SOFIE Antonetti se estremeció y suspiró de felicidad, ajena totalmente al hecho de que ese día su vida empezaría a cambiar para siempre, y aspiró con placer aquel delicioso y familiar aroma.
–¡Mmm, café! –esbozó una sonrisa sensual al tiempo que abría los ojos para contemplar los fascinantes ojos azules de su esposo–. Sabía que me había casado contigo por una buena razón; y es que preparas un café riquísimo –dijo para burlarse de él.
Lucas sonrió.
–¿Sólo hago bien el café? –le preguntó con una mirada provocativa.
Sofie suspiró con satisfacción y le acarició con ternura el pecho desnudo. Hacer el amor con él era la experiencia más deliciosa de su vida.
–De acuerdo, también haces el amor muy bien –esbozó una sonrisa coqueta, resistiéndose cuando él fue a inclinarse sobre ella–. Pero ahora lo que quiero es un café.
Lucas se retiró riéndose, y Sofie se sentó y se cubrió pudorosamente con la sábana.
–Sofie, sé lo que hay debajo de la sábana –comentó Lucas mientras le pasaba la taza de café.
Ella alzó la mirada por encima del borde de la taza con gesto coqueto.
–Lo sé, pero quitarle el envoltorio al paquete es parte de la diversión.
–Muy cierto –respondió él.
Lucas, que sólo llevaba una toalla enrollada a las caderas, se puso de pie y fue a por una caja grande que había en el tocador.
–¿Qué es eso? –preguntó Sofie con curiosidad, preguntándose si sería un regalo tardío.
Cuando habían vuelto de la luna de miel en las Seychelles, donde habían estado un mes, había pasado varios días abriendo regalos; pero parecía que todavía les llegaban algunos.
Lucas dejó la taza sobre una mesa y se acomodó en la cama.
–Son las fotos de boda que nos hizo Jack –dijo él.
Inmediatamente Sofie dejó la taza en la mesilla y le quitó la caja de las manos. Hacía mucho que tenían las fotos de boda oficiales; pero Jack, que era fotógrafo como Sofie, les había hecho su propio álbum, advirtiéndoles que no iba a ser nada tradicional.
–Déjame. ¡Me muero por verlas! –exclamó mientras rompía el envoltorio y destapaba la caja rápidamente.
Había un álbum de cuero blanco envuelto en papel de seda. Sofie lo abrió y enseguida entendió lo que había hecho su colega. Su ojo de fotógrafa le reveló inmediatamente que Jack había hecho un trabajo espléndido; pero según iban pasando las páginas, Sofie se olvidó de la composición y empezó a revivir aquellos momentos tan especiales. Había sido un día perfecto en el que había lucido el sol en un cielo sin nubes. Todo el mundo se había sentido feliz, pero nadie más feliz que Lucas y ella. Como todos los hombres, Lucas había ido de chaqué; al verlo otra vez allí en la foto a Sofie le estallaba el corazón de tanto sentimiento.
No hacía mucho que se habían conocido, sólo unos meses antes, cuando los dos estaban de vacaciones en Bali. Desde el principio se habían dado cuenta de que estaban hechos el uno para el otro, pero sólo les había dado tiempo a tener un brevísimo romance antes de que ella tuviera que regresar a casa. Lo que Sofie no sabía entonces era que Lucas estaba empeñado en volver a verla, y a su regreso a Londres lo había arreglado todo para que ella hiciera las fotos oficiales del nuevo cuartel general de Antonetti Corporation en la capital británica. El padre de Lucas era el dueño de la empresa, y Lucas el director general.
Pero Sofie no había tenido idea de nada de eso el primer día que se había presentado allí. Cuando Lucas había entrado en el despacho donde esperaba ella, Sofie se había quedado tan sorprendida que se había tropezado con una esquina de la alfombra, y de no haberla sujetado él se habría caído de bruces. Sofie se había enamorado en ese instante de Lucas, y tan fuerte había sido el sentimiento que desde entonces era consciente de que jamás tendría cura. Haciendo gala de tener muy buenos reflejos, Lucas la había agarrado con sus fuertes brazos, con una sonrisa complacida en los labios; pero al mirarla a los ojos se había puesto muy serio de repente.
