Abrirnos a la Percepción

Durante veinte minutos caminé por ahí y conversé con todas las personas del grupo. Dediqué tiempo a cada una. La mayoría hablaba inglés, pero se prestaban fácil y espontáneamente a interpretar para los demás sin problema alguno.

El grupo era muy representativo de la sociedad de la región, pues estaba integrado lo mismo por panaderos que por profesores o ingenieros y representaban a la mayor parte de las tradiciones y de las sectas conocidas. Habían experimentado una Conexión de Descubrimiento a su manera y procedían a poner en práctica las Integraciones una a una. Conforme hablábamos, me di cuenta de que estábamos convirtiéndonos en un grupo modelo más grande.

De hecho muchos dijeron que el Ágape entre las personas era primariamente un concepto que había surgido del pensamiento occidental judeocristiano. Pero los que provenían de otras religiones señalaron que sus historias estaban también llenas de iconos que enfatizaban la importancia del amor del alma. Yo mismo estaba al tanto de que el concepto es conocido en el pensamiento oriental; me refiero a una tradición del jainismo, llamada Ahimsa, que aunque no se considera académicamente idéntica al Ágape, en la práctica puede considerársela igual. Finalmente coincidimos en que, aunque varias tradiciones destacan este nivel de Conexión, de alguna manera los cristianos y las religiones orientales hacen mayor énfasis en el concepto.

Revisé mi teléfono y me encontré con un mensaje de texto de Wil. Nos comunicaba que había llegado bien y que había experimentado la Octava Integración en El Cairo con un grupo más pequeño. Hira también se había comunicado y había dicho prácticamente lo mismo. Había hallado otro grupo modelo en Jerusalén. Tanto ella como Wil habían llegado a las mismas conclusiones que nosotros respecto de la Octava Integración.

Poco después Adjar envió un mensaje; parecía que nos hubiéramos puesto de acuerdo. También él compartía nuestras conclusiones y se tomó tiempo para expresar la dificultad que este tipo de amor constituía para su religión, especialmente entre hombres y mujeres que no están casados. Mencionó algunas opiniones minoritarias en este sentido, que según él merecerían nueva consideración a la luz de los hechos.

Me senté a solas para pensar un momento aún bajo los efectos de la Unicidad y el Ágape que nos elevaban. Yo sabía que la honestidad y la sabiduría de Rachel me habían cambiado por completo y estaba seguro de que nunca volvería a conversar con mujeres de la misma manera.

El mismo impacto tuvo el resumen del Calendario Maya que Tommy había hecho. Aunque no había terminado de decirme lo predicho para la última Etapa de la Creación, ahora comprendía la razón por la que había llamado al Calendario «Profecía». Se pensaba que la última Etapa consistía en una ola de Creación Divina que estaba diseñada para dirigirnos hacia ese mundo ideal que muchos estábamos percibiendo.

 

 

Luego comencé a notar que la gente iba por la casa fijándose en las pinturas y en las plantas de manera muy particular. Algunos fueron a la habitación de muros y techo transparente y observaban el atardecer brumoso a través de los cristales. Pasado un tiempo me percaté de que trataban de ver más belleza. Tenía todo el sentido. Este grupo parecía haber completado la Octava Integración, y estaba en pos de la Novena.

Esta observación me recordó la búsqueda de la Novena Revelación de la antigua Profecía. La hallada en Perú había predicho que un día comenzaríamos a ver el mundo como algo inmensamente hermoso, lleno de luz incluso.

Ahora estaba sentado en el apoyabrazos de una silla en una habitación grande. Coleman entró y se sentó en un sofá que estaba frente a mí, como si tuviera algo que decirme.

—Algunas personas de este grupo han comenzado ya a integrar la Novena. Van bastante adelantados —dijo.

Me miró como si esperara que yo iniciara una conversación sobre este tema.

—Y el Documento habla de un modo práctico de mantener la experiencia —apunté.

—¡Exacto! ¡Algunos son científicos! Piensan que la capacidad para abrirnos a la Percepción está integrada en la estructura de nuestro cerebro, igual que todos los demás saltos de la conciencia que hemos experimentado. Ahora piensan que cada etapa o salto es arquetípico y, en cierto sentido, una clase superior de Alineación que debemos sostener.

