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El poder del capital erótico

Hay personas que parece que vivan en un cuento de hadas. Aparte de ser atractivas, tienen personalidades positivas: alegres, simpáticas, naturales, seguras de sí mismas, de trato agradable, carismáticas e, incluso, se les abren todas las puertas. La gente les ayuda. Parece que tengan menos problemas que el resto, o que se les resuelvan más deprisa. El papel de la suerte en la vida es mayor de lo que se está dispuesto a reconocer en las culturas racionales de las sociedades occidentales.1 El capital erótico es otra baza no reconocida que desempeña un papel en todas las interacciones sociales.

El capital erótico es una combinación del atractivo físico con el social. A menudo los dos van de la mano, y se refuerzan mutuamente. Todo empieza en la cuna. Los bebés monos atraen más atención positiva, sonrisas y cuidados. Los niños intuyen desde muy pronto si se les quiere, y reaccionan positivamente. Los niños atractivos son bien recibidos por todos y en todas partes, no solo por sus padres, que al adorarles carecen de criterio. Les sonríe el mundo entero, y ellos aprenden a corresponder a esa sonrisa, pedir favores y negociar lo que desean. Este círculo virtuoso dura toda la vida, y da beneficios durante todo el ciclo vital, tanto en la vida privada como en el trabajo y en todas las actividades de la esfera pública.

Los niños guapos aprenden antes y más deprisa a moverse en sociedad. Se les supone más inteligentes, más listos, incluso más buenos… y a menudo lo son. Dado que en las sociedades modernas una parte importante de la inteligencia es la inteligencia social y emocional, estos niños, de hecho, son más rápidos en su desarrollo intelectual, y adquieren más capacidades a mayor velocidad, ventaja especialmente visible en la juventud, en el invernadero del sistema educativo. Los demás les alcanzan más tarde, en la tonificante competencia del trabajo y de la vida adulta, donde quedan de manifiesto y reciben su premio otros talentos.

El capital erótico es el cuarto activo personal, junto con el económico (el dinero), el humano (lo que se sabe) y el social (a quién se conoce). A diferencia de los otros tres, interviene desde el nacimiento, por lo que su impacto en todas las fases de la vida, aunque menos visible, es profundo.

También es el más complejo de los activos personales, con múltiples facetas: la belleza, el atractivo sexual, las aptitudes sociales, el encanto y carisma, el cuidado de la propia imagen y la forma de vestir, el estado físico y la vitalidad, y (en lo que respecta a la vida privada de los adultos) la habilidad sexual, a la que es posible que se sume la fertilidad.

Las personas atractivas son un imán para atraer a amigos, parejas, compañeros de trabajo, clientes, admiradores, seguidores o patrocinadores; y lo son tanto los hombres como las mujeres: de hecho, todo indica que en la vida pública el «plus de belleza» es mayor para los hombres que para las mujeres, sobre todo en el mercado laboral, donde puede incrementar la remuneración entre un 10 y un 20 por ciento. Salta a la vista que las mujeres bellas y carismáticas sufren cierta discriminación, tema que merece una explicación.

La respuesta estriba parcialmente en otro factor: el déficit sexual masculino en todo el mundo. En términos generales, los hombres desean mucho más sexo del que reciben, a todas las edades, y en consecuencia se pasan la vida sufriendo algún grado de frustración sexual, incluso después de la revolución sexual, e incluso después del matrimonio; de hecho, es probable que la revolución sexual de los años sesenta lo empeorase: la excusa tradicional de las mujeres para evitar la intimidad sexual era el miedo a quedarse embarazadas; ahora que la contracepción moderna, y eficaz, elimina el problema, queda todavía más palmario que el interés femenino por el sexo es menor. «No se puede arriesgar» deja paso a «No le gustas».

Entre los jóvenes atractivos, el déficit sexual masculino puede adquirir un protagonismo sangrante: manoseos en los autobuses llenos, miradas y sonrisas insinuantes por parte de hombres de todas las edades, invitaciones sexuales constantes… Son experiencias que pueden moldear la idea que se hacen los jóvenes sobre su capital erótico, y el valor positivo y negativo que le asignen. En otros aspectos, el déficit sexual masculino no es tan patente entre los jóvenes. A esas edades existe un sustrato efervescente de deseo y atracción sexual que tiñe todas las relaciones, tanto en el colegio como en la vida privada.

El deseo sexual masculino solo disminuye lentamente con la edad, si es que llega a hacerlo. El deseo femenino, en cambio, a menudo cae en picado después de los treinta, habitualmente a causa de la maternidad. El déficit sexual masculino no deja de aumentar en todo el ciclo vital. Para los hombres casados que siguen desempeñando el papel de principal sustento familiar, el hecho de que sus esposas no estén dispuestas a mostrar la misma generosidad en términos de intimidad sexual y de cariño puede ser una fuente de ira por lo que les parece un egoísmo injustificado y un rechazo injusto.

Si las mujeres son más atractivas que los hombres, y tienen más capital erótico, se debe, entre otras razones, a que ellos son más sensibles a los estímulos visuales. La causa subyacente del odio de los hombres a las mujeres es su estado semipermanente de deseo sexual y frustración sexual. A los hombres les gusta el atractivo sexual de las mujeres, pero al mismo tiempo les da rabia, porque estimula su deseo, aunque ellas no les corresponden con el mismo deseo. Los hombres aborrecen verse en el papel de suplicante. Cuanto más cargado de testosterona esté un hombre, mayor será su resentimiento, que puede llevarle a estallidos de violencia, e incluso a la violación. El porno plasma una utopía masculina en que las mujeres tienen el mismo deseo sexual que ellos, son atractivas y están siempre a su disposición. Hasta cierto punto, todos los contactos de los hombres con mujeres están imbuidos de un deseo contenido e insatisfecho.

