Capítulo 5

Tomando carrera

La secretaria de Energía carraspeó. La diputada opositora la había puesto en apuros al preguntarle en qué números se había basado el gobierno de De la Rúa para extender en octubre de 2000 por 10 años la concesión del mayor yacimiento de gas del país, Loma La Lata, a Repsol YPF a cambio de un canon de 300 millones de pesos/dólares para la Nación y otros 130 millones para la provincia de Neuquén. El peronismo le caía encima al Presidente aliancista por lo que consideraba una nueva enajenación del patrimonio nacional, como las que la Alianza había criticado durante la gestión de Carlos Menem. Y la entonces jefa de la cartera de Energía, Débora Giorgi, debía defender ante el Congreso esa extensión de la concesión. Una movida que, para peor, se acababa de pactar con 17 años de anticipación, porque el plazo original vencía en 2017. En aquel entonces nadie se imaginaba que en parte de Loma La Lata iba a radicarse el primer cluster shale de Sudamérica, el de la subárea Loma Campana, la que YPF decidió en 2013 compartir con Chevron.

—Lo que hicieron no quedó claro ni parece lógico. Y su explicación tampoco —fustigó en noviembre de 2000 la diputada, mordaz.

—Durante años escuchamos decir que se estaban vendiendo las joyas de la abuela. ¡Creo que ahora están vendiendo el chupete de la nieta! —acicateó otro peronista, el santafecino Oscar Lamberto.

Igual que su compañera de bancada, Lamberto había apoyado 8 años antes la privatización menemista de YPF. Pero no quería perder la oportunidad de desgastar a De la Rúa, quien no lograba sacar a la convertibilidad de su crisis aunque tampoco suponía en aquel final de 2000 que apenas un año después debería renunciar a la presidencia en pleno caos político, económico y social y en medio de la peor represión policial tras la vuelta de la democracia en 1983.

Para superar aquel mal momento, Giorgi se comprometió a enviar al Congreso los números que le había reclamado la diputada. Esa misma tarde, su equipo de prensa los difundió públicamente. Argumentó que el yacimiento estaba valuado en 2.755 millones de dólares con la prórroga hasta 2027 y en 2.325 millones si la concesión hubiese concluido en 2017. La diferencia, de 430 millones, era la cifra que Repsol se comprometía a aportar a Neuquén y al Estado nacional.

La diputada, que tampoco quedó conforme con esa explicación, era la santacruceña Cristina Fernández de Kirchner. Pero el entredicho con Giorgi no hizo mella en la relación entre ambas. 8 años más tarde, ya como Presidenta, Cristina Kirchner convocaría a la economista como su ministra de Industria. Pocos como Giorgi se desviven tanto en aplaudir los discursos de la jefa de Estado.

Aquella prórroga fue uno de los mayores escándalos en los que apareció involucrada Repsol durante su tiempo al frente de YPF. La empresa ejerció una presión inédita sobre el gobierno delarruista para obtenerla, y contó con el apoyo incondicional del entonces gobernador neuquino, Sobisch, referente de la extrema derecha del MPN y quien por esos días declaró que «a los inversores hay que ponerles una alfombra roja, no espantarlos con una escoba». Su manera de agasajar a Repsol fue una exención de impuestos por 112 millones de pesos/dólares que ocultó hasta que la concesión ya había sido extendida. Era casi el mismo monto que la empresa se comprometía a pagar a la provincia como canon extraordinario a cambio de exprimir Loma La Lata durante una década más.

De la Rúa estaba financieramente ahogado y ya había decidido jugarse lo poco que le quedaba de capital político al blindaje que le habían prometido a su ministro de Economía, José Luis Machinea, el FMI, el Banco Mundial, el BID y el gobierno español. El blindaje fue por 39.700 millones y se anunció el 18 de diciembre de 2000, apenas un mes después de la prórroga de Loma La Lata. España aportó 1.000 millones. El préstamo no impidió que la crisis siguiera profundizándose ni que el gobierno de la Alianza continuara desbarrancándose.

Montados sobre esa debilidad, Sobisch y Repsol ejercieron un verdadero juego de pinzas para lograr la extensión del contrato, que solo podía decidir la Nación por las leyes entonces vigentes. «Cuanto antes se firme, más rápido comienza la inversión», apuraba el mandatario a mediados de 2000. «La cuestión es decidir qué se prefiere: la seguridad de recibir 100 pesos ahora o 1.000 dentro de 17 años», presionaba el director general de Repsol YPF para Latinoamérica, Rubén Patritti, un amigo de Sobisch que en 2004 obtendría créditos blandos de la provincia para instalar su propia bodega en San Patricio del Chañar, localidad de camino entre la ciudad de Neuquén y Añelo.

Aunque la ley de hidrocarburos obligaba al concesionario a invertir a fin de asegurar la máxima producción en el área concedida, Repsol YPF presentaba como una de las ventajas de la extensión su compromiso de desembolsar 7.200 millones adicionales en los 27 años siguientes. En rigor, la inversión era la mínima indispensable para mantener vivo el mayor yacimiento gasífero del país.

Las dudas ya eran demasiadas incluso antes de que la senadora Silvia Sapag, entonces referente del ala enemiga de Sobisch en el MPN, presentara una denuncia penal contra el gobernador, Machinea y Giorgi por la extensión de la concesión. La legisladora declaró que se trataba de un «negociado» y también acusó al senador peronista por Salta Emilio Cantarero de haber intentado sobornarla para obtener su apoyo para hacer una nueva ley de hidrocarburos a la medida de las petroleras. Las acusaciones nunca fueron probadas y la decisión de De la Rúa quedó ratificada.

Entre febrero de 1999 y octubre de 2000, Repsol se había alzado con el botín de YPF y se había asegurado por 10 años más el control de la perla más valiosa de la compañía en el país. Tenía el camino allanado para iniciar un saqueo inédito de la riqueza hidrocarburífera que todavía le quedaba a la Argentina. Y no lo desaprovechó.

En aquel año 2000, los gobiernos argentino y neuquino y la petrolera española proclamaban que allí había gas por tres décadas más. Un optimismo que ahora resuena cuando gobernantes, políticos y petroleros hablan de Vaca Muerta. ¿Otra vez se tratará de falsas promesas?

—Son dos cosas distintas —opina el gobernador Jorge Sapag, que sucedió a Sobisch—. Aquel fue un optimismo exagerado porque Loma La Lata, como yacimiento convencional, todos sabían que en algún momento podía perder presión. Se lo sobreexplotó y Loma La Lata hoy no es lo que era cuando en la década del 80 se pensó que teníamos gas para toda la vida porque era el descubrimiento más importante de América Latina.

El economista Nicolás Gadano, de 49 años en la actualidad, fue uno de los ejecutivos que decidieron quedarse en YPF tras el desembarco de Repsol. Había llegado a la compañía de la mano de Sturzenegger, el mismo que había agitado el avispero a mediados de 2013 con el artículo que calculaba que en Vaca Muerta estaba encerrada la mitad de las reservas petroleras de Arabia Saudita. Estenssoro había ido a buscar personalmente a Sturzenegger en 1995 a la Universidad de California en Los Angeles (UCLA), donde estaba enseñando después de haberse graduado como doctor en el MIT. Gadano, que estudió la carrera en la UBA y una maestría en la Universidad Torcuato Di Tella, fue uno de los golden boys que llegó con Sturzenegger a la petrolera privatizada y continuó luego con la gestión de Monti, aquella que alguna vez elogió la propia Cristina Kirchner. En 1998, Sturzenegger dejó YPF para ser decano de la Escuela de Economía de la Di Tella y Gadano heredó su lugar como economista jefe de la petrolera, donde permaneció hasta 2008. No obstante, Gadano admite que en los años bajo control de Repsol la empresa profundizó el rumbo decadente que desembocó en la renacionalización. En la actualidad es asesor estrella de Galuccio, aunque también aporta sus ideas al partido del que se siente más cercano, la Unión Cívica Radical (UCR).

