Capítulo 3

 

 

 

 

 

ERA CASI medianoche y el ambiente en el restaurante era de gran expectación. Después de cenar, una orquesta empezó a tocar varias piezas y unas cuantas parejas se animaron a bailar. El gerente se había acercado para decirle algo a Jed al oído, pero Cryssie no quiso preguntar.

Era un sitio tan elegante, tan bonito… Desde luego, sería fácil acostumbrarse a ese tipo de vida, pensó.

La gente estaba mirando el reloj. Claro, pronto empezaría la cuenta atrás. ¿Y qué iban a hacer para celebrar la llegada del nuevo año?

Entonces se le ocurrió algo aterrador. Y cuando miró a Jed, él la estaba mirando. No tendrían que besarse… Oh, no, no, eso no. Se metería bajo la mesa antes de besar a su nuevo jefe. Aunque tampoco quería portarse como si fuera una cría. Sería humillante para Jed si lo dejaba plantado mientras todo el mundo se besaba.

Aquél era uno de esos momentos para los que no estaba preparada.

Pero no debería haberse preocupado. Su «jefe» también debía de estar pensándolo y, cuando llegó el momento, Jed levantó su copa.

–Feliz Año Nuevo, Cryssie. Que sea un año bueno para todos.

Y se terminó. El momento había pasado. Jed sonreía con cierta superioridad, como si supiera lo que estaba pensando.

¿Por qué se había puesto tan nerviosa? Jed Hunter no iba a besarla. Estaban allí para hablar de trabajo, exclusivamente. Además, ¿habría sido tan horrible que la besara? ¿Sentir el calor de sus brazos, los latidos de su corazón? Cryssie miró su copa. Debía de haber bebido demasiado.

Sin embargo, ¿por qué se sentía tan decepcionada?

 

 

Era casi la una cuando el gerente usó un micrófono para dirigirse a los comensales:

–Señoras y señores, debo anunciarles que lleva más de una hora nevando y me temo que algunos de ustedes tendrán dificultades para volver a casa.

–¿Está nevando? –exclamó Cryssie.

–Sí, eso es lo que vino a decirme antes. Pero como no podíamos hacer nada, ¿para qué estropear la cena?

–¿Por qué ha dicho que podríamos tener dificultades para volver a casa? No puede… haber nevado tanto, ¿no?

Cryssie se sentía rara. Nunca había bebido tanto champán y le costaba trabajo formar frases completas.

–Toma, bebe un poco de agua –sonrió Jed–. Voy a salir un momento a ver el panorama. No te preocupes, Crystal. No pasa nada.

Cryssie estaba segura de que ni siquiera una nevada estropearía los planes de Jed Hunter, el hombre que siempre conseguía lo que quería. Además, el Laurels no estaba tan lejos de su casa. Su casa… ¿Por qué no estaba allí ahora, metida en la cama?

Él volvió a la mesa unos minutos después.

–¿Qué tal? ¿Podemos irnos?

–No, me temo que la tormenta de nieve ha sido totalmente inesperada. Y sigue nevando. Las carreteras están imposibles y no sacarán las máquinas quitanieves hasta por la mañana –contestó Jed, pasándose una mano por el pelo.

–¿Y qué vamos a hacer? Todo el mundo se está marchando.

–Sólo los que viven cerca de aquí y se atreven a volver andando a casa. Pero nosotros no podemos arriesgarnos.

–No creo que tardásemos tanto. Mi casa sólo está a diez kilómetros de aquí.

–¿Piensas ir caminando con esas sandalias en medio de una tormenta de nieve? ¿Y con ese vestidito?

–Si caminamos deprisa no será tan terrible. Y unos pies mojados no son una amenaza de muerte. Sobreviviré, te lo aseguro.

Hablaba como si estuviera convencida, pero debía admitir que la cosa no parecía sencilla.

