La Conexión con Dios

Me senté a solas mirando los vestigios de la fogata. El árabe elegante, Adjar, volvió y habló durante mucho tiempo con Rachel mientras reunían las copias del Documento.

Después supervisó el montaje de mi tienda y escoltó a Rachel hasta la suya mientras me dejaba solo con Hira, nuestra guardia, y tres extremistas que estaban sentados juntos en el extremo más lejano del campamento. Los hombres de vez en cuando reían mientras fumaban y se turnaban para beber de una botella de vino.

Mi mente analizaba la situación. Mi energía se había venido abajo y no tenía idea de qué hacer. Pensé momentáneamente en el exhorto del Documento para encontrar Protección, pero no me resultó útil. Cualquiera que fuera el significado de esa palabra seguiría siendo un misterio para mí hasta que alguna experiencia la dotara de significado. Hasta entonces la Protección sería solamente un término abstracto más.

Miré de nuevo a Hira y me pregunté si podría arriesgarme e intentar escapar, pero dejaría a Rachel sola con ellos y no pensaba abandonarla. Hira echó un vistazo alrededor y me clavó los ojos; cuando nuestros ojos se encontraron, su mirada cambió hasta convertirse en algo semejante a la curiosidad, pero sólo durante un instante.

Algo en su mirada me hizo sentir mejor. Pensé en hablar con ella, pero lo descarté. El día había sido largo y a pesar del temor me sentía muy cansado. Durante unos minutos me fijé la noche y traté de conjurar una expectativa de Sincronización. Luego entré en mi tienda y caí dormido al instante. Me pregunté dónde estaría Wil. ¿Y Coleman?

Desperté al hilo de una conversación que estaba teniendo lugar fuera de la tienda. Al principio pensé que estaba soñando, pero entonces escuché claramente la voz de Rachel. Eché un vistazo a mi reloj y vi que faltaba una hora para el amanecer.

—¿No te das cuenta? —dijo Rachel en un murmullo que logré escuchar con claridad—. Tenemos que hallar la manera de superar nuestras diferencias.

Me puse a espiar a través de la ventanita de la tienda y vi a Rachel cerca del fuego. Frente a ella estaba sentado Adjar. El resto del campamento estaba a oscuras y en silencio. Hira ya no estaba en la roca.

Rachel presionaba.

»No se puede forzar la espiritualidad. La gente debe descubrirla por sí misma.

Él negaba con la cabeza.

—Nosotros creemos que debe darse forma a la cultura y mantenerla espiritual. Las reglas espirituales deben ser mantenidas por aquellos que estén al cargo. De no ser así, nuestra gente se echará a perder y se volverá débil. Mira la indecencia y la degradación de vuestras películas y de vuestra música. ¿Crees que vale la pena presumir de tus políticos corruptos?

—Mira —replicó Rachel—, también me molestan algunos aspectos de mi cultura, pero la libertad es importante, para los hombres y las mujeres por igual. ¿Y si el Documento está en lo correcto? Tú comprendes su mensaje. Has experimentado la Alineación. ¿Qué pasaría si la gente, en todas partes, pudiera aprender a practicar una espiritualidad que establezca la disciplina a que te refieres, pero de manera voluntaria, o por el solo hecho de vivir la experiencia?

De pronto Hira regresó con una mirada de alarma en el rostro y comenzó a hablar a Rachel en hebreo. Parecía que Adjar quisiera golpearla, pero más bien se alejó unos pasos mostrando su disgusto.

Sorprendí a todos abriendo plenamente la ventanita de la tienda. Rachel me miró seriamente preocupada y caminó hasta donde estaba Adjar.

—Algunos han hablado con Hira —dijo por lo bajo Rachel a Adjar—. ¡Anish dice que no nos dejará ir! ¡Tienes que ayudarnos a salir de aquí!

Adjar guardó silencio.