Durante 2007 y 2008, Gadano tuvo trato habitual con el pintoresco Guillermo Moreno. A poco de haber asumido como secretario de Comercio Interior, el funcionario empezó a recibirlo como parte de una mesa petrolera a la que acudía como representante de la YPF de Repsol. Moreno empezó a llamarlo «pelado» apenas lo vio, y, fiel a su estilo, a veces le agregaba un «puto» para intimidarlo. Una vez lo recibió con un informe del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec) sobre la mesa y le exigió que renunciara a ese think tank de directivos más simpatizantes con la oposición que con el oficialismo. «Ni loco», le respondió el economista. Y agregó, en voz baja: «Y si se ponen pesados, yo siempre tengo el pasaporte listo».

Moreno enfureció y empezó a decirle que él no tenía idea de lo que era el exilio. El entonces secretario había estado en Brasil durante la última dictadura. Le gritó a Gadano que era un pendejo irrespetuoso y otros epítetos por el estilo. Grande fue su sorpresa cuando el economista jefe de la YPF de Repsol le respondió, en voz baja, que él había vivido exiliado durante los últimos 6 años de la dictadura en México, donde había recalado su padre, militante de Montoneros, con toda su familia. Durante el primer año del régimen había vivido en la clandestinidad. «¡Ah, tengo un montonero infiltrado en YPF!», empezó a jactarse desde entonces el Napia.

La relación mejoró bastante desde aquel día, aunque Moreno no se privaba de recibirlo con un «pelado puto» cada vez que podía, a modo de saludo. Dejaron de verse cuando el secretario decidió vedarle el ingreso a su despacho «para siempre» por su negativa a escribir un informe con el membrete de YPF para respaldar los datos de inflación del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), que empezaban a ser cuestionados porque no reflejaban los verdaderos aumentos de precios. Previsiblemente, Gadano no lo lamentó demasiado.

De lo que sí se apena Gadano, apoltronado en la sala de reuniones de su oficina cerca de la vieja sede de YPF sobre Diagonal Norte, es de que Repsol no haya invertido lo suficiente como para frenar el declive de sus pozos, incluyendo Loma La Lata. A su juicio, se debió a la forma en que los españoles se habían quedado con la petrolera de bandera argentina, apalancados en créditos gigantescos que debían repagar rápido, pero también a las reglas de juego vigentes en el país, que hacían más atractivo exprimir hasta la última gota yacimientos viejos y ya maduros que invertir para certificar más reservas en zonas nuevas, hasta entonces inexploradas.

—Yo defiendo la privatización de los años 90, pero lo de Repsol fue un desastre. La política de reparto de dividendos era muy agresiva por la deuda que había tomado Repsol para comprar YPF. La empresa empezó a desinvertir desde el minuto cero, porque su propia forma de llegar al control de YPF los obligó a empezar a pagar y girar dividendos desde el inicio. Después los informes de bancos empezaron a decir que Repsol debía desinvertir en Argentina y el gobierno de Néstor Kirchner encontró a los Eskenazi como candidatos a quedarse con una parte. Pero después Repsol tuvo que seguir repartiendo dividendos para que los Eskenazi les pagaran por la compra —explica Gadano.

El grupo Petersen, de la familia Eskenazi, anunció en diciembre de 2007 que compraría el 14,9% de YPF por 2.235 millones de dólares, con la opción de ampliar su participación hasta el 25%. Lo hizo con plata prestada por los bancos Credit Suisse, BNP Paribas, Goldman Sachs y el brasileño Itaú, pero con un más que clave vendor’s loan (préstamo del vendedor) por 1.015 millones. El acuerdo de venta establecía que YPF distribuiría de ahí en más el 90% de sus dividendos para que los Eskenazi devolvieran el crédito a Repsol. A partir de entonces, el gobierno de Cristina Kirchner autorizó más aumentos de precios para YPF, aunque no tantos como en la etapa de la reestatización.

En 2011, los Eskenazi, banqueros de estrecha relación con Néstor Kirchner, compraron el otro 10,1% de YPF, hasta llegar al 25%, por 1.304 millones, con el financiamiento del Itaú, Credit Suisse, BNP Paribas, el sudafricano Standard Bank, Citigroup y otra vez la propia Repsol, que aportó 600 millones. El kirchnerismo hablaba entonces de «argentinización» de YPF y la jefa de Estado se desvivía en elogios a quien había asumido como CEO de la petrolera, Sebastián Eskenazi.

Rubén Etcheverry, el fundador de la petrolera neuquina GyP devenido opositor al gobernador Sapag, coincide con la visión de Gadano.

—Con Repsol la nafta no valía tan cara como ahora porque no le autorizaban tantos aumentos. La obligaron a repartir el 90% de sus ganancias como dividendos, para que Eskenazi pagara los créditos que había tomado para quedarse con el 25% de YPF —sostiene.

Como fue el kirchnerismo el que introdujo a los socios nuevos en la petrolera emblema del país, para Etcheverry «fue el kirchnerismo el que obligó a Repsol a no invertir». Casi todas las concesionarias de los yacimientos argentinos, salvo PAE y otras de menor envergadura, exhibieron durante esos años caídas de sus inversiones y su producción. Las provincias hubieran podido quitarles con ese argumento sus concesiones, como hicieron a principios de 2012 con la petrolera española para presionarla antes de la estatización del 51% de YPF en abril de aquel año. Pero Gadano cree que hubiese sido equivocado:

—¿Por qué no invirtieron? Los pozos eran maduros y no se podía explotar Vaca Muerta, no por negligencia, sino porque no existía la tecnología. La producción convencional cayó por la menor inversión, pero sobre todo por la madurez de los pozos y porque el gas en boca de pozo no tenía un precio que hiciera rentable producir más en vez de menos —sostiene.

Para el economista, el camino para recuperar el autoabastecimiento es el que empezó a emprender YPF desde la llegada de Galuccio. Claro que para sostenerlo es indispensable que se revierta el desplome histórico del barril de crudo iniciado a mediados de 2014.

Incluso en el equipo de Kicillof comprenden el comportamiento de la YPF de Repsol dentro de la lógica de una empresa privada ante una política energética a la que consideran errada, la de De Vido.

—Repsol ganaba plata acá, pero mucha menos que en Bolivia u otros países. No les diste precio del gas por años, dejaron de invertir y ahora importamos gas. Había que darles una señal de rentabilidad relativa (es decir, en relación con otros países) porque lo que hacían, que era fugar todos los dividendos posibles, incluso más que las ganancias generadas cada año, era el comportamiento lógico de cualquier empresa a la cual se le daba la posibilidad de hacerlo. Lo ilógico era que los dejáramos hacer, y De Vido los dejaba —evalúa aquel funcionario de confianza del ministro de Economía (al que cierto periodismo conservador intentó llamar «marxista») en el happy hour—. Había que pasar de la política del apriete a dar viabilidad económica a las petroleras.

De ahí que a partir de la nacionalización de 2012 saltaran los precios internos del gas en boca de pozo y del barril de petróleo.

En 1999, a solo 15 kilómetros de los pozos convencionales de Loma La Lata, empezó a levantarse un polo bodeguero en San Patricio del Chañar. El entonces gobernador Sobisch quería impulsar otras actividades económicas con el argumento de reducir la «petróleodependencia» de Neuquén. La idea de diversificar fue apoyada por muchos, pero no del modo en que la realizó. El Instituto Autárquico de Desarrollo Productivo (IADEP) neuquino entregó primero créditos a 10 años con un interés del 8% anual y en 2006, un año antes de que Sobisch dejara el poder, los refinanció a 20 años y con una tasa del 5% y luego variable, pero siempre baja.

