SI HABÍA pensado que en su vida no iba a haber cambios, Cryssie se llevó una sorpresa. Porque unas semanas después, Jed Hunter la llamó a su despacho y cerró la puerta.
Aunque apenas la miró mientras se sentaba.
Jed no podía dejar de pensar en ella en aquella cama, dormida, con sus pestañas, sorprendentemente largas, haciendo sombra sobre sus pómulos. Estaba empezando a enfadarse consigo mismo por la cantidad de veces que esa imagen aparecía en su cabeza.
–Cryssie, las cosas van más rápido de lo que yo esperaba –le dijo–. Y quería que tú fueras la primera en saberlo.
Ella tragó saliva, asustada.
–¿Qué quieres decir?
–Yo… mi familia y yo hemos decidido vender este edificio y convertirlo en un hotel. Mañana llamaré a todo el personal para explicárselo.
–Pero… ¿quieres decir que Hydebound dejará de existir?
–Sé que esta noticia no va a ser agradable para nadie, pero es inevitable. Por supuesto, no aceptaremos más pedidos, pero terminaremos los que ya estén firmados –Jed se detuvo al darse cuenta de que a Cryssie le temblaban las manos–. Creo que terminaremos con los pedidos para marzo o abril y supongo que el cierre será durante el mes de junio. El personal recibirá una indemnización, naturalmente. Mientras tanto, todos pueden ir buscando trabajo. Aunque habrá puestos disponibles en el hotel. Yo ayudaré en lo que pueda, te lo aseguro. Espero contar con tu cooperación, Cryssie. Evidentemente, tienes muy buena relación con tus compañeros, así que quizá puedas ayudarme.
¿Ayudarlo? ¿La estaba dejando en la calle y le pedía ayuda? Cryssie tuvo que hacer un esfuerzo para recuperar la voz.
–De modo que estamos todos sin trabajo. Así de claro. Y vas a cargarte una empresa familiar que lleva haciendo negocios más de cincuenta años…
–Sí, me temo que sí. Pero te aseguro que el nuevo hotel será bueno para la ciudad. Para la economía local, quiero decir.
Durante unos segundos, Cryssie no pudo decir nada. Y luego…
–Eres un cerdo.
–¿Perdona?
–¿Cómo puedes hacer una canallada así? ¿Cómo puedes cerrar una empresa y dejar a todos sus empleados en la calle? ¿Quién ha dicho que esta ciudad necesita otro hotel? ¡Ya hay dos y es una ciudad muy pequeña!
–Sí y son tan antiguos como Hydebound –replicó Jed–. Los turistas siempre se quejan de que no hay ningún sitio decente en el que alojarse. Será un hotel de lujo, con piscina y spa… Está en el sitio adecuado, a las afueras de la ciudad, con espacio para aparcamiento y mucho campo alrededor. No podría encontrar un sitio mejor…
–¡Sí, claro, para ti! –casi gritó Cryssie–. ¿Pero te das cuenta de a cuánta gente va a afectar esto? ¡Gente que tiene familia!
–No te pongas dramática, por favor. Los más jóvenes encontrarán otro trabajo enseguida y, como ya te he dicho, tengo intención de ayudar. Habrá puestos de trabajo en el hotel cuando esté terminado…
–¡Cuando esté terminado!
–Eso será antes de lo que imaginas.
–Pero muchas de las personas que trabajan aquí son artesanos –replicó ella–. ¡No saben nada de hoteles! ¿Qué piensas hacer por ellos?
–En el mundo de hoy hay que ser flexible, Cryssie. Y si solicitan un puesto de trabajo en Latimer, haré que los tengan en cuenta. La gente no puede esperar tener el mismo trabajo de por vida…
–¿Y por qué no? ¡La gente tiene que pagar hipotecas! ¿Cómo te atreves a decidir si pueden o no pueden tener un techo sobre sus cabezas? Son expertos en su trabajo y…
–¿Entonces por qué Hydebound ha estado perdiendo dinero durante los últimos años? –la interrumpió Jed–. Ninguna empresa puede sostenerse con pérdidas. Este sitio está alejado de la ciudad, la gente no viene aquí a comprar… Sí, ya sé que hay clientes de toda la vida, pero también eso está disminuyendo porque todo el mundo busca objetos más baratos. Y no olvides la venta por catálogo –Jed se pasó una mano por el pelo–. Sé que esta empresa ha sido como una familia durante muchos años y que durante un tiempo obtuvo beneficios, pero ese tiempo ya ha pasado. No se puede sobrevivir por afecto o por suerte. Y eso es lo que los Lewis han estado haciendo durante mucho tiempo. Un negocio es un negocio, Cryssie. ¡Y el mundo se mueve gracias a los beneficios que dan las empresas!