»Ya sabes lo que dice el Documento —siguió Rachel—. Dice que podemos experimentar un Descubrimiento. Nuestra tarea es averiguar de qué se trata. Podría llevar a una solución satisfactoria para ambas partes. ¿Y si el Armagedón no tuviera que suceder?

Adjar volvió a darle la espalda, como si se encontrara bajo una presión tremenda.

Finalmente dijo:

—De acuerdo. Toma tus pertenencias.

Hira corrió hacia Rachel con la ametralladora colgando del hombro. Se señaló a sí misma, lo que parecía significar que iría con nosotros.

Rachel me miró sonriendo como si estuviera perpleja de que su petición de ayuda hubiera sido atendida. Yo me dediqué a desarmar mi tienda tan silenciosamente como me fue posible. En unos minutos los tres caminábamos hacia el norte. Tras nosotros Adjar nos miraba partir sin moverse; la fogata brillaba en su frente.

—¿Y qué me dices de Adjar? —pregunté a Rachel en voz baja. Subíamos la inclinada pendiente que conducía a la Montaña Secreta.

Ella se detuvo y se volvió para mirar a Adjar.

—No sé —respondió.

Rachel encontró un pasadizo que nos permitió dirigirnos a la derecha hacia un pequeño risco. De repente escuchamos una larga serie de gritos y discusiones detrás de nosotros en el campamento de los Apocalípticos, que aparentemente estaban descubriendo nuestra ausencia. Pude ver cómo se encendían de nuevo las grandes linternas y cómo un grupo de hombres partía tras nosotros.

Apresuramos la marcha con rumbo al norte, internándonos cada vez más en el Territorio Indómito de la Montaña Secreta. Esta zona, según sabía, tenía al menos sesenta kilómetros cuadrados de terreno agreste. Caminamos hasta después del amanecer. Cada vez que el terreno ascendía de forma perceptible aprovechábamos para constatar si nos perseguían los extremistas. Siempre los veíamos en la distancia, pero sin que ésta se acortara entre nosotros.

Conforme el sol se elevó en el cielo, apresuramos el paso hasta dejar de verlos por completo; seguimos adelante durante la tarde temprana hasta que llegamos al punto de extenuación. Montamos el campamento en una saliente rocosa tapizada de arbustos, excepto por uno de los lados, por el que aprovechábamos para vigilar la zona.

Durante el resto del día comimos estofado y nos turnamos para vigilar y dormir. Finalmente todos nos reunimos en el risco para admirar el atardecer. Rachel se sentó junto a mí e Hira lo hizo a unos pasos de nosotros sin dejar de vigilar y dando la impresión de estar muy nerviosa. Conforme pasaba el crepúsculo algunas nubes tipo cirro se adueñaron de la poca luz que quedaba y lucían como pequeños ángeles rosas.

—Tengo la impresión de que nos estaban protegiendo desde allí —dijo Rachel.

Asentí.

—¡Pues aún vais a necesitar la ayuda! —gritó de repente Hira.

Vimos a un grupo de siete extremistas que corrían colina arriba hacia nosotros a unos treinta metros de distancia. Algunos llevaban armas de asalto colgando de los hombros.

—Vamos. Debemos salir de aquí —dije.

En unos pocos minutos habíamos recogido todas nuestras cosas y corríamos colina arriba, hacia la cima de la montaña, escalando salientes rocosos y abriéndonos camino entre espesos grupos de árboles. Hira marchaba al frente y nos guiaba.

—Deja que ella nos guíe —me dijo Rachel—. Formó parte de las fuerzas armadas israelíes.

Nos las arreglábamos para dar la vuelta por uno de los salientes cuando uno de mis pies resbaló y sentí que me precipitaba hacia otro saliente de la roca, situado a unos siete metros más abajo. En la última fracción de segundo antes de comenzar la caída logré saltar hacia una roca que estaba a unos tres metros por debajo de mí. Luego me deslicé boca abajo raspándome el brazo con las afiladas rocas.

