A LA MAÑANA siguiente, Polly decidió que, como el día anterior había tenido que cuidar de su hijo, el domingo era el turno de su hermana.
–Estoy cansada –le dijo, en camisón, mientras Cryssie limpiaba el horno–. Así que voy a darme un baño caliente y luego voy a hacerme una limpieza de cutis y un masaje facial. ¿Te importa quedarte con Milo?
–No, claro que no.
–Es que me apetece pasar el día sin hacer absolutamente nada.
«Sin hacer absolutamente nada» significaba sin jugar con Milo, algo que agotaba a Polly. Pero estar a solas con su sobrino era algo que encantaba a Cryssie.
Estaba poniéndole el abrigo al niño cuando sonó el teléfono. Al oír la voz de Jed, Cryssie dejó escapar un suspiro. Las intrusiones de aquel hombre en su vida empezaban a convertirse en una costumbre.
–Estaba pensando… como hoy hace sol y ayer te tuve todo el día trabajando… podrías venir con tu familia a casa de mis padres. Mi madre tiene unas flores preciosas y Milo podría traer su balón de fútbol… aquí hay kilómetros de hierba en los que jugar.
La emoción que embargó a Cryssie la tomó por sorpresa. Le encantaría ir a Shepherd’s Keep, la mansión de los Hunter, y comprobar cómo vivían los ricos. Pero, sobre todo, le gustaría ver a su sobrino jugando en la hierba. En un sitio seguro, sin coches.
–Pues… tendré que preguntarle a él. Espera un momento. Milo, ¿te apetece ir al campo? Podríamos jugar al fútbol.
–¿Vamos al parque? –preguntó su sobrino, entusiasmado.
–Algo así –sonrió Cryssie–. ¿Jed? Sí, parece que a Milo le apetece ir. Pero Polly no puede, está cansada.
–Muy bien. Iré a buscaros a las once.
Después de colgar, Cryssie le contó a Polly sus planes. Y no le sorprendió la mueca de su hermana.
–A mí también me gustaría ir… si no estuviera tan cansada. Pero cuando vuelvas tienes que contármelo todo.
Cryssie se alegró de que su hermana no los acompañara. Quizá era terrible pensar eso, pero la experiencia le decía que era lo mejor. No quería que coquetease con Jed y sabía que ésa era una posibilidad. Y la vida era suficientemente complicada como para complicarla aún más. Era mejor que sólo fueran Milo y ella. Además, la idea de estar los tres juntos la llenaba de una alegría inexplicable.
Jed, como siempre, apareció a la hora que había dicho y Cryssie se ocupó de cerrar la puerta mientras él metía al niño en el Porsche y le ponía el cinturón de seguridad.
–Esto es un poco bajo para ti. La próxima vez traeré un asiento especial, para que puedas ver la carretera.
Ella respiró profundamente mirando a su sobrino, que la miraba con carita de felicidad. Milo nunca había viajado en un coche como aquél y, como cualquier niño, estaba encantado. Y el comentario de Jed, como si tuviera intención de volver a invitarlos…
Intentando no hacerse ilusiones tontas, Cryssie decidió disfrutar de la excursión. Aunque sólo fuera por su sobrino. El niño vivía una existencia feliz, pero faltaba una presencia masculina en su vida y eso la preocupaba. Especialmente desde que volvió de una fiesta de cumpleaños preguntando por qué su papá no vivía con ellos.
Cuando llegaron a Shepherd’s Keep, Cryssie tuvo que hacer un esfuerzo para no quedarse con cara de tonta. La preciosa mansión victoriana sería suficiente para asombrar a cualquiera, pero el camino lleno de narcisos y rosas… era un paisaje de cuento de hadas.
–Esto es precioso, Jed.
–Imaginé que te gustaría. Después iremos a dar un paseo cerca del río… pero antes vamos a tomar un café. Quiero presentarte a mis padres.