Las leyes de la oferta y la demanda determinan el valor de todo, y el ámbito de la sexualidad no es ninguna excepción. La sexualidad masculina no vale nada, debido al excedente a coste cero. El poder erótico masculino posee menos valor que el capital erótico femenino porque a la mayoría de las mujeres no las impulsa tanto el deseo sexual, ni siquiera hoy en día. Las revistas eróticas para mujeres nunca han vendido las ingentes cantidades que venden las de hombres. El principio del menor interés da ventaja a las mujeres en la negociación sexual y las relaciones privadas. Después del matrimonio, el regateo sigue, a pesar de que la mayoría de los hombres creen que les brindará una solución permanente y completa para su déficit sexual.

La única solución al desequilibrio permanente de interés y deseo entre hombres y mujeres lo ofrece el sexo comercial. Las mujeres que colman el hueco, o brindan servicios especializados, pueden cobrarles a los hombres precios de mercado por un producto que escasea. Cuanto mayor es el capital erótico de las mujeres, más alto es el precio. Las mujeres que ofrecen servicios sexuales pueden ganar entre veinte y cincuenta veces más de lo que cobrarían en trabajos normales, sobre todo en trabajos de un nivel de estudios comparable. Es algo que los hombres preferirían que no supiesen las mujeres, y es la principal razón de que el suministro de servicios sexuales esté estigmatizado, mucho más en las mujeres que en los hombres, con lo cual se logra que las mujeres nunca se enteren.

Los hombres siempre han tenido que pagar a cambio de sexo: en dinero, en matrimonio, en respeto, en compromiso a largo plazo o en disposición a colaborar en el cuidado de los hijos. En otras épocas, los hombres aceptaban que hubiera que pagar un precio. Hoy en día, la revolución sexual que ha afectado a las posturas sobre la sexualidad lleva a muchos hombres jóvenes a dar por sentado que les corresponde una satisfacción sexual completa, gratuita y constante, y que las mujeres que se niegan son sencillamente crueles. El mito feminista de la igualdad de deseo sexual ha incrementado el resentimiento y la rabia de los hombres contra las mujeres que no se prestan a las relaciones sexuales, algo que se les antoja injusto y producto del rencor. El intercambio cotidiano de favores sexuales por dinero u otros beneficios en especies se ve ofuscado por los mitos del feminismo radical sobre la igualdad en todos los ámbitos.

En todo el mundo, las mujeres tienen más capital erótico que los hombres, entre otras cosas porque le dedican más esfuerzo. Es algo que no ha pasado desapercibido a los artistas; por eso son mucho más comunes y conocidos los desnudos femeninos que los masculinos. El déficit sexual masculino permite a las mujeres elevar a otro nivel el valor de cambio del capital erótico femenino. Donde más se aprecia esto último es en los sectores de la publicidad, el ocio y el sexo comercial, donde las mujeres jóvenes y atractivas pueden ganar mucho más dinero que en trabajos normales de oficina, en una tienda o una fábrica.

Los hombres patriarcales siempre han considerado beneficioso para los intereses colectivos de su sexo controlar los mercados del sexo y del matrimonio, y reducir en general el precio del ocio sexual y erótico, rebajando el valor del capital erótico de las mujeres («la belleza es superficial, y por lo tanto carece de valor») y reduciendo el coste del ocio sexual («las que caen tan bajo son unas depravadas»). Los sistemas masculinos de control son ante todo ideológicos. Por desgracia, las feministas radicales no han sido capaces de desvincularse de estos valores patriarcales tradicionales que desprecian el capital erótico de las mujeres y denigran a quienes se dedican al sector del sexo comercial. Hay una alianza nada santa entre el patriarcado y el feminismo radical que restringe la libertad de las mujeres de explotar su capital erótico, con o sin la ventaja añadida que les brinda el déficit sexual masculino.

La guerra de los sexos siempre ha girado, entre otras cosas, alrededor del sexo y el dinero, las dos principales causas de fricción en las relaciones estables.2 Hoy en día, los hombres patriarcales se creen con poder para imponer las reglas del juego de modo unilateral, pero eso tiene que cambiar. Es necesario que en las relaciones privadas las mujeres reconozcan conscientemente el valor de un capital erótico elevado, y el valor añadido de la intimidad sexual, junto al peso que ya se les atribuye a la riqueza económica y el capital humano (con su potencial de ingresos). El feminismo radical occidental debe salir de ese elitista callejón sin salida que denigra a quien no tenga estudios superiores (la mayoría).

Actualmente, los prejuicios del patriarcado y del feminismo radical contra el capital erótico impiden la debida valorización de este último como baza en la vida pública. En el trabajo, en la política, en la comunicación, en los deportes, en las artes, debería existir un mayor reconocimiento del aumento de productividad que ofrecen los hombres y las mujeres con mucho capital erótico. En ocupaciones de mucho contacto presencial con el cliente, y en las que es importante la vitalidad, el don de gentes, el carisma y la imagen, un capital erótico elevado brinda una aportación de peso al resultado del trabajo y a la satisfacción de los clientes, y debería recibir la consiguiente recompensa. Los prejuicios patriarcales occidentales contra el atractivo como baza laboral yerran el blanco. Las feministas modernas deberían cuestionar la idea de que el «sesgo de la belleza» sea injusto, no respaldar el statu quo.

Actualmente, el sector del ocio (que incluye el del sexo comercial) reconoce y remunera más que cualquier otro el capital erótico, pero también en este caso hay un sesgo injusto contra las mujeres, que hace que tener un capital erótico elevado se pague peor en el caso de ellas que en el de los hombres. En Hollywood, las estrellas de sexo masculino ganan más que las de sexo femenino, aunque estas hagan el mismo trabajo, y por si fuera poco lo hagan «hacia atrás y con tacones».3 Incluso en este caso las mujeres llevan sistemáticamente las de perder: se las critica por no llevar su capital erótico a cotas suficientes, pero cuando lo hacen, no se las recompensa. Los valores patriarcales insisten en que el atractivo de las mujeres se puede dar por descontado, como una parte natural del mundo por la que no hace falta que paguen los hombres. Los valores patriarcales que dominan las relaciones privadas heterosexuales se extienden a los intercambios comerciales de la economía de mercado. Entre estos dos ámbitos, pese a sus diferencias, existe una comunidad de valores. Si es que hay diferencias, claro…

Para cuestionar todas estas convenciones, las mujeres deben aprender a exigir un trato más justo, tanto en la vida privada como en la pública; pero el punto de partida es que tomen conciencia y den validez al capital erótico de las mujeres, y estén dispuestas a sacar provecho del hecho social del déficit sexual masculino, del mismo modo que los hombres sacan provecho de todas sus ventajas. Es necesario reequilibrar la política de poder de la atracción y el deseo, apartándola de las ideas patriarcales sobre el funcionamiento de las relaciones sociales y su concepto de justicia; y alejándolas también de los controles ideológicos patriarcales sobre las vidas y aspiraciones de las mujeres.