No solo se encendió la polémica por las condiciones blandas sino también por los seleccionados, presuntos amigos del poder. El 65% de la cartera del IADEP se concentró en 16 empresarios. «Si alguien dice que obtuvo un préstamo porque es amigo mío, me importa un bledo. El gobernador va a darle créditos a quienes puedan pagarlos, y si son amigos mejor», se defendió Sobisch en 2003. Las bodegas, al igual que todas las otras actividades agrícolas, están eximidas en Neuquén del impuesto a los ingresos brutos, como otro modo de alentar la diversificación productiva.

En el cercano Alto Valle del río Negro había habido una tradición vitivinícola hasta la década del 60. Cuando en 1927 un joven alemán llamado Herman Schroeder llegó a Argentina y se instaló en Cipolletti, consiguió su primer trabajo en Bodegas Canale. Vivió al principio en un vagón de tren. Venía de un país que apenas salía de la hiperinflación pero donde la crisis y el hiperdesempleo continuaban y hacían de caldo de cultivo para que el nazimo ganara tantos adeptos como para imponerse en las elecciones de 1933. Comerciante, Herman trabajó después en el sector frutícola y como representante de la farmacéutica alemana Bayer. En los años 60, el vino barato de Cuyo conquistó el mercado argentino y entonces los perales y manzanos avanzaron sobre las vides rionegrinas. Recién con el comienzo del nuevo siglo serían Herman Schroeder hijo y sus vástagos Juan, Alejandro y Roberto quienes plantarían las primeras vides de la bodega Schroeder, que fue la tercera más beneficiada por los créditos del IADEP. Un informe del Tribunal de Cuentas neuquino que se difundió en 2009 indica que debía entonces $ 40 millones (u$s 10,5 millones de entonces), menos que los $ 58,4 millones (u$s 15,2 millones) de la bodega Muñoz del Toro y los $ 148,5 millones (u$s 38,7 millones) del empresario Julio Viola, el pionero en el surgimiento del vino neuquino. Los préstamos financiaron la instalación de las fincas, las bodegas y las estrategias de comercialización.

Los bodegueros de esta provincia petrolera no objetan el fracking. Se diferencian de algunos colegas mendocinos que se han unido a las protestas de vecinos y ecologistas contra otra actividad extractivista, la minería a cielo abierto, e incluso los han financiado, ante el temor de que el cianuro o el arsénico usado en esa actividad contaminen sus vides. Pero los empresarios neuquinos metidos a bodegueros nacieron y se criaron en una tierra que desde la década de 1910 se dedica al crudo. Y lo tienen asumido. Uno de ellos compara a los habitantes de la capital neuquina con los rionegrinos de la frutícola Cipolletti, separados solo por dos puentes sobre el río Limay.

—El que viene a vivir a Cipolletti riega el árbol de la casa. En Neuquén no, porque está siempre de paso y dice «no voy a gastarme en regar el árbol porque no me quedo» —comenta uno de los principales bodegueros mientras bebe a temperatura justa la botella más cara de la cava del oneroso restaurante La Toscana, en la capital de la provincia petrolera.

Viola, un empresario inmobiliario, vio la veta vitivinícola en San Patricio del Chañar y plantó en 1999 las primeras vides de la Bodega del Fin del Mundo. 10 años después le vendería la mayoría accionaria a Eduardo Eurnekian, el dueño de Aeropuertos Argentina 2000 y de la mayor cantidad de estaciones áreas del mundo, incluidas algunas en Armenia, Grecia, Italia y toda Latinoamérica. Juntos compraron en 2012 otra bodega que nació en San Patricio del Chañar con los créditos del IADEP: la llamada NQN. En 2000 el instituto había tentado a grandes bodegas mendocinas como Catena Zapata y Bianchi para que se instalaran en ese valle neuquino sin pasado vitivinícola y con 40 años de historia de peras, manzanas, pelones y cerezas. Pero al final solo aceptaron radicarse los empresarios de la región, bodegueros debutantes que aprendieron a los golpes. Algunos de ellos sobrevivieron, como Herman Schroeder (h) y sus herederos, que en Cipolletti habían prosperado en el negocio de las clínicas y los medios de comunicación y que, antes de las uvas, habían plantado cerezas en San Patricio del Chañar.

Allí también se instalaron con sus bodegas Rubén Patritti, el ex ejecutivo de la YPF de Repsol; Adolfo Grittini, ex intendente de Cutral Có que acabó vendiendo su emprendimiento a Muñoz del Toro; y Carlos Groppo, dueño de los vinos Secreto Patagónico. Antes, en 1986, en la entrada del pueblo de Añelo, el ex diputado provincial radical Carlos Vidal, alias Cacho, había puesto su bodega, Universo Austral. Ya en aquel entonces, Cacho Vidal contaba que cuando bombeaba agua para regar las vides le salía mezclada con petróleo. Era porque había plantado sus vides en tierras donde había un viejo ducto roto de YPF. De todos modos, decía que sus vinos no estaban contaminados y logró venderle la bodega en 2007 al chileno Grupo Córpora, que la rebautizó Dos Andes. Ahora esa explotación está frenada. Dado el boom de galpones de la industria petrolera en Añelo, esas tierras valen más si se las lotea con ese fin que si continúan haciendo uvas. Díaz, el intendente de Añelo, quiere que se conserve el emprendimiento vitivinícola. Le busca entonces comprador, pese a que los años de apreciación cambiaria pusieron en apuros a la industria argentina del vino, la quinta mayor productora del mundo. Los Schroeder están interesados.

Bodega Schroeder consiguió embotellar el primer vino de sus 140 hectáreas en 2004. Su marca más famosa es Saurus, nombre que deviene de que cuando preparaban las tierras para la siembra encontraron huesos de un dinosaurio de hace 75 millones de años. Esos restos, al igual que diversas obras de artistas de la zona, están exhibidos en la bodega para que los vean los turistas que la visitan. Los viajeros van a catar los vinos de siete varietales y espumantes o a comer en el restaurante Saurus, con un tremendo ventanal a las vides y los álamos que las protegen y con una excelente cocina. Unas combis llevan y traen casi todos los días a 20 de los 50 empleados del restaurante y la bodega desde la ciudad de Neuquén, a 39 kilómetros de la ruta. La explotación de Vaca Muerta hizo crecer la cantidad de visitas corporativas a la Bodega Schroeder. Las petroleras organizan allí almuerzos para sus ejecutivos e invitados, todos de buen poder adquisitivo, muchos de los cuales después regresan los fines de semana con sus familias. Sus pinot noir y merlot se hicieron bastante conocidos. A solo 5 kilómetros de donde se cultivan hay pozos de Shell hacia Vaca Muerta: los del yacimiento Sierras Blancas.

En sus primeros años de vida hasta 2007, la bodega de los Schroeder vivió su apogeo. Al igual que las demás empresas vitivinícolas de Argentina, se beneficiaba por la devaluación del peso de 2002. Su rentabilidad triplicaba el promedio mundial. En 2008 la crisis global comenzó a dañar el negocio de todo el sector. En la actualidad exporta el 45% de sus 1,6 millones de botellas de producción anual a Estados Unidos, al Reino Unido y a Brasil. Del 55% que va al mercado nacional, un tercio se queda en Neuquén y sus alrededores, ya que la demanda ha aumentado al ritmo de Vaca Muerta. Por eso, si bien la rentabilidad de Schroeder ya está por debajo de la media internacional, tampoco pierde plata. Y a Roberto Schroeder, el encargado del proyecto, lo apasiona más que las otras empresas del grupo, que aplicó en 2014 un ajuste de personal para centralizar las áreas de compras, contabilidad, tesorería y recursos humanos. Roberto está cada vez más cerca de que su proyecto original de instalar un hotel dentro de la bodega deje de ser una maqueta en la entrada de las instalaciones invadidas por el aroma de las barricas de 225 litros de vino, todas importadas de Francia y Estados Unidos.

