UNA LUZ fría que se filtraba por las cortinas despertó a Cryssie. Durante unos segundos se quedó inmóvil, incapaz de despertarse del todo. Aquélla no era su cama ni aquel lujoso edredón de seda el suyo. Bostezando perezosamente, estiró los dedos de los pies antes de recordar dónde estaba… y cuál era su situación.
Sentándose de golpe, miró alrededor, nerviosa. Jed no estaba por ningún lado y tampoco su ropa. Y en el sofá había una almohada y una manta, cuidadosamente doblada…
Con el corazón acelerado, Cryssie volvió a tumbarse en la cama y miró al techo. ¿Qué había pasado por la noche? ¿Qué hacía ella en la cama?
Tragando saliva, desató el albornoz y se pasó una mano por el estómago para encontrar una señal, cualquier señal, de que algo de naturaleza íntima había tenido lugar esa noche… Aunque habría sido imposible que no se enterase.
Enseguida supo que nada había pasado. Jed Hunter no se habría aprovechado de ella. No, él esperaría una amante que cooperase, no una pareja inconsciente.
Pero ella no había ido andando desde el sofá… Jed debía de haberla llevado allí. Lo sorprendente era que se hubiese quedado dormida nada más salir del cuarto de baño. Cryssie se pasó una mano por la cara. Tenía la boca seca y lo único que deseaba de verdad era una taza de té.
Como en respuesta a todas sus preguntas, la puerta se abrió y Jed entró en la habitación con una bandeja en la mano.
–Buenos días –la saludó.
A pesar de todo, Cryssie no pudo evitar una sonrisa al ver el zumo de naranja y el té con tostadas.
–Buenos días.
–Me alegra que por fin estés despierta.
Como siempre, tenía ventaja sobre ella. Estaba de pie, duchado, vestido y afeitado. Y guapísimo, como siempre. Pero con aquel traje de chaqueta oscuro y la bandeja en la mano…
–¿De qué te ríes?
–De ti. Pareces un camarero –contestó Cryssie, riéndose–. Gracias, joven. Pero no espere propina.
–No la esperaba –sonrió Jed, con un brillo travieso en sus ojos negros.
–¿Qué hora es?
–Las diez y media. Con un poco de suerte estarás en tu casa hacia las doce. Las máquinas quitanieves llevan trabajando desde el amanecer, así que me imagino que podremos irnos enseguida. ¿Te encuentras mejor? Creo que has dormido bastante bien.
–Sí, gracias –dijo ella–. Y gracias por dejarme la cama. ¿Tú has dormido algo?
–No mucho –admitió Jed–. Pero eso da igual. Yo puedo estar días sin dormir.
–¿Ah, sí? –sonrió Cryssie, sirviéndose el té.
¿Por qué se sentía tan protector con aquella chica?, se preguntó Jed.
–Esta mañana tienes muy buena cara.
–Gracias. ¿Tú ya has desayunado?
–He tomado un café. Si te apetece, podemos comer aquí antes de marcharnos. Ah, por cierto, no hay necesidad de que nadie en Hydebound sepa lo que ha pasado…
–¡Por supuesto! ¿Crees que voy a ir por ahí contándoselo a todo el mundo?
–No lo sé, Cryssie, por eso lo digo. Yo no suelo hablar de mi vida privada con nadie y te aconsejo que hagas lo mismo. Ahorra muchos rumores y cotilleos. Si por casualidad alguien se enterase, debes decir que sólo quería hablar contigo de un asunto de trabajo y que nos quedamos atrapados por la nieve… pero que dormimos cada uno en una habitación.
–No pienso contarle nada a nadie –replicó ella, airada–. ¿Por qué iba a hacerlo?
No debería preocuparse tanto por arruinar su reputación de conquistador, pensaba. Además, lo de pasar la noche allí había sido idea de Jed, no suya. Y ella jamás lo habría contado en la oficina. Rose podía ser muy vengativa y no sería inteligente que supiera nada.
Jed sonreía, pero Cryssie no quería hacerlo. Debía reconocer que había empezado a caerle bien Jeremy Hunter, pero ese comentario no le había gustado nada. ¿Creía que debía decirle lo que tenía que hacer, como si fuera una niña pequeña?
–Y en cuanto podamos salir de aquí, quiero irme a casa.
–Sí, claro. Yo también. En cuanto a mañana… entrevistaré a todo el personal individualmente. ¿Te importa encargarte de tener listos los expedientes?
–Eso es responsabilidad de la secretaria, Rose Jacobs. Ella es perfectamente capaz de hacerlo –replicó Cryssie–. Y gracias por la cena de anoche. Nunca en mi vida había probado cosas tan ricas.
