31

Avellano

(inspiración, serpientes)

Hundo la cara en la suave almohada e ignoro el pitido de mi móvil. Les irá bien sin mí, pienso. Ayer nadie se dio cuenta siquiera de que había desaparecido, salvo Brian. Me dijo que no quiso preocupar a mamá, que se sentía muy culpable de que me hubiera perdido. Él sabía que la puerta estaba allí, pero no se había usado desde la época de su padre.

Me alcanzó en el vestíbulo del castillo y me dio un abrazo muy desgarbado.

—Le dije a tu madre que habías salido a pasear —me explicó—. No sé por qué. Me entró el pánico y, de repente, ahí estaba, mintiéndole a mi mujer sobre su hija.

La culpa no le sienta bien a Brian. Parecía demacrado. Tenía sombras debajo de los ojos. ¿Qué más está ocultando?

Puertas dentro de las paredes y sangre en la piedra.

Mamá irrumpe en el cuarto como un cuervo y me agarra por los hombros. Intento enterrarme, como un topo, pero no puedes fingir durante mucho tiempo que eres un topo mientras tu madre aparta mantas y suelta cosas como «Tenemos que hablar».

Por supuesto que quiere más información sobre lo de Catlin. Brian se lo contó todo. Mamá no es capaz de pronunciar el nombre de Helen Groarke: la llama «esa chica» o «esa pobre chica». La expresión horrorizada de su cara. El peso que supone. Debería haberlo contado antes. Algo que, por supuesto, es otra cosa que me dice. Y estoy de acuerdo. Las grandes manos blancas de Lon. El moretón oscuro en el cuello de Catlin. Mamá me mira y veo mi preocupación reflejada en sus ojos.

—¿Por qué acudiste a Brian en lugar de a mí? —me pregunta.

Se le forman surcos de un lado a otro de la frente. Dos tercios de un triángulo. No pretendo haber herido sus sentimientos. Estoy muy cansada.

—Ahora es de la familia, mamá. Y él es de aquí. No quería preocuparte sin motivo.

El calor es intenso, se me adhiere a la piel. Saco un pie de debajo del edredón y le doy la vuelta a la almohada. Ahora que estoy más fresca, cierro los ojos, pero solo durante un segundo.

—Este tal Lon —dice mamá—. ¿Cuánto tiempo llevan…?

—Pasó justo después de mudarnos. Está perdidamente enamorada.

—Tiene dieciséis años —se burla.

—Igual que yo. Eso no significa que nuestros sentimientos no sean reales. Catlin cree que él es su alma gemela o algo así. Ya intenté decirle lo que pienso. No sirvió de nada.

—Siempre fue terca —contesta mamá, y ya no suena como si eso fuera algo bueno. Me agarra la mano—. Vosotras dos sois lo más importante en mi vida. Me cuesta asimilar que hay todo un lado de vosotras que no conozco. Después de todo, vivíais aquí.

Se acuna el vientre por encima del vestido.

—No me obligues a volver ahí —digo, fingiendo estar asustada, y ella se ríe.

—No podría ni aunque lo intentara. Y, a veces, pienso que es casi una pena. —Entorna los ojos—. Bueno, ¿cómo es ese cretino?

Su voz suena dura, aunque intenta usar un tono ligero.

—Tiene una estúpida cara de guapo.

—Podría tratarse de cualquiera de los chicos con los que ha salido antes —opina mamá.

Resoplo.

—La llama Catalina. Y habla constantemente por encima de ella.

—Menudo gilipollas.

—Y que lo digas. Es horrible, pero ella no parece darse cuenta. Hasta quiere decirle que está enamorada de él.

Hago un gesto de impotencia con las manos.

—Bah —responde mamá—. Ojalá eso fuera todo. ¿Qué podemos hacer?

—No lo sé. Está loca por él.

—Y ese gallito es el que la está volviendo loca.

Está furiosa. Se arregla el vestido como si estuviera enfadada con la prenda, eliminando las arrugas con ambas manos.

—«Gallito» es una palabra adecuada para él —digo—. Se quiere mucho a sí mismo.

—Está bien quererse a uno mismo, Madeline —opina mamá.

—No como lo hace él.

Se produce una pausa. Quedan tantas cosas por decir. Cierro los ojos. Los abro de nuevo.

Y la traiciono.

—Creo que él le puso la mano encima. Catlin tiene moretones.