Eso me sobresaltó. ¡Un grupo de científicos analizaban esto basándose en la similitud de la experiencia espiritual entre la gente! Me pregunté cuán extendida se hallaba esta Percepción.

»Por eso ahora la mejor manera de proceder es mediante grupos —siguió Coleman—, porque si una persona del grupo obtiene esta Percepción los demás ven la nueva conciencia y la sienten, con lo que muy pronto todos han puesto en marcha esta capacidad de su cerebro. Así todo se prueba con rapidez. Estamos ante el proceso que respalda la idea de un contagio positivo de conciencia. El Documento dice que ver más belleza significa acercarse a la conciencia que existe en el Cielo. Allí, las personas saben usar el poder del Ágape con todos, especialmente aquellos que están inmersos en Ideologías. El Documento dice que para alcanzar a los temerosos o a los iracundos tenemos que hacer lo que se hace en la vida después de la muerte. La Novena Integración dice que es un paso importante para lograrlo. Nos acerca a un nivel celestial de conciencia. Éste es el secreto para llegar a aquellos que temen y sienten ira. Debemos ser capaces de elevarlos a este estado.

—¿Cómo se hace eso? —pregunté.

Se encogió de hombros.

Entonces noté que llevaba una carpeta.

»¿Tienes el Documento? —lo interrogué.

—Parte de él —respondió—. ¿Quieres leerlo?

 

 

Conforme leía, me di cuenta de que el Documento seguía casi al pie de la letra la exposición de Coleman. Afirmaba que el Ágape era fácil de lograr con personas que te aman. Se hace más difícil cuando se trata de personas ideológicamente opuestas. La única manera de alcanzar a todos, como Coleman había mencionado, era lograr una posición elevada de conciencia, muy parecida a la que se tiene en la vida celestial.

De pronto empezamos a escuchar ruido y movimiento detrás de nosotros. Los demás ya no sólo hablaban. Ahora transportaban bultos pesados y comida hacia los vehículos.

Coleman y yo nos miramos; estaba a punto de reemprender la lectura cuando se me ocurrió revisar si habían llegado nuevos mensajes al teléfono. Encontré un mensaje de Adjar. Un ex miembro de los Apocalípticos le había dicho que los extremistas sabían que estábamos en Santa Catarina. Pensaban evitar que llegáramos a la montaña.

—Supongo que por eso se están dando prisa —dijo Coleman—. Seguro que han percibido el peligro. Les diré lo que hemos averiguado.

Asentí y vi cómo se alejaba. Quería pensar bien las cosas. Ni Coleman ni yo habíamos experimentado una premonición de problemas, de modo que traté de Sintonizar para ver si lograba vernos en el monte. Vi el viaje fácilmente y sentí que era correcto emprenderlo, pero cuando trate de visualizarnos alcanzando la cima del monte no lo logré. Lo intenté de nuevo con los mismos resultados.

«Oh, oh», pensé, y me apresuré a salir. Todos estaban reunidos cerca de los vehículos; era obvio que se preguntaban entre ellos para averiguar quién tenía la visualización más certera.

A continuación tuvo lugar uno de esos momentos acelerados de Sincronización, en el que todos hablan al mismo tiempo y con perfecta claridad sobre las intuiciones que estaban recibiendo. La conclusión era virtualmente unánime: todos vieron que podían dirigirse al monte, pero una vez ahí debíamos ser muy cuidadosos.

Entonces Rachel se dirigió al centro del grupo para decir algo más.

—No podemos permitir que estas amenazas interrumpan nuestro progreso con las Integraciones. Si permanecemos en Ágape, encontraremos la manera de detener este peligro. Acordaos de dónde nos encontramos. La Novena Integración dice que debemos utilizar el Ágape para ubicar a los Apocalípticos en un estado superior fuera de su Ideología.

Silencio. Luego Tommy agregó:

—Descubriremos la manera de hacer eso cuando estemos ya en la montaña. El siguiente paso es Sintonizar con la naturaleza sagrada, abrir nuestra Percepción y acercarnos al mundo espiritual. Los nativos norteamericanos han enfatizado esta capacidad durante mucho tiempo. Si prestamos atención, la montaña misma nos mostrará el camino.

