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Achicoria

(eliminar parásitos)

Catlin y yo estamos caminando por el bosque. La tarde da paso a la noche. Los árboles están tristes y escuálidos. Pálidos como agujas. Vemos la cola blanca de un conejo que pasa corriendo. Se balancea bajo las aulagas y desaparece.

Vamos a reunirnos con Layla. Nos envió un mensaje para invitarnos. Se dedica a correr por aquí, moviéndose con rapidez a través de las peligrosas laderas. Por lo visto, acaba aquí casi todas las tardes. Ballyfrann está lleno de cosas raras.

Estoy durmiendo un poco mejor, de momento. Agua junto a la sal y seis clavos viejos. Aunque cada vez hace falta más para mantenerme tranquila. Recolectar más objetos. Ocultarle más de mí a mamá. Necesito que funcionen. Quiero concentrarme a fondo en las clases, aunque eso signifique beberme el té que Mamó le dio a mi madre para mí, después de la noche que me encontró en el jardín. Cualquier cosa que me enfríe por la noche. Por extraño que parezca, hace muchísimo calor en mi habitación. Y, cuando abro las ventanas, oigo sonidos que mi cerebro convierte en fantasmas. Montañas abruptas y valles oscuros. Huecos como los ojos de una calavera.

Oona también sufre insomnio. Hablamos de eso, a veces, cuando vamos en el autobús. Ahora me siento a su lado, de camino a casa. Hoy llevaba una pequeña camiseta de encaje debajo de la blusa y se le veían las clavículas por encima. Es preciosa. No en plan «quiero imitarla»; sino más bien, «quiero mirarla». Me cuesta creer que sea mi amiga. O que nos estemos haciendo amigas, en cualquier caso.

El té venía en una bolsita marrón, con un mensaje garabateado con una tinta negra como las alas de un cuervo.

«Para afrontar las dificultades».

Catlin opina que Mamó es «una cabrona magnífica».

Yo no estoy tan segura, pero sigo bebiendo el té pasivo-agresivo antes de irme a la cama. Cualquier cosa que me ayude a no flipar. A ser más como una persona normal.

—Me pregunto —cavila Catlin— si Mamó tiene un té para atraer a Lon.

—No te haría falta —contesto.

—Ya lo sé. —Sonríe con suficiencia—. Me adoooooora.

Es cierto. La adoooooora. Han formado una especie de pandillita. El último día, cuando intenté ir con ella para hacer una pausa para fumar, Lon me dijo:

—Tú no fumas, así que no puedes venir.

Ella se echó a reír, y luego me hicieron volver a entrar. Lo cual era una estupidez.

Catlin tiene un tono especial en el móvil solo para él. Un silbido. Por lo visto, es graciosísimo. Uno de sus pequeños chistes privados. Y si no le contesta, la llama para asegurarse de que esté a salvo. Da un poco de mal rollo, pero a ella le gusta.

—¿Por qué no me ha besado todavía, Mad?

—¿Porque colarse en un colegio para besar a una alumna da tan mal rollo que incluso a él le incomoda? —sugiero—. A lo mejor quiere besarte en un barco vikingo en llamas o en un cohete de camino a la luna.

Catlin no parece convencida. Y con motivos. Yo no sé mucho sobre el tema de los besos. Solo he besado a cinco o seis chicos. El «o seis» es porque el chico en cuestión no usó la lengua a pesar de tener la boca abierta. No estoy segura de qué hicimos juntos, Paul el de la fiesta y yo, pero no lo llamaría besarnos. No exactamente.

—Pero no soy una princesa Disney —me dice Catlin—. Soy una chica de verdad. Con apetitos de verdad.

—Puede que no tenga que ver contigo. Sino con él.

Mis palabras suenan sensatas. Tengo la sensación de que gran parte de lo que hace Lon tiene que ver principalmente con él.

—Se está armando de valor —decide Catlin, y me contengo para no poner los ojos en blanco. Me muerdo la lengua.

Llegamos al cruce. Ambos caminos ascienden por la montaña. Uno va hacia la izquierda y el otro, a la derecha. Tomamos este último. El sendero serpentea alrededor de las rocas y termina en una especie de saliente plano. Si quieres ir más allá de ese límite, no hay camino, tienes que escalar como Dios manda, como un alpinista. Nos sentamos a esperar a Layla. Catlin lleva una botellita de whisky con Coca-Cola. Estaba en el armario de Brian. El whisky, no la Coca-Cola. Probablemente sea caro. Sabe fuerte. Nos sentamos a beber y a observar el castillo, los fragmentos colgantes de árboles y liquen, el musgo. Las ovejas se han refugiado para pasar el invierno. Las únicas criaturas que vemos son cuervos. Siempre hay cuervos alrededor del castillo. Es como si supieran que resultan pintorescos.