—¿Estás bien? —Rachel preguntó desde arriba.

Me di cuenta de que no había manera de regresar a donde estaba ella.

—Sí —respondí—, pero aún tengo que encontrar la manera de subir a donde estáis ahora. Os alcanzaré más adelante.

Estuvo de acuerdo y yo emprendí el camino. Mirando por encima de mi hombro conforme bajaba en medio de la oscuridad, pude ver las linternas de los Apocalípticos brillando de arriba abajo y de lado a lado conforme se acercaban a nosotros. De repente sonó un disparo que reverberó en la montaña con una serie de ecos que me helaron el alma.

Hiciera lo que hiciera, mi energía seguía flaqueando todavía más. Traté de animar a mi conciencia diciéndome que lo importante era salir de esa situación para encontrar las Integraciones que faltaban. Incluso traté de esperar Sincronización de nuevo e intentar buscar Protección, pero sabía que no había nadie en esos lares que pudiera venir en nuestra ayuda.

Corrí en la oscuridad y luego brinqué de roca en roca. En un momento dado me horroricé al descubrir que no había forma de seguir adelante sin subir de nuevo la pendiente, lo que me llevaría hacia las luces de las linternas. Peor aún: vi que la pendiente terminaba un poco más adelante frente a una pared de roca casi perpendicular. Para escapar tendría que escalar ese muro casi vertical.

Sonó otro disparo y entré en pánico total. Todo parecía carecer de sentido. Sólo había temor y un deseo desesperado de salir de allí.

Cuando llegué al muro de piedra, elegí la ruta que consideré más conveniente y trepé para salvar mi vida. En cada resquicio en la roca que lograba alcanzar las luces brillaban erráticamente sobre mí, dándome a entender que los hombres estaban escalando también. ¿Me estarían apuntando con sus armas? La idea me llevó a padecer oleadas de pánico todavía más grandes hasta que el nivel de miedo era prácticamente intolerable. En ese momento comencé a resignarme a una muerte inminente; la resignación caía sobre mí como si fuera una sábana mojada y me despojaba de la energía que me quedaba. Las piernas parecían ser de plomo.

Entonces me llegó un recuerdo. Esto mismo me había sucedido años atrás durante la búsqueda de la Profecía en Perú. Estaba en la misma situación, entregándome a la muerte para darme un respiro del terror. En aquel momento me abrí a un nivel de conciencia que no había experimentado y que no he vuelto a experimentar desde entonces.

Con esa idea en la mente recuperé parte del equilibrio y escalé hasta la parte superior del muro. Luego me escurrí en un estrecho pasadizo que se extendía entre dos piedras para tratar de encontrar un camino que fuera a la derecha. Para mi sorpresa me descubrí totalmente bloqueado y con un acantilado frente a mí. De nuevo igual que en Perú.

Al oír rodar las piedras debajo de mí supe que los extremistas estaban cerca. Mis débiles piernas empezaron a flaquear de nuevo y caí sobre las rocas. De nuevo el sudario de la rendición comenzó a cubrirme, sólo que esta vez no me deshice de él del todo. Una parte de mí, la parte que recordaba la experiencia en Perú, no se daba por vencida. Llegó un momento en el que me convertí en el observador puro, en el testigo imparcial que está ahí únicamente para ver el drama que se desenvolvía ante mis ojos y que determinaría mi destino.

Respiré hondo, miré alrededor, esperé y luego, igual que en Perú, algo comenzó a cambiar. Sin esfuerzo fui testigo de cómo mi conciencia se ensanchó y extendió sus dominios a todo lo que me rodeaba, dándome una sensación de extraña familiaridad, cual si estuviera recuperando una parte natural de mí mismo, una parte que había estado perdida.

