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Dedalera

(ralentiza el pulso o lo detiene)

Estamos llevando a cabo una intervención para Catlin. En la biblioteca. Porque, por lo visto, Brian aprendió sus habilidades parentales en un reality show de la tele, y mamá le está siguiendo la corriente por algún motivo. Estoy sentada en una silla de rayas blancas y color crema. Tiene los bordes dorados. Catlin se encuentra en el diván, sufriendo un berrinche.

—No me lo puedo creer —grita—. No me puedo creer que me hagas esto. Ni tú. Ni tú.

Me señala, decidiendo que soy a la que más odia.

—Sea como sea, Catlin… —dice Brian con voz neutral, manteniendo las manos abiertas frente a él, como un profesor guay que intenta hacer que hables de tus sentimientos porque este es un entorno seguro y nadie va a juzgarte—, te queremos y necesitamos que confíes en nosotros tres en esto. Ese chico no es una buena persona. Tienes que dejar de verlo.

—SÍ es buena persona. Es la mejor persona que he conocido.

El tono de su voz está empezando a elevarse. Levanto la mirada hacia los montones y montones de libros que cubren los estantes. Si pudieran hablar, creo que probablemente dirían: «Cierra el pico, Catlin».

—Ya sé que eso es lo que sientes ahora, cielo… —dice mamá y Catlin se gira bruscamente para lanzarle una mirada asesina.

—Tú NO sabes lo que se siente —chilla como una arpía romántica con aires de superioridad moral—. Porque, SI supieras lo que se siente, si tuvieras la más MÍNIMA idea de lo que se siente, de cuánto QUIERO a ese chico, estarías CONTENTÍSIMA por mí.

—Catlin…

—¿PUEDES CALLARTE? No he terminado de hablar.

¿Por qué intentan interrumpirla? Es como decirle «Con permiso» al mar.

—Lo que IBA a decir… —continúa, agitando el dedo índice extendido sobre nosotros como si fuera una especie de varita mágica—, antes de que me interrumpieras de forma tan grosera, es que Lon y yo estamos ENAMORADOS. Lo nuestro es AMOR de verdad. Algo de lo que es evidente que vosotros no sabéis nada, puesto que no me estáis apoyando. Y eso os convierte a todos en GILIPOLLAS.

Recorre la habitación con una mirada hostil, como doce Mamós colocadas. Tiene la cara roja y sudorosa, como si la ira fuera algo parecido a hacer ejercicio.

—Catlin —dice mamá—, tu NOVIO, del que afirmas estar ENAMORADA, fue sospechoso de un asesinato. Brian dice que le hizo daño a esa chica cuando estaban juntos. Eso no está bien. ¿Te gustaría que Madeline estuviera con alguien que la maltratara físicamente?

—Catlin, te dice cómo vestirte —intervengo.

Me siento como Judas Iscariote.

—Son solo rumores, mamá. No es verdad.

A continuación, se vuelve hacia mí. Sé que soy una gilipollas. No hace falta que lo diga. Pero lo hace:

—Y, en cuanto a TI, Madeline, se SUPONE que eres mi HERMANA. No una chismosa que se CHIVA a mis espaldas porque estás celosa de que yo haya encontrado el amor y tú seas una ZORRA SOLITARIA Y RESECA.

Ahogo una exclamación.

—Eso no es justo.

—Lo que no es justo es que me estés traicionando. Eso es lo que no es justo. Yo soy la persona más justa de esta habitación.

—Cielo, el amor… —dice Brian con voz tranquila.

—Cierra el pico. Ya no puedes usar esa palabra en mi presencia. El amor es algo que la gente como tú destruye.

Mamá agarra la mano de Brian. Miran a Catlin juntos. Reuniendo fuerzas. Estamos acostumbrados a sus rabietas, pero esto es distinto. Tiene los ojos muy abiertos, el pelo alborotado, no se puede quedar sentada. Parece una loca. Coge un jarrón azul y blanco. Me da la impresión de que pretende arrojarlo.

—Suelta eso —le ordena mamá.

—Vale —contesta Catlin, y lo lanza contra la pared.

El jarrón choca contra el papel pintado con un golpe seco y cae sobre la suave alfombra marrón. Ni siquiera se ha desportillado. Catlin se acerca a recogerlo y lo intenta de nuevo. Veo que a Brian se le crispan un poco los músculos de la cara. Se coloca los dedos índices contra las sienes. Los gira hacia delante y hacia atrás. Dos veces. Luego, dice con tono tranquilo y categórico:

Basta.

—¿Cómo dices?

—He dicho, Catlin Hayes, que ya basta. Tu hermana, tu madre y yo ya estamos hartos de insultos. Tienes prohibido ver a ese chico. Es peligroso y no se puede confiar en él. Por mucho que creas quererlo. No lo verás. No le enviarás mensajes. No le escribirás correos electrónicos ni te comunicarás con él de ninguna forma. Y, si lo haces, nos enteraremos. Y te lo impediremos.

