Capítulo 10

 

 

 

 

 

QUE BEN fuese a buscarla a la oficina tres días después fue toda una sorpresa. Durante aquellos días, Charlotte estaba absolutamente confusa… mientras Gina y Riccardo se mostraban felices ella estaba sola en su confusión.

Riccardo y ella habían hablado juntos con la niña, pero Gina había aceptado la noticia con una sorprendente falta de curiosidad. Típico de una cría de ocho años, claro. Era muy precoz, pero cuando se trataba de la boda de su padre y su madre decidió no hacer preguntas.

–¡Genial! –fue lo único que dijo–. ¿Mis amigas pueden venir para conocer a papá?

La prensa, alertada de la noticia, había dejado de perseguirlas y ahora se dedicaba a especular sobre cómo sería la boda, quién diseñaría el vestido, dónde iban a vivir…

Riccardo parecía satisfecho porque había conseguido lo que quería desde el momento que descubrió que tenía una hija. Incluso la había conseguido a ella. Y Charlotte no sabía qué pensar.

¿Estaría cometiendo un terrible error? ¿Iba Riccardo a destrozar su vida como la había destrozado ocho años antes? Charlotte se había resignado a vivir una vida sin amor para asegurar la felicidad de su hija. Creía que eso sería suficiente. Tendría que serlo.

Y, por todo eso, cuando Ben fue a buscarla se alegró muchísimo de verlo. Tenía tantas dudas, tal angustia…

–Para ser alguien que está viviendo un cuento de hadas no pareces muy feliz. ¿Qué pasa, Charlotte?

–¿Qué pasa? –repitió ella–. ¿Cuánto tiempo tienes?

–Venga, vamos. Te invito a comer.

–No puedo. Tengo que trabajar…

–Pero también tienes que comer, ¿no? Venga, vamos a un restaurante que está aquí cerca. Así podrás contármelo todo.

Ben la llevó a un restaurante donde el maître los colocó en una mesa discreta y allí le contó todo lo que había pasado. Se desahogó como lo haría con un buen amigo, lo que Ben había sido siempre. Y no dijo nada cuando Charlotte le confesó que habría deseado amarlo a él como amaba a Riccardo di Napoli.

Cuando lo abrazó para despedirse, en la puerta del restaurante, Ben le dio un fraternal beso en la frente.

 

 

Al otro lado de la calle, Riccardo se detuvo, atónito. No había esperado aquello. La chica de la oficina le había dicho dónde estaba Charlie, pero no había esperado encontrarla con Ben.

Se quedó mirándolos mientras se abrazaban. Ella estaba sonriendo y desde allí parecía feliz.

Riccardo tuvo que apretar los dientes, sintiendo como si una garra apretase su corazón. Luego se dio la vuelta y empezó a caminar. Pero no fue a su oficina. Intentar trabajar en aquel momento sería imposible.

Por primera vez desde que llegó a Londres tomó un taxi y fue a Regent’s Park, que estaba casi desierto a aquella hora. ¿Por qué le dolía tanto ver a Charlie con otro hombre? ¿Por qué era como si le estuviera rompiendo el corazón?

La idea de vivir con ella y no tener su amor, que Charlie pensara en otro hombre mientras estaba con él era… insoportable. Y ahora sabía por qué.

Nervioso, sacó el móvil del bolsillo y marcó un número.

–Tengo que verte –le dijo sin más preámbulos–. Ahora mismo.

–Tengo mucho trabajo, Riccardo. ¿No puedes esperar unas horas?

–No, no puedo esperar –contestó él–. ¿Quieres que nos veamos en tu oficina?

–No –respondió Charlotte–. ¿Dónde estás?

–En Regent’s Park.

–¿En Regent’s Park? –repitió ella, incrédula.

–Sí, aquí estoy. Puedes venir, pero hace un día horrible. Y está tan solitario…

–Muy bien, entonces nos veremos en mi casa. ¿Va todo bien?

–No. Pero te lo explicaré cuando te vea.

Charlotte colgó sorprendida. Riccardo parecía triste, abrumado por algo. ¿Habría cambiado de opinión?, se preguntó. Pero no, eso no podía ser. ¿Cómo iba a decirle a Gina ahora que su padre no quería casarse con ella, que no iban a ser una familia?

Media hora después se encontraron en la puerta de casa.

–Hola.

–Hola –murmuró Riccardo, sin mirarla.

Charlotte entró y se quitó los zapatos mientras entraba en el salón. No sabía cómo preguntarle, temía hacerlo.

–¿Qué ha pasado? –dijo por fin–. ¿Por qué has ido a Regent’s Park?

–Siéntate –dijo Riccardo.

Ella obedeció, nerviosa.

–Hoy fui a tu oficina y la chica me dijo que habías salido a comer.

–Sí, así es.

–¿Cuánto tiempo llevas viéndote con él a mis espaldas?

–¿Qué?

–¿Desde cuándo ves a Ben a mis espaldas? –insistió Riccardo.

–No estoy viendo a Ben a tus espaldas. Fue a buscarme a la oficina y salimos a comer juntos…

–Charlie, no, no digas nada. No tengo ningún derecho a hacerte esas preguntas.

Ella lo miró, incrédula.

–¿Qué?