A pesar del peligro la mayoría aceptó ir. Algunos no lo hicieron sintiendo que sus caminos los llevaban a otra parte. Dijeron que rezarían por nosotros. Quedamos doce personas que nos acomodamos en tres vehículos: el de Joseph, el de Amor a la Montaña y uno viejo que pertenecía a otro. Coleman, Rachel y yo viajamos con Joseph.

El plan consistía en separarnos para volver a reunirnos en un lugar específico que la madre de Tommy había sugerido: el comienzo de un sendero poco conocido que conducía a la falda sur oriental del Monte Sinaí. Amor a la Montaña nos dijo que esta ruta estaría vigilada por tropas egipcias, pero que sería menos frecuentada. Debido a la disposición geográfica del poblado tendríamos que conducir hacia el oeste y luego al sur para dar con el sendero al Sinaí.

No nos debería haber llevado más de treinta minutos el viaje hacia el sendero, pero en el trayecto nos encontramos con un embotellamiento tras otro. Ahora esperábamos en una larga fila para dar la vuelta en una intersección.

—Vaya si se ha llenado este pueblito —dijo Coleman—. Busqué Santa Catarina en Internet antes de llegar. Llega una buena cantidad de visitantes al Monte Sinaí durante todo el año, pero nada que ver con esto. Por lo menos hay un millar de personas más aquí.

Miré con atención los vehículos que nos rodeaban y a los peatones que caminaban por las calles. La mayoría parecía ser de Oriente Medio, pero al menos una cuarta parte era de Europa y de Norteamérica.

—¿Piensas que están aquí debido al Documento? —preguntó Rachel.

Nos miramos.

—Tal vez deberíamos detenernos y preguntar a alguno de ellos —sugerí.

—No lo creo —objetó Coleman—. Debemos ir a la montaña lo antes posible.

Estuvimos de acuerdo y nos dirigimos al sur. Salimos del pueblo y entramos en un terreno desértico plano con pequeñas plantas y arbustos que parecían brillar en el incipiente atardecer.

«Igual que en Sedona», pensé.

Veinte minutos más tarde nos acercábamos al inicio del sendero; la realidad de nuestra situación comenzaba a pesar: estábamos a punto de escalar una montaña en un país extranjero, sin permiso, enfrentándonos además a un grupo de extremistas que ya habían tratado de matarnos.

Traté de mantener mi nivel de energía y de recordarme que no había elección posible. Para tener la oportunidad de llegar a los extremistas debíamos subir a este monte y terminar las Integraciones.

—Tengo un hermano que es un alto oficial en esta zona —dijo Joseph sin más—. Quiero que lo sepáis porque puede ser útil mencionarlo llegado el momento. Ha sido radical en ocasiones, pero he tratado de convencerlo de la importancia del Documento.

Nos miramos y de alguna manera sentí que su hermano sería de gran importancia en el Sinaí.

»También conozco a su amiga Hira —continuó— desde que viví en Jerusalén durante mi juventud. Mi madre era judía y ella conocía a la madre de Hira. Estudiábamos las Profecías del fin de los tiempos en la Biblia y en la Torá. Creo que el aspecto más fascinante de la literatura profética es que las profecías de las tres religiones principales tienen la misma estructura. Las tres tienen la idea de un conflicto último o Armagedón. Y las tres tienen la noción de que un Mesías Divino llegará para establecer un mundo espiritual ideal.

Me acordé de lo que había dicho Tommy. La siguiente etapa de la Creación en el Calendario Maya también parecía tener una estructura semejante. ¿Qué trataba de enseñarnos la Sincronización en este caso?

»Es fascinante —siguió Joseph—. Y algunas tradiciones también coinciden literalmente en los hechos que antecederán al Armagedón. El primero es que los judíos deben regresar a la Tierra Santa, lo que ya ha ocurrido. Luego debe reconstruirse el templo de David en Jerusalén en el mismo lugar de su antiquísima fundación.

—El problema es —intervino Rachel— que la Cúpula de la Roca, una mezquita especialmente importante, ocupa ese sitio.

—¿Existe alguna razón para que la mezquita y el templo no puedan compartir el lugar? —pregunté.