Para entonces, Jed estaba casi tan furioso como Cryssie y se volvió, irritado por su respuesta y por su propia reacción. Por supuesto había sabido desde el primer encuentro que Cryssie era leal a su empresa y a sus colegas, pero si pensaba que podría hacerlo cambiar de opinión, se estaba engañando a sí misma. Cuando decidía hacer algo lo hacía y nada ni nadie podría convencerlo de lo contrario.
Entonces vio que Cryssie se llevaba una mano a la boca, como para contener un sollozo.
–La razón por la que te he llamado es que quiero que sigas trabajando conmigo… como mi ayudante personal. Será un trabajo duro y te obligará a viajar muchas veces. Eso podría ser un problema para ti, pero…
–¡No, gracias! No quiero trabajar contigo –le espetó Cryssie, desafiante–. No estoy acostumbrada a trabajar con ogros… por mucho dinero que tengan.
–¡No digas tonterías! Escúchame, Cryssie, cálmate.
–¿Que me calme? ¡No he estado más calmada en toda mi vida! No quiero saber nada de ti. Soy la primera que se va…
–¡Escúchame! Lo que decidas durante los próximos minutos podría afectar al resto de tu vida. Te estoy ofreciendo la mejor oportunidad profesional que van a ofrecerte nunca. Quiero que te quedes y me ayudes a tratar con el resto de los empleados hasta que hayamos entregado todos los pedidos. Y después, como mi ayudante personal. Y estoy dispuesto a triplicar tu salario como incentivo.
Aquello último hizo que Cryssie contuviera el aliento. ¿Triplicar su salario? Pero su vacilación no duró mucho. No iba a comprarla con tanta facilidad.
–Quédese con su dinero, señor Hunter. El dinero no lo es todo en la vida.
–En los negocios sí –replicó él.
Y, de repente, la tomó por la cintura, forzando su boca sobre la suya, con el peso de su cuerpo casi haciendo que se le doblaran las rodillas. Atónita, Cryssie sintió que sus labios se abrían como por voluntad propia y, después, el húmedo roce de su lengua. Y luego no pudo oír ningún otro sonido salvo los latidos de su corazón. Sentir ninguna otra sensación salvo el roce del cuerpo masculino, la presión de sus dedos en la cintura. Después de un segundo se dio cuenta de lo que estaba pasando: su determinación la había abandonado. Ser abrazada así era extrañamente consolador, incluso en aquellas circunstancias y, sin pensar, se apoyó en el torso masculino, dejándose envolver por aquel hombre, quedando a su merced…
No sabía cuánto tiempo había permanecido en esa posición, pero al final Jed se apartó, enfadado por su falta de control.
–Te aconsejo que pienses seriamente en mi oferta. No seas impulsiva. Te necesito… no sólo aquí, para solucionar el futuro inmediato de Hydebound, sino también para el resto de mis empresas. Llevo mucho tiempo buscando a alguien en quien pueda confiar, una mujer con la cabeza sobre los hombros y que no tenga miedo de dar su opinión. ¿Entiendes lo que digo?
–¿Por qué no se lo pides a Rose? –preguntó Cryssie, intentando desesperadamente controlar sus emociones.
–¿Por qué voy a querer a una mujer que me dice que sí a todo? ¿Para qué me serviría? Quiero alguien que sea un reto… quizá que me haga ver las cosas de otra manera –Jed sacudió la cabeza, enfadado–. Tú eres la persona que quiero. Y te aseguro que no te arrepentirás.
Cryssie escuchaba todo aquello como si no fuera dirigido a ella, como si estuviera hablando con otra persona. ¿Qué acababa de pasar? ¿Qué estaban haciendo?
