Avanzaban rápidamente después de la taberna y Sofía miraba tras ellas cada cierto tiempo para asegurarse de que nadie las seguía tras encontrar la valentía al fondo de una jarra de cerveza.
Pero no había ninguna señal de que nadie los siguiera. Tal vez habían decidido que el joven de la taberna merecía cualquier cosa que le hubiera pasado. Sofía imaginaba que lo más probable era que, sencillamente, no querían arriesgarse a tener problemas. Ella no tenía ninguna ilusión sobre qué clase de mundo era este. Por su experiencia, a la gente le importaba mucho menos la justicia que lo que lo hacía su propia seguridad.
¿Qué indicaba esto de que fuera un lugar tan cruel? Sofía no podía evitar preguntarse si era el resultado de las guerras, o el tipo de ejemplo que la corte real establecía, o alguna otra cosa. Quizás todo el mundo era así y la gente de todas partes buscaba aprovecharse de aquellos que eran más débiles que ellos. Sofía esperaba que no, pero no estaba segura de que sus esperanzas pudieran cambiar las cosas para nadie. Sus esperanzas no habían podido mejorar las cosas con Sebastián, o asegurarle un lugar en la corte de Ashton.
Pero tal vez podían llevarla hasta el hogar de sus padres y proporcionarle algunas respuestas a las cosas que todavía perduraban en sus sueños. Tenía más recuerdos que Sofía de las cosas que habían sucedido cuando eran niños, pero aun así había tenido que ser Laurette van Klet la que le dijera quién eran sus padres.
—¿Cuánto crees que queda para llegar? —preguntó Cora, mientras el carro continuaba avanzando a lo largo de caminos que, evidentemente, en algún momento se habían borrado para sustituirlos después de cualquier modo.
Era difícil de decir, pues Sofía no sabía exactamente hacia dónde iban. Parecía que habían atravesado más paisaje del que podía existir, y sabía que Cora se sentía igual después de la ciudad. Solo Emelina parecía cómoda con todo esto y parecía disfrutar de los amplios espacios y de la libertad que ofrecían.
—No puede estar mucho más lejos —dijo Sofía—. Las últimas personas a las que preguntamos dijeron que no podíamos estar a más de un día de Monthys.
—Todavía tenemos que encontrar la finca una vez lleguemos allí —remarcó Emelina, aunque parecía muy feliz ante esa expectativa. Sofía sabía lo ansiosa que estaba por llegar allí y poder ir en busca del Hogar de Piedra.
—Lo haremos —dijo Sofía. Intentó que sonara más seguro de lo que ella se sentía. Aunque ya habían llegado hasta aquí , todavía parecía un poco irreal, como si fuera imposible arriesgarse a soñar que realmente pudieran encontrar el lugar que buscaban.
Entonces el carro llegó a la cima de una colina y Sofía lo vio.
Al menos, vio alguna cosa. Todavía estaba lejos en la distancia, arenisca trabajada sobresalía en contraste con el cielo mientras el sol de la tarde lo atrapaba. Había colinas por todas partes y bosques que parecían extenderse como una alfombra en medio de campos en pendientes, más adecuados para que las ovejas pastaran que para cualquier otra cosa.
¿Era una casa grande, un viejo castillo u otra cosa? A esta distancia, era imposible distinguir cualquier detalle real y, aun así, Sofía se sentía atraída a mirar fijamente hacia allí, sintiendo una conexión aunque no pudiera decir exactamente con qué o por qué.
—Allí —dijo Cora—. Realmente es eso de allí.
Incluso Sofía parecía agradablemente sorprendida al verlo.
—Realmente lo hicimos.
Sofía quería asentir, pero ya había visto lo que había entre la colina en la que estaban y el camino que llevaba hacia los árboles, hacia la finca. El suelo parecía separarse como una herida, una garganta que partía el verdor con un tramo de enorme oscuridad.
—Tal vez podemos rodearlo —dijo Emelina, pero la garganta parecía ser tan larga que les desviaría un día de su camino en cualquier dirección que lo hicieran, aunque pudieran encontrar un modo de atravesar aquel paisaje irregular.