–Cryssie, lo siento, pero no podemos ir a tu casa esta noche. Sería una locura ir en coche e ir caminando es imposible. Lo siento, no sabía que esto iba a pasar…

–¿Y qué vamos a hacer, quedarnos aquí toda la noche? Yo tengo que volver a casa. Polly se llevará un susto…

–No te preocupes, seguro que tu hermana sabe sumar dos y dos. De todas formas, llámala por teléfono y deja un mensaje en el contestador.

Ella dejó escapar un suspiro.

–En fin, menos mal que mañana no tengo que trabajar. Si tuviera que ir a trabajar sin dormir, no daría pie con bola.

–No te preocupes, yo me encargaré de que duermas un rato.

–¿Cómo? No puedo dormir de pie.

–No tendrás que hacerlo. El gerente nos ha dejado una habitación…

–¿Una habitación? ¿Qué habitación? Esto es un restaurante…

–Es un hotel-restaurante –le explicó Jed–. Tienen unas cuantas habitaciones arriba, cuatro exactamente. Y nosotros, junto con otras parejas, hemos sido afortunados. Los demás tendrán que dormir apoyando la cabeza en la mesa.

Naturalmente, pensó Cryssie. Él era copropietario de aquel local, de modo que lo trataban como a un príncipe.

–Todo está preparado, señor Hunter –dijo el gerente entonces–. La habitación número uno, al final de la escalera. Es una habitación muy cómoda, se lo aseguro –añadió, mirando a Cryssie–. La mejor. Encontrarán en ella todo lo que necesiten.

–Gracias, Mark.

–Un momento… –empezó a decir Cryssie.

–Vamos, querida –la interrumpió Jed, tomándola del brazo–. Ya es hora de irse a la cama. Buenas noches, Mark. Y gracias otra vez.

¿Querida? «Yo no soy su querida», pensó Cryssie, enfadada. ¿De verdad pensaba que iba a pasar la noche con él, como si fuera lo más natural del mundo?

–Espera un momento. Si crees que yo…

–No hagas una escena –dijo Jed en voz baja–. En este sitio me conoce todo el mundo.

Cryssie se sentía incapaz de decir una palabra mientras subían la escalera. Aquello era completamente absurdo.

–No está mal –dijo él, después de entrar en la habitación–. ¿Qué lado de la cama prefieres?

Estaba tomándole el pelo, eso era evidente. Sus ojos negros tenían un brillo de burla que la enfadó aún más.

–Si crees que voy a dormir en esa cama contigo… ¡es impensable!

–¿Y qué piensas hacer? ¿Pasar la noche al fresco? Eso enfadaría mucho al gerente de Laurels. Pensaría que su hotel no es suficiente para la señora. Venga, no seas tonta, Cryssie. Estás cansada y esto es lo único que podemos hacer. Y no pongas esa cara. Por la mañana, lo verás todo de otra manera.

–Espero que tengas razón. Pero si crees que esto es parte de la fiesta… vamos a dejar una cosa clara, Jed Hunter. Yo no soy tu «querida» y no me gusta nada que me llames así.

–Sólo te llamé así para ahorrarnos una escenita. Habría sido mucho peor dar la impresión de que somos dos perfectos desconocidos.

–Sí, ya. Pues mira, te dejo la cama para ti solo. Yo no pienso dormir en ella –replicó Cryssie, tirando su bolso en el sofá–. Si me das una manta y una almohada, yo dormiré aquí perfectamente.

–Podríamos poner algo entre los dos –sugirió él–. Ya sabes, una barrera para que no… –Jed no terminó la frase al ver su expresión–. Muy bien, muy bien, de acuerdo. Lo que tú digas –suspiró entonces, quitándose la chaqueta.

Cryssie entró en el cuarto de baño y cerró la puerta. Sentada sobre el borde de la bañera, con la cabeza entre las manos, se preguntó cómo había terminado metida en aquel lío. ¿Qué diría Polly si le contaba con quién y cómo había pasado la noche?