–Sí, bueno, por el momento no he conseguido hacerte cambiar de opinión.
Jed se pasó una mano por el pelo.
–Cryssie, los Lewis estaban a punto de declararse en quiebra. ¿Cómo es posible que tú no lo supieras?
Cryssie debía admitir que no sabía que las cosas estuvieran tan mal.
–Al menos les he ahorrado esa ignominia –siguió Jed–. He pagado todas sus deudas, incluyendo impuestos atrasados, para que pudieran irse de aquí con la cabeza bien alta. Todo el mundo pensará que se han retirado, algo normal después de más de cuarenta años en el negocio. Es la parcela lo que más me interesa. Está en un sitio muy valioso y será un dinero bien gastado.
Para entonces, el papel de Cryssie como proveedora de su familia había vuelto a ocupar el sitio que le correspondía en su cabeza.
–Y me necesitas a mí.
–Sí. Y tú me necesitas a mí. Y Milo también. O necesita mi dinero, en realidad. Como te he dicho, estoy dispuesto a triplicar tu salario. La vida será más fácil para ti y toda tu familia. ¿Eso no te importa?
¿Cómo no iba a importarle? Eso era lo más importante para ella, cuidar de su familia.
–Nadie volverá a dirigirme la palabra –murmuró–. Cuando descubran que soy la única que tiene un trabajo seguro… ¿cómo voy a soportar eso? ¡Aquí somos todos amigos!
–No dirás una palabra –contestó Jed–. Seguirás aquí como todos los demás durante estos meses. No hay necesidad de decir nada.
Tenía razón. El hombre que lo conseguía todo, que hacía siempre lo que quería, tenía razón sobre lo más importante y su sentido común prevaleció. Sabía que por Polly y por Milo no podía rechazar la oferta. Pero seguía sin entender por qué Jed la había elegido precisamente a ella como ayudante personal. Debía de haber montones de secretarias que podrían darle lo que necesitaba.
–Muy bien… acepto tu oferta –dijo por fin. Aunque se arrepintió al ver la sonrisa de satisfacción en sus elegantes facciones.
–Gracias, Crystal… Cryssie. No lo lamentarás.
–Sinceramente, espero que no –murmuró ella–. Bueno, será mejor que me vaya o Rose empezará a hacer preguntas.
Luego se dio la vuelta y abrió la puerta del despacho… para encontrarse allí a Rose con una expresión de total incredulidad. Cryssie, horrorizada, se dio cuenta de que la secretaria debía de haberlo oído todo. Incluso podría haber visto que se besaban porque la puerta tenía paneles de cristal esmerilado…
–¿Se puede saber qué ha pasado? No he podido oírlo todo, pero… ¿no me digas que te ha pegado?
–¿Qué? No, no… no ha sido eso. Es que estaba furioso…
–¿Por qué?
–Por una cosa que he dicho –contestó Cryssie a toda prisa–. Le dije algo que lo molestó… lo que has visto es la típica reacción de un hombre cuando está furioso. Muestran su enfado de esa forma para… poder seguir creyendo que tienen la razón. Es una cosa masculina –siguió, sin saber muy bien lo que decía–. Me empujó y yo le empujé a él.
–Pues a mí me ha parecido algo más que eso –insistió Rose–. Si quieres demandarlo, yo puedo declarar como testigo.
–No, no… no es algo que se pueda denunciar. No te preocupes por mí, Rose, estoy bien. Y sé cuidar de mí misma.
Mientras volvía a casa, Cryssie no dejaba de darle vueltas a lo que había pasado. Jed le había dicho que cerraba el negocio y luego, de inmediato, le ofrecía una oportunidad única… por no decir nada del musculoso y ardiente abrazo de su nuevo jefe.
Al parar en un semáforo, se miró brevemente en el espejo retrovisor y dejó escapar un suspiro. Lo que le había contado a Rose era la verdad. El abrazo de Jed, el apasionado beso, no tenían nada que ver con un deseo sexual. Sólo habían sido resultado de su furia. Nada más y nada menos.
Y, a pesar de sus buenas intenciones, Cryssie sabía que, de nuevo, estaba enamorándose de un hombre al que quería despreciar.