En 2008, los dueños de todas las bodegas neuquinas se estremecieron por el proyecto Potasio Río Colorado. Por ese emprendimiento, la minera británica Río Tinto planeaba atravesar San Patricio del Chañar con trenes cada media hora y camiones cada 15 minutos cargados con ese mineral. Entonces los bodegueros decidieron reunirse para presionar en contra de la iniciativa. Los Schroeder llegaron a pedir ayuda a la Asociación de Superficiarios de la Patagonia (Assupa), que desde los años 90 viene bregando por los derechos de propiedad de humildes puesteros y afortunados ganaderos de la estepa neuquina ante el avance de las petroleras, y que mantiene una megademanda contra ellas por contaminación ambiental ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Roberto Schroeder se juntó entonces con el presidente de Assupa, Ricardo Apis, y su hijo y vicepresidente de la entidad, Bruno, para explicarles que él quería un viñedo tranquilo que los turistas fueran a visitar e incluso donde pudieran hospedarse y que se mantuviera la imagen que hay en el mundo de una «Patagonia pura». Rio Tinto quería instalar la playa de transferencia de trenes a camiones sobre la barda que protege del viento los viñedos de Schroeder. Los bodegueros desconfiaban del volumen que se transportaría. «Tratamos con ejecutivos de multinacionales que cobran sus bonus y se van. Yo, en cambio, no me voy a ir en 40 años», les decía a los Apis Roberto Schroeder, que ahora tiene 50. Finalmente la minera brasileña Vale, que compró Potasio Río Colorado en 2009, desistió del proyecto en 2012 por los controles de cambio, entre otros motivos. Pero la amenaza puede reflotarse en cualquier momento.

Lo que ya es un hecho es que los camiones del fracking han invadido las rutas que atraviesan San Patricio del Chañar. El bodeguero que cena en La Toscana, más suelto de boca con el correr de las copas, reconoce que «donde antes del petróleo no convencional pasaba un camión, ahora pasan diez». Y se sincera:

—Va a tener costos ambientales, por supuesto, porque nada es gratis. Pero en la medida en que deje recursos a la provincia y si se toman los resguardos necesarios, es aceptable.

De lo que sí se quejan los bodegueros y también los chacareros de la fruta neuquina es de la pérdida de mano de obra. Los peones prefieren irse a ganar mejor en el petróleo y sus patrones no les aumentan el sueldo o el jornal como les ocurre a los jardineros municipales y a los empleados de McDonald’s en Cuero, Texas. La bodega de los Schroeder, por ejemplo, volvió a recurrir como en sus orígenes a cuadrillas de trabajadores temporarios de Mendoza o el noroeste argentino para las tareas de poda, raleo y cosecha. Hasta hace poco había conseguido entrenar a vecinos de San Patricio del Chañar, pero muchos de ellos ahora sueñan con conseguir el registro para manejar camiones de residuos peligrosos. A fines de 2014, esos camioneros especializados podían llegar a ganar $ 80.000 (u$s 9.360) mensuales. La bodega además ha mecanizado parte del proceso de cosecha —no todo, para no afectar la calidad del vino— y desde 2013 contrata a 30 en lugar de 55 temporarios. A su vez, seis de sus empleados aceptaron recientemente vivir con sus familias en las casas que había construido originariamente la bodega para algunos de ellos. Antes preferían pagar un alquiler en el centro de San Patricio del Chañar —de 6.400 habitantes— pero esos valores escalaron astronómicamente, como en todas las localidades desde la capital provincial hasta Añelo a partir del efecto Vaca Muerta de los últimos dos años.

Los demás productores agropecuarios del departamento de Añelo, en el que está San Patricio del Chañar, también se quejan del impacto salarial del boom petrolero. Así lo manifiesta por lo menos el presidente de la cámara que los agrupa, Fernando Galván. Por esos pagos no se trata de grandes hacendados de la pampa húmeda como los que viven en la ciudad de Buenos Aires, sino de empresarios neuquinos y también chacareros que habitan la tierra. Pero unos y otros despotrican por igual por el deseo de progreso de sus peones. Un sereno de una empresa petrolera gana un sueldo básico mayor que el de un tractorista de una chacra frutihortícola, que es el cargo mejor pago en ese tipo de explotación. Incluso puede llegar a cobrar el doble o más, con horas extra y premios. El tractorista se llevaba en septiembre de 2014 unos $ 6.000 (u$s 710) mensuales a su bolsillo. Un sereno petrolero partía de $ 8.000 (u$s 940) y podía alcanzar los $ 14.000 (u$s 1.660).

Los chacareros recurren entonces a peones de Tucumán, tierra de azúcar y limón.

—Pero es gente sin capacitación, o con antecedentes penales —dispara Galván, sin perder su hablar tranquilo y pausado—. Tienen que aprender a manejar tractores que cuestan 46.000 dólares, pero es gente sin primaria, que aprende rompiendo.

Una chacra de 100 hectáreas emplea en la poda a 40 personas, y en la cosecha a 50 o 60, pero durante el resto del año solo a diez.

—Ahora ni los estables están quedando —lamenta Galván, que tenía un empleado de 19 años que se marchó para manejar una combi que transporta petroleros.

Ante la falta de personal, los chacareros que pueden también invierten en tecnología que lo reemplace. El campo de Galván queda a 18 kilómetros del pueblo de Añelo, en Tratayén, cerca de las explotaciones de tight gas de PAE y Petrobras.

—No sé si el fracking va a perjudicar —duda el presidente de la Cámara de Productores Agropecuarios de Añelo, a diferencia de sus colegas frutihortícolas de Allen, en Río Negro, que se oponen al mismo tipo de explotación.

Galván dice desconocer que PAE y Petrobras ya están haciendo fractura y no solo actividad convencional en los alrededores de su campo. Piensa que solo hay fracking arriba de la barda, en la meseta donde está Loma Campana:

—La fruta está en el valle, con el petróleo convencional, y en la meseta está el no convencional, nos explican las petroleras. Si vinieran a hacer fracking al valle, no estaría tampoco preocupado porque con el petróleo convencional no hubo inconvenientes hasta ahora —sostiene.

Al parecer, el chacarero no se enteró de la contaminación sufrida por las vecinas comunidades indígenas de Kaxipayiñ y Paynemil. O si lo hizo, confía en que YPF ya la reparó:

—Las petroleras, si contaminan, hacen políticas para descontaminar, trabajan con bacterias. El petróleo no es una actividad mala. Nosotros convivimos con ella desde 1978. El petróleo es algo orgánico de Añelo —insiste.

Pese a que el efecto Vaca Muerta le saca empleados y le eleva la presión salarial, Galván lo elogia:

—El fracking es un buen golpe para la economía y no lo podemos negar. Las rutas ahora están congestionadas, pero eso es el progreso. Lo que debe hacer el gobierno provincial es cumplir sus promesas de rutas y hospitales.

En rigor, el lugar del Estado es ocupado muchas veces por las petroleras. Como en 2014, cuando los productores frutícolas de Añelo sufrieron un aluvión: llovieron 200 milímetros en una semana y el canal que irriga al valle colapsó. Fue arreglado con la cooperación de YPF y otras petroleras. Responsabilidad social corporativa, lo llaman.

Los Schroeder plantaban sus viñedos en la Argentina en la crisis de 2001 mientras en Estados Unidos George Mitchell vendía su empresa a Devon Energy, oriunda de Oklahoma. Es que en 2000 Mitchell había logrado por primera vez perforar pozos con alta rentabilidad, después de dos décadas de intentos que lo obsesionaban a él, pero no a los demás accionistas de su compañía. En 1999, Mitchell Energy casi estaba en oferta porque solo producía 100 millones de pies cúbicos diarios de gas, pero 2 años después, gracias a la explotación de Barnett, aumentó ese ritmo a 300 millones diarios. Así que fue Devon la que salió a su caza. El atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York del 11 de septiembre de 2001 hizo bajar el precio del petróleo por el temor a una crisis mundial, pero desde 2002, con el impulso del consumo chino, todas las materias primas iniciaron el llamado superciclo, el mismo que terminó en 2014.

