Capítulo 9

 

 

 

 

 

LOS DÍAS siguientes fueron los más felices para Sofie; días mágicos en los que atesoró cada instante de dicha en su corazón. Lucas volvió a ser el hombre que ella recordaba, y no volvió a mostrarse enfadado o rabioso con ella. Sofie sabía perfectamente que él no había olvidado todo lo que ella había hecho, pero esperaba que hubiera empezado a perdonarla al igual que ella estaba empezando a perdonarlo también por su traición.

Mientras, Tom florecía con las atenciones de los tres adultos y, como Lucas había esperado, el cambio en Eleanor fue notable. Su biznieto le había dado una alegría que la ayudaría a remontar un poco más; y aunque lloraría la muerte de su esposo durante mucho tiempo, Tom le hacía sentirse viva de nuevo. El niño era cariñoso con ella, y los dos jugaban todo el tiempo y se divertían mucho juntos.

Eso era durante el día. Por las noches, Sofie y Lucas se unían con una pasión que no parecía tener fin. Había momentos tan bellos en sus encuentros que Sofie estuvo a punto de llorar en un par de ocasiones.

Pensando en todo eso, Sofie suspiró con satisfacción al tiempo que acariciaba suavemente el brazo fuerte y bronceado que le rodeaba la cintura. Estaban tumbados el uno pegado al otro de ese modo que a Sofie tanto le gustaba. Le hacía sentirse protegida y, aunque fuera un poco tonto por su parte, también se sentía querida.

Suspiró de nuevo, y Lucas se movió un poco; entonces comprendió que estaba ya despierto.

–Pareces un poco triste –fue lo primero que le dijo Lucas–. ¿Qué te pasa? Pensaba que estabas a gusto aquí –le preguntó él con voz somnolienta.

–Y lo estoy –concedió Sofie de inmediato–. Este lugar es precioso, y me encanta tu abuela. Es una persona tan cálida y generosa. Tom la adora.

–Eso es porque le da todo lo que quiere –concluyó Lucas en tono seco–. Acabará mimándolo.

Sofie se echó a reír.

–Sí, pero ya verás como el niño está bien educado –añadió con cierta satisfacción–. Te he dicho ya lo mucho que he sentido tenerte apartado de él.

Él sonrió.

–Sí, pero puedes decírmelo otra vez si quieres –la invitó mientras le deslizaba la mano por la cadera y el muslo y le colocaba la pierna encima de la suya para poder acurrucarse más a ella.

Sofie suspiró de anticipación al notar su erección, que en un segundo despertó su deseo.

–No creo que sea conversación lo que quieres –lo miró con sensualidad.

Él sonrió.

–Hay conversación y hay… –giró las caderas provocativamente– conversación –añadió en tono sensual.

Ella se rió por lo bajo, ardiendo ya en deseos de sentirlo dentro.

–Ah, ahora lo entiendo. Cuentan más los hechos que las palabras –coqueteó mientras le daba un beso provocativo en los labios–. ¿Y tú sabes que para cada acción hay una reacción igual?

–Oh, sí. Cuento con eso –dijo él en tono ronco antes de proceder a besarla ardientemente.

Ese beso llevó a otro, y ese otro a otro más; y al poco rato estaban los dos perdidos en un mundo de placeres, ajenos a todo lo que los rodeaba.

 

Más tarde Lucas y Sofie se ducharon y vistieron y fueron a buscar a Tom, que ya estaba desayunando con su bisabuela. Sofie dio los buenos días, se sentó y le hincó el diente a la deliciosa comida que había en la mesa. Estaba hambrienta, y no era sólo del aire fresco. Lucas se dio cuenta del apetito de Sofie y la miró con un brillo de picardía en los ojos.

–¡No! –exclamó ella, señalando al niño con la cabeza.

Tom empezaría a hacerle preguntas difíciles y ella prefería evitarlo.

–Sólo iba a decir que me gustan las mujeres que tienen apetito.