Catlin lía un cigarrillo con destreza y luego otro. Tiene las uñas más largas, limadas para formar una curva. Como le gustan a Lon. Son bonitas, supongo, pero antihigiénicas. Apoyo la cabeza en su hombro y contemplo todo el paisaje. Cosas muertas aguardan en estasis hasta la primavera.

—Aquí me siento como si estuviera en rehabilitación —comenta—. O en un reality show o algo así. Me siento vigilada.

Asiento con la cabeza. Catlin es justo el tipo de persona que habría pasado una temporada en rehabilitación. No en el típico centro aburrido para pacientes reales. En uno lujoso y lleno de famosos donde te enamoras de hombres ricos que te compran cosas como islas.

—Deberíamos pedirle a mamá que nos lleve a Galway a comprar suministros —sugiero.

Catlin asiente. No está pensando en los mismos suministros que yo: gominolas y típex.

—Buen plan. —Saca el móvil—. Odio vivir en un pueblo. Aunque hubiera entablado amistad con todas las personas que he conocido aquí, solo tendría nueve amigos. Incluyéndote a ti. No son suficientes.

Suspira.

—Ya lo sé —contesto, contando a todos mis amigos, incluyendo a mamá. Cuatro. Cinco si tuviera más autoestima. Tres y medio, siendo realistas. Todavía no estoy segura sobre Oona.

Layla se dirige hacia nosotras dando saltos, sonrojada. Se retuerce la larga coleta para escurrir la humedad y se hace un moño encima de la cabeza. Tiene la cara salpicada de sudor. Lleva pantalones cortos, a pesar del frío.

—Ha sido una carrera estupenda —anuncia mientras se deja caer sentada y observa la montaña—. ¿Alguna de las dos corre?

—Yo, un poco —respondo.

Layla me sonríe.

Catlin la mira.

—A mí no me va mucho el ejercicio. Tal vez si hubiera algo de lo que huir…

—Como Lon —dice Layla, y Catlin se ríe.

—No huiría de Lon. Todavía no, al menos. Creo que me gusta de verdad.

Tiene cara de alegría, pero lo dice casi con timidez. Le está ofreciendo a Layla un fragmento de algo real, algo importante. No obstante, la expresión de Layla es sombría.

—Y tú le gustas a él —le dice. Su cara resulta extraña, inexpresiva. Como una máscara.

Se produce una pausa.

—¿Quieres un poco de whisky con Coca-Cola? —le ofrece Catlin.

—No, gracias —contesta Layla—. Mi vida ya es bastante rara sin alcohol.

Levanta las cejas como si supiéramos a qué se refiere. No tenemos ni la más remota idea.

—¿Rara? ¿En qué sentido? —le pregunta mi hermana.

—Ballyfrann es… En realidad, probaré un poco. Gracias, Catlin.

Toma un trago y le devuelve la botella.

—¿Ballyfrann es qué? —insisto.

—Ballyfrann es muy… Ballyfrann. No es como el mundo real, ¿verdad? A ver, no es que yo tenga mucha experiencia acerca del mundo real, pero lo he visto por la tele y tengo la sensación de que aquí lo tenemos más difícil.

—La conexión a internet es espantosa —apunto—. Oona me envió un GIF anoche y tardó quince minutos en cargarse. Eso es esperar demasiado por cualquier GIF.

—No sé yo —opina Catlin—. Hay mucha naturaleza y esas cosas. Y podemos vivir en un castillo.

Un silbido brota de su bolso.

—¿Lon? —pregunta Layla.

La miro y asiento.

—Me lo imaginaba. Madre mía.

Catlin se aleja un poco, inclinando el móvil para tener mejor señal.

Layla se vuelve hacia mí.

—¿Brian lo sabe? —me pregunta.

—¿El qué?

—Lo de Lon y ella —contesta, señalando hacia la espalda de mi hermana.

—No. No es de su incumbencia con quién salga Catlin.

—Tal vez deberías contárselo. Solo es una sugerencia.

Tomo un trago de whisky con Coca-Cola. Tiene un sabor dulce, intenso y terroso. No estoy segura de si me gusta, pero quiero más.

—Bueno —dice Layla con una media sonrisa—, así que Oona, ¿eh?

—¿Qué quieres decir?

—Nada —contesta, ensanchando la sonrisa—. Todavía.

Tengo la sensación de que está llena de preguntas. Pero supongo que así es como haces amigos. Y yo también sentiría curiosidad si hubiera crecido con un pequeño grupo de personas y, de repente, el grupo aumentara.

Cuando Catlin regresa, Layla nos lleva montaña arriba hasta un pequeño saliente donde la gente se reúne en verano.

—Cuando digo «gente», me refiero sobre todo a mis hermanos y a mí, y puede que a un Collins o dos —nos explica.