En ese momento, no tengo ninguna duda de que dice la verdad. Y Catlin tampoco. Se sienta, con el jarrón todavía abrazado contra el vientre.

—Entonces, ¿todavía puedo ir al colegio? —pregunta con los dientes apretados.

—Sí. Pero te dejaremos allí y te recogeremos. Y tienes que pedirle perdón a tu hermana. Se preocupa por ti. Por eso, vino a hablar conmigo.

Brian vuelve a hacer ese gesto con las manos. «¿Asistió a un curso sobre resolución de conflictos?», me pregunto. «¿Le enseñaron a usar las manos mágicas de la confianza?».

La cara de Catlin parece ahora más pálida y dura. Tiene la boca apretada. La voz de Brian continúa hablando con monotonía sobre «respetar límites» y «comprender que, a veces, los adultos saben cosas que los jóvenes ignoran». Catlin no pone los ojos en blanco, pero me doy cuenta del esfuerzo que le supone.

—¿Estás oyendo lo que te decimos? —concluye Brian.

Ella lo mira a los ojos.

—Sí, Brian. Sí, Brian. Lo oigo.

Su voz es engañosamente sumisa. Está a punto de explotar.

Cierro los ojos.

—Y lo que tú debes recordar, Brian, es que, aunque estás casado con mi madre, no eres en absoluto mi verdadero padre. Solo eres el marido de mamá. No puedes decirme qué hacer. Así que puedes irte completa, total y absolutamente a la mierda. Veré a Laurent si me da la gana. No puedes decirme a quién amar.

Brian abre la boca y la cierra de nuevo.

—Y, además… —añade Catlin, poniéndose en pie—, solo le pediré perdón a Maddy cuando ella me pida perdón a mí por ser una zorra despreciable.

—¡Catlin Hayes! —La voz de mamá podría atravesar el acero—. ¡SIÉNTATE! —le espeta, como si Catlin fuera un perro—. Y déjame explicarte cómo serán las cosas. Hay dos normas. Una: respetarás a tu familia. Y Brian forma parte de ella ahora. Debes decidir lo que vas a decir a continuación, Catlin. Yo me lo pensaría y cerraría la boca. Si estuviera en tu lugar.

Catlin abre la boca.

—Siéntate. Cállate.

Catlin se sienta.

—Dos: no volverás a ver a ese chico. Dame el móvil.

—NO pienso darte mi MÓVIL. Eso es una violación de mi intimidad.

Mamá extiende la mano.

—Me da igual. Dámelo.

Catlin se levanta y se dirige hacia la puerta haciendo aspavientos. Intenta salir, pero la puerta no se abre.

—Os odio a todos —grita—. Os odio muchísimo a todos. No es justo.

—Catlin. —Procuro mantener un tono de voz tranquilo y amable—. Lo de Helen… da miedo. No queremos que te ocurra lo mismo.

Ella contesta con voz aguda y cortante:

—¿Y qué pasa con lo que yo quiero? —Me mira a los ojos y luego se gira hacia Brian y mamá. Están el uno al lado del otro. Como una unidad—. Y, de todas formas, son MENTIRAS.

—No son mentiras —dice Brian—. Y, dejando los rumores desagradables de lado, tu hermana tiene razón. No es el chico adecuado para ti. Es demasiado controlador.

«Ay, no, Brian. No, no me metas en esto», pienso, y aprieto los párpados lo más fuerte que puedo.

—¿Controlador? —repite Catlin, dirigiéndose a un jurado imaginario—. Eso, como tú, tiene mucha GRACIA. Y no en el buen sentido de la palabra.

Brian levanta la mano. El gesto transmite a la vez cansancio y una extraña insolencia.

—No pienso seguir con esto —suspira, posiblemente al darse cuenta de que ha intentado ejercer autoridad paterna demasiado pronto—. Entrégale el móvil a Sheila. Luego, te dejaremos salir.

Catlin pone los ojos en blanco y lo entrega.

—Me da igual. Él me encontrará, con o sin móvil. Nuestro amor va más allá de un teléfono, y no podéis impedirlo. Y, Brian, esa cortinilla no engaña a nadie. Estás calvo. Y, mamá, eres una ZORRA. Gracias por arruinarme la vida.

A continuación, tira de la puerta con agresividad. No estaba cerrada con llave, simplemente no usó el pomo bien. Catlin nos insulta de nuevo y se marcha dando fuertes pisotones. La oigo refunfuñar mientras baja las escaleras. Nos quedamos sentados hasta que el ruido de los pasos se apaga y se hace el silencio. Mirándonos unos a otros.

—Bueno, ha ido bien… —dice Brian.

Mamá se echa a llorar y él la abraza.

Yo me escabullo, como la traidora despreciable y reseca que soy.

Oigo sollozar a mi hermana toda la noche. Ha cerrado la puerta de su cuarto con llave. No quiere abrirme.