentráis en estas regiones. Las conocéis mejor que ellos. No puedo permitirme que nada malo os suceda —le comentó con la voz alcanzando un susurro cálido y placentero mientras le recorría la mejilla con un dedo provocando un sobresalto en el interior de ella.

—¿Por qué vais a hacerlo? —le preguntó con una mezcla de asombro y temor—. Acabáis de decirme que el teniente os matará.

Donaldson la contempló con una punzada de desilusión en su interior porque no podía creer que el destino le fuera tan esquivo otra vez. ¿La había encontrado para volverla a perder?

—Será mejor que hagáis lo que os digo.

—Pero... os cogerán... están ahí... —protestó ella mirando sorprendida a Donaldson.

—Solo lo harán conmigo. De manera que vamos —le ordenó de manera tajante sin esperar a que ella dijera algo—. No tardarán en...

El sonido de un disparo los puso en alerta una segunda vez.

—No merece la pena morir por ella muchacho. No es para ti —le dijo la voz del teniente—. Tu tiempo se agota. ¿Qué decides?

—Está bien, está bien —dijo—. ¿Qué garantías tengo de que no me mataréis si os la entrego?

Durante los segundos que transcurrieron hasta escuchar la respuesta, Darien se deslizó por el camino que Donaldson le había señalado.

—Tenéis la palabra de un oficial de su majestad.

—No pienso marcharme sola —le rebatió Darien sin pensarlo dos veces—. Estamos juntos en esto. —La mirada de ella le aseguró que así era. Que ella no iba a rendirse de una manera tan fácil. Ni estaba dispuesta a abandonarlo a la suerte del teniente de los soldados sabiendo que lo fusilarían.

—No sabéis lo que hacéis. —Donaldson sacudió la cabeza mientras Darien lo miraba esperando que la acompañara.

—Tenemos una opción si nos movemos de manera rápida. Si alcanzamos el interior del bosque, el teniente no podrá seguirnos. Os repito que no pienso marcharme sin vos. De manera que vos decidís —le dijo con todo el aplomo que logró reunir en ese preciso instante.

Donaldson asintió convencido de su locura. Se arrastró por el suelo con suma cautela hasta llegar a lo más frondoso del bosque donde Darien ya lo esperaba. Al llegar junto a ella le tendió la mano para que la tomara y avanzar más rápidos. Cuando Darien bajó la mirada hacia esta, su corazón le dio un vuelco al contemplarla. Al momento levantó sus ojos hacia el rostro de Donaldson. Sus miradas volvieron a toparse mientras él tiraba de ella sin darle oportunidad a pensar.

—¡Escapan!

Ya no había razón para ocultarse, ni andar con cuidado puesto que los habían descubierto. El sonido de varias detonaciones los obligó a correr con la cabeza gacha para evitar ser un blanco fácil.

—¡Recordad que si ella resulta herida, os haré colgar a todos! —gritó el teniente Blenheim fuera de sí mientras espoleaba su caballo—. La mitad seguidles el rastro a través del bosque. La otra mitad seguid el camino conmigo. Tendrán que volver a salir a este.

Darien y él corrieron durante un largo trecho a través de la maleza del bosque. Ella seguía aturdida por lo que minutos antes había contemplado. Por ese motivo se soltó de la mano de Donaldson, ya que parecía que el hecho de agarrarse a él le hubiera producido un calambre. Volvió a contemplarlo mientras él se colgaba la espada y el amasijo de ropas que había conseguido obtener de sus caballos antes de que estos huyeran. Ya no se escuchaban las voces de los soldados, ni mucho menos el sonido de las ramas al pasar.

Darien seguía caminando con la vista al frente, pero de vez en cuando lanzaba una mirada hacia él por el rabillo de su ojo. No podía sacarse de la cabeza la imagen de la palma de su mano cuando él se la tendió. Se sobresaltó con solo imaginar por un momento aquella posibilidad. No podía ser él. Angus estaba muerto. Todos los decían. De lo contrario habría regresado a su tierra natal. Y si aquel extraño fuera él, se lo diría. Sin embargo, lo que no lograba comprender era el hecho de experimentar sensaciones que creía olvidadas con el paso del tiempo. Y por ese motivo se mantendría alerta en todo momento. Lo contemplaba en silencio sin poder evitar hacerse una pregunta que sin duda le parecía de lo más inverosímil.