Todos me miraron en silencio.

—El problema —dijo finalmente Rachel— es que las dos religiones pretenden ser dueñas absolutas de toda la roca.

—Exacto —enfatizó Joseph—. Y muchos creen que el intento de reconstruir el templo sería una señal del inicio del Armagedón y de todo el drama del fin de los tiempos, incluyendo la llegada del Mesías. Nuestra tradición espera la llegada del Duodécimo Imán. —Miró a Rachel—. Podrías agregar que esperáis el regreso de Cristo.

—Espera un poco —dijo Coleman—. ¿Estás diciendo que estos hechos —los judíos regresando a la Tierra Santa y la reconstrucción del templo de David en Jerusalén— son los primeros ejemplos de la Profecía que señalarían el comienzo del Armagedón?

—Añadiría un elemento más, proveniente de la tradición árabe —dijo Joseph—. Uno de nuestros profetas dijo que el final de los tiempos estaría cerca cuando el caos y la descortesía sean comunes en la sociedad, esto sumado a una deshonra general de las personas. Se trata de una época en la que la verdad es despreciada en favor de mentiras más convenientes.

—¿Te refieres a las ideologías fuera de control? —preguntó Coleman.

—Sí —afirmó Joseph.

La energía de esta conversación comenzaba a adoptar tintes sobrenaturales. Estaba seguro de que hablábamos de esto por alguna razón.

—También hay otro hecho —intervino Rachel— que muchos creen que tendrá lugar cuando el final esté cerca. En el cristianismo se llama Rapto, pero otras tradiciones tienen ideas similares. Se trata de la noción de que, con la llegada del Mesías y el Armagedón, los cuerpos de los verdaderos creyentes se elevarán hasta el espíritu y se encontrarán con Dios en el Cielo, y allí serán protegidos.

Miró a Joseph.

—Sí, es correcto —dijo éste—. En nuestra religión se cree que cuando el Duodécimo Imán se aproxime los verdaderos creyentes serán conducidos, en espíritu, a la protección y la salvación.

Coleman nos miró uno a uno.

—Es sorprendente. Nunca me había percatado de todo esto. Todas las religiones principales tienen la misma estructura del fin de los tiempos, sólo que con nombres diferentes.

 

 

Nuestra discusión quedó interrumpida cuando Joseph se desvió del camino principal para adentrarse en un camino de tierra; tras nosotros dejábamos una estela de polvo que se elevaba en esa luz crepuscular. En unos minutos llegamos a un lugar en el que se ensanchaba el camino para terminar en un punto muerto. Imposible seguir adelante.

—Aquí quedamos en vernos con Amor a la Montaña y los demás —dijo Joseph.

Esperamos diez minutos hasta distinguir las luces de un vehículo que se aproximaba.

—Es Amor a la Montaña —comentó Rachel.

Segundos después llegó el otro. Cuando estuvimos todos listos, Tommy nos preparó para la ruta que haríamos. Nos dijo que el primer kilómetro y medio sería de desierto relativamente plano, pero que el segundo tramo sería muy agreste y nos llevaría a la falda sur oriental del Monte Sinaí. Su madre sugirió que escaláramos un poco más, amparándonos en la oscuridad, para luego dormir antes de tratar de ascender más la montaña.

—¿Y qué hay de los guardias egipcios que mencionaste? —pregunté.

—Llegaremos a un puesto de guardia. Para superarlo debemos abrir nuestra Percepción y aprender de ellos en espíritu.

Sin decir nada más Tommy y su madre marcaron el ritmo de la marcha a través del desierto. Con el tiempo llegamos a un área en la que aumentaba la pendiente y vimos enormes monolitos que adornaban el paisaje. Después de otros cien metros llegamos a un círculo formado por grandes rocas. Tommy nos condujo por el laberinto hasta llegar a un área arenosa completamente rodeada de rocas.

—Acamparemos aquí —dijo.

Rachel y yo montamos nuestras tiendas juntas. Me percaté de que Tommy también ponía la tienda que compartía con su madre al lado de la de Rachel.