–No quería decírtelo ahora, pero no puedo esperar más. Te amo –le había declarado él con voz emocionada.
–Yo también –le había susurrado ella, tan feliz que había sentido como si el corazón tuviera alas.
Entonces él la había besado, y a Sofie aquello le había parecido lo mejor del mundo. El beso de Lucas no había sido apasionado, pero le había vuelto el mundo totalmente del revés. Desde entonces había sentido algo indescriptible cada vez que lo miraba.
El breve romance había terminado en una boda por todo lo alto, más allá de lo que Sofie habría soñado; porque el deseo de los dos había sido que todos estuvieran allí para compartir su felicidad. Había corrido el champán, se habían tomado cientos de fotos y habían bailado toda la noche. Al día siguiente habían tomado un avión rumbo a las Seychelles, donde habían pasado cuatro semanas perfectas, antes de volver hacía un par de semanas al mundo real.
Las fotografías le hicieron recordar todo aquello que había culminado en el día de su boda, el más maravilloso de todos.
–¡Ay, mira mi tía con ese sombrero tan feo! –exclamó Lucas con una mueca de pesar.
Sofie se fijó en la foto de grupo a la que se refería su esposo. Jack la había hecho en el amplio jardín que rodeaba la iglesia.
–No sabía que hubiéramos invitado a tanta gente, pero aquí están… Por cierto, ¿quién es éste? No es uno de mis invitados, así que tiene que ser de los tuyos –le preguntó Lucas momentos después.
Sofie frunció el ceño.
–¿Dónde? –Sofie trató de localizar a la persona a la que se refería Lucas en aquel mar de caras.
–Ahí –Lucas señaló la figura de un hombre que estaba de pie al final de una de las filas de atrás.
Cuando Sofie se fijó en la persona que le señalaba su marido se quedó sin respiración del susto. ¡No! ¡Dios, no! La desolación que sintió al reconocer a ese hombre aniquiló toda su alegría en unos segundos. ¿Qué hacía él allí? ¿Y cómo era posible que ella no se hubiera dado cuenta?
–¿No lo conoces? –le preguntó Lucas, que estaba a su lado.
Sofie dio un respingo, porque no se acordaba de que Lucas estaba allí con ella de tan ensimismada y horrorizada que se había quedado. Volvía a sentir el miedo de antaño, pero trató de serenarse para que su marido no le notara nada raro.
–No, no lo conozco. Debe de ser uno de los maridos o de los novios que no llegaron a presentarnos –respondió razonablemente.
Pero no se sentía normal. Su nerviosismo y la angustia aumentaban por momentos, a pasos agigantados, y Sofie sabía que pronto se sentiría muy trastornada. Y no quería que Lucas se diera cuenta y empezara a preguntarle.
–¡Madre mía, mira qué hora es! –se volvió violentamente hacia el despertador de la mesilla–. ¡Llegaremos tarde si no nos damos prisa! –retiró la sábana y saltó de la cama–. Tú tienes una reunión con… como se llame; ya sabes a quién me refiero. Así que será mejor que utilices tú este cuarto de baño, y yo mientras me ducho en el del pasillo.
Sofie no le dio tiempo para discutir, sino que sacó algo de ropa y salió apresuradamente del cuarto. Cuando por fin se metió en el baño, cerró el pestillo de golpe, tiró la ropa al suelo y se apoyó contra la puerta mientras inconscientemente se deslizaba hasta el suelo. Agachó la cabeza entre las rodillas y se abrazó con fuerza la cintura.
¿Por qué ahora? Hacía ya unos años que no veía a aquel hombre; tantos que había creído que se había librado de él. Pero la foto demostraba lo equivocada que estaba. Sofie rompió a llorar desconsoladamente mientras se balanceaba adelante y atrás. Sintió ganas de vomitar sólo de pensar que él había estado en la iglesia, esperando y observándolos; y que después se había colocado en una de las filas para hacerse una foto de grupo, como si él tuviera derecho a estar allí, y sabiendo que ella lo vería y que se daría cuenta de que seguía por allí.