Dentro de las sociedades ricas modernas, el capital erótico es cada vez más importante. Hombres y mujeres lo sitúan en puestos cada vez más elevados entre los factores de elección de una pareja o cónyuge. Las economías del conocimiento dotadas de un gran sector servicios lo consideran ya un factor de producción indispensable. La capacidad de llamar la atención, de convencer y crear un ambiente de colaboración y solidaridad, son aptitudes valiosas para numerosos trabajos. Las personas con mucho capital erótico ganan —justificadamente— más, por la misma razón que los altos ganan más; y la diferencia puede ser equivalente a los beneficios de haber sacado buenas notas en los estudios.

El capital erótico debe reconocerse ya como un cuarto activo personal importante, y tan valioso para los hombres como las mujeres, aunque no de la misma manera. Con el capital erótico se entiende mejor la naturaleza cambiante de las relaciones privadas y las negociaciones de pareja, heterosexuales y homosexuales. Por encima de todo, el capital erótico explica que haya jóvenes que se hacen millonarios pese a carecer de la educación formal a la que se da prioridad en las meritocracias modernas.

«SEXONOMÍA»

Los economistas explican que puede haber un intercambio beneficioso cuando existen percepciones distintas sobre el valor del mismo objeto o actividad. La actividad sexual y el ocio erótico de todo tipo tienen más interés y valor para los hombres que para la mayoría de las mujeres. A algunas mujeres les gustan bastante los hombres y el sexo para ofrecer estos servicios a cambio de dinero, regalos y otros beneficios. Como dicen, resignadas, las chicas de los bares de Yakarta, «Sin dinero no hay caramelo». En algunas culturas ya lo dan por supuesto. El mundo occidental cristiano se ha pasado dos milenios construyendo ideologías, teorías y normas culturales para estigmatizar este intercambio, y prohibir incluso la industria del sexo, y como resultado los hombres consideran que les corresponde gratuitamente lo que buscan en las mujeres. En cuanto a la retórica feminista sobre la «igualdad de género», más que poner en duda las ideas y valores patriarcales, lo que hace es reforzarlos. Ambos tienen en común una hostilidad cultural muy arraigada a la independencia sexual y el poder erótico de las mujeres, e incluso a la propia sexualidad.4

Es tan imposible desligar la sexualidad y el dinero como separar el dinero y el amor.5 En la vida normal, las tres cosas intervienen en combinación. Las culturas anglosajonas puritanas nunca se han sentido cómodas con la sexualidad y el dinero, cuya unión crea una niebla imposible de mala fe y contradicciones.6 Es frecuente, por ejemplo, oír protestas contra los acuerdos prematrimoniales, como si fueran algo indecoroso, no una necesidad práctica, cuando en Francia, país romántico donde los haya, la ley exige que todas las parejas decidan antes de casarse si pondrán en común sus patrimonios preexistentes, y que especifiquen su régimen económico.7

La economía sexual, que yo prefiero llamar «sexonomía», reconoce que la sexualidad es básicamente un recurso femenino, a causa del déficit sexual masculino.8 El hecho de que las mujeres, por lo general, tengan más capital erótico que los hombres acentúa todavía más el valor de la sexualidad femenina. Suelen ser ellas las que deciden los contactos sexuales, que siempre son un intercambio: los hombres dan a las mujeres regalos materiales, respeto y consideración, compromiso con una relación, ocio u otros servicios, a cambio del acceso sexual. El principio de menor interés9 suele dar ventaja a las mujeres en el regateo sexual.10 Aun cuando las mujeres quieran sexo, sobre todo en su juventud, los hombres lo desean mucho más. En situaciones en que un grupo de hombres y mujeres presentan niveles idénticos de capital erótico, el déficit sexual masculino hace que el capital erótico de las mujeres siga teniendo más valor. El capital erótico es un «bien superior» y un «bien Giffen»: cuanto más rica es una sociedad, más lo quiere, y más paga la gente por tenerlo.

En algunas sociedades no occidentales, la libertad sexual de las mujeres es absoluta, y a todos los niños se les recibe como un bien público. Dentro de las sociedades patriarcales, las costumbres, valores y normas sociales cercenan gravemente la explotación por las mujeres de su sexualidad, su capital erótico y su fertilidad. La monogamia impone un elemento de democracia sexual que garantiza a todos los hombres posibilidades razonables de atraer como mínimo a una pareja. Ello, sin embargo, depende de la proporción de sexos de un lugar determinado, de si se espera que dure cualquier desequilibrio en el número de hombres o mujeres, del acceso femenino al empleo y los ingresos y, como es natural, de la cultura de la zona.11 En China, la política del hijo único produjo un gran desequilibrio en la proporción de sexos: nacían unos ciento veinte niños por cada cien niñas, lo cual dio pie a la expansión de la industria del sexo, a la nueva costumbre de raptar a la novia, a un aumento de los servicios de casamenteros, a un incremento de la tasa de divorcios y a una mejora en el estatus de las niñas y mujeres. Por primera vez en la historia china, algunas parejas esperaban que su único hijo no fuera niño, sino niña.12 En los campus de las universidades estadounidenses, por el contrario, la distribución por sexos favorece a los hombres, de los que solo hay ochenta por cada cien alumnas mujeres. El valor de escasez resultante parece ser el principal factor que explica la tendencia hacia el sexo esporádico y los ligues, en vez de las citas y el cortejo convencionales.13 En definitiva, las mujeres jóvenes ven reducirse su valor de emparejamiento en el momento en el que buscan a una pareja con la que casarse. Es muy posible que estas experiencias iniciales influyan en las estrategias y la seguridad a largo plazo.14

