Capítulo 6

 

 

 

 

 

AL FINAL del día siguiente, todos los empleados conocían la noticia. De pie en el despacho de Jed, escucharon, atónitos, sus planes para Hydebound, su formidable presencia evitó que se atrevieran a hacer preguntas.

Como siempre, Jed Hunter lo tenía todo controlado. Cryssie mantuvo la cabeza baja, con el corazón latiéndole a toda velocidad.

Él se marchó luego abruptamente y, cuando se quedaron solos, todo el mundo empezó a hablar al mismo tiempo. Nadie podía creerlo y el miedo al desempleo era palpable. Cryssie, sin saber qué decir, dejó escapar un suspiro.

–Es increíble. Después de tantos años… Bueno, me duele muchísimo la cabeza, así que me voy a casa. ¿Te importa cerrar, Rose?

 

 

Más tarde esa noche, después de haber metido a Milo en la cama, Cryssie se puso un chándal azul marino y se dejó caer en un sillón frente a Polly. Mirando a su hermana, pensó por enésima vez lo guapa que era, con su largo pelo castaño con reflejos rojizos… A pesar de sus problemas emocionales, Polly cuidaba mucho su aspecto. Y su aparente fragilidad le daba un gran encanto, con esos ojos tan grandes…

Alrededor de las nueve, Polly se estiró, bostezando.

–Me voy a la cama, Cryssie.

Y ella pensó: «Por favor, no me digas que estás cansada».

–Yo iré enseguida –murmuró–. Antes quiero terminar este crucigrama.

En ese momento sonó un golpecito en la puerta y las dos se miraron, sorprendidas.

–¿Quién puede ser? –murmuró Polly–. Nunca viene nadie a estas horas.

Cryssie se levantó del sillón.

–Sólo hay una manera de averiguarlo.

Dejando puesta la cadena, abrió la puerta cautelosamente y lanzó una exclamación al ver al hombre que parecía dominar toda su vida.

–Señor Hunter… Jed. ¿Qué haces aquí? ¿Ha ocurrido algo?

–No, no ha ocurrido nada –contestó él, como si fuera totalmente normal ir a casa de una empleada después de la hora de la cena–. ¿Puedo hablar contigo un momento?

A Cryssie empezó a latirle el corazón con fuerza. ¿Qué querría ahora? Aquel día no podía pasarle nada más.

–Sí, claro, pasa –contestó, quitando la cadena.

Cuando entraron en el salón, Polly se incorporó en el sofá… ¡y se quedó transfigurada mirando a Jed! Cryssie miró de uno a otro y vio de inmediato el efecto que aquel atractivo extraño ejercía en su hermana. «Oh, no, no intentes conquistarlo, Poll. No saldrá bien». Pero… ¿qué sabía ella? Jed también estaba mirándola… su delgada figura en vaqueros y camisola de color crema, el pelo caído sobre un hombro, los ojos brillantes. Era una mujer deseable y Cryssie lo sabía muy bien. Pero en sus austeras vidas no solía entrar ningún hombre que despertase el interés de su hermana.

–Señor Hunter, le presento a mi hermana, Polly. Polly, te presento a mi jefe, Jed Hunter, que acaba de comprar Hydebound.

Polly se levantó graciosamente del sofá para saludarlo y Jed tomó su mano con una sonrisa en los labios.

–Siento molestarla a estas horas –se disculpó. Y Cryssie detectó una nota de admiración en su voz.

Polly estaba mirándolo con gran interés, claramente fascinada por sus ojos negros y su atractivo rostro. Jed, con un polo azul y una bonita cazadora de ante, se volvió hacia Cryssie, que se puso colorada. Sabía perfectamente que su apariencia no tenía nada que ver con la de su hermana: un pantalón de chándal viejo, descalza, el pelo suelto cayendo despeinado sobre sus hombros…

Pero se obligó a sí misma a levantar la cabeza. Aquello no era una competición entre su hermana y ella. Además, si lo fuera, Polly ganaría sin mover un dedo.

–Siento venir así, sin avisar, pero tenemos que hablar sobre algo importante.

–Yo me iba a la cama –dijo Polly, con una sonrisa angelical.

–No se preocupe. Terminaremos enseguida.

Polly salió de la habitación mirando a Cryssie con curiosidad, seguramente preguntándose por qué no se había molestado en describir a su nuevo y atractivo jefe.