Cuando estuvieron levantadas las tiendas, encendí una pequeña fogata con ramas secas de algunos arbustos que crecían cerca de los monolitos; al hacerlo me di cuenta de que el Círculo de Rocas gigantes proyectaba sobre nosotros la luz de la luna, y esto creaba lo que sentíamos como una cortina de seguridad.

Rachel parecía notarlo también y me miraba mientras sacaba una pequeña olla y calentaba el estofado congelado que llevábamos. Me senté a su lado.

—¿Sabes? —dijo—. Los nativos norteamericanos jamás acampan en un sitio que no tenga un alto nivel de energía. Hablé con la madre de Tommy y de todas las montañas que ha visitado su favorita es la cordillera del Sinaí. —Rachel me regaló una sonrisa—. Dice que aquí es más fácil conseguir la iluminación.

 

 

Al día siguiente fui el primero en despertar. Al salir de la tienda vi que comenzaba a asomar la luz por el este. Recogí un poco más de leña, alimenté el fuego y me senté. En lo alto los jirones de nubes empezaban a enrojecer con la luz del amanecer.

La madre de Tommy salió de su tienda y caminó como si buscara algo. Salió del Círculo de Rocas y tardó en regresar. Los demás salían también de sus tiendas.

Finalmente se acercó y preguntó:

—¿Has visto a Tommy? Salió de la tienda durante la noche.

—¿Qué? —dije sobresaltado.

Trató de calmarme.

—No te preocupes. Lo ha hecho antes. Hemos estado aquí muchas veces y conoce bien el área, de modo que, a menos que sientas algo diferente, lo mejor, creo, será esperar a que vuelva.

Traté de Sintonizar, pero no lograba concentrarme. No sabía cómo podía estar ella tranquila. Nos acababan de advertir que los Apocalípticos nos buscaban y podía suceder cualquier cosa por esos lares. Fue a comentar el hecho con los demás y Rachel se sentó a mi lado.

—¿Qué sucede? —preguntó Rachel.

Le comenté que Tommy se había ido.

»¿Solo? ¿No deberíamos estar buscándolo?

—Su madre no parece estar preocupada. Prefiere esperar a que vuelva.

Nuestras miradas se encontraron. Por mi parte no existían reticencias y nos sostuvimos la mirada hasta que ambos sonreímos. De pronto vi una imagen de Tommy en mi mente. Estaba arriba, en la montaña... ¡y yo estaba con él!

La visión constituía una clara intuición; miré a Rachel, que se encontraba en profunda reflexión y ligeramente triste en apariencia.

»Creo que debo ir a buscar a Tommy. ¿Y tú?

Negó con la cabeza mirando al horizonte.

—Debo quedarme aquí.

Recogí mis cosas. Rachel caminó hasta su tienda y regresó con una pluma de ave.

»Es la pluma guía que me dio Wolf —dijo—. Bromeó diciendo que servía para reunir a dos espíritus y que sabría qué hacer con la pluma cuando llegara el momento justo.

Me dio la pluma y yo sonreí. Luego me di la vuelta para marcharme.

»Antes de que te vayas quiero decirte algo —dijo Rachel—. No olvides en qué punto de las Integraciones nos encontramos. Debemos abrir nuestra Percepción lo antes posible.

Noté que aún quedaba un rastro de tristeza.

—Te vi sintonizando justo ahora —dije—. ¿Viste algo?

Una lágrima rodó mejilla abajo. La limpió y adoptó una expresión de felicidad.

—No te preocupes, te veré a la vuelta. La pluma se encargará de eso.

Me dio un abrazo y me empujó juguetona:

»Anda. Date prisa. Todos tenemos un destino que cumplir.

 

 

Cuando me alejaba caminando, la madre de Tommy se me acercó. Parecía tener una idea muy clara de lo que estaba haciendo. Describió la ruta hasta el área del puesto de guardia y me deseó lo mejor. Añadió que estaba convencida de que todo saldría bien y de que Tommy se encontraba a salvo cerca de esa zona. Debía de tener una muy buena razón para no ir, puesto que no parecía dispuesta a ponerse en marcha.

Cuando pasé el último de los monolitos gigantes y comenzaba la subida, alguien me llamó a mis espaldas. Al girar vi a Coleman que corría hacia mí con la mochila.

