EL DOMINGO por la mañana, Cryssie seguía a Jed por el rellano de un imponente edificio de apartamentos en la mejor zona de Londres. Una vez dentro de su ático, él se acercó inmediatamente a las ventanas para apartar las cortinas y dejar entrar la luz.
Cryssie intentó disimular su admiración mientras miraba alrededor. Era, evidentemente, el apartamento de un hombre soltero, opulento pero discreto a la vez. Como únicos muebles, un par de sofás, dos mesitas y una enorme pantalla de televisión. Pero las piezas de decoración eran de aspecto valioso y el espejo que había sobre la chimenea reflejaba una serie de fotografías de Londres en blanco y negro.
Jed tiró el ordenador portátil sobre el sofá y se volvió hacia Cryssie.
–Ésta es mi casa cuando estoy en Londres. Resulta muy útil y es más cómodo que alojarme en un hotel.
«Muy útil» no era precisamente como Cryssie lo hubiera descrito.
–Es muy agradable. Y está muy bien situado.
–Me viene bien para recibir a socios y clientes de vez en cuando. Cenamos en Renaldo’s, que está aquí abajo… ¿quieres verlo todo? Sé que a las mujeres os gustan esas cosas –dijo Jed entonces, indicando que lo siguiera–. Éste es mi dormitorio… con un vestidor. Ése es el baño y allí está la cocina. Sólo he hecho café y tostadas aquí… ah, y un par de tortillas francesas, si no recuerdo mal. Cuando recibo gente, le pido al chef de Renaldo’s que nos suba algo. Así todo es mucho más cómodo.
Cryssie estaba impresionada. Aquello debía de costar una fortuna. Pero ¿qué le importaba a ella? Mientras a Jed Hunter le fueran las cosas bien, mejor para todos.
Aun así, se sentía inquieta. ¿Dónde se estaba metiendo y qué esperaba Jed de ella? No sabía si podía confiar en él y, sobre todo, no estaba segura de sí misma. Debía admitir que, a veces, su sentido común amenazaba con perder la partida ante lo que aquel hombre despertaba en ella, por mucho que quisiera mantener las distancias.
–Yo tengo que comprobar unas cosas. Pero estás en tu casa.
Cryssie entró en el baño y se miró al espejo, sonriendo. Su sencillo traje de chaqueta negro, comprado años antes, había soportado bien el paso del tiempo. Era de corte clásico y hacía juego con la blusa color marfil.
Polly había insistido en prestarle sus pendientes especiales: unos cristalitos redondos que atrapaban la luz cada vez que movía la cabeza. Y sí, debía admitir que le quedaban muy bien.
Por el camino, Jed le había explicado que el cliente al que iban a ver tenía una propiedad que su familia quería comprar. Pero, aparentemente, la negociación no iba a ser fácil.
–¿Y qué puedo hacer yo? –preguntó Cryssie.
–Escuchar y tomar notas –contestó él–. Es muy importante anotar todos los detalles de la conversación. Yo no voy a poder recordar todo lo que se diga.
Jed la miró entonces de arriba abajo. Le gustaba aquel traje. La hacía parecer discretamente atractiva y muy profesional. Además, aquel día llevaba unos pendientes que le daban un aire sofisticado. Le encantaría vestirla, pensó, darle un capricho…
Jed frunció el ceño. Pensar esas cosas era peligroso… ya había hecho eso antes y el resultado fue un desastre.
De repente sonó su móvil y Cryssie vio que su expresión se ensombrecía. Algo no le estaba gustando nada.
–Muy bien… entiendo, sí. En fin, qué se le va a hacer. Gracias por llamar –Jed cerró el teléfono y se volvió hacia ella–. Por lo visto, el cliente ha pillado no sé qué virus y no se encuentra bien… de modo que venir hasta aquí ha sido una pérdida de tiempo.
–No importa. Esas cosas pasan –sonrió Cryssie, pensando: «genial, ya puedo irme a casa».