Una vez solos, se miraron el uno al otro y Cryssie entendió la razón para aquella inesperada visita. Jed había tenido tiempo para pensar en lo irracional de su comportamiento en la oficina y, evidentemente, lo lamentaba. Incluso podría haber pensado que ella iba a demandarlo por acoso sexual o algo así. Y había ido a pedirle disculpas.

–¿Y bien?

–Pues… es que estaba por aquí… tomando una copa con unos amigos… –empezó a decir Jed–. Y se me ha ocurrido venir a hablar contigo.

–Dime –murmuró Cryssie, esperando una explicación.

–Tengo que hacer algunas cosas en Londres el domingo y me gustaría que vinieras conmigo. Lo mejor es que empieces con tu nuevo trabajo lo antes posible.

–¿En domingo? ¿La gente trabaja los domingos?

Él levantó una ceja.

–Cuando es necesario, sí. Los domingos son los únicos días libres para los clientes importantes.

Naturalmente, pensó Cryssie. Para Jeremy Hunter, nada era más importante que el negocio. Y sabía que ella tendría que aceptar. No estaba en posición de poner objeciones.

–Muy bien –dijo, con desgana–. Supongo que Milo y mi hermana pueden divertirse solos un domingo, para variar. ¿Tendremos que estar fuera todo el día?

–Me temo que sí. Así que no hagas otros planes.

Por un segundo, Cryssie estuvo a punto de decirle que no. Jed Hunter parecía dispuesto a dirigir su vida fuera y dentro de la oficina… y sólo había aceptado ser su ayudante personal. Pero no estaba de humor para otra batalla.

–¿A qué hora tenemos que irnos?

–Vendré a buscarte a las diez. La reunión es a la una, así que tendremos tiempo de comer algo antes.

Cryssie se mordió los labios. La idea de «comer algo» con Jed Hunter un domingo, el único día que podía hacer un almuerzo de verdad para su familia, no le parecía nada atractiva. Pero la realidad era que había prometido, o había sido más o menos forzada a prometer, que sería la ayudante personal de Jed Hunter, de modo que debía aceptarlo.

Y él no parecía tener intención de marcharse.

–¿Quieres un café? ¿O tienes que irte a algún sitio?

–No, no tengo que ir a ningún sitio. Y un café estaría muy bien. Gracias.

Cryssie encendió la cafetera y sacó dos tazas del armario. Se alegraba de haber limpiado la cocina después de cenar. El salón estaba lleno de juguetes y periódicos tirados por todas partes, pero al menos Jed podría sentarse allí.

–Es una cocina muy agradable.

–Gracias. A nosotros nos gusta –sonrió ella, preguntándose qué estaría pensando de verdad. Podía imaginar el esplendor de su casa y seguramente «agradable» no sería la palabra apropiada para definirla–. Aunque se nos está quedando pequeña. Cuando Milo se haga mayor no sé qué vamos a hacer.

–¿Le has contado a Polly tus planes para el futuro? ¿O que Hydebound va a cerrar?

–No. Yo no suelo hablar con mi hermana de esas cosas –suspiró Cryssie, pensando que sería estupendo poder hacerlo–. Le resulta difícil preocuparse por lo que ocurre fuera de esta casa, así que no suelo contarle nada.

–¿Y qué hace ella aquí todo el día?

–Nada. Es esteticista, pero sufrió una depresión posparto y le resulta muy difícil mantener un trabajo. Se cansa, se deprime… Es mejor que se quede en casa cuidando del niño. Mientras Milo tenga todo lo que necesita, emocional y físicamente, yo estoy contenta.

Como si lo hubiera conjurado, una carita apareció entonces en la puerta de la cocina.

–¡Milo! ¿Qué haces levantado?

El niño entró corriendo y se sentó sobre las rodillas de su tía.

–He tenido una pesadilla. No puedo dormir. Y he oído voces –contestó, mirando descaradamente a Jed.

–Hola, Milo.

–Hola.

–Es el señor Hunter.

–¿Es tu amigo?

–Sí, es mi amigo –Cryssie estaba mirando a Jed y sus ojos negros la mantuvieron cautiva durante unos segundos.

–¿Mamá te ha dicho que quiero una bicicleta por mi cumpleaños?

–Sí, me lo ha contado. Ya veremos lo que se puede hacer. A lo mejor podemos ir de tiendas la semana que viene…

–Y necesito un uniforme para el colegio –la interrumpió su sobrino–. La señorita Hobson nos lo ha dicho esta mañana. ¡Y tengo que llevar corbata!