«¿Podría tratarse de Angus Donaldson?», pensó entrecerrando sus ojos, pero temiendo que volviera la mirada hacia ella y la sorprendiera. «No pueden ser la misma persona. Imposible. De serlo, me lo diría», se dijo tratando de convencerse a sí misma de este hecho.

No obstante, por algún extraño motivo que ella desconocía, le habían sobresaltado ciertos detalles que había tenido con ella. La cercanía de sus cuerpos, su mirada fija en la de ella, sus caricias furtivas tan inesperadas como inocentes. No sabía explicar con palabras las extrañas sensaciones que él la había despertado en su interior en tan poco tiempo. Por esos motivos la pregunta acerca de la verdadera personalidad de él la había asaltado sin tregua haciéndola dudar por primera vez desde que lo conocía.

Caminaban deprisa mientras adentrándose en las tierras de los McKenzie en las que se detuvieron a descansar. Allí los habían acogido sin dudar cuando se enteraron por ellos de que eran los leales seguidores de los Estuardo. No escatimaban esfuerzos ni ayudas entre ellos haciendo un frente común contra el rey Guillermo de Orange, al que consideraban un extranjero sin derecho a sentarse en el trono de Londres. Y mucho menos a dirigir los designios de su tierra.

—¿Sucede algo? —le preguntó él ladeando la cabeza para contemplar a su fatigada compañera de viaje sentada frente a un plato de comida caliente.

—¿Eh? No, no... Es todo esto que está sucediendo —le respondió tratando de esbozar una sonrisa. Cuanto más lo contemplaba más acuciante se le hacía la necesidad de preguntarle si en verdad era él.

—Descansaremos aquí esta noche y mañana continuaremos. Supongo que el teniente también descansará.

—¿Qué? —le preguntó confundida sintiendo que bien el cansancio o centrarse en él le hacían perder el hilo de la conversación—. Seguro que los hemos dejado atrás. Ya los habremos perdido de vista.

—Imagino. Y sobre todo porque ha empezado a llover. ¿Escuchas el sonido de las gotas sobre el tejado?

Darien lo miró sorprendida por ese comentario. Inspiró profundamente y al momento percibió el olor a humedad, a lluvia y a terreno mojado. Así como el sonido del agua sobre el tejado de la posada.

—Por suerte estamos a cubierto. Hablaré con la dueña para que nos ceda un lugar donde dormir. Estamos cerca de Eilean Donan y los McKenzie son leales a la causa. No espero que Blenheim nos siga hasta allí —le aseguró confiado de que así sería.

Darien resopló y tras recapacitar le pareció aceptable. Necesitaba dormir para reponer fuerzas o sucumbiría en el camino. Al cabo de un rato Donaldson reapareció. Su rostro reflejaba el esfuerzo del camino, así como la preocupación por su bienestar.

—La dueña me ha indicado que hay una casa abandonada en la que podemos descansar. Es lo único que hay por aquí, ya que, como te habrás dado cuenta, estamos en una aldea pequeña y sin apenas gente.

—No importa siempre y cuando podamos descansar.

Abandonaron la posada y se dirigieron hacia la casa bajo un intenso aguacero que los empapó de pies a la cabeza.

—Sin duda que está abandonada como te dijo la mujer —dijo Darien a medida que se acercaban a esta.

—Servirá para pasar la noche y reponer fuerzas.

«Pasaría la noche con él. No había otra solución. No, no la había», se dijo de una manera tranquila. «Además, ¿qué hay de malo? No va a hacerme nada. Si tuviera alguna intención conmigo ya lo habría intentado. No obstante, dormiré con mi daga cerca por si se le ocurriese acercarse en demasía», se dijo para calmarse y recobrando algo de fuerzas con solo pensar en la posibilidad de que la sedujera.

—Bien, hemos llegado —le dijo empujando la puerta.

