Capítulo 8

 

 

 

 

 

QUÉ ESTÁ pasando? –Charlie entró en casa a las siete y media y encontró a Riccardo esperándola. Aquello era desconcertante.

De hecho, las dos últimas semanas habían sido absolutamente desconcertantes para ella. Podría acusarlo de un montón de cosas, pero no podría acusarlo de no hacer un esfuerzo con Gina. Al contrario, se estaba mostrando como un padre increíblemente cariñoso y atento.

Había llevado a Gina al cine varias veces, eligiendo cuidadosamente las películas. Había soportado meriendas en hamburgueserías llenas de niños, ruidosos cumpleaños infantiles… Había jugado al Monopoly, la ayudaba a hacer los deberes, le enseñaba a cortar la carne de forma adecuada… en resumen, hacía todo lo que haría un padre cariñoso y dedicado.

Charlotte lo había observado todo a cierta distancia, sorprendida, uniéndose a los juegos cuando le parecía necesario pero manteniendo la distancia para evitar que ocurriera lo que había ocurrido la primera noche.

Qué error, qué terrible error, pensaba, angustiada. Porque aquella noche había descubierto que nunca había dejado de amar a Riccardo di Napoli.

–Llevas mi delantal puesto.

–¿No me digas? No me había dado cuenta.

–Tienes un aspecto ridículo –sonrió Charlotte–. Ojalá tuviese una cámara. Éste es un momento que merece la pena guardar en el recuerdo.

–He hecho la cena.

–¿Qué?

–Gina está con una de sus amiguitas del colegio. Le he dado permiso para ir al cine con su madre, así que no volverá hasta las nueve. Pensé que no te enfadarías, como es viernes…

–Sí, bueno, me parece bien.

–Y como estamos solos, es una buena oportunidad para discutir… algún acuerdo doméstico, ¿no te parece?

–Ah, ya.

De modo que era eso. Ahora le diría que se marchaba de allí, estaba segura. Y la verdad era que se había acostumbrado a tenerlo en casa. Pero si pensaba que ponerse un delantal era la manera adulta de darle esa noticia se había equivocado.

Lo que no esperaba fue lo que encontró en la cocina. La mesa puesta, velas, flores…

–¿Qué significa esto?

–No hace falta que pongas esa cara. Tampoco soy un inútil.

–Pensé que odiabas cocinar y que no te acercabas a la cocina a menos que fuera para sacar una botella de vino de la nevera.

Riccardo sacó una bandeja del horno.

–Puede que esté mejor de sabor que de vista –dijo, suspirando–. Es una lasaña.

–No tiene mala pinta –sonrió Charlie.

–También he hecho una ensalada.

Riccardo no sabía por qué había hecho todo aquello. Quizá porque no dejaba de preguntarse si de verdad Charlie estaría trabajando o saliendo con Ben. Quizá porque sabía que sólo toleraba su presencia en la casa, pero no estaba en absoluto interesada. Y eso le dolía. Le dolía saber que Charlie estaba deseando que se fuera de allí.

–La verdad es que está muy rica –sonrió ella, probando la lasaña–. Mezclar pasta y champiñones, tomate… y todo por mí. No me lo puedo creer. Menudo esfuerzo. Debes de estar agotado.

Riccardo hizo una mueca.

–Charlie… ¿quieres que hablemos en serio?

–No sé si deberíamos esperar hasta después de la cena.

–No somos extraños. Tenemos una hija en común –le recordó él.

–Sí, eso es verdad. También es verdad que me quedé horrorizada cuando supe que habías traído tus cosas aquí, pero debo admitir que la experiencia ha funcionado mucho mejor de lo que yo esperaba.

–¿La experiencia?

–Sí, bueno, eso es lo que ha sido, ¿no? Un experimento.

–¿Un experimento?

–Riccardo, puede que tú creas que tienes una solución para todo, pero…

–Espera un momento. ¿Por qué no bajas de tu pedestal y dejas de juzgarme?

–No estaba juzgándote.

–¿No? Entonces, ¿por qué dices que creo tener una solución para todo? ¿No será porque sigo siendo el canalla que te dejó plantada hace ocho años? Ha pasado mucho tiempo de eso, Charlie.