—Se supone que debo ir contigo —dijo.

Lo tomé del brazo con la alegría de poder disfrutar de su compañía de nuevo. Me miró con determinación y nos fundimos en Ágape.

—¿Alguien ha mencionado la Novena Integración en el campamento? —pregunté.

—No mucho, pero todos están estudiándola. Tommy da la impresión de ser el que mejor la entiende.

Seguimos caminando, esta vez sin hablar, en dirección al este, por donde se veían las elevadas cimas de piedra. Después de unos ochocientos metros llegamos a una cresta inclinada que sobresalía en dirección también al este, de manera que podíamos ver el camino que serpenteaba entre los riscos y las grietas frente a nosotros. La cima tenía forma de corona.

—Ése es el Monte Sinaí —dije.

—Y ahí está el puesto de guardia —respondió Coleman apuntando directamente debajo de nosotros, hacia una construcción de hormigón situada en una pequeña planicie entre dos riscos. Varias antenas se aferraban a su techo de teja y podíamos distinguir el rumor discreto de un generador eléctrico a gasolina. Dos soldados hablaban y fumaban afuera. Nos sentamos en unas rocas y nos pusimos a observar el lugar. El edificio era lo suficientemente grande para albergar a unos veinte soldados.

Justo entonces escuchamos que alguien nos llamaba desde arriba. La voz era apenas perceptible. Escudriñamos el área hasta ver a una persona que movía los brazos a unos setenta metros camino arriba. Era Tommy.

Subimos la colina y pronto vimos su rostro sonriente. Nos ofreció agua que había servido en una taza de metal y la bebimos con gusto. Estaba muy fresca.

—¿De dónde viene esta agua? —pregunté.

—De allí —dijo—. Podéis rellenar las cantimploras.

El agua cristalina salía de las rocas y caía unos siete metros hasta desaparecer en una grieta.

—Pensé que no había agua en este desierto —dijo Coleman.

—Lo llaman el manantial de Moisés —respondió Tommy.

Coleman y yo nos miramos.

Capté la mirada del joven.

—Estás aquí por alguna razón, Tommy. ¿Qué estás haciendo en este lugar?

Miró en dirección al puesto de guardia.

—Hace varios meses conocí a uno de los oficiales del puesto de guardia. Creo que piensa que soy un vagabundo, un profeta o algo así. Se me había terminado el agua y él me dijo dónde encontrar este manantial. He hablado con él varias veces durante mis viajes a esta montaña. Sabe del Documento, pero ha sido siempre muy reservado al tocar ese tema. Creo que también conoce al hermano de Joseph.

—¿Qué? —dije mirando a Coleman—. Joseph dijo que su hermano era un oficial de alto rango en este sitio, un comandante.

—Vi a mi amigo hablando con un hombre muy grande; tenía aspecto de oficial de alto rango.

Miré a Coleman.

—¿Dónde estaba Joseph esta mañana?

—Ya se había ido del campamento —respondió Coleman—. Su tienda estaba junto a la mía y me despertó al marcharse. Todavía estaba oscuro.

—¿Has visto a Joseph hoy por aquí? —pregunté a Tommy.

Negó con la cabeza.

—Nadie ha estado por aquí, excepto los dos soldados de allá abajo.

—Creo que podríamos colarnos entre esos dos sin que nos vieran —dijo Coleman.

—No es momento todavía —advirtió Tommy—. No nos permitirán subir a la montaña hasta que aprendamos a ver.

 

 

Nos quedamos en ese lugar durante un rato largo. Tommy decía que debíamos esperar a que el sol estuviera en la posición correcta antes de tratar de abrir nuestra Percepción. Tommy explicó que, cuando el sol estaba a punto de ponerse, irradiaba una luz de misterio y entonces podían ocurrir hechos extraordinarios.

Coleman y yo pasamos la mayor parte del día hablando de la antigua Profecía y lo que había ocurrido en Perú. En la Novena Revelación la Profecía había predicho que la humanidad aumentaría lentamente su nivel de energía y que, de forma sistemática, se incrementaría también el nivel de Percepción. La pregunta era cómo practicar esa habilidad. Hablamos de esto mientras picoteábamos algo de comida y esperábamos con paciencia a que el sol descendiera. Entonces Tommy sugirió que reuniéramos nuestras cosas. El sol apenas asomaba por el horizonte.