Siento el peso de la preocupación y la culpa presionándome, más y más fuerte.

Nunca me perdonará si arruino su historia de amor. Pero ¿se puede arruinar algo peligroso?

Mamá suspira. Se cubre la cara con las manos durante un segundo. Como si estuviera jugando al escondite con un bebé. La veo esforzarse por relajar los hombros. Por calmarse.

—Brian lo supuso, cuando fuiste a hablar con él. Y yo solo soy capaz de pensar: «¿Cómo se atreve?». Menudo caradura. No puedo… Tiene la voz ronca de miedo, o de rabia, o puede que de ambas cosas—. Nos ocuparemos de ello, cielo. No volverá a hacerle daño —me asegura, apretándome la mano un poco más fuerte de lo necesario.

Puedo ver los engranajes girando en su cerebro de mujer ordenada. Codificando por colores las estrategias que va a seguir. Priorizando. Mamá quiere elaborar una lista que pueda ir tachando. Transformar la amenaza en una serie de pequeñas tareas. Objetivos que marcar como logrados. Pero yo no estoy segura de que Lon sea algo que se pueda solucionar. Pienso en su enorme y perfecta sonrisa de tiburón. Sus dientes brillantes y rectos. El aire de superioridad de su barbilla. Me encantaría abofetearlo. Fuerte.

—Le quitaremos el móvil —me anuncia mamá—. Brian dice que puede conseguir que Liam Donoghue le cambie los turnos durante una o dos semanas, para mantenerlo alejado de ella. Conoce a la familia.

—Caray.

Puede que este sea el motivo por el que todos respetan a Brian, con sus talentos ocultos y sus bolsillos llenos.

—Mi marido es muy protector —afirma, como si se sintiera orgullosa.

—Aunque es una lástima que Catlin necesite protección.

—Lo sé. Tengo miedo. Y, para serte sincera, no estoy segura de cuál es el mejor modo de proceder, para mantenerla a salvo.

Asiento mientras visualizo una fotografía de papá y ella juntos, en el jardín trasero. No sonríen, pero los dos resplandecen uno al lado del otro. Me pregunto cómo habrían sido nuestras vidas. Lon no habría formado parte de ellas, para empezar. Me pregunto cómo evita mamá que esa clase de pensamientos aparezcan constantemente cada vez que ocurre algo.

—¿Madeline? —me llama, y su voz suena amable, seria y baja.

—¿Hummm?

—No sigas haciendo lo de la sal y esas otras cosas. Por favor. —Me mira—. Sé que ya hemos tenido esta conversación antes, pero no quiero volver a tenerla. No con todo este asunto de Catlin a punto de estallar. Cuando veo ese tipo de cosas en tu cuarto, me preocupo. ¿Me entiendes?

Una burbuja estalla. No digo nada.

—Sé que la mudanza no ha sido fácil para ti. Pero tampoco lo ha sido para mí. Me siento sola aquí, y en este momento necesito un poco de apoyo. Tienes que intentarlo.

Podría decirle tantas cosas. Siento la rabia acumulándose dentro de mí, el impulso de gritar que tal vez no puedo evitarlo y que, si hubiera dejado la sal debajo de la cama de Catlin, tal vez ella hubiera estado un poco menos obsesionada. Que he estado esforzándome por ser lo más normal posible. He rechazado la magia REAL. Que sí existe. Pero hoy no puedo hacer que mamá cargue con nada más. Muevo la cabeza en señal de asentimiento.

—Haré todo lo posible —contesto.

Por ocultarlo, me refiero. No puedes parar la marea. Esto vive en mí. Lo único que puedo hacer es esquivarlo. Pero haré todo lo posible por mantenerlo en secreto. Noto una sensación horrible en el estómago. Una especie de oleaje. Soy la gemela defectuosa. La que no es tan buena. La otra hija. Noto la cara húmeda antes de que la puerta se cierre con un chasquido.

Los zorros aullando, una y otra vez, afuera.

Llorando la muerte de su amigo.

La Pregunta.

Catlin y yo caminando por el bosque.

Un zorro es una criatura muy pequeña, a medio camino entre un gato y un perro.

Tanta sangre en un recipiente tan pequeño.

Y en mis botas.

Y en las paredes del pasadizo.

Hay algo que no puedo leer. Necesito verlo.

No quiero esto.

No quiero nada de esto.

Nada en absoluto.