Se puso de pie justo a tiempo para abrir la tapa del retrete. Después de arrojar el café que se había tomado, se limpió la cara con un pañuelo de papel y se apoyó con debilidad contra la pared de azulejos. Menos mal que había dejado de temblar un poco.
Sin embargo, le dolía el corazón. Se había atrevido a ser feliz, a dejar atrás el pasado y a mirar hacia delante. ¿Pero de qué le había servido? Nada había cambiado. Gary Benson seguía allí. ¡Y pensar que le había parecido dulce y amable durante un tiempo!
Lo conoció cuando tenía diecinueve años, y los dos estudiaban fotografía en la misma facultad. Al principio Gary le había parecido una persona normal, pero pasado un tiempo se había dado cuenta de que no tenía nada de normal. Porque Gary era un enfermo que tenía fijación por ella. Después de salir con él un par de veces, ella había cortado al ver que él empezaba a agobiarla con sentimientos que ella no compartía. Gary no había aceptado un no por respuesta, y o bien la llamaba a cualquier hora del día o de la noche, o se presentaba en su casa y se quedaba allí plantado en la calle, esperando hasta que saliera ella y le dijera que se marchara.
Cuando un día Gary había dejado de llamarla por teléfono, Sofie había creído que por fin se había enterado bien de todo. Sin embargo, él había empezado a seguirla. Su familia había llamado a la policía, y el juez le había puesto a Gary una orden de alejamiento; pero eso no le había impedido que continuara acechándola. Gary solía desaparecer antes de que lo pillaran, y aparecía repentinamente en otro sitio y otro día.
Después de dos años de pesadilla, Gary parecía haber desaparecido de la faz de la tierra. Sofie jamás había sabido la razón, y con el tiempo había llegado a pensar que tal vez se había cansado de ella y se había fijado en otra pobre mujer. Pero estaba agradecida de que su vida hubiera vuelto a la normalidad.
Salvo que la normalidad ya no era la normalidad que había sido anteriormente: había dejado de confiar en los hombres por miedo a que se convirtieran en otro Gary Benson; se había vuelto reservada y cauta, y había tardado mucho tiempo en dejar de volver la cabeza para ver si él la seguía cuando iba por la calle.
El tiempo y la aparición de Lucas en su vida le habían curado de sus miedos; y con él había recuperado finalmente la confianza en sí misma. De Gary Benson se había olvidado del todo hasta que lo había visto en esa foto que les había hecho Jack. Parecía que Gary sólo la había dejado en paz temporalmente, que no se había olvidado de ella y que evidentemente seguía pensando que era suya.
Sofie nunca había sentido una rabia como la que sentía. ¿Cómo se atrevía a pensar que podía volver a molestarla? ¡No se lo permitiría! Se lo contaría a la policía, que si anteriormente no había podido detenerlo, bien podría hacerlo esa vez. Lo malo era que el único delito de Gary Benson era haberse colocado para una foto, en un lugar donde nadie lo había invitado. Eso no se podía llamar persecución.
¿Qué hacer? El instinto le decía que se lo contara a Lucas; pero él tenía tantas cosas en la cabeza en ese momento con la fusión de las empresas, que Sofie se dijo que no quería molestarlo. Podría esperar unos días para contárselo a su marido. Lucas era un hombre honorable y honrado, todo lo contrario a Gary Benson; y Sofie siempre se había sentido segura con él.
Sí, haría eso; aunque tenía miedo y le quedaba la duda de que Benson pudiera estar por allí vigilándola. Sofie pensó que estaría ganando tiempo. La fotografía era un aviso. Benson aparecería y llamaría a su puerta cuando estuviera listo. Menos mal que ella ya no era la joven indefensa de antes. Ahora tenía a un hombre fuerte para protegerla.
En ese mismo momento Lucas llamó a la puerta del cuarto de baño. Sofie se puso de pie de un salto y se echó la mano al cuello.
–Casi estoy lista –mintió mientras se quitaba el albornoz para meterse en la ducha–. Ponme una tostada, por favor.