Hasta en las sociedades monógamas existen varios mercados sexuales con rasgos muy distintos, no uno solo.15 La divisoria esencial es la que se establece entre el mercado de pareja estable, que en aras de la sencillez podemos llamar «mercado del matrimonio», y el «mercado al contado», para las relaciones a corto plazo.16 El mercado al contado incluye las citas, ligues y contactos sexuales esporádicos antes del cortejo propiamente dicho; las aventuras extraconyugales pasajeras y las infidelidades de cierta duración después del matrimonio; los contactos del sector del sexo comercial; y posiblemente a la clientela de ocio para adultos como el sexo telefónico y los espectáculos de variedades, striptease, porno y demás, en que el sexo es puramente mental.

Para aquellos a quienes incomode la palabra «mercado» aplicada a las relaciones,17 la principal divisoria será entre relaciones estables y relaciones efímeras de índole erótica o sexual.

Las relaciones estables suelen incluir sexo, pero no siempre. Muchos analistas cometen el error de dar por sentado que tener cónyuge o pareja estable le asegura a uno permanentemente todo el sexo que desee.18 Ha sido el principal argumento para ignorar la sexualidad en los estudios sobre el regateo y la toma de decisiones dentro de las parejas. Es de esperar que la exposición de los resultados de encuestas sexuales de todo el mundo que he presentado en el capítulo 2 haya acabado de una vez por todas con ese mito. Los matrimonios con poco o nulo sexo son mucho más habituales en las sociedades occidentales modernas de lo que se ha reconocido. Incluso en matrimonios sexualmente activos se observan indicios de un déficit sexual masculino que aumenta con la edad, a medida que muchas mujeres pierden su interés por el sexo a partir de los treinta años; de ahí que sea tan borrosa la frontera entre las personas con pareja estable y las que tienen relaciones efímeras, entre el mercado matrimonial y el mercado al contado. Los hombres con pareja estable pueden buscar activamente relaciones en este último.19 Entre los hombres gays se acepta a menudo la necesidad de complementar con relaciones efímeras una vida en común sexualmente estancada o discreta. En cuanto a si esta solución también es aceptable para las parejas heterosexuales, dependerá de las culturas sexuales, que son muy variadas: la poligamia permite cierta variedad para los hombres, las mujeres, y en algunos casos ambos; en Francia e Italia, por ejemplo, se aceptan las infidelidades, mientras que en Estados Unidos y Gran Bretaña pueden provocar el divorcio (y la monogamia en serie).20 En todo caso, la frontera entre los dos mercados es bastante importante para que la competencia entre las mujeres de uno y otro sea escasa o inexistente.21

Los mercados al contado y las relaciones efímeras son los únicos marcos que sacan plenamente a relucir el valor de la sexualidad y el capital erótico de las mujeres. Las relaciones estables son acuerdos más complejos, que a menudo incluyen gratificación pospuesta, inversión a largo plazo en hijos o propiedades, intereses comunes en religión, política, viajes, deportes o artes, amigos comunes y una vida social conjunta, relaciones familiares y otras actividades en común que cimentan la relación. Este tipo de adhesivo suele estar ausente de las relaciones efímeras, en las que el rango erótico y la habilidad sexual se erigen en protagonistas orgullosos (o brillan por su ausencia). Los mercados al contado son mercados donde se intercambian los productos por dinero en efectivo, y se entregan de inmediato (en contraste con los mercados de futuros). Cualquier desequilibrio de capital erótico debe ser compensado al momento con otros beneficios. El valor total del capital erótico resulta ser muy alto. Como hemos visto en el capítulo 6, la remuneración actual de las mujeres en el sector del sexo comercial suele ser entre dos y cinco veces superior a lo que ganarían en el mercado laboral convencional. Los ingresos por actividades de frontera, como el striptease o el sexo telefónico, también duplican o triplican los de los trabajos normales; y, según muchos datos, antiguamente los precios todavía eran más altos.

Fuera de la industria del sexo, quien tenga poco capital erótico (alguien en mal estado físico, o gordo, socialmente torpe, mal vestido, un calvo maduro, o una mujer mayor y descuidada) deberá ofrecer beneficios compensatorios sustanciosos. Así se observa en los contextos donde existe un mercado razonablemente abierto de relaciones a corto plazo. Dentro de los mercados al contado heterosexuales, una joven atractiva que acierte en su estilo, su forma de vestir y su actitud podrá elegir parejas con capitales económicos, culturales o sociales mucho mayores en términos de paridad de intercambio. El ejemplo más obvio sería la relación entre una estudiante guapa e inteligente pero sin blanca y un triunfador maduro y rico, a menudo casado, que, aun siendo presentable, carezca de atractivo físico: la «mujer florero» y el sugar daddy de Norteamérica y Europa. Existen muchos más ejemplos y equivalentes en el resto del mundo: el velho que ajuda y los programas de Brasil,22 el jineterismo cubano,23 las estudiantes-amantes nigerianas de «Sin finanza no hay romance»,24 la convención «Sin dinero no hay caramelo» de los contactos sexuales en Yakarta25 y las amigas caras de los turistas extranjeros en Vietnam.26 También hay relaciones equivalentes en la comunidad gay. Donde apenas los hay, por el contrario, es en la lesbiana.