El mobiliario era el apropiado para esas situaciones. Una mesa con un par de sillas, una cama, una chimenea, y algún que otro mueble que Donaldson comenzó a registrar. Lanzó una mirada a Darien esperando que el estar allí la hiciera recordar las veces que juntos se escaparon de sus respectivos padres para ocultarse en sitios como aquel.

—Tenemos que hacer fuego lo antes posible y entrar en calor —comentó reuniendo unos cuantos leños que habían depositado junto a la chimenea.

Darien lo contemplaba en silencio mientras él lo iba preparando. El estar allí le trajo recuerdos de su juventud. La infinidad de ocasiones en las que se había escapado con Angus para esconderse de los castigos de sus respectivos padres. Con el paso del tiempo ella volvía a encontrarse en una situación parecida. Solo que en esta ocasión no escapaba del castigo de su madre. Ahora era peor.

Donaldson se levantó y por un instante su mirada se cruzó con la de ella. Ninguno dijo nada y él rebuscó ahora entre sus cosas. Cogió la pistola y se dirigió a los troncos apilados.

—Confío en que la pólvora no esté mojada —dijo acercando el arma hacia el montón de ramas secas. Disparó contra estas y una pequeña llama comenzó a prenderlas. Se inclinó para soplar y que el fuego cobrara vida prendiendo al instante los troncos. Cuando comprobó que el calor comenzaba a ser considerable se levantó y se quedó mirando a Darien, quien permanecía allí de pie sin moverse—. Vamos, ¿a qué esperáis? Quitaos la ropa antes de que cojáis una pulmonía.

—¿¡La ropa!? —exclamó retrocediendo con los brazos cruzados sobre el pecho.

—O al menos acercaros al fuego para secaros —le sugirió mientras él se despojaba de su chaqueta y luego de su camisa de hilo dejando al descubierto su torso.

Darien intentó no mirarlo de manera descarada cuando lo contempló a la luz de las llamas. El fuego emitía destellos luminosos que lo acariciaban haciendo más patentes sus músculos. Se sentó sobre un camastro y se desprendió de sus botas cubiertas de barro, y las depositó junto al fuego. Luego ¡los pantalones! Darien sintió un nudo en el estómago y como poco a poco iba ascendiendo hacia su garganta. Solo le restaba despojarse de la ropa interior para estar totalmente desnudo delante de ella. Darien desvió su atención de él, y ese gesto provocó la risa de Donaldson.

—¿Os da vergüenza verme desnudo? Prometo no escandalizaros. Pero hazme caso. Si os da reparo despojaros de la ropa delante de mí. Tomad. Envolveos en la manta de la cama —le sugirió tendiéndosela—. Prometo no mirar.

Darien la tomó de su mano y le indicó que se girara mientras sus cabellos adquirían tonalidades distintas por el reflejo de la luz que arrojaban las llamas.

—No se os ocurra volveros o sentiréis el frío de la muerte atravesaros las costillas —le advirtió con un tono de voz severa mientras sus dedos palpaban la empuñadura de su daga oculta en su bota.

—Descuidad, no he llegado hasta aquí para que ahora me atraveséis con vuestra dirk. Además, no sois la primera mujer que veo desnuda —le comentó con ironía.

Aquel comentario provocó una punzada en Darien, quien le lanzó una mirada por encima del hombro que pretendió hacerle ver que no le había gustado nada su comentario acerca de las mujeres que había conocido. Pero él estaba de espaldas para no verla.

—Había olvidado vuestra experiencia en Francia. Apuesto a que habéis conocido a muchas mujeres dispuestas a complaceros. Pero, por lo que a mí respecta, estáis equivocado si pensáis que soy una de ellas —le ordenó apretando los labios con fuerza—. Ya podéis volveros.