–Pero no quiero perder todo el día. Después de comer podríamos ir a dar un paseo por el río. Está saliendo el sol y no hace mucho frío… ¿Crees que podríamos ser dos seres humanos en lugar del ogro del jefe y su reticente secretaria?
–Pues…
–Así podremos conocernos un poco mejor. Si vamos a trabajar juntos, tenemos que conocernos… no sé si me entiendes.
Cryssie tragó saliva.
–Yo sólo he estado en Londres una vez y me gustaría dar un paseo a la orilla del Támesis.
–Genial. Pero antes vamos a comer algo.
Renaldo’s era un restaurante italiano suavemente iluminado, algo que añadía sensualidad a la ocasión, incluso a aquella hora del día.
–No puedo creer que esté aquí, haciendo esto –dijo Cryssie, apoyando los codos en la mesa.
–¿Por qué?
–No sé, porque el resto de mis compañeros están angustiados, preguntándose si encontrarán otro trabajo y yo…
–¿Tú estás tranquila? Deja de preocuparte. La vida es así, llena de buenos y malos momentos.
Cryssie era una mezcla extraña. Muy madura para unas cosas y muy ingenua para otras. Y le apetecía enseñarle la ciudad, apartándola por un día de sus obligaciones familiares.
Después de tomar un delicioso plato de pasta y una botella de Chardonnay, tomaron un taxi hasta la plaza de Trafalgar, llena de turistas y palomas que levantaban el vuelo cuando los niños intentaban tocarlas. Jed comprobó, divertido, que Cryssie se apartaba un par de veces con cara de susto.
–No te darán miedo, ¿verdad?
–Un poco –admitió ella, riéndose–. Siempre me han dado miedo las cosas que me rozan la cara de forma inesperada.
–Ah, intentaré recordarlo –dijo Jed, enigmático.
Y ella se puso colorada.
–¿Tú no tienes ninguna manía?
–No, la verdad es que no. Aunque no me presentaría voluntario para pasar la noche con un par de serpientes venenosas –sonrió Jed–. ¿Quieres que vayamos a ver tiendas? En Londres, están abiertas los domingos.
–Me gustaría dar un paseo por la calle Oxford.
–Ah, muy bien.
Paseando con ella, Jed no dejaba de preguntarse por qué se sentía tan… contento. En lugar de cerrar una transacción importante se dedicaba a perder el tiempo, pero lo estaba pasando bien. No había presiones, ni clientes a los que convencer y sentía una curiosa satisfacción al ver a Cryssie tan feliz. Viéndola mirar los escaparates de las tiendas se preguntó dónde había estado toda su vida… ¡era como una niña en Navidad!
–Ven, vamos a tomar uno de esos autobuses para turistas. Así podremos ver mejor la ciudad –dijo de repente, tomando su mano.
No podía creer que estuviera haciendo aquello. ¡Tomar un autobús para turistas! Pero la emoción de Cryssie era contagiosa.
Cuando el trayecto terminó, entraron en un parque y se mezclaron con otras parejas y familias que habían ido allí para disfrutar del día.
–Me parece que está a punto de llover –dijo Jed, mirando el cielo. Y justo en ese momento empezaron a caer las primeras gotas–. Si antes lo digo… venga, rápido –se rió, quitándose la chaqueta para ponérsela a Cryssie sobre la cabeza–. Antes de que nos empapemos.
–No hace falta…
–No te preocupes. Mi camisa se secará enseguida. Venga, corre, vamos a buscar un taxi. No querrás llegar tarde a casa, ¿no?
–No, no quiero volver muy tarde. Aunque le dije a mi hermana que no sabía a qué hora iba a llegar
–Entonces volveremos a mi casa. Quizá Renaldo podría enviarnos algo de cena… a menos que prefieras cenar en otro sitio. Hay muchos restaurantes estupendos en Londres.
–No, no, me parece bien. En realidad, estoy agotada.
La lluvia los había pillado por sorpresa y, a pesar de la chaqueta de Jed, estaban mojándose.