Una delgada línea blanca que atravesaba la garganta parecía ofrecer un rayo de esperanza.
—Allí —dijo Sofía—, un puente. Si nos damos prisa, podemos atravesarlo antes de que oscurezca.
Sofía apremió a los caballos a ir hacia allí, el carro avanzaba mientras ellos tiraban. Aquí el camino era liso y ellos avanzaron rápidamente hacia el lugar donde estaba el puente. Sofía lo agradeció. Quería llegar a las tierras de sus padres antes de que hicieran una parada para pasar la noche, aunque dudaba de que pudieran llegar hasta la estructura de piedra en una vez.
A medida que se acercaban más al puente, Sofía empezó a hacerse más a la idea de su dimensión. Era enorme, hecho con mármol blanco, lo suficientemente ancho para que pudieran caber dos carros uno al lado del otro. Eso ya iba bien, pues había lugares en los que la piedra parecía desmoronarse por falta de atención, con agujeros en la superficie que harían necesario cada centímetro de espacio disponible para esquivarlos.
Lo cruzaban mientras Sofía hacía las maniobras y Emelina y Cora fuera del carro para aligerar la carga y para que pudieran detectar trozos de piedra que se estaba desmoronando. Había muchos y Sofía tuvo que aguantar la respiración mientras cruzaba.
Todo parecía tan antiguo que podría haberse construido antes de que existiera el reino. Desde luego antes de que los antepasados de la Viuda subieran al trono. En su mayor parte, parecía estar encajado sin soldaduras y ahora Sofía empezaba a ver lugares en los que el cañón había hecho lo que el tiempo no podía hacer, arrancando trozos del puente en el transcurso de alguna batalla olvidada. Sofía notó que una de las ruedas del carro empezaba a meterse en uno de los agujeros y obligó a los caballos a ir a la izquierda, esperando haber reaccionado con suficiente rapidez. Aquí en el puente, dudaba de que ella y los demás pudieran sacarlo.
Los caballos se quejaron por el esfuerzo, pero con un chirrido de la madera, la rueda salió. Ahora Sofía iba con más cuidado al escoger la línea que seguía, el carro avanzaba a poco más velocidad que si fueran andando.
Para cuando llegaron al otro lado, la luz empezaba a apagarse y Sofía se sentía más cansada de lo que pensaba que podría hacerlo, después de la concentración que necesitó en el puente. De algún modo, tampoco se sentía tan preocupada de que alguien las siguiera aquí. El puente parecía un límite de la misma forma que una conexión. Por mucho que deseara llegar a casa de sus padres, por mucho que deseara verla más cerca, sabía que no iba a suceder esta noche.
—Deberíamos acampar aquí —dijo.
Acamparon al borde de los árboles, en un espacio cerca de la carretera pero protegido de su vista para poder encender un fuego. Todas ellas estaban demasiado agotadas para cazar, así que comieron lo que encontraron en el sendero y bebieron la poca cerveza en la que ellas no se habían escondido. Sofía le lanzó trozos de carne a Sienne y el gato del bosque parecía más que feliz con ellos.
Su estómago o parecía tan contento con ello, le molestaba el sabor de la comida y le hacía sentir náuseas. Sofía se levantó con dificultad y fue dando trompicones hacia el límite de su campamento, pues no quería vomitar delante de las demás.
—¿Estás bien? —preguntó Cora.
Sofía consiguió decir que sí con la cabeza.
—Estaré bien —dijo—. Es solo que…
Tuvo que dejar de hablar cuando otra ola de náuseas amenazó con apoderarse de ella. ¿Había algún problema con la comida? Prácticamente fue corriendo hasta el límite de los árboles y consiguió alejarse de su campamento con algunas zancadas antes de que su estómago la traicionara y se agachara en unos arbustos, sacando todo lo que había comido.
—¿Estás segura de que estás bien? —preguntó Emelina.