Al instante mi Percepción se llenó con todo lo que no había advertido antes: pequeñas polillas e insectos voladores daban vueltas alrededor de mi cabeza. Los grillos, o quizá serían saltamontes, entonaron su canto desde los árboles y las rocas. Me di cuenta de que había un gran pájaro, quizá un halcón o un búho, que se había despertado por mi ruda intrusión; el ave chilló y se fue volando. Escuché cada aleteo como si el vuelo se realizara a cámara lenta.

Encima de mí la luna en cuarto menguante que había guiado mi camino parecía ahora colgar por debajo del cielo. Al mirarla sentí una nueva expansión de mi ser, una que también recordaba de una época anterior. La luna ya no era un mero artefacto en el cielo, de apariencia bidimensional, como se ven las cosas en televisión.

Una parte de mí percibió la luna como agrandándose, de modo que percibí que las fases de la luna son en verdad un cambio en la forma en la que el sol se refleja en esa superficie redonda, tridimensional, que está suspendida en el espacio.

La Percepción extendió mi conciencia aún más para abarcar no sólo la luna, sino también el sol, colgando como estaba bajo el horizonte occidental de la Tierra y brillando sobre la luna. El efecto expandía mi sentido del espacio, lo llevaba más allá del área en la que estaba sentado y lo proyectaba en todas direcciones del cosmos, no sólo sobre mi cabeza o a los lados. Lo sentí brillar en el otro lado de la Tierra bajo mis pies.

Además sentí de pronto que me arrojaban a un bajo relieve, una especie de supertridimensionalidad que aumentaba la presencia y la realidad de todo lo percibido, desde los pequeños insectos cercanos a mi rostro hasta las galaxias de estrellas que están detrás de la luna. Miraba todo desde la perspectiva máxima del universo entero.

Todo lo que me rodeaba estaba vivo, con una belleza y una majestuosidad abrumadoras. Las rocas y los árboles virtualmente refulgían de color conforme cada reflejo de luz definía sus contornos y sus grietas con reflejos multicolores. El gran pino situado junto al precipicio, a mi derecha, parecía explotar en mil variantes de luces rojas y azules.

Como si fuera atraído por mi propio y creciente sentido de la belleza, sentí entonces que me expandía a nivel emocional, accediendo a un profundo sentimiento de amor y Conexión con todo lo que me rodeaba. Algo en la zona del corazón parecía explotar y supe si ninguna duda que ahora estaba en casa y cuidado; no lo podía creer, pero me sentí protegido.

Durante un momento me quedé ahí, henchido de emoción, pero luego comenzó a cambiar mi imagen como persona. De alguna manera en este momento de euforia la parte de mí que era testigo de las cosas podía ver ahora los acontecimientos de mi vida como si se tratara de una larga película. Podía ver todas las Sincronizaciones, todos los pensamientos y las ideas que se me habían ocurrido en el pasado en el momento justo, guiándome hacia delante, todo revelaba un sentido oculto. Me di cuenta de que todo lo que había hecho provenía de una verdad que yo debía anunciar al mundo. Sin embargo, también me di cuenta de que mi verdad es parte de una verdad mayor, oculta, de un Plan para toda la creación.

Este reconocimiento me elevó hasta una nueva y aún mayor apertura emocional. El amor, el sentimiento eufórico de estar en casa, de estar involucrado en un universo más sublime y con propósitos más elevados, todas esas sensaciones seguían estando presentes. Sumado a ellas se formaba un profundo sentido de agradecimiento por esta Conexión y por el apoyo. Fue como darme cuenta de que una fuerza divina ha estado detrás de mí todo el tiempo sin que yo lo supiera del todo. Ahora esa entidad divina parecía salir de la nada y decir: «¡Sorpresa!».

Debo aclarar que la experiencia fue mucho más profunda y sentida de lo que puedo explicar. En este nivel de iluminación comprender que formaba parte de algo mayor y antiguo constituyó un impacto abrumador.