También en 2002 pegó su gran salto la carrera de Emanuel Ginóbili, el mejor basquetbolista de la historia argentina. Aquel año llegó a San Antonio. Faltaban 8 años para que comenzara muy cerca la perforación de Eagle Ford que tanto preocupa a la hermana Elizabeth. Con 1,4 millones de habitantes, esta ciudad del sur de Texas es sede de una gran base militar y su economía depende de ella, además de los sectores sanitario, financiero, turístico y petrolero. El dueño de los Spurs no se dedica a ninguno de esos rubros sino a la venta de autos. Compró el pase del bahiense que tenía una carrera que lo había llevado por Andino de La Rioja, Estudiantes de Bahía Blanca, Viola Reggio Calabria y Kinder Bolonia. Ginóbili se había consagrado en 2002 subcampeón del mundo con Argentina, 2 años antes de que su Generación Dorada dejara por primera vez al Dream Team norteamericano de la NBA sin la medalla de oro de los Juegos Olímpicos, en Atenas 2004. Con Manu, los Spurs ganaron la NBA en 2003, 2005, 2007 y 2014.

Después de descoserla entre jugadores más jóvenes y altos en un partido de aquella última temporada victoriosa, Ginóbili —que tiene ya 37 años— se duchó en los vestuarios del estadio de su equipo, el AT&T Center, y salió a saludar a sus invitados. Al encontrarse con los autores de este libro, lo primero que hizo fue preguntar por Vaca Muerta. «Me interesa mucho el tema», contó. Entre sus fans, muchos de los cuales habían asistido al encuentro con la musculosa número 20 con su apellido, estaba su amigo y socio Mauro Grippo, un arquitecto y ex jugador profesional de básquet con el que comparte una inversión en un barrio cerrado de Monte Hermoso, el balneario preferido de los bahienses como ellos. Grippo está a su vez al frente de un proyecto inmobiliario en Añelo para Ingeniería Sima, la constructora de la familia neuquina Manfio que está ampliando en forma acelerada sus negocios de la mano de Vaca Muerta. El arquitecto lo quiere convencer a Manu de invertir en Neuquén.

La estrella de la NBA ya tiene negocios con los Manfio. Ingeniería Sima es también productora petrolera en la cuenca neuquina y, como tal, es accionista minoritario de Oleductos del Valle, que lleva el crudo hasta Bahía Blanca. Además está a cargo del mantenimiento de esas tuberías. Así fue que los Manfio compraron en la ciudad de Ginóbili un terreno para expandir otro de sus negocios, los hoteles Land. Allí también contrataron como arquitecto a Grippo, que los contactó con Manu. Finalmente, el escolta de los Spurs invirtió en el Land de Bahía Blanca y en otro de Sierra de la Ventana.

Manu suele mandarles por mail a sus amigos Grippo y Diego Manfio —vicepresidente ejecutivo de Ingeniría Sima y presidente de Hoteles Land— las noticias o comentarios que lee contra el fracking. «¿Esto es así?», los acicatea. «Te paso un dato», le respondió una vez Manfio, ingeniero industrial de 41 años que estudió en la Universidad Católica de Córdoba y luego cursó un máster en Finanzas en la UCEMA, donde tuvo de profesor a Roque Fernández y a otros ultraliberales como Jorge Ávila. «Vos estás arriba de una formación más grande que Vaca Muerta y no pasa nada. Si se hacen bien las cosas, no hay problema», agregó Manfio en su correo a Ginóbili. De todos modos, el ingeniero no quiere convencer al astro de ninguna inversión. Privilegia la amistad que estrecharon, que lo lleva cada tanto a verlo a San Antonio. Ya Manu hizo muchas inversiones y en varias no le fue tan bien.

«El equipo ahora está buscando más auspiciantes en la industria petrolera», comentó el inmenso jugador después de aquel partido de 2014. «Los dueños quieren venderle palcos a las empresas de la industria que más están creciendo en la zona, para que los usen sus gerentes o para que inviten a la gente que quieran ellos, como se hace en las canchas de fútbol en Argentina. Por ahora no hay demasiados interesados», reconoció. Entre todas las publicidades que cuelgan de las tribunas solo se ve la de una petrolera, Valero. No es como el Oklahoma City Thunders, otro equipo de la NBA, cuyo estadio ha sido rebautizado con el nombre de una de las compañías que se hicieron grandes con el shale y ahora se llama Chesapeake Arena.

Los anillos que conquistaron los Spurs no tuvieron que ver con el boom de Eagle Ford desde 2010, pero quizá influyan en el poder adquisitivo de sus hinchas, varios portadores de sombrero de cowboy. «Después del éxito del equipo se cobra mucho por los derechos de televisación y por la venta de entradas, porque la gente de San Antonio apoya muchísimo al equipo. Pensá que en el estadio entran 18.000 personas y, aunque San Antonio no es tan grande como Los Angeles o Nueva York, se llena siempre. Y en los playoffs, directamente explota», explicó Manu.

Los interrogantes de Ginóbili sobre Vaca Muerta quizá se deban a una mala experiencia con una inversión anterior en Neuquén. En 2004, compró a unos particulares 13 hectáreas en Villa La Angostura para emprender un desarrollo inmobiliario, pero resultó que esas tierras eran reivindicadas como propias por la comunidad mapuche Paichil Antriao. En 2007, el jugador inició una demanda para que la justicia determinara de quién es el terreno, pero aún no hubo una resolución.

Avergonzados de su origen durante décadas y asimilados a la población criolla para no sufrir discriminación, los mapuches habían empezado a reclamar con más fuerza sus derechos como pueblo originario desde la reforma de la Constitución en 1994, que incorporó como propios los acuerdos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) que los amparan y agregó un inciso específico, el 17, a su artículo 75. El texto ordena al Congreso «reconocer la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos, garantizar el respeto a su identidad y el derecho a una educación bilingüe e intercultural, reconocer la personería jurídica de sus comunidades y la posesión y propiedad comunitarias de las tierras que tradicionalmente ocupan y regular la entrega de otras aptas y suficientes para el desarrollo humano». Ninguna de esas tierras, según la Carta Magna, «será enajenable, transmisible, ni susceptible de gravámenes o embargos». Además, la reforma asegura «su participación en la gestión referida a sus recursos naturales y a los demás intereses que los afectan». ¿Cómo se coló todo eso en la reforma constitucional de Menem? Será por obra de la Ñuke Mapu (madre tierra, en mapuche) o del modesto pero efectivo lobby de indígenas de todo el país que se acercaron a la asamblea constituyente de 1994.

En medio de la crisis de 2002, y tras meditarlo durante varios años luego de la reforma constitucional, los Campo Maripe decidieron volver a hacer pie en sus tierras ancestrales. Una de las hermanas del logko, Susana Campo, que llevaba entonces 20 años casada con un criollo, Orlando, en su Añelo natal, se dispuso a armar un puestito arriba de la barda para que pastaran ahí sus animales y asar a la cruz algún que otro fin de semana soleado. Lo levantaron juntos con madera, chapas y cartones a 12 kilómetros del centro de Añelo, en medio del después llamado Lote 15 de Loma Campana, que Cristina Kirchner inauguraría como corazón del cluster shale 11 años más tarde, por teleconferencia, en pleno inicio de la fiebre fracker patagónica.