Sabía que no podría dar ni un bocado, pero también que tenía que comportarse con normalidad; al menos durante un rato, hasta que volviera a estar sola. Después de lavarse y vestirse en un tiempo récord, Sofie bajó a la cocina, donde Lucas estaba sentado a la mesa tomándose un cuenco de cereales. Le dio un vuelco el corazón al mirarlo… ¡Lo amaba tanto!
Lucas levantó la vista y frunció el ceño ligeramente al percibir su atención.
–¿Qué ocurre, cara?
Ella sonrió para disimular sus preocupaciones mientras negaba con la cabeza.
–Nada, sólo estaba pensando lo mucho que te quiero –respondió ella.
Inmediatamente, él le tendió la mano con cariño.
–Ven aquí a decírmelo.
Ella se acercó a él y se dejó sentar sobre sus rodillas. Se pasó la mano por el pelo y lo miró a los ojos con sentimiento.
–Te amo, Lucas. Nunca dejaré de quererte.
Él sonrió.
–Me alegra tanto que sientas eso; porque es lo mismo que siento yo. Ya no me imagino la vida sin ti. Te lo demostraría ahora mismo si no tuviera esa reunión dentro de una hora.
Cuánto deseaba Sofie poder volver a la cama con él y olvidarse del mundo; pero no era posible. De modo que ladeó la cabeza con coquetería y sonrió también.
–Bueno, podrías darme un pequeño adelanto, ¿no?
Él se echó a reír y se cambió de postura, de modo que ella quedó tumbada sobre su brazo.
–Ah, sí, desde luego –susurró en tono sensual antes de besarla en la boca.
El beso fue de ésos que subían la temperatura y le dejaban a uno sin respiración en unos segundos. Lucas levantó la cabeza, sabiendo que los dos se quedaban con ganas de más.
–Menuda idea hemos tenido los dos; luego seguimos donde lo hemos dejado –dijo Lucas en el mismo tono ronco.
Sofie gimió con frustración mientras abandonaba sus brazos y se ponía de pie.
–Va a ser un día muy largo.
Él le sonrió con picardía y se levantó también.
–Sí, pero piensa en esta noche –le dijo mientras retiraba la chaqueta del respaldo de la silla para ponérsela–. Tengo que marcharme, cara. Piensa que yo voy a estar trabajando mientras tú te diviertes haciendo fotos.
Sofie se dijo que eso era lo que hacía cada día; pues él nunca estaba lejos de su pensamiento.
Lo acompañó hasta la puerta de la casa de Hampstead donde vivían, y como cada mañana ella agitó la mano mientras él salía con el coche.
Cuando Sofie se dio la vuelta para entrar en casa, le llamó la atención un movimiento en la acera de enfrente, y se volvió a mirar. Se quedó helada al reconocer al hombre que estaba a la sombra de un árbol frondoso; y tampoco fue capaz de moverse al ver que cruzaba la calle hacia donde estaba ella. Aunque él era la última persona del mundo con la que le apetecía hablar, tenía que enfrentarse a él de una buena vez y saber por qué había vuelto. Así que bajó las escaleras del porche, se acercó a la verja y se cruzó de brazos como para rechazar su presencia.
Gary Benson se paró al otro lado de la valla. Era un hombre anodino, venido a menos.
–Hola, Sofie –la saludó Gary como si se hubieran visto hacía días en lugar de años.
Ella lo miró con frialdad.
–¿Qué es lo que quieres, Gary? –le preguntó Sofie sin previo aviso.
Pero su frialdad, como siempre, quedó ignorada.
–A ti. Sólo a ti, Sofie.
Sabía por experiencia que no conseguiría nada enfadándose con él, de modo que trató de mantener la calma.
–No puedes tenerme. Ahora hay alguien responsable de mí, ¿recuerdas?
La indirecta le hizo reír.
–Entonces me has visto en la foto. Cuánto me alegro. La verdad es que estabas preciosa de blanco.
Sofie resopló de rabia.
–No tenías derecho a estar allí. Era una boda privada.
Gary hizo lo que hacía siempre e ignoró lo que no tenía ganas de escuchar.
–¿Cómo pudiste casarte con él? ¡Me perteneces! ¡Tú me amas!
Ella negó con la cabeza mientras con el corazón en un puño se veía obligada a escuchar las mismas palabras que había escuchado años atrás.