—Es genial —contesto, observando cómo las sombras van envolviendo los árboles más abajo—. Las copas casi parecen un océano.

—Ten cuidado donde nadas —responde, y se ríe.

—¿Qué tal con Lon? —le pregunto a Catlin.

—Bien. Solo quería comprobar que llegué a casa a salvo. Le he dicho que estaba en el castillo, para que no se preocupara.

—Bien hecho —dice Layla. Catlin la mira—. No te conviene preocupar demasiado a Lon.

—No. —La voz de Catlin suena más lenta, prudente—. Todavía es muy pronto.

—Muy pronto —repite Layla. Hace una mueca con la boca.

Me pregunto si siente algo por Lon.

Hablamos de eso luego, mientras regresamos caminando a casa en medio de la creciente oscuridad.

—No me sorprendería nada —dice Catlin—. Hay muy pocos hombres potables en Ballyfrann.

—Eso es cierto. Y está emparentada con dos de ellos. Así que todo se reduce a Eddie o Lon, básicamente. A menos que sea bi. Espero que eso no te haga sentir incómoda.

—¿Sabes qué? La verdad es que no me importa. Porque a Lon le gusto yo.

Su sonrisa es radiante y está llena de esperanza.

—Por supuesto que sí —le aseguro—. Eres mágica.

—Sí, supongo que lo soy —contesta, chocando la mano contra un árbol—. Pero eso no significa que todo el mundo esté colado por mí. Existe el libre albedrío y todo eso. Es una especie de lotería sexual.

—¿Puedo señalar que yo no encuentro a Lon nada atractivo?

Podría seguir, pero no quiero estropear el momento. Catlin está muy feliz, pensando en él.

Entonces doblamos una curva y nos detenemos.

Hay algo muerto en el camino, abierto de par en par. Rojo sobre gris y verde, y azul y púrpura.

Nunca había visto un zorro en la vida real, solo en los libros. En fotografías. En pantallas. Es de un color naranja intenso. Como una puesta de sol. O como las hojas en otoño. Las patas son negras; la punta de la cola, blanca. El pelaje solo está empapado de sangre en algunas zonas. No hay moscas zumbando a su alrededor. La caja torácica está destrozada; las tripas, extraídas y enredadas. Parece una muerte reciente.

Catlin se ha quedado paralizada. Me agacho junto al cadáver y lo olisqueo, lo observo. Lo alumbro con la linterna de arriba abajo, de un lado a otro, en busca de detalles.

No sé qué me empuja a hacerlo. Necesito más información. Este zorro tiene algo raro, y no se trata solo de que lo hayan torturado, matado.

Nuestro padre, calcinado sobre la tierra.

—Madeline —dice Catlin. Repite mi nombre otra vez—: ¿Maddy?

Me arrodillo y coloco la oreja junto a la boca del zorro. Siento el calor que emana de él. Ha ocurrido hace poco. Pronto no desprenderá más calor. Se enfriará, como ocurre siempre con las cosas muertas.

Cuestión de minutos, pienso. Mientras Layla nos contaba chismes sobre Lon, alguien estaba despedazando a este animal.

—Aquí pasa algo malo —comento—. Con este zorro.

Puedo sentir los ojos de Catlin posados en mí, mientras los míos escudriñan el suelo del bosque, las hojas, los árboles… en busca de pistas. La sangre es como pintura brillante y todo el bosque, un lienzo. Miro a mi hermana.

Noto malas vibraciones brotando de la tierra.

Catlin está moviendo los labios y tiene las manos unidas. Me doy cuenta de que está rezando. La miro fijamente, no con ojos normales. Eso no ayuda.

Nuestra respiración se acumula sobre el pequeño cadáver. Catlin observa la delicada caja torácica, los huesos blancos asomando entre la carne roja. Las líneas precisas de una incisión, realizada con un bisturí o esos elegantes cuchillos de cocina que Brian compró en Asia. Aunque también había bordes irregulares. Como si algo lo hubiera desgarrado, o mordido. Algunos trozos estaban clavados en la tierra con alfileres, bien estirados. Como una mariposa en una caja.

Catlin le acaricia la pata.

—Pobre criatura muerta. Espero que haya encontrado la paz.

Levanto la mirada hacia las ramas, pensando en la persona que hizo esto. Podría estar cerca. Podría estar muy cerca. Podría estar aquí. Tiro de mi hermana y le digo que deberíamos irnos.

Ella asiente con la cabeza.

Emprendemos el camino de regreso a través del bosque, en medio de la oscuridad y en silencio. Catlin entrelaza su brazo con el mío como si fuéramos niñas otra vez.

El zorro yace sobre el blando suelo del bosque.

Una parodia de algo que en su día fue hermoso.