–¿Dónde hay un taxi? En cuanto llueve es imposible encontrarlos –suspiró Jed, apartándose el flequillo empapado de la frente.
Cuando por fin llegaron a su apartamento, Cryssie se dejó caer sobre el sofá.
–Londres es genial… pero agotador.
–¿Quieres tumbarte un rato? Yo voy a hacer un par de llamadas y luego prepararé algo de beber antes de llamar a Renaldo’s.
Cryssie pensó en su enorme cama y sucumbió.
–Bueno, pero sólo cinco minutos –murmuró, pensando que, seguramente, esas llamadas serían de carácter privado.
En el dormitorio, se quitó la chaqueta, la falda y los zapatos y se tumbó sobre el suave edredón. Era como estar en el cielo. Pero entonces se preguntó cuántas mujeres habrían dormido allí… con Jed. Él le había dicho que usaba aquel apartamento para hacer negocios, pero era, evidentemente, el sitio ideal para un hombre soltero.
Cryssie abrió los ojos y miró alrededor. La habitación tenía un toque más femenino que el resto de la casa, con cojines de colores y muebles de cerezo…
Sin pensar lo que estaba haciendo, se levantó de la cama y se acercó al vestidor. Con cuidado, abrió uno de los armarios… y sus sospechas se vieron confirmadas. Colgado allí había un precioso vestido de satén rosa y un par de mules de tacón con lentejuelas.
Y, naturalmente, no serían de Jed.
Encogiéndose de hombros, cerró la puerta y volvió a la cama. Jeremy Hunter tenía otras razones para mantener aquel apartamento. ¿Y qué? Era su problema, a ella le daba igual.
O debería darle igual.
Al otro lado de la pared, Jed, sentado en el sofá, tomaba un sorbo de whisky. Sólo el tiempo diría si su relación con Cryssie podría dejar de ser meramente profesional. Porque empezaba a darse cuenta de que eso era lo que deseaba. Más de lo que había deseado nada en mucho tiempo.
¿Podría hacer cambiar de opinión a una mujer que no quería saber nada de los hombres?, se preguntó.
No oía ruido en el dormitorio y, tras dejar el vaso sobre la mesa, se acercó y abrió la puerta sin hacer ruido. Cryssie estaba profundamente dormida. Viéndola tumbada allí, sólo con la blusa y las braguitas, el pelo extendido sobre la almohada, le recordó la noche que pasaron juntos en Laurels. Pero ahora debía admitir que sus sentimientos eran de otra naturaleza… Ahora la conocía un poco mejor e intuía que había aún más por descubrir. Sin embargo, era una sorpresa saber que era capaz de excitarlo de esa forma.
Sin pensar, Jed dio un paso adelante y… de repente, Cryssie abrió los ojos y se sentó en la cama, tapándose virginalmente con el edredón.
–¿Me he quedado dormida?
–Sí, un rato. La cena llegará en diez minutos. ¿Te apetece comer algo?
–Sí, claro. Voy enseguida.
Jed salió de la habitación y Cryssie entró en el cuarto de baño a toda prisa. Cuando abrió los ojos y lo vio allí, a su lado, pensó por un momento que quería seducirla. Había algo en su expresión, algo en aquellos ojos negros…
Pero lo que tenía que hacer era vestirse inmediatamente. Aquél era el sitio perfecto para una liaison romántica y no era eso lo que ella pretendía. Esperaba que Jed no hubiera pensado… pero no, ella no le había dado pie.
Cuando volvió al salón, sonaba el timbre que anunciaba la cena.
Jed había puesto la mesa para dos frente a uno de los sofás y Cryssie se quedó esperando mientras el camarero de Renaldo’s entraba con una bandeja que olía de maravilla.
Cuando se quedaron solos, Jed tomó una botella de vino del bar y sirvió dos copas.
–Hoy lo he pasado muy bien, aunque la reunión se haya cancelado. Vamos a brindar por la próxima vez.