–Ha pasado mucho tiempo, sí. Y mucho sufrimiento también –le recordó ella–. ¿Crees que todo me fue tan fácil como lo es ahora? Tenía dieciocho años.

Riccardo dejó escapar un suspiro. Estaba claro que no tenía sentido seguir allí. Charlie tenía razón. Aquello había sido un experimento, nada que ver con la realidad.

–Pero estoy de acuerdo en que te portas muy bien con Gina.

–¿Pensabas que no sería así?

–No lo sé. ¿Cómo iba a saberlo? Pensé que te resultaría más difícil entenderte con ella. Al fin y al cabo, tú no estás acostumbrado a tratar con niños.

–Gina es una niña muy inteligente. Divertida, simpática.

–Sí, desde luego. Y me alegro mucho de que os llevéis bien. Supongo que está en esa edad… siente curiosidad por todo y está dispuesta a darle a todo el mundo el beneficio de la duda. Por eso acepté este acuerdo, Riccardo. Pero tiene que terminar. Y supongo que tú sabes que es así. Cuanto antes, mejor. No será fácil para Gina, pero creo que tu relación con ella es suficientemente estrecha como para que podamos llegar a un acuerdo sobre su custodia.

Él asintió con la cabeza, pensativo. No tenía sentido intentar convencerla de lo contrario, estaba claro.

Después de cenar, fregaron los platos entre los dos.

–Podríamos comprar un lavavajillas. Aunque esto de fregar platos… ¿No es para eso para lo que existen los restaurantes?

–A mí me parece divertido fregar los platos con Gina. Yo friego y ella los aclara –dijo Charlotte–. Y mientras tanto charlamos sobre lo que hemos hecho ese día.

–Ya.

–Supongo que en tu mundo charlar sobre lo que has hecho mientras friegas platos no es algo muy emocionante. Además, ¿con quién vas a hablar tú?

Riccardo apretó los labios.

–¿Qué quieres decir?

–Que no has pasado los últimos ocho años comprometido con otra persona. No tienes mujer, ni familia… sólo un montón de novias. Y todo el mundo sabe que uno no se pone a hablar de esas cosas con una rubia de metro ochenta.

–¿Me estás insultando? Porque si es así, es un poco infantil, ¿no te parece? –suspiró Riccardo–. Lo que deberíamos hacer es discutir civilizadamente el siguiente paso. Voy al salón, donde podremos hablar con más comodidad.

–Riccardo…

–Si no quieres hablar, te advierto que no tendré más remedio que llamar a mi abogado. Quiero derechos de visita y si no puedes controlar el odio que sientes por mí…

–No siento odio por ti, Riccardo. Y tienes razón, no debería hacer comentarios sobre tu vida personal.

–Puedo marcharme mañana, si quieres. Y me gustaría pasar el día con Gina.

–Muy bien –murmuró ella.

Charlotte se preguntó cómo se sentiría cada vez que Riccardo fuese a buscar a su hija. Pensaría en él como un extraño, como un hombre que había desaparecido de su vida sin desaparecer del todo. Se preguntó qué sentiría cuando viera a otra mujer en el coche.

–Pero quiero poner ciertas condiciones…

–¿Por ejemplo?

–Gina no puede acostarse tarde los días de diario porque tiene que hacer los deberes. De modo que cuando vengas a buscarla tendrás que traerla a casa temprano.

–Muy bien. Pero tú debes entender que mi trabajo es muy complejo y no puedo planear estar aquí a una hora fija. A veces te llamaré un par de horas antes para decir que quiero ver a la niña… pero te garantizo que no será más de dos veces por semana. Y quiero verla dos fines de semana al mes.

–Muy bien –murmuró Charlie, intentando contener las lágrimas. La idea de separarse de su hija, aunque sólo fueran dos fines de semana al mes, le rompía el corazón.

–Y luego están las vacaciones…

–No quiero pensar en eso ahora.

–Inténtalo –insistió Riccardo.

–No lo sé…

–Quiero que venga conmigo a Italia. Allí tiene parientes, gente a la que no conoce.