—Ésta es la hora que tiene más magia —insistió—. A esta hora un ser humano puede hacer cosas que no pueden hacerse a ninguna otra hora. Observad esta luz.

Tommy señalaba hacia el este, donde estaba todo bañado por un aura de color dorado en contraste con el azul oscuro del cielo. Las nubes se iban llenando de ocres con franjas anaranjadas. Lo que más me impresionó fue la luz que se reflejó en la roca y en la arena, lo que produjo aún más destellos ondulados.

»Descendamos al sur para llegar al desierto —dijo Tommy—. Allí podremos verlo todo mejor.

Tommy nos guió entre las rocas por una ruta diferente a la que habíamos recorrido Coleman y yo; rodeábamos los riscos y bordeábamos los abismos con mayor eficiencia, como si siguiéramos una brecha oculta que ni Coleman ni yo podíamos detectar.

Cuando llegamos a una zona más plana, se detuvo y se sentó mirando al Sinaí. Ahora el sol se había ocultado por completo y la escena tenía un tono aún más misterioso. Nos sentamos junto a él.

»Mirad la Montaña Hermana —instruyó— y concentraos en ella. Fijaos en las líneas que dibujan las sombras.

Esto me interesó y me di cuenta de que la enorme cordillera tenía una forma muy particular. Me percaté de que toda cadena montañosa, ya sea rocosa o boscosa, tiene diferentes líneas creadas por sus sombras. Así todo sistema montañoso tiene un aspecto único.

»Ahora sintonizad con su belleza —dijo Tommy— y sentid el Ágape hacia ella.

Recordé mi experiencia en Perú, en Viciente para ser precisos, cuando tratábamos de ver auras o halos alrededor de las plantas. Pero tuve la sensación de que Tommy quería que observáramos algo más trascendente en el paisaje.

Me concentré en la belleza de la montaña y traté de interpretarla como una forma expresiva. Y luego una ola de Ágape, como consecuencia de la montaña, surgió de mí. Coleman y yo nos miramos. Él también lo sentía.

»Y ahora mirad la planta que se encuentra aquí, enfrente de nosotros —mandó Tommy—. Fijaos en su singularidad y en su belleza estando en Ágape.

Hablaba de un arbusto bajo, compacto y redondo que parecía un helecho volante. Estaba a menos de un metro de nosotros. Sintonicé con la planta y observé su belleza. Igual que había sucedido antes, mis emociones explotaron con el Ágape.

»Y ahora volved a la montaña —dijo Tommy— y ved cómo se hacen más fuertes los colores y las formas, como si ahora tuviera una mayor majestuosidad dentro de su campo de visión.

Cuando Tommy decía esto, la montaña literalmente cambió de color con un efecto impresionante. Miré a Coleman, que movía la cabeza incrédulo sin poder retirar la vista de esa belleza. Corroboraba así que podía disfrutarla con la misma intensidad que yo.

Luego me percaté de que mientras miraba a Coleman podía sentir el lugar de la montaña aunque no la estuviera mirando. La podía sentir igual que sentía la mano que tenía detrás de la espalda, sólo que con mayor intensidad.

»Y ahora mirad de nuevo la planta y sentid el impacto en sus emociones —instruyó Tommy—. Todo lo que vemos tiene más que apariencia; se trata también de entidades emocionales, lo que la Novena llama Identidad de Sentimientos.

Al instante me di cuenta de que esta pequeña planta tenía, en efecto, una identidad emocional al igual que la montaña. Experimenté una revelación súbita y comprendí por qué todos tenemos muebles favoritos o por qué regresamos una y otra vez a ver un paisaje. Los objetos tienen una identidad que nos toca emocionalmente.

»Ahora cambiad de enfoque y alternadlo entre la montaña y la planta.

Lo hice, concentrándome y sintiendo la lejana montaña para luego hacer lo propio con la planta que estaba muy cerca. Al principio no ocurrió nada, pero luego, de pronto, los vi de una manera nueva y sorprendente. Sólo puedo describirlo como estar perfectamente concentrado en ambas cosas al mismo tiempo.