–Muy bien, por la próxima vez –sonrió ella–. ¿Qué has pedido?
–Un plato típico de Renaldo’s. Es tan bueno que sólo lo pido cuando tengo una reunión con un cliente importante.
–Me encantaría saber de qué está hecha esta salsa. Es maravillosa –murmuró Cryssie después–. Por cierto, ¿de quién es el vestido que hay colgado en tu armario? ¿O lo guardas para la novia de turno?
Jed la miró como si no supiera de qué estaba hablando.
–No sabía que hubiera un vestido…
–Venga ya. Tienes que saberlo. Es un vestido rosa carísimo…
El rostro de Jed se había ensombrecido y Cryssie de repente tuvo miedo de haber hablado demasiado.
–Perdona, no quería…
–No sabía que seguía allí.
–Lo siento. No es asunto mío lo que tengas en tu armario… Lo he dicho en broma.
–Hace meses que no miro en ese armario –dijo él, encogiéndose de hombros–. Era el de mi mujer. El mío es el otro. No sabía que se hubiera dejado nada aquí.
¿Su mujer? ¿Jed Hunter había estado casado?
–Estuve casado durante un año –dijo él entonces, como si le hubiera leído el pensamiento–. El tiempo suficiente para conocer a mi ex mujer… y decidir que no teníamos nada en común. No he vuelto a verla desde que nos separamos. Mañana mismo le daré su ropa a… no sé, a alguna parroquia.
–La vida sería mucho más fácil si pudiéramos ver el futuro, ¿verdad? –suspiró Cryssie–. Entonces no cometeríamos tantos errores.
Jed la miró durante unos segundos sin decir nada y luego, de repente, la tomó por la cintura. Ella no protestó, no se resistió, aunque sabía instintivamente que iba a besarla. Y sí, sí, sí, deseaba que lo hiciera.
Fue un beso diferente al primero, en la oficina. Esta vez era tierno y fieramente apasionado al mismo tiempo. Era un momento de ensueño como ninguno que hubiera experimentado y se encontró a sí misma dejando que él tomase el control mientras el aliento masculino le quemaba las mejillas.
–Cryssie… te deseo. Te necesito…
Y, tomándola en brazos, Jed la llevó al dormitorio.
Pero, de repente, como si hubiera sonado una alarma, Cryssie lo detuvo.
–¡No! –exclamó, obligándolo a soltarla.
–¿Por qué no? Sería un final perfecto para…
–Yo no tengo por costumbre mantener aventuras con mis jefes –lo interrumpió ella–. Lo que pasó en la oficina…
–Fue culpa tuya. Yo estaba frustrado por tu estúpida obstinación…
–No te preocupes, no tenía la menor duda sobre tus motivos.
–Me enfadé tanto porque te negabas a entrar en razón…
–Pues ahora he entrado en razón –lo interrumpió–. Y tengo que irme a casa ahora mismo.
–Muy bien, como quieras.
Cryssie esperaba que estuviese en condiciones de conducir después de haber bebido, pero sabía que Jeremy Hunter no pondría en peligro sus vidas. No, claro que no. Porque eso podría estropear «sus planes».
Hicieron el viaje en completo silencio. Cryssie sabía que estaba frustrado por su negativa, pero se alegraba de haberlo detenido. Se había demostrado a sí misma que controlaba su vida… sus vidas, la suya, la de Polly y la de Milo.
Jed iba con los labios apretados. Nunca una mujer lo había rechazado y, sin embargo, no lo molestaba tanto como debería. Porque sabía que, al final, se saldría con la suya. Cryssie había demostrado que sabía lo que quería… o lo que no quería. Y, sin embargo, durante unos minutos había estado claro que lo deseaba tanto como él a ella.
Cuando llegaron a su casa, Cryssie salió del coche casi antes de que hubiese parado.
–Buenas noches, Jed. Y gracias por… traerme –dijo enigmáticamente antes de cerrar de un portazo.