–No, no te amo. Quiero a mi esposo, no a ti.
–Tú crees que lo quieres, pero cuando él se vaya te darás cuenta de que has cometido un error. Todo irá mejor después. Ya lo verás –le informó con complacencia.
Sus palabras no tenían sentido para Sofie.
–Él no se va a marchar a ningún sitio. Eres tú quien se va a ir. Márchate y aléjate –le ordenó en el tono más firme que le fue posible.
Gary se limitó a sonreír.
–Sabes muy bien que no lo dices en serio, Sofie.
Sofie pensó que no había manera de convencerlo.
–Lo digo muy en serio –respondió ella cada vez más frustrada–. Si no dejas de molestarme, voy a llamar a la policía.
Él sonrió con la confianza suprema de una mente enferma.
–No podrán hacer nada; porque yo no he hecho nada. Sabes que nunca te haría daño; te adoro. Sólo quiero que estemos juntos.
Ella se echó a reír en su cara.
–¡No lo dirás en serio! –se burló.
Tal vez ésa fuera la primera vez que lo veía enfadado.
–No te rías de mí, Sofie. ¡No me gusta que la gente se ría de mí! –le reprochó.
Acto seguido, Gary se dio la vuelta y se alejó pisando el suelo con fuerza, muy enfadado.
Sofie lo observó bajar por la calle y dar la vuelta a la esquina. Estaba que echaba humo. Pero Sofie se alegraba porque de algún modo había conseguido traspasar sus férreas defensas y había logrado hacerle daño. Una semilla de esperanza empezó a brotar en su interior al pensar que a lo mejor esa vez había ganado de verdad. Subió corriendo las escaleras de su casa con una sonrisa en los labios, mucho más aliviada de lo que se había sentido un rato antes.
Esa noche Sofie le preparó a Lucas uno de sus platos favoritos, ya que sería la última noche que pasaban juntos durante por lo menos una semana. Él tenía que ausentarse por un viaje de negocios, y ella quería hacer que esa noche fuera especial. Mientras la cena se cocinaba en el horno, subió a la segunda planta de la casa para darse un baño relajante que le dejó la piel suave y delicadamente perfumada. Entonces se puso unos pantalones de raso color crema y un top de seda. Miró el reloj y decidió bajar al salón a preparar un cóctel para tomarlo antes de cenar.
Cuando quince minutos después Sofie oyó la llave en la cerradura de la puerta, empezó a temblar de emoción, y con una copa en cada mano salió a recibirlo al vestíbulo.
–Hola –lo saludó en tono sexy.
Dejó los vasos en una mesa y se abrazó a él con fuerza para aspirar el olor de su cuerpo y recordarlo los días que estuviera fuera.
–Hola, cariño –respondió Lucas mientras dejaba el maletín en el suelo y la estrechaba entre sus fuertes brazos–. ¿Y esto por qué? ¿Qué pasa?
Sofie echó la cabeza hacia atrás para mirarlo.
–Te echaba de menos, eso es todo –le dijo ella mientras cerraba los ojos y empezaba a besarlo provocativamente en el cuello.
–Ah… Yo también te he echado de menos, cara –le susurró él mientras ladeaba la cabeza para besarla en los labios.
Sabiendo que era la primera vez que iban a separarse desde que se habían casado, Sofie no pudo contenerse. Lo besó con todo el amor que sentía por él y encendió la pasión que nunca estaba lejos. Si Lucas se sorprendió, no le duró mucho; porque enseguida se dejó llevar con el mismo amor que sentía por ella.
Cuando se separaron un momento después, ninguno de los dos tenía interés en comer.
–No sé tú, pero yo en este momento no tengo ningún apetito –susurró Lucas en tono sensual.
Sofie le acarició los labios.
–Pensé que tendrías hambre. Tengo una fuente en el horno –le dijo mientras lo miraba con sensualidad.
Él sonrió también, pero fue incapaz de disimular el ardor de su mirada.
–Tengo hambre… pero de ti. Vayámonos a la cama –le sugirió.
Y antes de darle la oportunidad de decir nada más, la levantó en brazos y subieron al dormitorio.