–Deja de tomarle el pelo a la chica, Lucas –intervino Eleanor–. Recuerda que se enteran de todo –dijo mirando a Tom, que estaba jugando con un coche de juguete sobre la mesa mientras desayunaba–. ¿Tenéis algún plan para hoy? Podríais ir al mercado. Tom y yo lo pasaremos estupendamente aquí solos, ¿verdad, Tom?

Él levantó la vista y sonrió.

–La bisabuela va a jugar a los coches conmigo. ¡Qué guay!

Sofie se echó a reír.

–Tienes mucha suerte de tener una bisabuela, Tom.

Tom la miró con seriedad.

–Y también están la mamá y el papá de papi. ¿Voy a verlos también a ellos, papá?

Lucas asintió.

–Pues claro. Seguramente en cuanto lleguemos a casa. Están deseando conocerte, hijo.

–Vale –Tom aceptó lo que le dijo su padre y siguió jugando con el coche.

Sofie miró sorprendida a su esposo, pero él se limitó a sonreír.

–¿Quieres ir al mercadillo?

Sofie asintió rápidamente.

–Sí, me encantaría.

–Quedaos a comer por ahí –les urgió Eleanor–. Os viene muy bien estar un rato a solas. Divertíos.

–¿Estás intentando deshacerte de nosotros? –le preguntó Lucas con pesar.

Eleanor esbozó una sonrisa de conspiración.

–Tom y yo tenemos planes, así que no nos hacéis falta aquí –les hizo un gesto con la mano–. Marchaos a divertiros. Y no volváis hasta que no estéis agotados.

Lucas se puso de pie, muerto de risa.

–De acuerdo, mensaje recibido. Tom, pórtate bien, y a lo mejor te traemos algo del mercadillo –le prometió a su hijo; entonces miró a su mujer–. ¿Estás lista?

Sofie se puso de pie también.

–Voy por mi bolso. Espérame en el coche –entonces se volvió hacia Eleanor–. ¿Estás segura de que te las apañarás con Tom? A veces es un poco difícil.

–No te preocupes, nos las apañaremos bien. Pasad un buen día, y tomaos todo el tiempo que necesitéis –añadió Eleanor, dándole unas palmadas en el brazo.

–Gracias –suspiró Sofie mientras se agachaba un poco para besar a la mujer en la mejilla.

Entonces le acarició la cabeza a su hijo y se metió en la casa.

Diez minutos después, Lucas y ella iban tranquilamente por la carretera de la costa, disfrutando sin prisa de la mañana, y Sofie se recostó en el asiento y se sintió más relajada de lo que se había sentido en mucho tiempo. O al menos hasta que Lucas habló.

–¿Por qué te has sorprendido cuando te has enterado de que les había contado a mis padres lo de Tom? Tenía que contárselo en algún momento –comentó Lucas mientras tomaba una curva cerrada.

–Lo sé… –suspiró–. Supongo que sigo con la idea de que tengo que mantenerlo en secreto, y… –vaciló un poco.

Lucas la miró un instante antes de volver la mirada de nuevo a la carretera.

–¿Y?

–Pues que no quería oír que me odian por mantener en secreto lo de Tom.

–No te odian. Se sintieron dolidos y decepcionados cuando te fuiste, pero se les pasará. Tendrás que darles tiempo –le explicó Lucas.

Sofie sintió alivio al oírle decir eso, porque sus padres le caían bien y no quería hacerles daño.

–Tom les va a encantar –pronunció, sonriendo mientras lo pensaba.

Lucas se echó a reír.

–Creo que todo el que conoce a Tom acaba queriéndolo. Yo lo quise desde el momento en que lo vi –declaró.

–¿De verdad? –dijo ella con curiosidad.

–Es mi hijo, cara. Nada más verlo, me robó el corazón –le confesó.

Sofie sintió un nudo de emoción en la garganta.