—En ningún momento se me ha pasado por la cabeza consideraros como una de ellas, Darien —le aseguró girándose para sentir un latigazo de deseo al contemplarla caminar hacia el fuego del hogar envuelta en una manta de tartán como las mujeres de siglos pasados. No pudo evitar imaginarse su cuerpo curvilíneo de piel blanca y cremosa. Sus pechos plenos con sus cumbres erectas por el frío. Su vientre liso y sus muslos prietos. Apartó de inmediato aquellos pensamientos pues sabía que ella tenía toda la razón. No era como las mujeres de las tabernas de los puertos. Ni qué decir de las ardientes muchachas parisinas. Ella era distinta a cualquiera de todas ellas. No era el momento ni el lugar para dejarse llevar por lo que ella despertaba en él pese al paso del tiempo. Debía centrarse en ponerla a salvo del teniente. Después ya habría tiempo para confesarle quién era. Pero ya no era el muchacho que ella había conocido. Y su mundo había cambiado tanto que no encontraba la manera de encajar en él. En verdad que Darien era hermosa y que los recuerdos en torno a ella se habían avivado como los rescoldos de una gran hoguera que el tiempo no había conseguido apagar en su totalidad. Eso era lo que sentía por ella. Se había convertido en una mujer que despertaría las atenciones de cualquier hombre. Incluido él. Pero todo le indicaba que ella se mantenía fiel al amor que en su día le tuvo.

Se quedó impactado al verla sujetar la manta con fuerza por temor a que se resbalara por su cuerpo dejándola desnuda ante él. Donaldson la contempló con esa mirada que solo el deseo provoca en las personas. Sentía la boca seca y como la lengua se había vuelto pastosa con aquella visión.

—Acercaos más para no quedaros fría —le dijo indicándoselo con la mano.

Darien clavó la mirada en las lenguas de fuego que saltaban. Un cálido resplandor impregnaba su rostro e iluminaba los ojos de Donaldson. Sus cabellos rizados aún más por la lluvia comenzaron a secarse. La piel de sus hombros lucía más blanca mientras sus brazos abrazaban sus rodillas contra su pecho. Donaldson sintió una agitación que le hizo sonreír.

—Pronto entraréis en calor —le susurró con una voz ronca que se deslizó en el interior de Darien de la misma forma en la que el fuego caldeaba la cabaña. De una manera lenta y cálida. Por un momento deseó que nada de lo vivido en los últimos días hubiera sucedido. Pero, por otra parte, el no hacerlo supondría no haberlo conocido a él.

—Ojalá todo esto no fuera más que un sueño del que al despertarme no quedara ningún rastro —susurró sintiendo que la voz de él provocaba un ligero temblor en la suya propia.

—Sin duda.

—¿Por qué te has metido en este problema? A fin de cuentas no tienes ningún interés en ello —Darien lo tuteó, dado el tiempo que llevaban juntos y la complicidad que comenzaba a surgir entre ellos. Estaba dispuesta a averiguar qué lo impulsaba a estar allí con ella, arriesgando su vida.

—Ya te lo dije. Me parece injusto que tengas que casarte con un hombre al que no amas solo porque un monarca extranjero lo exija. Y todo como moneda de cambio para pacificar la parte de Escocia que sigue clamando por el legítimo rey —le aclaró manteniendo la distancia entre ellos para no asustarla con su cercanía—. De tener esposo habrías evitado esta situación.

Darien volvió su atención al hogar. Inspiró con los ojos cerrados y durante unos segundos en los que permaneció ausente. Dejó su mente en blanco para que los recuerdos que atesoraba de Donaldson y ella no la perturbaran. Pero era tan complicado cuando había sido incapaz de seguir sintiendo aquello por él, pese a su ausencia.

—No he encontrado el hombre adecuado para hacerlo.

Donaldson inspiró e intentó no acercarse hasta ella. No detenerse en la forma en la que sus cabellos le acariciaban piel. Cómo la luz que arrojaban las llamas la iluminaban haciendo titilar sus pupilas. Recorrió el perfil de su rostro con su mirada y cuando se detuvo en sus labios perfectamente trazados, y que ahora permanecían entreabiertos, sintió deseos irrefrenables de cubrirlos de una maldita vez después de tanto tiempo. Donalson no pudo evitar sentarse junto a ella y levantar la mano para tocarla, pero finalmente desechó esa absurda idea y la bajó.

Ella se movió provocando el leve y suave roce de sus yemas sobre aquella parte de piel que ahora no cubría la manta. Este gesto causó una ligera aceleración de su respiración. Su mirada quedó suspendida en la de Donaldson tratando de recuperar la calma de su cuerpo agitado y estremecido por su proximidad.