Y aquí, en este momento de agradecimiento, también parecía estar ocurriendo otra cosa. Sentí que había una fuente, un punto personal de Conexión del que manaba todo este amor y este sentido de pertenencia. ¿De qué se trataba? Al tratar de analizarlo simplemente desapareció. Aun así, al concentrarme en el sentimiento de amor, bienestar y agradecimiento, la sensación volvía. Era como si, de alguna manera, el agradecimiento completara un circuito de Conexión que acercaba este punto de contacto.

Permanecí sentado durante mucho tiempo, sintiéndolo todo a la vez: la Percepción sublimada, el amor y el bienestar, el sentimiento de que existe un Plan hacia el que todos somos guiados y finalmente este elusivo punto de Conexión que no lograba entender. No quería moverme.

 

 

El cielo nocturno se había esfumado con la llegada de los primeros rayos de luz del amanecer. Todo alrededor tenía colores y contornos más vivos y definidos. De pronto sentí que mi atención se dirigía a la pendiente. Me percaté de que escuchaba voces. Me puse de pie de un salto; lo hice con tanta facilidad que me sorprendí. El movimiento de mi cuerpo era diferente, no sólo por tener más energía —lo cual era cierto— sino porque disponía de mayor coordinación y precisión. Volví a escurrirme entre las rocas, bajé en silencio; me di cuenta de que las voces provenían de un punto ubicado a unos treinta y cinco metros, a mi derecha, detrás de unos árboles. Al aproximarme pude escuchar los acentos con que hablaban y supe que se trataba de los Apocalípticos.

Sin temor alguno me moví lentamente de manera que pudiera verlos. Anish y el hombre de la barba hablaban alzando la voz. Detrás de ellos estaban Rachel e Hira; un hombre mayor estaba sentado frente a ellas. Cuando se volvió me di cuenta de que era Coleman y tenía un aspecto terrible. Anish y el de la barba discutían qué debían hacer con los prisioneros.

—Saben lo que vamos a hacer —dijo el de la barba—. Liberarlos equivale a poner en peligro nuestro proyecto.

—¿Qué saben? —preguntó Anish al tiempo que miraba a Rachel—. Nada que pueda hacernos daño. El final se aproxima y nadie puede evitarlo.

El de la barba parecía enojado.

—No podemos seguir arriesgándonos así. ¿Qué hacemos en esta montaña? Ese Documento no significa nada. ¿Por qué buscamos más partes? Debemos irnos a Egipto.

Anish le dio la espalda.

»Debo insistir en ello —continuó el hombre de la larga barba— o cada uno irá por su lado.

Varios hombres armados aparecieron a espaldas del barbado.

—No, no —dijo Anish—. Nuestra coalición es demasiado importante como para hacer eso.

Miró a Rachel con un poco de lástima.

—No debes hacer eso —dijo Rachel—. El Documento explicará el final de los tiempos y el verdadero significado de todas las Profecías. Lo sé. Entre todos podemos encontrar la verdad. Podría traer paz.

En ese momento comprendí de súbito que todos nosotros —Rachel, Adjar, Hira, Coleman, yo mismo y Wil, estuviera donde estuviera— estábamos aquí por una razón. Éramos parte del Plan. Estábamos en el lugar correcto para interceder con estos extremistas. Podíamos aprender a llegar a ellos, como decía la Cuarta Integración. Pero ¿cómo?

De pronto se me ocurrió moverme aún más a la derecha para tratar de crear un derrumbe que no golpeara a nadie, pero que sí creara la suficiente confusión como para permitir la escapada del grupo. Estaba a punto de hacerlo cuando me di cuenta de que había alguien en el área desde donde pensaba iniciar el derrumbe. De pronto un monolito enorme se vino abajo rodando hacia los pinos y haciendo que otras rocas se soltaran, incluyendo una del tamaño de una tina. Conforme empezó el estruendo, los Apocalípticos corrieron en la dirección opuesta.

Algo me decía que tenía que hacer lo que fuera para que Rachel y los demás corrieran hacia mí, y sentí cómo entraba espontáneamente en un estado de intención, parecido a la oración, sólo que no estaba solo. De alguna manera logré sentir una Conexión con muchos otros que me estaban ayudando. ¿Quiénes eran?

