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Betónica

(para evitar soñar)

Recorremos el castillo a grandes zancadas, subimos las escaleras y cruzamos la pared del despacho de Brian. La cueva, cuando llegamos allí, está desprovista de vida; solo se percibe una gélida penumbra y motas de polvo, de color gris y beis. Las sábanas negras ocultan la sangre. Mamá está abrazando a Catlin sobre la cama manchada. Pienso en nieve, en cenizas. En cuentos de hadas y princesas y finales. Mamá le está diciendo que todo acabará felizmente. Que mami está aquí. Que la ayuda está en camino. Que se pondrá bien. Mentiras dulces y cariñosas.

Catlin tiene los ojos abiertos; están apagados y sin brillo. Mantiene la vista clavada más allá de mamá, mirando hacia la nada. No emite ningún sonido. La luz que la rodea es como unos débiles rescoldos. Apenas quedan unas pequeñas brasas. Si no pudiera percibirla, habría pensado que estaba totalmente muerta. Está allí tendida, sin reaccionar. Mamá le acaricia el pelo. Brian no ha regresado. No sabemos dónde está.

No ha venido nadie a ayudar a mi familia.

—Desnúdala —me indica Mamó. Me pongo manos a la obra—. Sheila, ¿has llamado a una ambulancia?

Mi madre asiente con la cabeza.

—Dijeron que… cuarenta minutos… Puede que más…

La mirada de Mamó es terriblemente dura.

—Vuelve a llamar. Cancélala. Diles que era alguien gastando una broma. Que todo va bien.

Mi madre niega con la cabeza. Mamó la mira fijamente.

—Tienes que hacerlo, Sheila. YA —grita.

Mamá saca el móvil y se dirige hacia la entrada de la cueva.

—Vuelve cuando esté arreglado —dice Mamó. Me mira—. Podríamos estar aquí toda la noche. Será duro.

Le desabrocho el vestido a mi hermana. Ella deja escapar un gemido muy débil. Me parece que le estoy haciendo daño. Mamó abre un maletín grande de médico. Coge un frasco de algo transparente y oscuro. Un líquido espeso y suave. Toma un trago y me lo pasa. Bebo un poco también. Y luego intento darle un poco a Catlin. La mayor parte simplemente gotea sobre la cama. Ella no reacciona.

Mamó enciende una vela. Pronuncia unas palabras. Siento el chasquido de algo que desacelera. Y todo brilla. Veo el resplandor en mí y en ella. No lo había sentido brotar de mi persona. Siempre ha estado aquí, pienso, invisible. Sencillamente, no lo sabía. Si yo soy brillante, entonces Mamó es incandescente. Ahora mismo incluso me cuesta mirarla.

—Tú misma lo empezaste. Pero no lo sabías.

Me mira y asiente. A continuación, estira las manos hacia mí, agarra mi luz y empieza a tirar y desgarrar. Pellizcar es la mejor forma de describirlo. Pellizca puñados de luz y los teje formando hilos en dirección a mi hermana. Como si se tratara de una transfusión de sangre. O un injerto. Me voy atenuando a medida que Catlin se vuelve más brillante, solo un poco. Pero se nota. Lo noto. ¡Ahí! Mamó pellizca y pellizca y mueve y mueve y gira y enrolla y tira. Sus manos están ocupadas, levantando, soltando, alisando, tomando, ayudando, dando. Haciendo daño. Esto es magia de verdad, pienso. Esta es la clase de cosa que mata o cura.

Me acerco tambaleándome y observo la cara de Catlin. Tiene los ojos entornados. Y, entonces, se me nubla la vista y me voy apagando, más y más. Comienza a doler de verdad y siento frío. Siento mucho frío. Me tumbo en la cama al lado de mi hermana. Estiro la mano hacia la suya. Antes de desvanecerme, percibo que la coge. Solo es un pequeño apretón, pero Catlin ha regresado. Su mano está fría. Pero no rígida. La cera de la que está hecha está lo bastante cálida como para moldearla. Maleable. Y eso es una señal. Lo tomo como una señal.

Cierro los ojos. Cuando los abro de nuevo, el mundo está negro, pero puedo oír los movimientos de las manos de Mamó, la leve respiración entrecortada que sale de Catlin. Lo siguiente que pierdo es la audición. Es extraño gemir y no escuchar tu voz. Sé que estoy emitiendo sonidos, pero no puedo oírlos salir de mi garganta. Murmuro cosas. Sigo diciendo cosas por si ella me escucha.

«Te quiero, eres mi hermana. No pasa nada. Te quiero, Catlin. Todo saldrá bien».

Luego,

el olfato.

Apenas

noto

nada,

solo alivio.

No echo de menos

el olor metálico de la sangre,

ni el leve hedor a piedra podrida de la cueva.

A continuación, el habla,

después no puedo moverme en absoluto

y, por último, el tacto.

La suavidad de la manta de piel contra mi cara,

la caricia de la luz,

la calidez de la mano de Catlin.

No puedo sentir calor o frío dentro de mi cuerpo.

Solo hay vacío.

Solo hay nada desvaída.

¿Ha funcionado?