El puesto es como una toldería semicubierta, sin puertas ni ventanas, de unos 10 metros por 5, con el suelo de tierra apisonada. Quedó emplazado arriba de una lomada en plena barda, de frente al valle Vista Linda. El valle solía hacerle honor a su nombre hasta mediados de 2013, cuando se empezó a poblar de torres, camiones y ductos. Para llegar hasta él en su Chevrolet Sonic marrón y con vidrios polarizados, los Campo Maripe iban lento, a 50 kilómetros por hora, un día de noviembre de 2013. No querían dañar más que lo necesario las pasturas que comen sus animales, que según ellos tardan unos 20 años en regenerarse. En ese campo también viven guanacos, liebres criollas, choiques, piches, gorriones y chimangos, que huyen del ruido y cada vez se ven menos. Para llegar ahí a fines de 2013 había que anunciarse en los puestos de control de acceso que habían puesto YPF y Chevron, aunque no había ni hay ningún cartel de la petrolera norteamericana, como si prefiriese ocultarse. Luego se debían pasar varios letreros que advertían que se trataba de una propiedad privada que habían colocado los mismos mapuches. Otros carteles señalizaban los futuros pozos, que se levantarían allí un año más tarde. A lo lejos se veía solo uno convencional operativo con su arbolito, como le llaman al pequeño juego de caños en forma de T que se usa cuando el pozo surge sin necesidad de la estimulación mecánica de la cigüeña.

Luis, un puestero de Malargüe (Mendoza), no es de la familia Campo, pero vive en el rancho de madera y cartón a cambio de un sueldo inferior al mínimo y del derecho a carnear algunos animales para su propio consumo. Junto a Orlando, el cuñado del logko, se encargaron de elegir un cabrito para el almuerzo de una decena de los Campo Maripe. Buscaron uno que fuera macho y gordito. Lo enlazaron entre los dos en un corral de 20 por 10 metros donde hay pequeños corralitos para encerrar a los machos reproductores. Es una ganadería precaria pero no solo de subsistencia, porque la mayor parte de los animales se vende. Orlando clavó su cuchillo en la médula del cabrito con una destreza afinada por los años. El animal lanzó un berreo desgarrador, casi humano. Después lo carneó en 20 segundos, sin mancharse la chomba rosa a rayas finitas azules ni las bombachas de gaucho verdes marca Ombú. El facón volvió al cinto. El fuego ya estaba encendido; prendió muy rápido con el matasebo. Todos se lavaron las manos tras la faena con una manguera que trae agua desde un tanque australiano. Por el sol, el agua salía tan caliente como la de una ducha con el termotanque al máximo.

Cerca de aquella ruquita (casita) que levantaron Susana y Orlando en 2002, los demás Campo Maripe construyeron otras dos pequeñas viviendas de material entre 2009 y 2010. Son precarias pero firmes, con techos de chapa y tranqueras para que no se escapen los caballos. Empezaron a invertir en ellas parte de sus sueldos y de los ingresos que generaban los animales, y empezaron a dormir algunas noches allí y otras en Añelo.

—Lo que no pueden negar es que hace 12 años que está el puesto —reivindicaba Natalia Izaza, Nati, que a sus 29 años es la werken de los Campo Maripe.

Ya era septiembre de 2014. Un día antes, el intentente Díaz comentaba en una recorrida por Añelo a bordo de su 4 x 4 Chevrolet Tracker azul sin patente:

—En este pueblo no hay mapuches. Viven los Campo Maripe, que quieren ser una comunidad, pero no lo son. Son mestizos, no practican la cultura. Ahora la están aprendiendo. Si es por eso, mi familia tenía sangre mestiza. En la zona solo hay dos comunidades mapuches: los Paynemil y los Kaxipayiñ, y por la servidumbre son ahora los más ricos de la zona, pero no hay fracking en sus comunidades. Los mapuches quieren ganar territorio y hacerse ricos. Si no, hubieran prohibido el petróleo en sus territorios.

Díaz no tenía en cuenta que el criterio de utilidad pública es usado por los gobiernos y las petroleras para avanzar sobre cualquier tierra posada sobre crudo o gas.

El intentente nació en Planicie Banderita, Neuquén. Se crió en Portezuelo Grande, un paraje perdido entre Añelo y la capital provincial, parcialmente inundado en los años 70 por la represa que administra la norteamericana Duke Energy y que es necesario cruzar para llegar a los pozos que fracturan Vaca Muerta. Debió mudarse a Añelo para cursar la primaria y la secundaria. Con el título de perito mercantil se fue a La Plata a rendir la rigurosa prueba de ingreso en la carrera de medicina de la universidad de la capital bonaerense.

—Acá yo era abanderado, un pibe inteligente, pero en el examen nos mataron —cuenta. Entonces, con 18 años, comenzó a trabajar en Añelo en una proveedora de estudios sismográficos para la industria petrolera. Corría el año 1995. En 2003, el intendente de aquel tiempo, siempre del MPN, lo convocó como secretario de Hacienda.

—Me afilié al Movimiento en 2003, pero lo mamé desde muy chico. Mi viejo en sus inicios era petrolero, pero cuando se jubiló empezó a trabajar en la escuela de Añelo. Ahora es portero junto con mi vieja —explicó Díaz.

Como secretario de Hacienda duró 2 años y regresó después al crudo. Comenzó a trabajar en la pujante TSB como administrativo de recursos humanos.

—Después me metí como camionero en la misma empresa, porque me di cuenta de que ganaba más así —continuó quien en 2011 dejó el volante para conducir el municipio. Ya en 2007, a sus 30 años, se había presentado por primera vez a una interna del MPN para ser intendente.

La perdió, pero tuvo revancha a los 34, cuando ganó en las elecciones primarias y las generales.

—En 2012 no nos recibió como comunidad mapuche —criticó la werken Nati a Díaz.

No solo el intendente ninguneaba a los Campo Maripe en septiembre de 2014. Horas antes de aquellas palabras de Nati, en las impecables y bien refrigeradas oficinas prefabricadas de YPF en Loma Campana, su jefe de relaciones institucionales para Neuquén, Federico Califano, se refería al conflicto por las tierras que lo rodeaban. Lo hacía con un preámbulo.

—Nosotros tenemos una relación histórica y estrecha con las comunidades de Kaxipayiñ y Paynemil. Cherqui (werken de los Kaxipayiñ) tiene una postura pública, pero trabaja a diario con nosotros sin inconvenientes. Intentamos tener la mejor relación posible con los superficiarios y ocupantes, sean o no mapuches. En Loma Campana tenemos un acuerdo con el superificario, que es la provincia —aludía Califano a que en los papeles son tierras fiscales—. No obstante, hay un vínculo con los Campo Maripe, hay respeto hacia ellos. Hasta ahora, no tienen el título formal de comunidad ni de la provincia ni de la Nación. En Loma Campana no hay comunidad mapuche. Hay una familia con un reclamo presentado. El gobierno nacional y el provincial dirán. Hasta el desarrollo de Loma Campana, no había reclamo de ellos. —Califano aclaró con tono inocente. Él es el designado por YPF para dialogar con los mapuches.

En la torre de la petrolera reestatalizada en Puerto Madero confesaron, bajo condiciones de anonimato, aun peores impresiones sobre los mapuches en general.

—Son un problema grande y muy difícil de desarmar. Hoy se pagan peajes todo el tiempo. Aparece un logqo y después de que uno le paga (la servidumbre), no sabe cómo lo reparte entre su gente. Usan nenes para que suban a las torres de perforación y que no podamos seguir trabajando. Las familias con largo tiempo ahí son verdaderamente muy pocas —dijo un ejecutivo de YPF en referencia a las de Añelo y sus alrededores.

—YPF nunca venía acá, no sabía que existían animales ni nada —contestó Nati en pleno yacimiento de Loma Campana, entre picadas (caminos) y torres de perforación.

Los Campo Maripe tienen acceso al campo pese a que no les reconocieron aún las tierras que reivindican.

—Somos una familia, pero eso no nos perjudica en lo que reclamamos. Nosotros nos reconocemos mapuches. ¿Quieren hacernos un ADN? Llevamos dos décadas desde la reforma constitucional, pero la provincia sigue sin reconocernos. En realidad, el gobierno nos tiene que registrar, no es cuesión de reconocernos. Los Kaxipayiñ y Paynemil pelearon años y después fueron reconocidos. Allá es un lujo como trabaja la petrolera, lo hace mucho mejor que acá. A nosotros nos va a pasar lo mismo —confiaba la joven werken.