–Ah, entonces vas a parecer muy mayor. No te hagas mayor, Milo. Quédate como estás.

El niño enterró la carita en su pecho.

–¿Puedo dormir en tu cama esta noche, Cryssie? No quiero volver a mi habitación.

–Bueno, ya veremos. Por ahora cierra los ojitos…

Milo hizo lo que le pedía y pronto se quedó dormido mientras Jed y ella tomaban café.

–Es un niño precioso. ¿Puedo preguntar quién es su padre?

–Nadie lo sabe –contestó Cryssie–. Ni siquiera Polly está segura. Y cuando se quedó embarazada eso pasó a segundo término. Mi tía abuela Josie, que prácticamente nos crió, acababa de morir y Polly tuvo un embarazo muy difícil… En fin, eso ya da igual.

–Tu hermana y tu sobrino son muy afortunados de tener a alguien como tú.

–Y yo también. Tengo todo lo que necesito.

–No todo el mundo puede decir eso.

El niño se movió entonces, inquieto.

–Bueno, me parece que tengo que llevarlo a la cama.

Jed se levantó inmediatamente.

–Deja que lo lleve yo. Debe de pesar mucho.

Y con un grácil movimiento tomó a Milo en brazos. Suspirando, Cryssie lo llevó hasta su habitación en el segundo piso, un dormitorio pequeño pero bonito. Jed dejó al niño en la cama con suavidad y lo tapó con el edredón.

–No fue a despertar a su madre cuando tuvo la pesadilla –murmuró después.

–No, siempre acude a mí.

Bajaron juntos de nuevo al salón y, después de llamar a un taxi por teléfono, Jed se detuvo un momento en el pasillo.

–Recuerda, a las diez en punto el domingo –le recordó, con cierta sequedad.

–Muy bien –contestó ella, en el mismo tono.

Qué pronto cambiaba de humor, pensó. Evidentemente le había gustado Milo pero, de repente, volvía a ser el hombre de negocios.

Estaban tan cerca que cualquier movimiento los habría echado el uno sobre el otro. Y, a pesar de todo, Cryssie deseaba que fuera así. Deseaba que la abrazara como la había abrazado en la oficina, hasta dejarla sin aliento.

Pero Jed abrió la puerta bruscamente y, diciéndole adiós con un gesto, salió de la casa.

Ella se quedó en la puerta hasta que subió al taxi. Después, apagó la luz y subió a su habitación.

Pero no podía dormir y se quedó mirando al techo, confusa. Confusa al saber que Jeremy Hunter había despertado su deseo de una forma que la aterrorizaba. Ella no quería aquello… no necesitaba aquello. Pero su vida estaba empezando a unirse con la de Jed Hunter y se sentía atrapada entre sus necesidades económicas y su dilema emocional.

En silencio, en la oscuridad, las lágrimas empezaron a rodar por su rostro. Lágrimas ardientes que no había derramado en tres años. Porque sabía que el único hombre que la había besado en todo ese tiempo lo había hecho ofuscado y furioso. No había sido nada más que eso. No había sido el deseo sino la frustración lo que había hecho que Jed la besara en la oficina. Porque para él era impensable que una mujer intentase decirle lo que tenía que hacer.

 

 

Mientras iba en el taxi, Jed no dejaba de pensar en Cryssie. Durante los últimos años había desarrollado una especie de burbuja a su alrededor. Una burbuja protectora que nada ni nadie podía romper. Se sentía seguro así, emocionalmente imperturbable.

Pero desde que Crystal Rowe se había cruzado en su camino sentía que estaba en peligro. Aquella chica le tocaba el corazón como no lo había hecho ninguna otra. Nunca olvidaría su expresión, su cara de horror, cuando le dio la noticia de que iba a cerrar la empresa.

Había pasado esa noche solo en un pub, recordando lo que habían dicho el uno y el otro… y sobre todo, recordando aquel beso inesperado.

¿Por qué la había besado?, se preguntó. No había podido contenerse. El fuego que vio en sus ojos mientras lo acusaba de ser un canalla había encendido otro dentro de él; un fuego que había convertido la frustración en pasión. Y ella había compartido esa pasión, estaba absolutamente seguro. Había sentido cómo Cryssie se derretía entre sus brazos. Y, por mucho que intentase describirse a sí misma como una mujer fría, distante, sin el menor interés por los hombres… no era verdad.

Ese día había perdido el control tanto como él.