Me puse de pie y miré alrededor para darme cuenta de que todo respondía al mismo hiperenfoque, lo que creaba un efecto tridimensional mejorado. Todo irradiaba una increíble claridad de color, forma, belleza y existencia, todo al mismo tiempo. Parecía incluso que mi conciencia se estiraba, como si al extender el brazo fuera posible tocar la nube más lejana o la última cima rocosa.

Y entonces recordé mi experiencia en la Montaña Secreta, cuando superé una preocupación por el espacio cósmico. Volvía ahora a ese estado de conciencia.

Tommy se percató de ello y dijo:

»Es la conciencia que ha empezado a hacerse accesible conforme se aproxima la siguiente etapa de la Creación.

Coleman daba la vuelta y miraba en todas direcciones. Tuve la sensación de estar mirando en tres dimensiones de forma expandida, como en las películas. Me pregunté si la popularidad en aumento de las películas en 3-D provendría de la intuición inconsciente de que estamos cerca de ver las cosas así. ¿Se abría un nuevo camino en el cerebro humano?

El extraordinario aspecto de esta manera de ver era que en ese momento parecía muy fácil y natural hacerlo. Coleman tomó mi brazo y me miró radiante.

—Así fue en la Montaña Secreta —dijo—, sólo que ahora parece más normal.

Ésa era la palabra: normal. En la Montaña Secreta el efecto aún implicaba el deslumbramiento o la sensación de adrenalina, pero ahora el efecto era tranquilizador y lo sentíamos como real, como si ya lo hubiéramos incorporado como parte de una percepción susceptible de ser mantenida en la vida diaria.

Además de la tridimensionalidad, otro realce consistía en que mis ojos parecían haber adquirido una agudeza inusitada, todo era más claro y brillante, como si de pronto hubiera entrado en una tierra maravillosa en la que los objetos estuvieran iluminados por dentro. Y eso incluía nuestros cuerpos. Literalmente habían adoptado un brillo que era más radiante y bello. Insisto: todo parecía normal.

Tommy me miraba con una enorme sonrisa y su rostro resplandecía. Estábamos en un estado de amor puro, de Ágape entre nosotros y respecto de la belleza y de la majestuosidad de todo lo que nos rodeaba.

De repente me acordé de revisar el teléfono por si había llegado algún mensaje. Al ver uno de Wil me reí feliz. Decía que podía sentirnos alcanzando la Novena Integración y que él ya la había alcanzado. Añadió que mientras muchas otras tradiciones hablaban de este tipo de percepción, las tradiciones nativas enfatizaban sobremanera la capacidad para mirar la naturaleza como realmente es. Terminaba diciendo que estaba en contacto con alguien que sabía en dónde se había dado a conocer la Duodécima parte del Documento y que viajaría al Sinaí en cuanto hablara con esta persona.

Guardé el teléfono y miré a Tommy.

—¿Así que has estado viendo así todo el tiempo?

—La mayor parte del tiempo —dijo—, pero hay que mantener y atesorar el Ágape con la Madre Tierra. Y uno debe comer comida limpia para mantener este nivel de Percepción.

Nos miramos.

—Ésta es la Novena Integración, ¿no? —preguntó Coleman.

—Sí —respondió Tommy—. Para mantener una Percepción sublime o elevada del mundo uno sólo necesita intentar entrar en Sintonía, en Ágape, con un nuevo nivel de belleza y practicar para verlo todo con un solo enfoque. Las montañas se iluminarán.

Miró a Coleman.

—Como has dicho, ¡hay que probarlo!

Entonces, con el rabillo del ojo vi que algo se movía en el desierto. La expresión de Coleman me hizo comprender que él también había visto el movimiento.

—¿Qué ha sido eso? —pregunté a Tommy.

Se aproximó.

—En este nivel de Percepción estamos mucho más cerca del otro lado.

—¿Te refieres a la vida después de la muerte? —cuestionó Coleman—. ¿Se trata del cielo?

—Sí.

Coleman miró a Tommy otra vez.

—¿Crees que lo que hemos visto es un espíritu?

—Sí —respondió Tommy riendo—. Pero los espíritus también son personas. Y tienen cosas que decirnos.