Una vez allí se desnudaron con una urgencia alimentada por un deseo ardiente y se tiraron en la cama. Como los dos sabían que esa noche iba a tener que durarles hasta que volviera Lucas, las caricias y los besos de Sofie fueron aún más apasionados. Quería demostrarle sin palabras cuánto lo amaba, y el resultado fue espléndido. Con la sensibilidad a flor de piel, en el dormitorio sólo se oían sus suspiros y jadeos de placer.
En ese momento no existía nada más en el mundo salvo ellos dos, enredados en el abrazo de sus cuerpos calientes y sudorosos. Sus alientos ardientes se mezclaban mientras subía la temperatura de los besos, cada vez más eróticos, y un deseo intenso dominaba todos sus movimientos. El apetito era demasiado intenso como para que durara mucho tiempo. Y guiados por una necesidad profunda, sus cuerpos se unieron, encajando a la perfección, y empezaron a moverse como un solo ser hacia el momento de liberación más deseado. Llegó con una explosión de sensaciones que los trasportaron entre gemidos de placer a un espacio sólo conocido por los amantes.
Bastante rato después, cuando el pulso volvió a ser normal, regresaron de nuevo a la realidad. Sofie se volvió hacia Lucas sin separarse de él y lo abrazó con fuerza, sabiendo que esa semana se le iba a hacer eterna.
Sintiéndose de pronto triste, se acurrucó junto a él y cerró los ojos.
–Ojalá no tuvieras que marcharte –suspiró ella.
Él le dio un beso en la cabeza.
–Yo también preferiría quedarme, pero sólo será una semana. Se pasará enseguida, amore. Después de eso, tenemos toda la vida por delante.
Sus palabras la consolaron como ninguna otra cosa.
–Mmm… toda una vida por delante… –murmuró ella, bostezando.
Una semana no era nada, se dijo Sofie; sólo eran tonterías suyas.
Su intención no había sido quedarse dormida, pero después de hacer el amor y de un día tan ajetreado, cayó rendida. Momentos después, Lucas siguió su ejemplo.
El fotógrafo para quien Sofie trabajaba tenía muchos encargos, con lo cual estuvo muy ocupada los dos días siguientes a la marcha de Lucas. Sofie echaba muchísimo de menos a Lucas, y cada noche esperaba con ilusión sus llamadas. El sonido de su voz le hacía sentirse menos sola, aunque no pudiera llenar el espacio vacío que por las noches había en su cama.
Llegado el miércoles, Sofie se sintió más animada, diciéndose que sólo quedaban un par de días para que Lucas volviera a casa. Pero cuando habló con él esa noche, su alegría desapareció.
–Lo siento, cara, pero voy a tener que quedarme unos días más. Las cosas no van como las habíamos planeado –le dijo Lucas.
A Sofie se le fue el alma a los pies.
–¡Ay, no, Lucas! –exclamó ella con los ojos llenos de lágrimas.
–Lo sé, lo sé –repitió él en tono tranquilizador–. No puedo evitarlo, cariño. He trabajado demasiado en esto como para echarlo a perder ahora. Lo entiendes, ¿verdad?
Ella lo entendía; pero no por eso se sentía mejor.
–Sí, lo entiendo –le respondió Sofie apenada–. ¿Qué ocurre? –le preguntó ella con desconfianza al oír una risa de mujer.
–Ah, hay gente por aquí haciendo el tonto; estamos haciendo un descanso y yo estoy al lado de la piscina. Mira, amore, no tengo mucho tiempo. Sólo recuerda que te quiero y que estaré en casa lo antes posible. ¿De acuerdo?
–De acuerdo, Lucas. Yo también te quiero –respondió ella, intentando fingir un poco.
Pero cuando colgó el teléfono tenía el corazón encogido. Unos días más le parecían una pena de cárcel; aunque sabía que bien poco podía hacerse al respecto. Sólo le quedaba aguantarse.
Durmió mal esa noche y consecuentemente se levantó tarde al día siguiente. Como tenía una sesión fotográfica en casa de un cliente, sacó el correo del buzón cuando salía de casa y se lo guardó en el bolso. Varias horas más tarde, cuando se sentó en un banco de un parque cercano para tomarse un sándwich tranquilamente, Sofie pudo leer el correo.