Jed levantó la cabeza, sus ojos negros se clavaron en los suyos. No tendría por qué haberle confesado su ignorancia, pensó. Podría haber fingido que cenar en un sitio como Laurels era algo normal para ella. Pero le gustaba su naturaleza sincera. Ninguna otra mujer lo había afectado de esa forma…
Cryssie no era nada pretenciosa, aunque tampoco era tímida. Y algunos de sus comentarios, la noche anterior, lo habían hecho reír.
Y, normalmente, las chicas con las que salía no eran famosas por su sentido del humor…
Poco después de las doce salían del restaurante. Afortunadamente, las máquinas quitanieves habían hecho su trabajo y cuando Jed detuvo el coche frente a la puerta de su casa, se volvió para mirarla, preguntándose qué estaría pensando. Había ido muy callada durante todo el camino. La familiaridad que se había creado entre ellos durante la cena había desaparecido por completo.
–¿Estás enfadada, Cryssie?
–No, no lo estoy… Jeremy. Aunque debería recordar que, a partir de ahora, debo llamarte señor Hunter.
–Si te refieres a la sugerencia de que no contases nada en la oficina… te aseguro que lo decía por ti, no por mí.
–Sí, claro, Jeremy.
Y después de repetir su nombre con clara ironía, Cryssie abrió la puerta del Porsche y salió antes de que él pudiera decir una palabra más.
Al día siguiente era un día laborable y cuando Cryssie llegó a la tienda comprobó que Jed ya estaba allí. Después de aparcar su coche al lado del brillante Porsche, corrió escaleras arriba. Rose estaba encendiendo los ordenadores.
–Buenos días, Rose. ¿Lo pasaste bien en Nochevieja?
–Regular. ¿Y tú?
–Como siempre –contestó Cryssie–. ¿Has visto al señor Hunter? Su coche está en el aparcamiento.
–Sí –contestó la secretaria–. Asomó la cabeza por la puerta hace unos minutos. Quiere vernos a todos, uno por uno. Y me ha pedido que le pase los expedientes del personal.
–Ah, ya.
–¿Qué te parece el nuevo jefe, Cryssie? ¿Tú crees que nuestros empleos peligran? ¿O que hará cambios que nos obliguen a marcharnos?
–¿Por qué me preguntas a mí?
–No sé… como lo conociste antes. Pensé que a lo mejor sabías algo.
–Sólo hablé con él en Latimer unos minutos. Me estaba quejando de un problema y él pasaba por allí en ese momento.
–Bueno, pero tendrás que reconocer que es guapísimo. No creo que ninguna de nosotras lo echase de la cama –se rió la secretaria.
–No, probablemente no –contestó Cryssie, apartando la mirada. Si ella supiera…
–No sé si querrá un café a las once, como el señor Lewis. O si le gusta con leche…
–No, él… –Cryssie iba a decir que lo tomaba solo, pero se contuvo a tiempo–. No te preocupes por esas cosas, ya te irás enterando.
Rose salió del despacho con los expedientes y Cryssie se llevó una mano al corazón. Había estado a punto de meter la pata. La imagen mental de Jed Hunter en la cama, desnudo aparte de los calzoncillos, aún hacía que se pusiera colorada. Y tuvo que admitir, por primera vez, lo cerca que había estado de compartir la cama con él, de pedirle que la acariciase… afortunadamente, ella era una mujer sensata.
Tragando saliva, tomó la botella de agua que siempre había sobre su mesa y bebió un largo trago. Era absurdo pensar esas cosas. Debía de ser evidente para Jed que ella no podía competir con las mujeres con las que él solía acostarse. Que desde el punto de vista sexual, ella no tenía nada que ofrecerle.
Casi al final del día sonó el interfono y fue llamada al despacho del nuevo jefe. Cryssie no pudo evitar sentir una punzada de tristeza al ver aquel sitio ocupado por otra persona… aunque esa persona fuera alguien tan guapo como Jeremy Hunter.
Jed le hizo un gesto con la mano para que se sentara y Cryssie tragó saliva. Incluso alguien como Rose, casada y ya entrada en años, había dejado claro que una noche con Jed Hunter le parecía más que apetecible. Y aquel día, en la polvorienta oficina, tenía que darle la razón. Llevaba un traje de chaqueta, como siempre, pero el pelo oscuro caía sobre su frente de manera más informal y Cryssie sintió la absurda tentación de alargar la mano y apartarle el flequillo…
«Deja de pensar tonterías», se dijo. Lo de la noche anterior había terminado y debía olvidarlo. Además, ese tipo de cosas de adolescente no eran lo suyo.