Como si hubiera recibido una instrucción, Rachel tomó a Hira del brazo y echaron a correr en dirección a donde estaba yo. Cuando nuestros ojos se encontraron, Rachel redujo la velocidad por un instante y parecía algo inestable. Hira me vio también y tomó el brazo de Rachel para evitar que se cayera. El último en verme fue Coleman, quien se aferró a una roca para evitar caerse. Sabía que estaban ascendiendo hasta el mismo nivel de conciencia en el que me encontraba yo.

Pasé por el mar de confusión y polvo, sujeté a Rachel y a Hira y las llevé hasta el punto donde me encontraba antes. Coleman venía detrás de nosotros. Las rocas no paraban de rodar colina abajo; al correr me giré para ver el sitio desde donde se había originado el derrumbe y volví a notar movimiento. Los llevé hasta un lugar donde había otros salientes de roca, cerca de un gran árbol; nadie podría vernos estando allí. Los tres sonreían y no parecían preocupados por el peligro.

Wil se asomó por detrás del árbol. Al verlo mi nivel de alerta subió aún más. Cuando me miró, supe que estaba en el mismo nivel de conciencia que el resto de nosotros.

—Seguidme —dije espontáneamente—. Sé a donde podemos ir.

Los conduje hasta el saliente de roca donde me había ocultado antes e hice que atravesaran el estrecho pasadizo. Rachel, Hira y Coleman parecían absortos en su estado de conciencia y se sentaron en lugares separados.

Wil y yo salimos a vigilar.

»Tú provocaste ese derrumbe, ¿no es así? —pregunté.

Wil asintió.

Yo me eché a reír.

»Yo pensé en causar un derrumbe, pero tú lo pensaste antes.

Me miró y dijo:

—¿Quién sabe? Tal vez tú lo pensaste primero y yo te escuché. O quizá lo pensamos al mismo tiempo. Eso es lo que creo.

Sabía que se refería a la Conexión que todos parecíamos compartir.

Di un paso hacia él.

»¿Piensas que estos extremistas...?

Wil completó el resto de mi frase antes de que yo pudiera hacerlo:

—...¿nos siguen? No me sorprendería.

Hizo el comentario sin el menor tono de alarma, como si no le importara nada en el mundo. Eso me pareció raro teniendo en cuenta las circunstancias que estábamos viviendo, pero luego me percaté de que yo me sentía exactamente igual. Pensábamos y actuábamos a gran velocidad, haciendo lo que teníamos que hacer. Sin embargo, parte de lo que sentíamos —el amor, haber llegado a casa, ser guiados por una misteriosa intuición— era, en definitiva, la sensación constante de ser invulnerable, como si no pudiera ocurrir nada que no pudiéramos resolver.

Lo miré.

—También sientes la Protección, ¿verdad?

 

 

Entonces se me ocurrió ir a echar un vistazo a la parte baja de la colina. Wil me rebasó para hacer justo eso, es decir, trepar un poco más para mirar la parte baja. Yo estaba ahora detrás de él. Cuando llegamos al sitio ideal, vimos movimiento. Un pequeño grupo de hombres armados se dirigían hacia nosotros.

—Lo sabía —dijo regresando al saliente.

—Yo también —pensé esforzándome por seguirle el ritmo.

Mientras nos movíamos entre las rocas, algo me vino a la mente. Cuando estaba en el saliente de roca la noche anterior, estaba oscuro. Quizá sí había una salida que llevara colina abajo después de todo. Al llegar al sitio Rachel revisaba ya el saliente en compañía de Coleman. Buscaban exactamente lo mismo: una ruta de escape. Parecía que nuestras mentes trabajaban juntas en una suerte de Superconexión.

Ahora Coleman estaba completamente en Sintonía.