–Yo también sentí lo mismo cuando la enfermera me lo colocó encima y él me agarró un dedo con fuerza –dijo en tono suave.

Al igual que su padre, Tom había dejado una marca indeleble en su corazón. Sólo tenía que mirar a Lucas para saberlo. Él la había traicionado, había malogrado la confianza que había depositado en él, pero ella no podía dejar de amarlo.

–Somos prisioneros de la fortuna, amore. Los dos queremos a nuestro hijo, y por eso haremos que esta vez nuestro matrimonio funcione –respondió Lucas.

Sofie sabía que no se equivocaba.

Aparcaron junto al malecón y caminaron hasta donde estaba el mercadillo, un bullicioso lugar lleno de luz y de color.

Lucas insistió en darle la mano, y Sofie y él pasearon por los puestos que vendían de todo. Sofie no tuvo ningún problema para hacerse entender, ya que hablaba francés bastante bien porque lo había aprendido en el colegio. Había tantas gangas en el mercadillo, que cuando decidieron ir a almorzar iban cargados de paquetes. Lucas dijo que los llevaría al coche y dejó a Sofie esperándolo a la sombra.

En ese momento, a Sofie le llamó la atención un hombre que estaba apoyado contra el muro del malecón. Aunque él estaba medio vuelto hacia el otro lado y no podía verle del todo la cara, todo en él le resultaba muy conocido. Pero Sofie se quedó sin respiración cuando se puso derecha para verlo mejor. En la figura y el tono de su piel y de su cabello, aquel hombre le recordaba tanto a Gary Benson que el susto que se dio la sacudió con la fuerza de un rayo.

Por supuesto, no podía ser él, se dijo colocándose la mano delante de los ojos a modo de pantalla para verlo mejor. No había vuelto a verlo desde aquel día a la puerta de su casa; el mismo día que había dejado a Lucas. En realidad, casi se había olvidado de él con todo lo que había pasado. En Inglaterra podría haberse presentado, pero allí era imposible. Y sin embargo, desde allí, se parecía mucho a él. Como si el hombre percibiera su atención, se volvió y la miró unos segundos antes de darse media vuelta y marcharse.

Asqueada, Sofie se puso de pie sin pensárselo dos veces. Esa mirada la había dejado helada, pero no pensaba reaccionar mal. Tenía que controlarse, porque era Gary Benson sin lugar a dudas. Se lo decía el instinto, pero tenía que asegurarse. ¡Tenía que saberlo!

Sin pensar, salió corriendo hacia él, tratando de salvar la distancia entre los dos sin que él la viera. Si el hombre no era Benson, no quería que se diera cuenta de nada.

Al poco se detuvo unos instantes, preguntándose qué demonios estaba haciendo siguiendo a aquel hombre; de modo que se metió en un portal y aguantó la respiración, con el corazón que se le salía por la garganta sólo de pensar que alguien pudiera descubrirla.

Cuando, segundos después se asomó, comprobó que la calle estaba vacía y se puso más nerviosa. ¿Dónde se habría metido? Corrió hasta el cruce siguiente, que alcanzó justo a tiempo para verlo girar por una calle. Sin embargo, cuando alcanzó la calle, él había desaparecido.

Sofie se apoyó contra la pared y aspiró hondo para recobrar el aliento. Lo había perdido, y ya nunca lo sabría. Cerró los ojos al tiempo que la invadía una sensación de impotencia. ¿Cómo era posible que Gary Benson estuviera allí?

–La foto del periódico no te hace justicia, Sofie –declaró la voz que durante tantos años la había obsesionado.

Sofie abrió los ojos y vio a Gary Benson allí delante de ella.

–¿Qué periódico?

–En el aeropuerto, detrás de ese futbolista, Sofie –le explicó Gary.

Sofie gimió para sus adentros.

Gary se echó a reír, encantado al ver su expresión de asombro.

–Lo sé. A mí también me sorprendió. Pero en cuanto la vi, supe que tenía que venir a verte.