La escasez actual de mujeres jóvenes en las ciudades chinas, y el elevado coste de la educación universitaria, explican el nuevo fenómeno de las «estudiantes concubinas» en Shanghai, Pekín y otras ciudades. En Jiayuan, la mayor web de citas de China, las jóvenes dicen explícitamente que buscan a maduros ricos que les paguen los estudios y les costeen un tren de vida deseable. Declaran sin tapujos ir en busca de un hombre que tenga lo que los chinos llaman si you, los «cuatro haberes»: casa, coche, sueldo alto y un trabajo o negocio de prestigio; es decir, alguien capaz de mantener con cierto estilo a una amante o esposa. También los hombres jóvenes hacen pública su disposición a intercambiar juventud y belleza por riqueza y oportunidades de trabajo casándose con alguien de familia rica.27

En las culturas no europeas, el capital erótico y la sexualidad de las mujeres son valorados por los hombres, que reconocen su valor de cambio. Sea por los valores patriarcales, sea por la ideología puritana anglosajona, en muchos países y zonas de Europa occidental y Estados Unidos se declara ilegítima, injusta o ilegal la explotación de la sexualidad, del capital erótico y de la fertilidad de las mujeres. El estigma ligado al intercambio abierto de dinero o estatus y capital erótico, o sexualidad, puede extenderse a los analistas de estos temas.28 A las chicas guapas que se casan con un buen partido, mejor situado que ellas en la escala social, se las etiqueta como «cazafortunas», como si no aportasen nada de valor. Aunque los investigadores que han analizado estos temas insistan en que la mujer no debe aprovecharse de la dependencia a la que está sujeto el varón a causa del déficit sexual masculino,29 no cabe duda de que en los mercados sexuales gays los hombres de gran atractivo sexual sacan provecho a su ventaja,30 así que parece que lo que está mal visto es que sean las mujeres las que exploten su capital erótico (o cualquier otra ventaja) en detrimento de los hombres.

DOBLEPENSAR CONTRADICTORIO SOBRE EL AMOR Y EL DINERO

No parece que en el mundo occidental se sepa pensar de forma clara y racional sobre los intercambios en el seno de la vida privada y familiar, donde se entrelazan el amor, el cariño, el dinero, el tiempo y el esfuerzo. El doblepensar es norma.31

Por un lado, se dice que las relaciones de donación son siempre superiores a los intercambios comerciales. La demostración clásica es un libro muy citado de Richard Titmuss, The Gift Relationship: From Human Blood to Social Policy. Titmuss demostró que mediante el sistema británico de donación de sangre voluntaria (que suele organizarse a través de los empleadores) se obtiene sangre más abundante y menos contaminada para las transfusiones en los hospitales que con el sistema comercial estadounidense de pagar a los donantes. Este estudio se ha citado mucho como prueba de que los mercados comerciales generan bienes y servicios de menor calidad que los intercambios benéficos y de base familiar. A los donantes británicos no se les paga nada; su recompensa es la satisfacción de ayudar, aunque sea de manera anónima.

Por otra parte, en lo relativo al cuidado de los hijos, los expertos europeos en políticas sociales dan un giro de ciento ochenta grados y se erigen en paladines de los intercambios comerciales. Sostienen que los bebés y los niños pequeños a quienes se deja en guarderías y escuelas comerciales o subvencionadas por el Estado reciben cuidados que nada tienen que envidiar a los de los padres y abuelos dentro de la familia. Los países nórdicos insisten en que los niños están mejor cuidados en las guarderías colectivas comerciales que en casa, donde la atención se da gratuitamente, de forma voluntaria, no a un precio, ni por desconocidos.

Los argumentos sobre los servicios sexuales comerciales van un poco en esta línea, y a menudo recurren a comparaciones con las relaciones sexuales privadas. Hay quien dice que el intercambio de donación debe ser necesariamente de mejor calidad, puesto que interviene el cariño (al menos en algunos casos). Otros defienden que los servicios sexuales comerciales son siempre superiores, por una cuestión de profesionalidad y especialización. La verdad es que es poco factible establecer una comparación propiamente dicha entre ambas cosas, porque hay poca gente que tenga una gran experiencia de primera mano o datos abundantes sobre ambos entornos. De todos modos, yo diría que no sirve de gran cosa. Entre las relaciones estables y los intercambios del mercado al contado hay una diferencia cualitativa que hace que lo que se coteje sean actividades totalmente distintas, no dos cosas comparables. Además, estos debates pasan por alto la vida sexual real de los jóvenes, en la que no son excepcionales los ligues semianónimos ni los rollos de una sola noche. En esos ligues de juventud no se trata de afecto; la competencia sexual es algo que se exige, a veces con niveles de profesionalidad. Se borra la frontera entre los contactos sexuales amateurs y los profesionales.

La obsesión occidental por el amor no es extensiva a todo el planeta.32 Los prejuicios y sesgos occidentales sobre el amor y la sexualidad son una peculiaridad de esta parte del mundo, no algo universal. En todo caso, se trata de otro ejemplo de «doblepensar»: la idea del amor para legitimar la actividad sexual se usa de modo diferente entre ambos sexos. Las mujeres dicen: «Te quiero tanto que haré todo lo que pueda para hacerte feliz, incluido el sexo». Los hombres dicen: «Como estoy locamente enamorado de ti, tienes que darme todo lo que quiero, incluido el sexo». Hay un desequilibrio que algunos prefieren ignorar.

UN NUEVO MANIFIESTO PARA LAS MUJERES

El foco unificador inicial del movimiento feminista de las décadas de 1950 y 1960 era el control del propio cuerpo y la propia fertilidad, y más concretamente el derecho de las mujeres a optar por el aborto. Después, la píldora y otras formas modernas de contracepción fiable sustituyeron rápidamente la necesidad de recurrir al aborto para no tener hijos, y anunciaron una nueva época para las mujeres.33

El segundo foco de acción militante fueron los bajos sueldos femeninos, y en particular la brecha entre el salario medio de las mujeres y el de los hombres. Hasta el siglo XIX, los hombres solían ganar el doble que las mujeres, aunque hiciesen el mismo trabajo; y así siguió siendo en Gran Bretaña, a grandes rasgos, hasta 1970.34 En Estados Unidos, los empleadores pagaban menos de la mitad, y a veces un tercio, o un cuarto, a las mujeres que a los hombres,35 y en connivencia con unos sindicatos de predominio masculino, mantenían los baremos salariales femeninos en niveles sistemáticamente más bajos que los de los hombres.36

Las leyes de igualdad salarial y de oportunidades supusieron un vuelco allí donde se aplicaron a fondo. En Gran Bretaña, la brecha salarial entre hombres y mujeres cayó hasta el 10 por ciento en solo seis años, y a partir de ese momento fue disminuyendo lentamente más o menos hasta 1993. Desde entonces, en Gran Bretaña, en el conjunto de Europa y en todas las demás economías industriales modernas casi no se ha producido ningún cambio en la brecha salarial, que en la Unión Europea se sitúa en torno al 17 por ciento (incluidos los países escandinavos), mientras que en Estados Unidos supera el 25.37 Hace años que los investigadores y los analistas políticos se devanan los sesos tratando de explicar esta falta de continuidad en el cambio.