—¿Qué nos está pasando? —preguntó sonriente—. Sabía que la Quinta Integración tenía que ver con un Descubrimiento, pero nunca esperé...

—Sólo concéntrate en el sentido de Protección —dije instintivamente.

Su rostro me dejó en claro que había comprendido.

—Ahí está la salida —dijo Hira de manera abrupta. Miraba por el lado derecho del saliente—. Podemos bajar al siguiente saliente rocoso y movernos a lo largo de la pendiente hacia la derecha.

Fui a mirar.

—¡Pero si son por lo menos cinco metros de altura!

—Puedes hacerlo —dijo ella.

Al girarme vi que todos recogían su equipo para intentarlo. Wil me miró como diciendo: «Vamos».

Hira fue la primera. Dejó caer su mochila y luego saltó sin ningún problema. Coleman arrojó sus pertenencias a Hira y luego gateó hasta el borde del saliente. Se descolgó e hizo una pausa antes de soltarse. Wil hizo lo mismo. Luego Rachel se acercó a mí. Yo la sostuve de los brazos y la ayudé a descolgarse del saliente. Al hacerlo nuestros ojos entraron en la más profunda Conexión que he experimentado; era como si nuestras almas se tocaran.

La sostuve un momento que pareció largo y luego la solté para que se uniera a los demás. Al saltar yo pensé en algo que había olvidado hacía mucho tiempo. Desde muy pequeño me había caído con cierta regularidad de alturas considerables. Una vez, cuando contaba con apenas tres años, pensé que podía volar y, con un mandil atado al cuello a modo de capa de Superman, me había lanzado desde un muro de casi tres metros de altura sin hacerme daño.

Luego, siendo joven, subí a una escalera de mano de unos ocho metros de altura para ayudar a montar una luz en una plataforma de hormigón. El pie de la escalera se movió y caí al suelo, precisamente sobre la escalera. Mi cadera y el hombro golpearon contra los peldaños rompiendo la inercia de mi caída, la única manera posible de no lastimarme seriamente. No sufrí daño alguno.

Me caí cuando era estudiante en la universidad. Trabajaba como electricista y me desplomé desde el ático de un centro comercial, atravesé el techo de una joyería y aterricé sobre una repisa de cristal de casi tres metros de altura y con cuatro niveles. La atravesé y reboté en el suelo. Después aparté numerosos pedazos de vidrio filoso de mi cuerpo y me levanté sin un rasguño.

En cada una de estas caídas el tiempo parecía transcurrir muy lentamente y también tuve la certeza de que todo saldría bien, la misma certeza que sentía ahora que mis pies llegaban a la roca de abajo. Me pregunté si en aquellas ocasiones había estado en consonancia con la Protección, aunque fuera de modo inconsciente.

Hira caminaba a la cabeza del grupo guiándonos. Encontramos una ruta que nos condujo alrededor de una cañada para luego descender hasta la falda oriental de la Montaña Secreta. Mientras Hira caminaba a buen ritmo delante de nosotros noté que su cuerpo era duro como la roca, como de gimnasta. Parecía exudar entusiasmo.

—No os quedéis atrás —dijo en un momento dado, pero incluso antes de que hablara todos habíamos comenzado a acelerar el paso de manera instintiva.

Después de casi ochocientos metros llegamos al llano del nordeste del cañón Boynton. Empezaba a cansarme y la euforia y la claridad a esfumarse. Hira se detuvo un momento para dejar que el resto recuperáramos el aliento. Cuando me miró, su rostro me pareció diferente, como si de repente se hubiera vuelto a preocupar. Al ver a los demás me encontré con signos parecidos de preocupación. Me quedaba claro que las cosas volvían a la normalidad. Miré hacia la montaña que estaba detrás de mí.

Sin advertencia alguna un tercer disparo hizo eco en el desierto y nos llenó a todos de pánico. Estábamos al final de una zona rocosa y a punto de entrar a una planicie grande y desértica. Nos ocultamos entre las rocas; estábamos ante un dilema.