–¿Cómo me encontraste? El artículo del periódico mencionaría Niza, no este pueblo.

–Cuando llegué busqué el apellido Antonetti en la guía –le respondió con sencillez.

Sofie se puso derecha y se cruzó de brazos muy enfadada.

–Esto tiene que parar, Gary. No puedes continuar siguiéndome e invadiendo mi espacio. No me interesas. ¿Es que no lo entiendes?

Como siempre, Gary negó con la cabeza.

–Sé que no lo dices en serio. Nos amamos. Sabes que sí.

Sofie lo miró y quiso gritar. ¿Cómo podía ser tan injusta la vida?

–Vete, Gary, eres un gusano. ¡Yo no te amo! –lo señaló para enfatizar sus palabras–. Amo a mi marido, y tú no eres más que una desagradable molestia. ¿Y sabes lo que les pasa a los tipos como tú? –lo empujó, consiguiendo que él retrocediera un paso–. Que alguien acaba pisándolos, eso es lo que les pasa. ¡Ahora, márchate y déjame en paz! –le ordenó con frialdad, antes de darse la vuelta y echar a andar deprisa.

Gary Benson se quedó mirándola un momento, pero ya no sonreía.

Sofie se sentía mejor por haberle respondido así a Gary, por no haberse arredrado delante de él. Tal vez no hubiera tenido mucho tacto, pero el tacto no le había llevado a ningún sitio en el pasado. Tan distraída estaba que pasó un momento antes de que se le ocurriera pensar en Lucas. ¿Cómo iba a explicarle su ausencia?

Nada más regresar cerca del sitio donde había estado sentada vio a Lucas con los brazos en jarras, buscándola con la mirada entre la gente. Momentos después la vio y se dirigió hacia ella a grandes zancadas.

–¿Dónde diablos estabas? Estaba empezando a preocuparme.

–Lo siento –se disculpó rápidamente, retirándose el pelo de la cara–. Me pareció ver a alguien conocido.

No le sorprendió ver su cara de incredulidad.

–¿Aquí? ¿Te ha parecido ver a alguien que conocías, aquí?

Ella se encogió de hombros y abrió las manos.

–No me parece algo tan extraño. Al fin y al cabo, es una zona de vacaciones –señaló.

–De acuerdo, ya te entiendo –concedió–. ¿Pero quién era?

Sofie hizo una mueca y empezó a mentir.

–Ahí está el problema, y es que no me acerqué lo suficiente como para asegurarme del todo.

No quería hablar de Gary Benson en ese momento; sólo quería que el tipo la dejara en paz.

–¿Y quién te parecía que era?

–Ah, alguien que conocía en el pasado. No lo conocerías –dijo en tono despreocupado.

–¿Lo? –le dijo Lucas en tono suspicaz.

Sorprendida y bastante complacida ante las señales de sospecha masculina, Sofie se echó a reír.

–No tienes por qué tener celos. No fue esa clase de relación que estás pensando –le dijo ella en tono ligero, esperando que él se olvidara del tema.

–¿Y qué clase de relación teníais? –insistió, sin querer dejar el tema.

Sofie abrió mucho los ojos, totalmente incrédula.

–Era él quien quería algo, no yo. Mira, ¿podemos dejar el tema, por favor? Me gustaría ir a comer algo.

–¿Estás segura de que no hubo nada más?

De pronto estuvo totalmente segura de que Lucas estaba celoso.

–Por supuesto.

Él arqueó una ceja.

–¿Entonces por qué fuiste detrás de él?

La pregunta la pilló desprevenida, porque de haber sido cierto no habría querido ir detrás de alguien que no le gustaba.

–Porque quería asegurarme de que no era él –fue lo mejor que se le ocurrió–. No quería que su presencia estropeara nuestra visita. ¿Pero bueno, por qué te molesta tanto?

Él se movió y bajó la vista.

–No me molesta; no era más que un poco de curiosidad. Vayamos a comer.