Algunos llegan a la conclusión de que a estas alturas las leyes de igualdad de oportunidades y salario ya han cumplido su función, y que la diferencia que queda entre salarios se debe a las decisiones laborales y las pautas de empleo de las mujeres, bastante distintas a las de los hombres.38 Otros siguen buscando los mecanismos y opciones vitales exactos cuyo resultado es que las mujeres cobren un poco menos (de media, y en países enteros), a pesar de que hoy en día tengan acceso a la educación superior y a las profesiones liberales.39

Resulta que uno de los «mecanismos» clave es un hecho puro y duro: las mujeres no piden aumentos de sueldo ni ascensos con la misma frecuencia que los hombres; de hecho, a veces rechazan los ascensos que se les ofrecen. Así, aunque acaben de titularse en la misma carrera y por la misma universidad, las jóvenes reciben un sueldo medio más bajo en su primer empleo que sus colegas masculinos. Justo después de licenciarse, los hombres jóvenes suelen negociar para cobrar más de lo que se les ha ofrecido en un principio. A lo largo de toda su carrera, siguen pidiendo aumentos de sueldo y ascensos, y cambian a menudo de trabajo para cobrar más. En cambio, las mujeres jóvenes casi siempre aceptan agradecidas lo que se les ofrece, siguen haciéndolo mientras esperan pacientemente que les propongan ascensos y aumentos, y rara vez abandonan una empresa para ganar más dinero en otra.40

Podrá parecer irrelevante, pero no lo es. El hecho de que las mujeres no pidan más en el trabajo es un hecho visible, documentado en muchos estudios, pero también una extensión de la incapacidad femenina de pedir y negociar en la vida privada, mucho más difícil de estudiar y documentar. A lo que vamos: ¡las mujeres no piden! Y lo que no pides no te lo darán. Si pides algo, se colige por las leyes del azar que podrás recibirlo en torno al 50 por ciento de las veces, lo cual es mucho mejor que nunca. Ganar a veces es mejor que no recibir nada nunca.

Si las mujeres no piden mejores condiciones en el trabajo, y en la vida pública en general, es porque rara vez aprenden a pedir un trato justo, o un mejor trato, en la vida privada. Si los hombres piden más a sus jefes es porque están acostumbrados a recibir lo que quieren de modo cotidiano en su vida privada, en las negociaciones con sus madres, novias, amantes, esposas e hijas.

En 2010 estalló en los medios de comunicación franceses el escándalo L’Oréal. Se descubrió que la heredera del imperio L’Oréal, Liliane Bettencourt, de ochenta y siete años, estaba regalando enormes sumas de dinero, cuadros y otros bienes a un viejo amigo de sesenta y tres años, François-Marie Banier, escritor, artista y fotógrafo de talento y éxito a quien ella y su esposo llevaban muchos años ayudando y promocionando. La hija de la heredera, Françoise Bettencourt-Meyers, que no se hablaba con su madre, acusó a Banier de aprovecharse de la frágil salud mental de esta última para acumular una fortuna en regalos, y emprendió medidas legales contra él por «abuso de debilidad». En una de sus pocas entrevistas con la prensa, Liliane Bettencourt, mujer muy celosa de su intimidad, reconoció haber regalado a Banier cuadros, pólizas de seguros y dinero en efectivo por un valor estimado en mil millones de euros o más. A la pregunta de por qué lo había hecho, la mujer más rica de Francia contestó: «Porque me lo pidió».41 Parece inconcebible que una mujer lograse el mismo resultado con un compañero o amigo.

Un elemento central del machismo de los hombres en las relaciones cotidianas deriva de la idea de que el dinero y el estatus «cuentan», mientras que las facultades y los puntos fuertes de las mujeres, incluido el capital erótico, son meros elementos del mundo natural, que se dan por supuestos.42

Las mujeres deben aprender a regatear y negociar con los hombres para conseguir mejores condiciones, y un mayor reconocimiento de su aportación a la vida privada, antes de poder hacer lo mismo con éxito en su relación con sus encargados, compañeros de trabajo y jefes. Si no sabes negociar satisfactoriamente con un hombre que dice desearte, quererte y respetarte, será difícil que forjes las aptitudes necesarias para negociar con hombres que son tus colegas en la empresa, tus amigos o desconocidos como los repartidores, los proveedores de servicios y el sinfín de personas con quienes tenemos que tratar en la vida diaria. Como tantas cosas, la seguridad y el saber regatear empiezan en casa.

En la vida privada, el as en la manga de las mujeres es frecuentemente el capital erótico, no el dinero ni los ingresos, que muchos hombres ya poseen. El capital erótico también puede ser una baza decisiva para los hombres más guapos, siempre que venga de la mano de una aptitud social que les permita casarse con un buen partido. Son minoría las mujeres que alcanzan puestos profesionales y directivos muy rentables, e incluso ellas sacan provecho de su capital erótico. Las mujeres tienden a no darse cuenta de que el capital erótico es una baza, porque los hombres patriarcales, y muchas feministas, lo desprecian y denigran. ¡Pues claro que la belleza es superficial! No le hace ninguna falta profundizar. Tampoco la inteligencia va más allá del cerebro. El dinero no deja de tener valor por ser superficial. El capital erótico casi es tan multiusos como el dinero, por su valor universal y su portabilidad. Dicen que la belleza vale tanto como una tarjeta American Express.43 Aristóteles tuvo una idea similar: la belleza es la mejor tarjeta de presentación, y puede sobreponerse a las distinciones de clase.