Detrás de nosotros estaban los Apocalípticos y frente a nosotros había unos setenta metros de terreno abierto antes de llegar a unos árboles que servirían para cubrirnos. Podíamos cruzar de frente o hacerlo hacia la derecha, por donde los pinos más gruesos y las rocas ofrecían más cobijo.

Wil se me acercó gateando.

—¿Permaneces centrado? —preguntó.

—A duras penas —respondí.

—Recuerda que acaba de tener lugar un Descubrimiento: hemos echado un vistazo a un nivel de conciencia que nos parecía inexistente y ahora es posible. Tendremos que trabajar para regresar a ese estado.

En ese momento sonaron varios disparos más, algunos dieron contra las rocas que estaban a menos de veinte metros de distancia. Los Apocalípticos no sabían dónde nos hallábamos exactamente, pero seguían persiguiéndonos. Todos gateaban hacia donde nos encontrábamos Wil y yo.

—Disparan desde el saliente en el que estábamos —dijo Hira con voz ligeramente temblorosa.

—¿Y a qué esperamos? —dijo Rachel—. Debemos correr hasta la siguiente colina.

—¿Estás loca? —dijo Coleman. Miraba hacia el saliente de roca—. Veo a dos o tres de ellos. Todos están armados. Tenemos más posibilidades de cubrirnos si corremos hacia la derecha. Usa la lógica.

Mientras hablaba me vino a la mente la imagen de nuestro grupo corriendo hacia la derecha y sentí que mi nivel de energía se hundía definitivamente. Miré a la ruta que teníamos de frente y, por alguna razón, me pareció mejor. Estaba seguro de que la opción correcta era ir en esa dirección.

—¿Qué pensáis? —preguntó Wil.

—Creo que debemos correr hacia delante —dije.

—¿Qué? —dijo Coleman—. Yo, no. Se nos echarán encima.

Todos miraron a Rachel.

—Insisto en que debemos seguir de frente —aseveró ella.

Coleman, aún incrédulo, echó a correr hacia la derecha, moviéndose de árbol en árbol para cubrirse. Unos segundos después el resto de nosotros comenzamos a correr hacia delante a campo abierto. Procuramos dispersarnos lo mejor que pudimos al correr en zigzag.

De repente zumbaron las balas por la zona donde escapaba Coleman. Al mirar atrás vi que algunos de los Apocalípticos habían tomado posición en la colina situada directamente encima de la zona de Coleman; disparaban en esa dirección. Todos desaceleramos la carrera para mirar hacia allá.

—¡Vamos! ¡Vamos! —gritó Wil cuando los tipos del risco abrieron fuego contra nosotros. Las balas levantaban el polvo cerca de nuestros pies. En ese momento capté los ojos de Wil y por primera vez advertí una mirada de resignación en él. Y después sentí lo mismo que cuando me caí siendo joven: que todo iba a estar bien.

De pronto escuchamos el ruido de un helicóptero que volaba hacia nosotros. Cuando estaba justo sobre nuestras cabezas, se inclinó, así que pude ver a varios hombres que viajaban en la parte trasera. Uno de ellos era Peterson. Me reconoció y pareció quedar estupefacto hasta que pronto sonaron más disparos que daban ya muy cerca de nosotros. Al comprender la situación en la que estábamos, Peterson se acercó al piloto y el helicóptero aceleró y pasó rozando la cabeza de los Apocalípticos. Cesaron los disparos.

—¡Vamos! —gritó Wil, y todos corrimos sin parar hasta alcanzar las primeras rocas de la siguiente colina. Una vez allí vimos que el helicóptero volaba en círculos alrededor de los extremistas y luego desapareció.

—¿Cómo supieron los del helicóptero que necesitábamos ayuda? —preguntó Hira.

—No lo sabían —dije—. Pasaban por aquí.

Me miró confundida.

—Fue la Sincronización —aclaré—. Estábamos protegidos.