Había varios sobres de facturas y otros de publicidad; pero le llamó la atención un sobre marrón más grande que los demás, con su nombre y su dirección a máquina. Muerta de curiosidad, Sofie abrió el sobre y metió la mano dentro para ver qué contenía. Estaban bocabajo, pero quedaba claro que eran fotos. Preguntándose quién podría habérselas enviado, y pensando que serían más fotos de la boda que algún familiar había decidido pasarle, Sofie les dio la vuelta sin sospechar nada.
En la primera había una nota pegada que decía: ¿Sabes lo que hace tu marido cuando está fuera? Échales un vistazo a estas fotos.
Con el estómago encogido y algo temblorosa, Sofie retiró la nota, revelando la primera foto. La imagen la golpeó como un mazazo: era una foto de Lucas abrazado a una mujer que ella no había visto jamás; y los dos reían y se miraban como si…
–¡No! –gritó Sofie sin darse cuenta siquiera.
Cuando pasó a la foto siguiente el dolor fue aún peor, puesto que en esa imagen Lucas y la mujer estaban besándose apasionadamente.
Sin darse cuenta Sofie negó con la cabeza, aturdida, negando lo que tenía delante. En todas las fotos la mujer era la misma, aunque las habían tomado en distintos lugares. Fuera como fuera, cualquiera que viera las fotos se daría cuenta de que los protagonistas estaban viviendo un romance apasionado. Cerró los ojos para no verlos, pero en su mente no dejaban de repetirse las imágenes que ya se le habían quedado grabadas.
Aunque tenía ganas de vomitar, Sofie trató de mantener la calma. Aquello no podía ser verdad. ¡Era imposible que Lucas tuviera un affaire! Sin embargo, tenía las pruebas en la mano. ¿Pero de dónde habían salido? ¿Y quién se las habría mandado? Miró el sobre, pero aparte de la nota no había nada dentro, ni tampoco remitente. Alguien había querido que ella supiera la verdad, pero deseaba permanecer en el anonimato.
Sofie se quedó pensativa, diciéndose que la persona que se las hubiera enviado no tenía por qué ser amiga. A pesar de las pruebas, se preguntó si todo aquello sería verdad; si no habría alguna explicación verosímil. Ese frágil marco de confianza que había construido desde que había conocido a Lucas quería hacerle creer que había una respuesta, y la única manera de saberlo era preguntándoselo.
Lucas no le mentiría. Confiaba en él, y la confianza lo era todo. Sacó el móvil de su bolso y lo abrió… ¡Ah, se había olvidado de cargar la batería! Se guardó el móvil en el bolso y corrió a buscar un teléfono público.
Sabía que por el cambio horario Lucas estaría durmiendo en ese momento, pero no le importó y marcó el número del hotel donde se hospedaba. Tuvo que esperar un rato hasta que pasaron la llamada a su habitación, pero finalmente contestaron. Sofie aspiró hondo para hablar.
–¿Diga? Será mejor que sea importante –dijo una voz de mujer.
A Sofie se le paró el corazón y frunció el ceño.
–Lo siento. Tenían que ponerme con la habitación de Lucas Antonetti. Debe de haber habido un error… –empezó a disculparse.
–No ha habido ningún error, cariño. Ésta es la habitación de Lucas. Espera un momento, que te lo paso.
Sorprendidísima, Sofie se quedó paralizada mientras le llegaban ruidos al otro lado de la línea.
–Eh, Lucas, tío macizo, sal de la cama. ¡Te llaman por teléfono!
Sofie gimió con incredulidad al tiempo que todo empezaba a desmoronarse a su alrededor. No le hacía falta oír nada más, así que colgó y salió de la cabina totalmente desolada. Lo único que podía pensar en ese momento era que las fotos no habían mentido; que todo era cierto. ¡Horriblemente cierto!
Miró a su alrededor y sintió que todo le parecía extraño. Sólo quería marcharse a casa, a ver si se le pasaba un poco el disgusto. Paró un taxi que pasaba por allí, se sentó en el asiento de atrás y apoyó la cabeza entre las manos. ¿Cómo podía Lucas hacerle eso? ¡Había confiado en él! Había echado mano de todo el coraje que poseía para depositar su confianza en él y su fe en un futuro juntos; pero todo había quedado borrado de un plumazo.