–Te dejé hace ocho años. Te dejé de la peor manera posible, Charlie. No tengo ningún derecho sobre ti. Aunque tengamos una hija juntos. Pero necesito pedirte que no veas a Ben, que no pienses en él siquiera.

–Riccardo…

–Tengo un problema con él. Tengo un problema con tu amistad con él.

–¿Quieres decir que estás celoso? –preguntó Charlotte.

–¿Y eso te parece raro? Claro que estoy celoso. No puedo soportar verte en compañía de otro hombre.

–Pero Ben es un amigo.

–No es sólo eso. Has decidido casarte conmigo porque… prácticamente te he obligado a hacerlo. Pero sientes un gran cariño por Ben…

–Sólo es un amigo, Riccardo.

–Charlie, este acuerdo nuestro… este matrimonio de conveniencia no es suficiente para ninguno de los dos. Pensé que lo sería, que así me saldría con la mía, que era en interés de Gina, pero estaba equivocado.

–¿Has cambiado de opinión?

Riccardo asintió con la cabeza.

–Una vez fuimos felices, Charlie. Sé lo que piensas de mí, pero podríamos volver a ser felices. Estoy seguro.

–¿De verdad?

–No me refiero sólo al tiempo que pasamos juntos en Italia. Yo… fui muy feliz cuando vivíamos juntos aquí. Y creo que podríamos volver a serlo. Si no te lo demostré, fue enteramente culpa mía. No digas nada, sólo quiero que lo pienses. Y si sigues diciendo que no, entonces será que no.

Charlotte no entendía nada. No reconocía a aquel nuevo Riccardo.

–Hace ocho años, cuando te dejé, los dos éramos muy jóvenes y yo tenía demasiada vida por delante como para sentar la cabeza. O eso pensaba.

–Lo sé –murmuró ella.

Riccardo tomo su cara entre las manos.

–Lo que intento decir es que lo mejor que me ha pasado en la vida fue volver a encontrarme contigo, Charlie. Y saber que tenía una hija. Es lo más bonito del mundo. No me he dado cuenta de lo que significaba hasta… hace un momento. Solo, en el parque, después de verte con Ben.

–Riccardo…

–No había querido entenderlo. Yo siempre con mi orgullo, con mi forma de hacer las cosas, pero… es como si esos ochos años no hubieran pasado nunca.

–¿Que quieres decir?

–Durante ocho años he hecho lo que estaba programado para hacer. Disfrutaba, desde luego, pero jamás he querido a nadie. Nunca he amado de verdad a otra persona, nunca he encontrado sentido a mi vida –le confesó Riccardo–. Y entonces apareciste tú, Charlie. Y fue como si hasta entonces hubiera vivido la vida a medias. No quiero casarme contigo sólo por Gina. Quiero casarme contigo por mí, porque ya no puedo volver a esa media vida. Y antes de que digas nada, sé que puedo hacerte feliz. Tú crees que necesitas la seguridad de ese hombre, pero no es verdad. Yo también puedo ser tu amigo.

–Riccardo… –repitió Charlotte, atónita.

–Sólo te pido una oportunidad. Te quiero, cariño. Te quiero, Charlie.

–¿Te importaría decir eso otra vez? –murmuró ella cuando pudo encontrar su voz.

–Vamos, Charlie –Riccardo, viendo la transformación en su rostro, se sintió más feliz que nunca–. Yo te he desnudado mi alma. Ahora es tu turno.

 

 

Gina no pensaba dejar que tomasen una sola decisión sin contar con ella. Sobre la boda, sobre la nueva casa en Richmond…

Y el temido encuentro con la madre de Riccardo no había resultado ser temible en absoluto. Al menos, para la niña.

–Me va a odiar –suspiraba Charlie, asustada–. Odiará mi casa, a mí, a mi hija, todo.

No fue así. Elena di Napoli le pidió perdón por lo que había pasado ocho años antes y se mostró absolutamente feliz con su nieta.

La niña era capaz de romper el hielo en cualquier parte. Y Charlie jamás había sido tan feliz.

Riccardo y ella se habían casado unos días después. Fue una ceremonia muy sencilla, seguida de un banquete mucho más espectacular. Pasaron su luna de miel en Italia… una luna de miel durante la cual apenas habían visto a su hija, prácticamente secuestrada por la señora di Napoli, que no quería apartarse de la niña.

Riccardo, que apenas entendía cómo había podido vivir sin Charlie todos esos años, volvía a su enorme casa de Richmond cada noche para encontrarse con las dos mujeres de su vida.

Y cuando en el primer aniversario fue informado de que iba a tener otro hijo, sintió que se le hinchaba el corazón de orgullo por la mujer que estaba sentada frente a él en el restaurante, tomando un sorbo de agua mineral.

–¿Vas a dejar de trabajar?

Charlie asintió con la cabeza.

–Sí, ahora sí. Gina está encantada en su nuevo colegio, las cosas van bien… creo que es buena idea que me dedique al niño por completo. Durante un tiempo, luego ya veremos.

–Me alegro, cariño.

Charlie tenía los ojos llenos de lágrimas.

–Además, ya es hora de que me mantengas.

Y luego sonrió, porque eso era lo que Riccardo había querido hacer desde que ella lo miró a los ojos y le dijo: «Sí, quiero».