–No había pensado en ello. ¿Cómo van a reaccionar?

–Con alegría –contestó él–. Mi madre lleva años esperando que le diese un nieto, así que estará encantada. Claro que ella habría preferido tenerlo después de que estuviera casado, pero así es la vida.

–Casado con una chica de tu círculo social, claro.

–No, mi madre abandonó esa ambición hace tiempo.

De hecho, se había resignado a no conocer a las novias de su hijo porque no eran el tipo de chica que uno presenta a su madre. Como Charlie había dado a entender con toda exactitud.

–¿Y el resto del mundo?

–¿Cómo?

–Tus amigos, tus colegas, tus socios.

–¿Qué pasa con ellos?

–¿Cómo van a reaccionar cuando sepan que tienes una hija de ocho años? No todos los días un hombre tan rico como tú se ve envuelto en un pequeño escándalo…

–¿Un escándalo? ¿Quién ha dicho nada de escándalos? Sí, supongo que habrá rumores y cotilleos, pero nada más. Me importa un bledo lo que la gente opine sobre mi vida personal.

Charlie habría deseado sentir lo mismo. Quizá así habría podido lidiar con la presencia de Riccardo un poco mejor. Pero ella acababa de superar la curiosidad de sus amigos, de sus compañeros de trabajo, que nunca habían hecho preguntas directas, pero que murmuraban por detrás.

–También me gustaría que fueras muy discreto con tu vida privada –dijo entonces–. Quiero decir… me da igual con quién te acuestes, pero no quiero que le presentes a Gina a una procesión de mujeres.

–¿Y si sólo fuera una mujer?

–Bueno, entonces sería diferente.

¿Había una sola mujer en su vida?

–¿Y debo traerla aquí para que tú des el visto bueno? –preguntó Riccardo, irónico.

–No hace falta que te pongas sarcástico.

Parecía tan joven, pensó él. Tan joven y tan vulnerable.

–No, no hace falta. Tienes mi palabra. La única mujer que presentaré a Gina será la mujer con la que esté dispuesto a casarme.

Charlotte apretó los labios y asintió con la cabeza.

–Pero yo sé que hay otro hombre en tu vida. ¿Gina se lleva bien con él?

–Todo el mundo se lleva bien con Ben –suspiró ella.

Riccardo miró su reloj.

–Muy bien. Sugiero que hablemos con la niña en cuanto llegue para explicarle la situación.

–Sí, claro.

A Charlotte no le había pasado desapercibida esa mirada al reloj. Para él, la conversación había terminado. Mostrarían un frente unido con la niña, pero ya estaba harto de jugar a las casitas. Seguramente se habría cansado antes de aquella noche.

Ella no se había dado cuenta, pero el amor era así; hacía que una lo viera todo borroso.

 

 

Charlie había pensado que tendría que consolar a su hija, decirle que su padre iría a verla aunque no vivieran en la misma casa, pero fue Riccardo quien habló con la niña. Había una parte de él, una parte tierna que Charlie desconocía. Era evidente que estaba comprometido con su hija y lo creyó cuando dijo que iría a verla al menos dos veces por semana.

Era tan difícil creer que aquel hombre era el mismo con el que ella apenas podía entenderse.

Más tarde, con Gina ya en la cama, volvió la fría hostilidad entre los dos. Riccardo le dijo que llamaría a su abogado para que redactase las condiciones de la custodia y para aclarar sus obligaciones económicas.

–Y te lo advierto, tendrás que soportar alguna inconveniencia a partir de ahora. He querido mantener esto en secreto, pero ya no será así.

–¿Qué quieres decir?

–Periodistas, Charlie. Por Gina intentaré mantenerlos alejados, pero soy una persona muy conocida en el mundo de los negocios. Y esta situación tan inusual seguramente despertará el interés de la prensa, así que… nada de hombres en la puerta de tu casa. Hay una fina línea entre los cotilleos y el escándalo.

–Pensé que te daba igual lo que otras personas pensaran de ti –replicó ella.

–Y me da igual. Pero podría ser muy confuso para Gina. Y ella es la persona importante en esta ecuación, ¿no?