Pero se dio cuenta de que pensaba en Jed Hunter mucho más de lo que debería. Debía concentrarse en su objetivo principal: no fallarle nunca a Milo. Eso era lo único importante.
–Siéntate, Cryssie –dijo él, con toda formalidad–. Espero que tu familia no se alarmase por el retraso en volver a casa.
–No se alarmaron en absoluto. Mi hermana escuchó el mensaje que dejé en el contestador.
Su hermana no había mostrado el menor interés, pero Milo se había echado en sus brazos, exigiendo que jugase con él.
Jed no se molestó en abrir su expediente. ¿Estaría pensando en la noche anterior, como ella? El recuerdo de aquella cena, y lo que ocurrió después, estaría para siempre en su memoria.
–Tengo poco que decirte. Creo que nos conocemos el uno al otro razonablemente bien y sé sobre ti todo lo que tengo que saber. Los Lewis te han recomendado calurosamente. Según ellos, los libros de cuentas jamás han dado un solo problema y, además, me han dicho que te llevas muy bien con todo el mundo. Las relaciones en el trabajo son importantes.
–Cuando hay pocas personas, desde luego. Además, a todos nos gusta trabajar aquí.
Esperaba que Jed entendiera el mensaje: que no debía hacer cambios para no disgustar a nadie. La cuestión era si quería hacerlos o no.
–Como ya hablamos anoche, no tiene mucho sentido entrevistarte. Pero he pensado que a los demás les parecería raro que no lo hiciera.
–Sí, claro.
–Así que eso es todo, por el momento.
Viéndola con las manos juntas sobre el regazo, como si estuviera angustiada, Jed pensó que debía decir algo que la tranquilizase. Pero en lugar de hacerlo se levantó bruscamente.
–Yo… todos estamos ansiosos por conocer sus planes, señor Hunter. Nadie se siente seguro. ¿Vamos a conservar nuestros puestos de trabajo? –Cryssie tragó saliva. ¿Por qué se molestaba en preguntar? Seguramente, él no le diría la verdad.
–Naturalmente, tengo planes para la compañía, pero en este momento no sería sensato decir nada –contestó Jed, poniendo una mano sobre su brazo y sintiéndola temblar ligeramente–. Hydebound tiene que cambiar para ser una empresa competitiva. Todas las compañías modernas deben hacerlo. Tú deberías saberlo, Cryssie. Pero intenta no preocuparte demasiado. Todos seréis informados con tiempo sobre lo que pienso hacer y si eso va a afectaros.
Ella sacudió la cabeza.
–No es un buen momento para que tu puesto de trabajo esté en el aire. A mí, desde luego, me angustia mucho.
–Lo siento –se disculpó él–. Pero te informaré de todo cuando llegue el momento.
Y después de eso, Cryssie volvió a su despacho. Era posible que algunos de los empleados permaneciesen en la firma, ¿pero y el resto?
Esa idea hizo que sus ojos se nublaran. Aunque no la sorprendía. Estaba cansada y confusa… sobre todo confusa.
Rose, que estaba guardando sus cosas en el bolso para irse a casa, se alarmó al ver su expresión.
–¿Qué ha pasado? No habrá sido desagradable contigo, ¿verdad? A mí me ha parecido encantador… aunque no me ha contado qué planes tiene, claro. Vernos en su despacho ha sido una mera formalidad.
–No, no ha sido desagradable. Pero tengo la impresión de que los cambios no van a gustarnos.
–¿Por qué? ¿Qué te ha dicho?
–Nada, sólo que las empresas hoy en día tienen que cambiar para poder ser competitivas… no sé qué ha querido decir con eso, pero Jeremy Hunter parece un hombre que no tiene en cuenta los sentimientos de nadie –suspiró Cryssie, apagando el ordenador–. Ojalá los Lewis siguieran llevando el negocio. ¡Y ojalá Jed Hunter no existiera en absoluto!
–No te preocupes, no creo que vaya a echar a nadie. Especialmente si no le damos problemas. A los hombres como él les gusta tener a su lado gente sumisa.
–Sí, bueno, pues en lo que a mí respecta lo lleva claro –murmuró Cryssie, apagando la luz.
Mientras tanto, Jed miraba por la ventana del despacho, con las manos en los bolsillos. Cryssie Rowe había dejado bien claro que para ella cualquier cambio en su vida no sería bienvenido… pues sería mejor que se acostumbrase, pensó.
Pero había algo que lo tenía intrigado. Tenía que descubrir qué clase de mujer era. ¿De verdad era tan fría con los hombres como quería dar a entender? ¿O esa frialdad era una máscara? Jed recordó la cena en Laurels y sonrió. Tarde o temprano lo descubriría.