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Lengua de ciervo

(para hacer que una mujer se sienta atraída por otra mujer)

Caminamos por el pueblo, dejando atrás los lugares iluminados, hacia la oscuridad. No siento peligro, pero se me acelera la respiración. Oona se mueve a un ritmo más rápido de lo normal. Incluso aunque mis piernas son un poco más largas que las suyas, tengo que trotar para seguirle el paso.

—Ven —me dice.

La sigo a través de los árboles y por encima de las rocas. Caminamos durante una eternidad hasta llegar a la orilla del lago, con su superficie plana y oscura. El agua se mueve. Apenas puedo verla, pero la oigo, distingo el leve reflejo de la luna agitándose.

—Aquí es donde nado cada mañana. Es como mi iglesia, un lugar sagrado.

Le sonrío y me doy cuenta de que no es una broma. Oona apoya las palmas de las manos contra el agua.

—Quería volver aquí contigo.

El corazón me late a toda velocidad.

—Hoy ha sido un día muy duro —me cuenta—. Necesito una amiga.

Le pregunto qué pasa. Y me lo explica. La escucho, pero también hay algo más, una especie de pánico que aumenta y luego se calma.

A Oona le preocupa que Claudine pueda estar perdiendo interés. No responde a sus mensajes. Le preocupa que haya conocido a otra persona. Puedo sentir cómo me palpita el corazón dentro del pecho, puedo sentir cómo se abre mi caja torácica. Ensanchándose para dejar entrar la pérdida y la esperanza.

—Yo era la que estaba más enamorada —me dice—. Siempre lo supe.

Inclina la barbilla. Yo también lo sé, pienso. Le digo que es duro, que lo siento y que me tiene aquí. Ella me sonríe y me dice que sabía que lo entendería. Se vuelve hacia el agua oscura y brillante, como si fuera un amigo que pudiera explicárselo. Intento pensar en algo más que decir o hacer. Algo útil.

Oona se quita la camiseta, pasándosela por encima de la cabeza, y esboza esa sonrisa de media luna. Tan suave y brillante. Quiero decirle que está loca, que hace muchísimo frío, pero me he quedado inmóvil, como si alguien hubiera apretado el botón de pausa. Quiero ser su amiga. Quiero besarla.

No sé qué hacer. Ni cómo moverme.

Lleva un pequeño sujetador de encaje. Es verde. Las braguitas son marrones. Su piel tiene un brillante tono veteado a la luz de la luna, como el agua de una piscina.

—Vamos —dice, y corre hacia el lago.

No se vuelve para comprobarlo. Sabe que iré.

Inspiro, me quito el abrigo y me paso el vestido por encima de la cabeza. Hace tanto frío como me imaginaba, pero intento que no se me note. Nunca me ha gustado demasiado la sensación de estar rodeada de agua. Nadar requiere muchísimo trabajo. Llevo un sujetador deportivo y unas braguitas negras tipo short. Parece un bikini, me digo a mí misma. Siempre me preocupaba cuando íbamos a nadar. Que la gente me mirara, comparara. Y me encontrara deficiente.

Ahora me siento deficiente.

A Catlin no le importaba tanto como a mí. Es muy poco cohibida. Oona también es poco cohibida. Y eso tiene sentido. Es perfecta. Parece la protagonista de una película sobre gente guapa. Yo parezco la protagonista de una película sobre una chica que tiene un lunar enorme en la esquina de la barbilla.

Me saco los leotardos.

¿Adónde ha ido Oona?

Y, de repente, veo aparecer su cabeza como si fuera un diminuto monstruo del lago Ness en medio del estanque. Se mueve muy rápido, sacudiéndose y retorciéndose como una hermosa anguila. Meto un dedo del pie en el agua.

—Está helada —digo en medio del silencio.

Creo que no espero una respuesta. Trago saliva. Mamá suele decir a veces: «En la vida, nada que valga la pena es fácil». Eso no siempre es cierto. Y no creo que se refiriera a esto en concreto. Pero lo digo y eso me hace sentir más valiente. Doy un paso. Luego, otro.

«Sed osados, sed osados, pero no demasiado».

Y me sumerjo. Puedo sentir que la piel se me eriza y se arruga. Puedo sentir que me empiezan a castañetear los dientes. Pataleo, cierro los ojos muy fuerte y me sobrepongo.

Y, de repente, el cuerpo de Oona aparece junto al mío. Me coge las manos y las coloca alrededor de su cuello. Es más fuerte de lo que pensé. Y se pone a nadar, arrastrándome. Mis pechos y mi caja torácica están apretados contra su espalda. Puedo sentir las potentes sacudidas de sus piernas. La confianza con la que se mueve su cuerpo, en el agua.

Siento su sonrisa. Espero que ella sienta la mía.

Oona me arrastra bajo el agua.