—Todavía estás a tiempo de encontrarlo —le dijo de repente desviando su mirada de la de ella e incorporándose para rebuscar en los escasos muebles que contenía el cobertizo algo de ropa y de alimento, aparte del que le había facilitado la dueña de la taberna. Encontró unos pantalones oscuros que se puso al momento, a pesar de que le quedaban algo cortos. Pero no le importaba. Había llevado peores ropas a bordo del navío de Antoine.

El corazón de Darien dio un vuelco en el interior de su pecho por escuchar aquellas palabras.

«Tengo tiempo, pero no tengo el deseo de encontrar un marido y formar mi propia rama del clan».

La sangre se le aceleró en sus venas fluyendo como lava candente. Le quemaba. Sus pupilas se dilataron y por unos instantes la manta se deslizó hasta dejar entrever dos ondulaciones de piel suave y aterciopelada. Abrió los labios para responderle, pero pareció pensarlo mejor y se limitó a sacudir la cabeza y fijar su atención en las llamas. Los ojos se le empañaron por unos instantes pensando en lo que él le había asegurado.

Donaldson volvió a su lado posando su mano bajo el mentón de ella le volvió el rostro para que lo mirara fijamente. Percibió la niebla que cubría sus ojos.

—Tal vez tengas razón después todo. Pero no siento la necesidad de hacerlo. Ya estuve... —Darien se detuvo de golpe en su explicación y desvió la mirada hacia el fuego.

—¿Por qué te has callado? ¿Estuviste... casada? —le preguntó él mientras su corazón retumbaba en su interior de igual manera que el sonido de los cañones al dispararse. Apretó los labios conteniendo sus palabras y aguardó a que Darien terminara de explicarse.

Darien sacudió la cabeza y bajó la mirada a su regazo. Luego la alzó desafiándolo.

—Dime, ¿has amado alguna vez? —le preguntó furiosa con él. ¿Por qué? ¿A qué venía aquel repentino interés por su vida amorosa?

Donaldson permaneció en silencio contemplándola como a una diosa. Sin poder mover un músculo de su cuerpo. Esbozó una tímida sonrisa y bajó la mirada avergonzado tal vez por tener que reconocer su culpa.

—Claro que he amado —le confesó con un tono en el que parecía predominar cierta melancolía.

«Y todavía lo hago», pensó sin apartar la mirada de ella.

—Dime, ¿por qué te refieres a este aspecto en pasado? —le preguntó con un toque de repentina curiosidad en su voz que alertó a Donaldson.

—Porque me vi obligado a abandonar a la mujer que amaba. Por eso —le respondió furioso consigo mismo por seguir representando aquel papel. Por no contarle en verdad quien era. Estaba convencido de que ella lo seguía amando a pesar de todo de la misma manera que él a ella. La contempló una última vez y sin esperar su comentario se alejó de ella hacia la puerta para salir y ver si aún seguía lloviendo.

Darien lo siguió con la mirada y una sensación de angustia en su pecho. ¿Qué había querido decirle? ¿Y por qué había reaccionado de aquella manera tan repentina e inesperada? Había algo en él que la mantenía aturdida, que le hacía pensar. Pero ¿cómo iba a preguntarle si él era Angus Donaldson? Las últimas palabras lanzadas por él la habían sobrecogido. ¿A quién había amado y se había visto obligado a abandonar? Darien entornó su mirada hacia él mientras lo veía salir del cobertizo. El repentino sentimiento de culpa la invadió. Quiso ir tras él para pedirle disculpas si su pregunta lo había molestado. Si le había hecho recordar momentos dolorosos para él. Y que al mismo tiempo le aclarara que había querido decir con sus últimas palabras. Sus pensamientos volvieron al momento en que él le tendió la mano. ¡La cicatriz en la palma de esta! Muchos hombres tenían tras la guerra pasada. Descendió su mirada hacia su propia mano y sus pensamientos volvieron a Donaldson. ¡Él no podía ser su amigo de la infancia! ¡Él no era su compañero de secretos! ¡Él era un escocés de regreso al hogar! Y no su amor de juventud. Ni el hombre al que seguía esperando días tras día. Al mismo al que su corazón se negaba a dar por muerto.