A menudo los hombres dan por sentado su derecho a definir la realidad, y a escribir ellos el guión de las relaciones: mis exigencias y expectativas son razonables, pero no las tuyas. Se creen con derecho a establecer las reglas del juego en la pareja: yo te diré qué conducta es la aceptable y adecuada y cuál la inaceptable.44 ¿De dónde sacan esta arrogancia? ¿De los mimos de sus madres? ¿Del modelo paterno en el que se reflejan? Pero hay otra pregunta más importante: ¿por qué las mujeres les permiten salirse con la suya?

En pleno siglo XXI sigue habiendo mujeres culpables de complicidad en tratar a los hombres como ciudadanos de primera, «más iguales» que las mujeres.45 Una encuesta hecha en 2010 por la web de padres Netmums a dos mil quinientas madres revela que nueve de cada diez madres británicas reconoce que aún trata mejor a sus hijos que a sus hijas, aunque ahora sepan que está mal hecho. Los niños tienen más posibilidades de ser elogiados por sus madres, y las niñas, en cambio, el doble de ser criticadas. A los hijos se les da más libertad para hacer lo que quieran. Las travesuras de los niños se aceptan como «juguetonas», «descaradas» o «graciosas», mientras que a las niñas se las tacha de «insolentes» o «respondonas». La subordinación de las mujeres, y el egoísmo arrogante de muchos hombres, empieza por sus madres, razón, tal vez, de que en su vida adulta muchas mujeres se dejen pisotear sin necesidad por los hombres. Las mujeres desperdician demasiado a menudo sus activos más universales (el acceso sexual y el capital erótico) por culpa del lavado de cerebro que les ha hecho creer que lo único con valor son el dinero y los estudios. Reconocer el valor del capital erótico y de algo tan exclusivamente femenino como la fertilidad es sentar las bases de un manifiesto realmente feminista para las mujeres.

En el mercado laboral, las mujeres compiten con los hombres en capital humano, y quizá social; se convierten en sucedáneos de trabajadores, en otro tipo de varón. La llegada de una gran cantidad de mujeres al mercado laboral provoca necesariamente un aumento de la competencia y un descenso general del precio del trabajo.46 Así se explica mejor que en los últimos años haya aumentado vertiginosamente el número de alumnos que inician estudios superiores, y la consiguiente «inflación de títulos». Hoy en día se puede exigir un título universitario para acceder a un trabajo en el que antes solo se precisaban estudios secundarios. La competencia es más dura para todos, hombres y mujeres. En este contexto, tener puntos fuertes y aptitudes adicionales, sean del tipo que sean, puede resultar decisivo, ya se trate de idiomas, de conocimiento de culturas extranjeras, de voluntariado o de aficiones. También el capital social y el capital erótico pueden traducirse en una ventaja que decida entre el éxito y el fracaso en algunas ocupaciones, sobre todo las de alta visibilidad pública y exposición social.

De todos modos, la cualificación por estudios ya puede ser mínima para quienes han fracasado en el sistema educativo, o simplemente lo han dejado por aburrimiento. En esos casos, el capital erótico se erige potencialmente en la baza personal número uno, tanto en la vida privada como en el mercado laboral. La modelo Kate Moss se ha hecho millonaria por sus propios medios a pesar de haber dejado pronto los estudios, y también tiene éxito en su vida privada, con una larga sucesión de parejas. Otro caso similar es el de la modelo erótica Katie Price, también llamada Jordan, que se ha hecho multimillonaria mediante varias empresas de su creación, pese a haber dejado a medias los estudios. Estas mujeres, con sus vidas llenas de glamour, pueden servir como modelo para jóvenes que no se sientan tan interesadas por lo académico como para cursar estudios superiores y acabar aburriéndose en una oficina.47

Algunos estudiosos miran las relaciones íntimas y sexuales a través de guiones preestablecidos,48 y pasan totalmente por alto la cuestión de quién los inventa y controla. La mayoría de esos guiones han sido escritos por hombres patriarcales, y es necesario que los reescriban las mujeres, tomando en consideración dos nuevos hechos sociales establecidos en este libro: en primer lugar, que las mujeres, por lo general, tienen más capital erótico que los hombres, porque le dedican más esfuerzo. (La excepción son los hombres gays, que también se esfuerzan mucho por mantener su atractivo sexual.) En segundo lugar, que aunque hombres y mujeres tuvieran niveles idénticos de capital erótico, el déficit sexual masculino daría automáticamente ventaja a las mujeres en las relaciones privadas. En las relaciones gays ocurre algo parecido: tiende a ser el miembro más joven y atractivo de la pareja el que tiene más poder, a menos que el otro ofrezca beneficios compensatorios.

Un error intelectual fundamental que han cometido casi todas las teóricas feministas es confundir el macroanálisis con el microanálisis.49 A nivel nacional, los hombres, colectivamente, tienen más poder que las mujeres: dirigen gobiernos, organizaciones internacionales y las mayores empresas y sindicatos, pero ello no se traduce automáticamente en que tengan más poder a nivel personal, dentro de las relaciones íntimas y de los hogares. A ese nivel, el capital erótico y la sexualidad revisten la misma importancia que la educación, los ingresos y las redes sociales. Si se incluye la fertilidad, el poder femenino se verá aún más potenciado, suponiendo que la pareja quiera hijos. Hasta en las sociedades en que el poder a nivel nacional lo conservan los hombres, es del todo factible que las mujeres adquieran más poder y escriban los guiones de las relaciones privadas. Esta inversión de poder se observa con claridad en el ocio comercial para adultos: los hombres pueden escribir el guión, y elegir la interpretación, pero están obligados a pagar generosamente por su privilegio.