Un mes después, en octubre de 2014, el gobierno de Neuquén, enfrentando en la cruda interna del MPN al intendente de Añelo, admitió finalmente a los Campo Maripe como comunidad indígena. Un reconocimiento que, como se verá, estuvo lejos de poner fin al conflicto por el territorio.

Manu Ginóbili empezaba a conquistar a puro triple al pueblo de San Antonio y los mapuches de Añelo subían a la barda a instalar su puestito, mientras la roca Barnett se convertía en el epicentro de una verdadera revolución. En el norte de Texas, muy cerca de los rascacielos de Dallas, el fracking empezaba a practicarse masivamente por primera vez. Los equipos de ingenieros y operarios llegaban a campos que hacía décadas no veían el movimiento asociado a una locación petrolera. Y el movimiento, por la nueva técnica, era muchísimo mayor. Tras haberse quedado con los activos de Mitchell, Devon Energy inició un verdadero rally de perforaciones que puso patas arriba los condados de Wise y Denton y le acarreó a la empresa un éxito tras otro. Estimulada por el fluido correcto, la roca madre cedía ante los equipos de cada pozo y entregaba millones de metros cúbicos de gas. La noticia corría como un reguero de pólvora en el mundillo petrolero, aunque solo era recogida por medios de prensa especializados. La opinión pública fuera de Texas, de momento, se mantenía al margen.

Parecía que Mitchell había encontrado la piedra filosofal. Pero cuando los equipos de Devon fueron a fracturar la misma formación en el vecino condado de Johnson, se sorprendieron al ver que, en vez de gas, los caños del pozo escupían agua salobre. En esa zona, la Barnett no alcanzaba a contener el líquido que inyectaban y se escurría hacia las formaciones debajo suyo. Y el problema no podía ser el fluido, que había perfeccionado pocos años antes el ingeniero Steinsberger mientras intentaba abaratar los fallidos intentos de fractura durante la segunda mitad de los años 90. Steinsberger había descubierto que usando un fluido con más agua y menos arena y químicos, el resultado era mejor. Su descubrimiento ya estaba siendo usufructuado en todo el país.

La tropa de Devon decidió ensayar otro método. Era uno que el viejo Mitchell había intentado aplicar en 1991 con los subsidios del Departamento de Energía que la autobiografía de los frackers suele ocultar pero que el ex subsecretario obamista Poneman reivindicaría más de dos décadas después en su reunión con Kicillof. Consistía en combinar la fractura hidráulica con la perforación horizontal, mucho más costosa que la vertical pero útil para llegar a los puntos de mayor concentración de hidrocarburos. A Mitchell no le había resultado, pero a Devon le fue mejor.

Perforar horizontalmente es un trabajo ingenieril mucho más complejo que hacerlo verticalmente. Para que el trépano penetre la roca hacia un costado cuando la fuerza se ejerce de arriba hacia abajo, es preciso ir bajando otros pequeños taladros y maquinaria hidráulica a cientos y hasta un par de miles de metros bajo la superficie. Allí abajo, la punta que se introduce en la roca ejerce una presión sobre el mecanismo hidráulico, que a su vez redirecciona esa fuerza en el sentido deseado. La física permite así hacer agujeros como los de los gusanos, que pueden ir primero hacia el centro de la Tierra y después avanzar paralelos a la superficie. Los perforines —como se les dice en la Patagonia a los operarios a cargo de las perforaciones— llaman a este proceso navegar por la roca. Una metáfora que parece surrealista pero que a la postre resulta bastante precisa.

Con esa combinación —fracking más pozos horizontales— la Barnett se convirtió en el escenario de una verdadera búsqueda del tesoro. Devon fue rápidamente imitada por otras petroleras entonces medianas como Hallwood y Chesapeake. Los 3.100 millones que había pagado Devon por Mitchell Energy empezaban a parecer poco frente a las ganancias que prometían esos acres acumulados trabajosamente durante décadas. Las majors como Exxon o Chevron seguían al margen, pero empezaban a mirar con envidia esos pozos que escupían más y más gas.

¿Milagro? Nada de eso. Se trataba de una coincidencia de varios factores que hasta entonces no habían coincidido o no existían:

• El perfeccionamiento y abaratamiento del líquido de fractura.

• El dominio de la perforación horizontal, combinable con la vertical y la oblicua.

• El uso de nuevas torres perforadoras con punta de diamante y carburo de tungsteno, que permitían llegar más rápido a mayor profundidad.

• El desarrollo del mapeo sísmico tridimensional, que permitía ubicar con mayor precisión los reservorios.

• La suba del precio del gas por encima de 4 dólares el millón de BTU y su disparada ulterior hasta 8 dólares, que hicieron rentable invertir en todo lo anterior.

La revolución fracker estaba en marcha. Los equipos de perforación que había en otras formaciones fueron trasladados en pocas semanas al norte de Texas, contratados por las nuevas vedettes del mundo petrolero. Pronto hubo más de 2.000 torres que se instalaban un par de días en un campo para hacer un pozo y luego se mudaban a una locación contigua. Una multitud de constructores, camioneros, vendedores y trabajadores de otros rubros de estados vecinos corrieron a probar suerte a la tierra de los Bush y encontraron rápidamente empleo, aunque no siempre alojamiento. Muchos pasaron largos meses en los RV Parks que florecieron en la zona. Fue por aquellos años de 2003 y 2004 cuando se perforó la mayoría de los miles de pozos que hoy se ven a la salida de Dallas, uno al lado del otro, sin cigüeñas, solo con sus arbolitos y válvulas que derivan el gas a caños maestros y a través suyo hacia el resto de Estados Unidos.

Sobre la ruta interestatal 183, que aún hoy es escenario de incesantes obras viales para ensancharla y levantar nuevos empalmes, el paisaje de los pozos se coló entre los innumerables barrios cerrados de casas todas iguales, el ganado de los ranchos y unos pocos bosquecitos implantados. Las locaciones petroleras, de tamaño similar a las neuquinas pero que las empresas dejan asfaltadas luego de terminadas la perforación y la fractura, crecieron como hongos desde Dallas hacia el norte.

La autopista 101 y la ruta 830, más cerca de los sweet spots de la Barnett, se poblaron entre 2002 y 2003 de camiones de todos los tamaños, topadoras, palas mecánicas Caterpillar y combis que transportaban a los operarios de los pozos. Se abrieron inmensas concesionarias de pick-ups, cientos de depósitos y galpones incomparablemente mayores que cualquiera que se vea en los alrededores de Añelo y hasta un estacionamiento gigantesco de contenedores de agua y líquido de fractura, que sigue allí, llamado Lonestar Ranch & Outdoors. También se instalaron bancos como el Wells Fargo, que tiene en pleno campo una especie de gigantesco búnker, de 10 pisos con la superficie de un pabellón de la Ciudad Universitaria porteña. La banca llegó a la pesca de los hacendados shalellionaires. Unos pocos kilómetros antes de la entrada a Bridgeport, en el medio de la nada, la pionera Devon levantó una de sus principales oficinas. Allí flamean la bandera de las barras y las estrellas y también el pabellón texano, en pie de igualdad.

La fisionomía y la economía de Texas iniciaron un cambio radical e irreversible. De los miles de millones de litros de líquido de fractura que se inyectaban en los pozos, una buena parte volvía a emerger y aparecía un nuevo problema: qué hacer con el residuo o flowback. Así resurgió la actividad en pueblos que dormitaban en torno a viejos pozos ya agotados, que se poblaron de camiones que venían a dejarles ese desecho. También nacieron las mud farms (granjas de lodo), parecidas a las plantas de tratamiento que hay en Neuquén, donde se intenta remediar el barro mezclado con roca que extraen los taladros, lubricados con miles de litros de gasoil que lo contaminan todo.