—Estoy bien —dijo Sofía—. Debe ser algo que he comido.
Solo que todas habían comido las mismas cosas y no había señal de que Cora o Emelina se pudieran encontrar mal. Sofía tampoco se encontraba indispuesta, de no ser por la náusea y todo lo que eso comportaba. Si estuviera enferma, ¿no hubiera notado algo en los últimos días? ¿No hubiera ido evolucionando hasta llegar a esto en lugar de esta náusea repentina e incontenible que parecía…
…no, no podía ser, ¿verdad?
Sofía estaba intentando recordar lo que podía de los métodos que usaban las mujeres sabias para estas cosas. Las chicas del orfanato habían hablado de estas cosas como si fueran mundanas y ellas fueran expertas, mientras que las monjas algunas veces las habían asustado con la certeza de que ellas sabrían si habían traspasado los límites que ellas habían dispuesto.
Había hierbas que reaccionaban a la orina de las mujeres embarazadas de forma diferente, ¿verdad? La Señal de la Madre y el Clarrisent, aunque Sofía solo sabía el aspecto que tenía la primera, pues había visto sus flores pequeñas y ligeras una vez.
La buscó a su alrededor, sin tan solo saber seguro si crecía en los bosques. Si tuviera algo de juicio, llamaría a las demás y les pediría ayuda. Enviaría un mensaje a Catalina y le pediría ayuda para encontrar las hierbas. No hizo ninguna de las dos cosas, tanto porque parecía que había pasado la mayor parte de su vida suplicando la ayuda de los demás como porque quería saberlo seguro antes de pensar en decir algo.
También existía otra razón: esto era suyo. No quería tener que compartir este momento.
Continuó buscando, haciendo camino a través de las ortigas y las flores salvajes, el musgo que atraía las polillas y las hojas anchas de los árboles. Finalmente, vio algo que parecía que podía ser la flor correcto, aunque incluso entonces ¿cómo podía estar segura?
Ahora mismo, Sofía deseaba saber más. Deseaba tener unos padres que pudieran ayudarla con esto, o ser realmente la noble que había fingido ser, rodeada de sirvientes que supieran lo que hacían. Incluso se hubiera conformado con el conocimiento de una de las monjas y ese era un pensamiento más que desesperado.
Sabía que necesitaba la ayuda de los demás, pero primero se arremangó las faldas, poniéndose encima de las hierbas mientras hacía lo que era necesario.
—Cora, Emelina, ayudadme, por favor. —Sofía intentó parecer tranquila. No quería que sonara como si la estuvieran atacando los bandidos, o como si estuviera muriendo por alguna fiebre provocada por la comida.
Aun así, ellas vinieron corriendo, yendo a través de los árboles a toda prisa como si estuvieran seguras de que algo horrible le había sucedido a Sofía. Tal vez lo fuera, o algo maravilloso, o ambas cosas. No estaba del todo segura de lo que sentía en ese momento, mirando fijamente a las hojas de la Señal de la Madre mientras estas se marchitaban como le habían dicho que lo harían.
Las dos la miraban fijamente, evidentemente intentando descubrir qué estaba pasando. Sofía podía sentir incluso que Emelina presionaba en los límites de su pensamiento, aunque Sofía no la dejó penetrar más allá. Durante unos segundos no dijo nada y continuó mirando a la hierba como si, de alguna manera, pudiera cambiar el resultado.
—¿Qué es esto? —preguntó Cora—. Cuando te fuiste corriendo, no parecías estar nada bien.
—¿Sucedió algo? —añadió Emelina—. ¿Es la gente de la taberna?
Sofía negó con la cabeza.
—No, no es nada de eso.
Por lo menos por ahora, se había olvidado por completo de la gente que había intentado robarles y de todos los peligros del camino. Esos no importaban, comparado con esto.
—Entonces ¿qué es? —preguntó Emelina.
Sofía respiró profundamente. Ni tan solo estaba segura de poderlo decir, pues era demasiado grande.
—Creo… —consiguió decir— que estoy embarazada.