Santo Dios, le pareció que estaba reviviendo lo que le había pasado con Gary Benson. Ese hombre le había amargado la vida; y de pronto era Lucas quien la traicionaba. ¡No podría soportarlo!
Entró en su casa, que ya no le parecía su casa sino un lugar de engaño y traición, y se dijo que ya no podría pasar ni una noche más allí. Cuando miró hacia el salón donde había pasado tantas horas felices junto a Lucas, supo que iba a dejar a su marido. Aunque lo amaba muchísimo, ya no confiaba en él. Si se quedaba, jamás confiaría en nada de lo que él le dijera o hiciera, y eso la destruiría; por eso tenía que marcharse.
Y no sólo marcharse, sino desaparecer de la faz de la tierra para no volver a verlo. Si no se marchaba, el amor que sentía por él podría terminar minando sus defensas; o tal vez sintiera la tentación de quedarse para tratar de vivir con las dudas. No. Debía marcharse y no volver la vista atrás. Sólo de pensarlo se le encogía el corazón; pero también sabía que tenía que ser fuerte. Más tarde, cuando todo hubiera pasado, cuando estuviera lejos de allí, podría derrumbarse.
Fue la fuerza de su propósito la que la animó a descolgar el teléfono y llamar a sus padres. No podía marcharse sin explicarles por qué lo hacía. Tras unos cuantos tonos, su madre contestó la llamada.
–Hola, mamá… Quería deciros que no os preocupéis si no sabéis nada de mí durante un tiempo –dijo Sofie con voz trémula mientras hacía un esfuerzo enorme para no echarse a llorar.
Su madre sintió inmediatamente que algo iba mal.
–¿Por qué? ¿Qué ocurre, Sofie? ¿Qué ha pasado?
Sofie aspiró hondo.
–Voy a dejar a Lucas, mamá –declaró con tirantez.
–¿Que vas a dejar a Lucas? –dijo su madre con incredulidad–. Pero… ¿por qué? ¿Qué ha pasado, hija? Pensaba que eras tan feliz…
Su madre parecía tan disgustada como ella.
–Ahora no puedo explicártelo, mamá. Sólo quiero que sepas que tengo que hacer esto que voy a hacer. No puedo… –se le quebró la voz y se mordió el labio inferior con fuerza–. No sé cuándo volveré a veros, pero os escribiré.
–Sofie, por favor, no te precipites. Ven a hablar con nosotros; a lo mejor podríamos ayudarte.
Sofie se aguantó las lágrimas.
–Nadie puede ayudarme. Lo siento, mamá. Os quiero a los dos. No os preocupéis por mí. Adiós –susurró con un hilo de voz antes de colgar, sin darle a su madre la oportunidad de decir nada más.
Al instante el teléfono empezó a sonar otra vez, pero ella lo ignoró. Subió al dormitorio, sacó dos maletas enormes del vestidor y guardó todo lo que quería llevarse. Las bajó al vestíbulo y fue a la mesa del salón a escribir la carta más dura que había tenido que escribir en su vida. En la carta le decía a Lucas que se marchaba y que no perdiera el tiempo buscándola, porque no iba a volver. Luego metió la nota en un sobre, escribió el nombre de Lucas y lo dejó apoyado sobre el reloj de la repisa.
Finalmente llamó a un taxi, y mientras el conductor guardaba el equipaje en el maletero, cerró la puerta y echó las llaves en el buzón. Cuando bajaba las escaleras de su casa, sintió que se alejaba de todos sus sueños e ilusiones.
–¿Sabe de qué estación salen los trenes para el norte? –le preguntó al taxista.
–Depende de la parte del norte que te interese, guapa –le dijo el hombre.
–Lléveme a la más cercana –le dijo ella antes de recostarse y cerrar los ojos.
Todo había terminado. Había hecho lo que tenía que hacer. Sólo le quedaba encontrar el modo de vivir el resto de su vida sin Lucas.