El boom gasífero del Barnett tuvo otro impacto, que los entusiastas como Bowker prefieren destacar: el abaratamiento y la abundancia de gas hicieron que volvieran a instalarse fábricas en Estados Unidos, parecido a como ocurrió con Loma La Lata en Argentina desde fines de los años 70.

—Antes las empresas se iban de Estados Unidos y ahora las químicas y otras industrias instalan fábricas aquí otra vez. Lo que hacen es manufacturar el gas, que es el más barato y abundante del mundo. Las petroquímicas Dow y Aneos están volviendo por lo barato del gas. Aneos está instalando sus plantas después de haber hecho contratos de provisión a 20 años con Consol, una distribuidora de gas natural y carbón. Hay 20 nuevas plantas químicas en Texas e Indiana por las mismas razones. Y en Ohio y Pittsburgh abrieron nuevas plantas de acero, a partir del shale gas que se produce ahí —se ufana el geólogo.

Según él, aunque no lo dice en esos términos, hay una relación dialéctica entre la abundancia de gas y la industrialización: el gas atrae por un lado a las fábricas energointensivas, y a su vez las millonarias inversiones que exige el shale gas solo son rentables en países donde el combustible tiene un mercado industrial que lo compre. Como es caro y difícil de transportar si no es mediante gasoductos, su lógica es distinta a la del petróleo, que puede extraerse de desiertos recónditos, embarcarse en barriles y luego refinarse y consumirse en los centros más poblados y ricos.

—Por eso nadie se fija en el shale gas que tiene Sudáfrica. Porque no hay una industria que lo demande —opina Bowker.

En ese aspecto sí ve una ventaja para Argentina, cuyo tejido fabril no fue desmantelado del todo pese a la «primarización» de la economía que dejaron la última dictadura y el neoliberalismo.

En Reno, un pueblito de 2.600 habitantes emplazado justo en medio de la roca Barnett, 90 kilómetros al noroeste de Dallas, las petroleras hicieron pozos a mansalva durante el auge inicial del gas no convencional. Las locaciones están separadas apenas por 200 metros y hay hasta seis pozos en cada una de ellas. Como producen mucha agua salobre y mezclada con químicos de fractura y no hay cerca pozos viejos para inyectarla, ese flowback se deposita en tanques con sensores de nivel que son vaciados a diario por camiones. Hay calles por las que llegaron a pasar a diario hasta 70 de esos vehículos. Por eso el Concejo Municipal tuvo que restringir el tránsito pesado a determinados horarios.

Sobre el acceso a Reno hay un cuartel de bomberos. El más joven de ellos se llama Taylor Tyler. Mientras apura un cono de fritas de McDonald’s para matar el hambre de media tarde, cuenta que lleva en el pueblo 8 de sus 23 años. Cuando llegó, el fracking ya había comenzado.

—La actividad es bastante brutal, porque estamos justo sobre una falla sísmica —opina Taylor.

—Sí, es brutal por eso y también por la podredumbre del flowback —agrega James Southern, otro bombero, de 38 años, que trabajó 8 meses como camionero para una petrolera—. Se hace bastante buen dinero. Ganás 1.500 dólares por quincena. Pero cuantas más millas manejás, más errores cometés.

James está vestido de civil, con remera gris, una cruz en el pecho y zapatillas Nike.

—Dejé aquel trabajo por la cantidad de horas. Transportaba gas natural. Es bastante fácil que explote. Hay camioneros que manejan toda la noche. Yo pensaba que si había un accidente, iba a afectar a mucha gente.

James también confirma el bajón de la actividad que siguió al auge inicial, por el abaratamiento del gas que el propio boom generó, combinado con la crisis económica de 2008:

—Ahora la industria del gas está bastante en caída por acá. Hay muy pocos pozos activos.

Un tercer bombero, John Collins, de 26 años, oriundo de Fort Worth, cuenta que él también trabajó en el fracking, en el transporte de flowback hacia las mud farms. Lleva la remera de los bomberos, bermudas y una gorra azul. John trabajaba a una hora de Reno, en Sunset.

—Lo dejé por cuestiones de seguridad, por las cosas que te obligaban a hacer. Se trabaja con equipos pesados, pero hay gente que consume drogas ilegales para mantenerse despierto en el trabajo, como cocaína. Y otros que toman bebidas energizantes en cantidades industriales. El pozo tiene condiciones de seguridad, pero si ven que van a perder dinero, entonces lo hacen sin seguridad. Yo manejaba 12 horas seguidas. Después, descansaba 8. Pero algunos compañeros mentían sobre las horas trabajadas para ganar más dinero —denuncia John, que reconoce que su patrón le tenía prohibido unirse al débil sindicato de petroleros texanos.

—También es posible que haya explosiones —agrega Collins—. Una vez se prendió un fuego que duró 3 días. Si uno toma las horas que ellos (los empresarios) quieren que trabajes, te das cuenta de que no es seguro.

Pero pese a sus temores, el joven reconoce que nunca nada le explotó cerca:

—Un compañero mío se quemó una vez con el flowback, pero era un idiota. Yo solo me doblé una vez el tobillo por caminar en el barro. El flowback lo meten en pozos viejos, lo tapan con cemento y arriba plantan algo. La agencia de protección del medio ambiente ha tratado de mejorar el proceso, aunque no ha logrado mucho.

Lo que sí vio John fue a uno de sus compañeros hacerse adicto a la metanfetamina para poder trabajar (y facturar) más horas.

—El tipo que iba conmigo a las mud farms ganaba más. Él tenía 25 y yo tenía 21. Cuando empezó estaba limpio, pero después empezó a abusar de estimulantes legales, energizantes y suplementos dietarios. En un momento empezaron a temblarle las manos y le empecé a pedir que me dejara manejar a mí, aunque yo figuraba como acompañante. Cada vez que yo tomaba el volante y él iba al asiento de atrás, que es una especie de cama, se ponía a roncar a los pocos minutos de marcha. Estaba al límite. Después empecé a verlo todo el tiempo acelerado y era porque había empezado a tomar meta —relata el bombero y ex chofer.

El jefe de la estación de bomberos de Reno, Darril Brummet, de 44 años, también tiene sentimientos encontrados.

—Yo trabajé en el gas durante 7 u 8 años y no está mal. No vi ningún accidente. Lo que sí hay son muchos terremotos. Muchos culpan al fracking, pero yo creo que no es por el fracking sino por la reinyección del flowback. Lo que también necesitaríamos es transformar esa agua en potable, aunque tiene muchos químicos adentro —dice, entre las autobombas.

Brummet es además paramédico y desde hace 23 años se desempeña como bombero. En el petróleo, cuenta, trabajaba 12 horas y descansaba 12 durante 2 semanas y después se tomaba una de descanso.

—Si se siguen las normas de seguridad, el fracking es seguro. Pero a veces los trabajadores no siguen el protocolo, tratan de hacer el trabajo rápido para que la empresa gane más dinero. Cuantos más agujeros hace la compañía, más dinero hacés. Muchos se quejan de que se contamina el agua, pero el gas está más abajo que los acuíferos. Si hacen bien el casing, no va a ir el gas a las mesas de la gente —dice, en referencia al entubamiento del ducto.

En el caserío de Reno, durante el auge de la roca Barnett, llegó a haber hasta diez equipos de perforación trabajando. En 2014, con la mayoría de las empresas lejos del gas y abocadas al petróleo de Eagle Ford, Bakken y otras formaciones, solo quedaban dos.

—Hay muchos pozos que se perforaron y nunca se conectaron a los ductos porque el precio bajó mucho, de 7 dólares (el millón de BTU) a 2,40 —calcula Brummet—. Están esperando a que el gas del Barnett vuelva a ser rentable para empezar a venderlo.

Derrumbe del crudo mediante, la pregunta es si aquellos buenos (no tan) viejos tiempos volverán.