Suspirando, levantó la cara. Colgados de la puerta había dos albornoces blancos. Genial. Podría dormir perfectamente envuelta en uno de ellos.

Era un poco tarde para darse un baño, pero una ducha caliente resultaba irresistible, de modo que abrió el grifo y usó todos los geles y jabones que el restaurante-hotel ponía a disposición de sus clientes. Después de todo, ella nunca se había alojado en un sitio tan elegante. Aquello era el lujo y estaba dispuesta a disfrutar… todo lo que fuera posible, en sus circunstancias.

Pero luego pensó en el hombre que estaba al otro lado de la puerta y su humor decayó de inmediato. Sería mejor salir del baño, ocupar su sitio en el sofá y rezar para que la mañana llegase pronto. Y que aquel desafortunado episodio fuese olvidado lo antes posible.

Usando una de las muchas toallas que había en el baño, Cryssie se secó bien el pelo, completando el ejercicio con el uso de fragancias y polvos perfumados que el hotel regalaba. Luego, respirando profundamente, abrió la puerta y asomó la cabeza en la habitación, esperando que Jed estuviera dormido.

Pero no tuvo esa suerte. Porque allí estaba, completamente desnudo salvo por unos calzoncillos, tumbado en la cama tranquilamente con las manos en la nuca.

Cryssie observó el vello de su pecho y sus axilas, sus largas piernas, los muslos poderosos, aquel cuerpo vigoroso y masculino…

–Qué bien hueles.

–Gracias al hotel. Pero he dejado suficiente gel para ti –contestó ella.

Jed había colocado el edredón sobre el sofá, formando una especie de nido para que estuviese cómoda. Cryssie esperaba que él no pasara frío… pero luego se encogió de hombros. Jed Hunter sabía cuidar de sí mismo y ella también.

De repente, se le ocurrió pensar que desde que conoció a Jeremy Hunter su vida se había complicado de una forma increíble. Y no podía hacer nada.

El sofá era sorprendentemente cómodo, pensó. Aunque, afortunadamente, ella era más bien bajita. En fin, las cosas podían ser mucho peores, se dijo. Y pensara lo que pensara de Jed, estaba claro que no tenía intención de tocarla. Una vez bajo el edredón, Cryssie tuvo que sonreír. Qué pena que Jeremy Hunter hubiera elegido a la mujer equivocada para pasar el día de Nochevieja.

En el baño, Jed se secaba vigorosamente pasándose la toalla por los hombros, sus músculos se flexionaban por el esfuerzo. Cuando se miró al espejo, tuvo que sonreír. Evidentemente, la noche no iba a tener el final apasionado que él habría deseado en otras circunstancias. Aunque ésa no había sido su intención cuando invitó a cenar a Cryssie, por supuesto. Todo lo contrario.

Pero era curioso cómo habían terminado. Los términos «beneficios» y «pérdidas» no le eran extraños. Y lo importante era el balance final.

Poniéndose el albornoz que colgaba en la puerta, Jed volvió a sonreír. Su primer instinto sobre Cryssie había sido acertado. Ella podría serle de gran ayuda en el futuro… si lograba ponerla de su lado. Evidentemente, habría una fuerte oposición a sus planes en Hydebound, pero al final conseguiría lo que quería… si era astuto.

Él sabía cómo complacer a las mujeres, conocía sus puntos más sensibles, física y emocionalmente. Pero aquella mujer era diferente. Lo había sabido desde que la vio en Latimer. Cuando llegó a Hydebound por la mañana, Cryssie se mostró totalmente indiferente, aunque debía de recordar su conversación en la cafetería y los comentarios que había hecho sobre los grandes almacenes. Y eso no parecía preocuparla.

En silencio, entró en el dormitorio y miró la figura inerte en el sofá. Estaba profundamente dormida, respirando pausadamente…

Jed lo pensó un momento y luego, inclinándose, la tomó en brazos y la llevó a la cama.