El máximo error del movimiento feminista ha sido, en cierto modo, decir a las mujeres que carecen de poder y que son víctimas, inevitablemente y a perpetuidad, de la dominación masculina, lo cual no tarda en convertirse en una profecía autocumplida que incita a las mujeres jóvenes a creer que la partida está cantada y que no hay ninguna posibilidad de ganarla. El feminismo ha pasado a formar parte del motivo por el que las mujeres no piden lo que quieren, ni reciben lo que les parece justo, sobre todo en las relaciones privadas.

REPERCUSIONES EN LA POLÍTICA SOCIAL

El reconocimiento del capital erótico como cuarto activo personal (junto a los capitales cultural o humano, social y económico) tiene sus repercusiones en la política social. Nada tiene de ilegítimo que las mujeres y los hombres atractivos saquen provecho de su capital erótico en el sector del sexo comercial, en el ocio para adultos, en el trabajo o en la vida social en general. Del mismo modo que la etiqueta de «capital social» parece legitimar la explotación de los buenos contactos, el nepotismo y hasta la corrupción, la introducción de una nueva etiqueta para designar el atractivo social y físico da legitimidad intelectual y estatus a esta baza. También frena la reacción de desprecio tan tradicional en Occidente, que en casi todos los casos procede de personas señaladamente faltas de atractivo y destreza social. El capital erótico «añade valor» a actividades del mercado laboral, incluso en ocupaciones donde a primera vista parecería irrelevante, como el derecho y la administración de empresas. En esta misma línea, el término «capital humano» se convierte en una ideología que justifica pagar sueldos más altos a los más cualificados y con más experiencia laboral. El argumento es que las personas con más capital humano son más productivas, lo cual, sin embargo, ha resultado difícil de demostrar en muchas ocupaciones, como la administración de empresas.50

Los hombres atractivos reciben un «plus de belleza» mayor que las mujeres. Se trata de una clara muestra de discriminación sexual, máxime cuando todos los estudios demuestran que las mujeres puntúan más alto en las escalas de atractivo que los hombres. Es evidente que las mujeres deberían exigir la misma remuneración económica por esta aportación adicional al rendimiento y la eficacia en el trabajo. Parece probable que alguna parte de esa brecha salarial entre hombres y mujeres que aún no ha sido explicada se deba a no saber recompensar el capital erótico de las mujeres en el mismo grado que el de los hombres.

Mis conclusiones chocan frontalmente con los juristas y analistas «feministas» que pretenden ilegalizar cualquier reconocimiento, y compensación, del atractivo.51 Dado que a los hombres se les remunera ya por este activo, lo injusto es la falta de compensación equivalente para las mujeres.

Otra consecuencia lógica es la despenalización y desestigmatización del comercio sexual, y de todos los tipos de ocio erótico.52 Huelga decir que su legalización haría la vida mucho más fácil a los hombres y las mujeres que trabajan en el sector. Sin embargo, siempre han sido las mujeres las que más directamente han sufrido la penalización, con detenciones y acoso policial, sobre todo en el caso de las prostitutas callejeras, elemento visible del comercio sexual. La historia demuestra que la despenalización y la legalización también tendrían como resultado facilitar que las mujeres se salieran del sector, además de limitar su participación a un trabajo a tiempo parcial o esporádico, lo cual, a su vez, facilitaría una salida rápida cuando bajase el ritmo de trabajo, empezasen a caer los ingresos, o se presentasen oportunidades de trabajo alternativas.53 Actualmente, los mejores ejemplos de plena normalización del comercio sexual son los Países Bajos y Nueva Zelanda, seguidos de cerca por Alemania, y tal vez por Francia. Suecia y Gran Bretaña adoptan una corrección política disfuncional que se disfraza de políticas de «igualdad de género».

Según esta lógica, habría que reescribir desde cero las leyes que controlan la práctica del vientre de alquiler y los contratos vinculados a ella. El juez y jurista estadounidense Richard Posner ya ha explicado por qué no existen motivos racionales para no hacer cumplir los contratos de vientre de alquiler, aunque la madre que dé a luz de esta manera se resista a ceder el bebé así creado.54 Las mujeres que realizan este trabajo deberían tener libertad para cobrar las tarifas que permita el mercado por servicios relacionados con la fertilidad: donación de óvulos, vientres de alquiler y una labor mucho más tradicional como es la de ama de cría. En Gran Bretaña, por ejemplo, a día de hoy, la ley impide que las madres de alquiler cobren algo más que «gastos razonables».55 Se trata de una ley patriarcal que insiste una vez más en que el trabajo de las mujeres siempre debe ser proporcionado de forma gratuita y hacerse por «amor», jamás por dinero. A los hombres se les permite ser instrumentales y mercenarios, e incluso ultramercenarios, como demuestran las suculentas primas que reciben los banqueros por prácticas tan rentables como dudosas. En cambio, las mujeres no pueden ser mercenarias, ni siquiera en las economías capitalistas.

En la India, donde no está prohibida la práctica comercial del vientre de alquiler, las mujeres pobres pueden ganar el equivalente a diez años de sueldo por dar a luz a un bebé, convirtiéndose en las que más dinero aportan al hogar.56 Para muchas de estas mujeres, existe el plus de nueve meses de descanso y ocio pagados, ya que viven cerca del hospital en régimen de alojamiento y cuidados, para que se pueda controlar el embarazo, con acceso a la televisión y otros lujos de los que no disponen en sus casas. Es un trabajo que reporta unos ingresos significativos a las mujeres, eleva mucho su estatus y les permite comprarse una casa o dar una buena educación a sus hijas.

En suma, que va siendo hora de prescindir de la «moralidad» patriarcal y puritana que hay bajo esas leyes y políticas sociales que siempre parecen inhibir las actividades femeninas, a la vez que dan libertad a los hombres para maximizar sus beneficios y fomentar sus intereses. Las mujeres tienen que aprender a pedir mejores condiciones, tanto en la vida privada como en la pública. Reconocer el valor social y económico del capital erótico puede desempeñar un gran papel en estas renegociaciones.