Cryssie se mordió los labios. No había esperado conocer a los Hunter y se alegraba de que ninguno de sus compañeros de Hydebound pudiese verla. Seguía sintiéndose desleal a sus compañeros por aceptar el puesto de ayudante personal… Pasado un tiempo sería diferente, pero, por el momento, la situación era demasiado incómoda.
Entraron en la casa a través de la cocina, donde Megan, el ama de llaves, estaba preparando el almuerzo.
–Llevaré el café al jardín en unos minutos –les dijo, después de que Jed hiciera las presentaciones.
Henry y Alice Hunter saludaron a Cryssie con sorprendente simpatía. Y a Milo, que estaba guapísimo con su abriguito y sus rizos dorados, aún más.
–Jeremy nos ha hablado de ti… ¡y tú debes de ser Milo! Qué niño tan guapo –exclamó Alice Hunter, una elegante mujer de pelo gris y ojos azules.
Henry, alto y distinguido, estrechó su mano.
–Así que tú eres la nueva ayudante de Jeremy… encantado de conocerte.
Cryssie comprendió entonces de quién había heredado Jed los ojos negros. Eran idénticos a los de su padre.
Mientras Megan servía el café, y un vaso de zumo para Milo, Cryssie miraba alrededor. ¿Qué podía haber pensado Jed de su casa?, se preguntó, sintiéndose un poco avergonzada. Aquél no era su sitio, aquélla no era su gente. Ser empleada de Jeremy Hunter era una cosa, pero estar allí tomando café… se sentía como un pez fuera del agua.
Pero Milo no tenía esos problemas y, animado por Alice y Henry, les hablaba del colegio, de sus juguetes y de las cosas que le gustaba hacer.
–Jed va a jugar al fútbol conmigo. ¿A que sí, Jed?
–Pues claro –contestó él–. Y después pienso enseñarte mi tren eléctrico.
–¡Un tren eléctrico! –exclamó el niño.
–No hemos tenido corazón para desmantelar el tren que le regalamos cuando era pequeño –sonrió Alice–. Está permanentemente montado en una de las habitaciones. Aunque ahora los únicos que juegan con él son los nietos de Megan. Claro que, cuando nadie le ve, estoy segura de que Jeremy también juega con él.
Cryssie no podía imaginarse a Jeremy Hunter tirado en el suelo, jugando con un tren eléctrico…
Afortunadamente, el tema de Hydebound no salió en la conversación. Cryssie se habría sentido muy incómoda.
Después de tomar café salieron al jardín, donde Jed y Milo jugaron con entusiasmo al fútbol mientras ella se dedicaba a admirar las flores que Alice Hunter cuidaba con esmero… y con la ayuda de un jardinero, claro.
Paseando por aquel precioso lugar y oyendo los gritos de alegría de su sobrino, Cryssie se sintió repentinamente abrumada de tristeza. Por Milo y por ella misma. Aquella mansión era todo lo que un niño pudiera desear en la vida, pero ella nunca podría darle eso a su sobrino. Además, necesitaba una influencia masculina, no sólo para jugar al fútbol sino para las cosas más importantes de la vida. Los años pasaban y, antes de que se diera cuenta, Milo se haría mayor… ¿Podría ella solucionar los problemas de un adolescente?
Cryssie giró la cabeza y vio a Jed lanzándose de cabeza para parar un gol. Claro que no era la primera vez que lo veía en una posición poco habitual en un hombre de negocios. La imagen de Jed Hunter en calzoncillos, tumbado en la cama del hotel, no se le había ido de la cabeza todavía.
–Tienes que llevarte algunas rosas –le dijo Jed–. Y ya estoy harto de jugar con Milo. ¡Me ha metido cinco goles!
El niño corrió hacia ella, sin aliento.
–¿Podemos venir otro día, Cryssie?
–Sí, claro que puedes –contestó Jed por ella–. De hecho, insisto en que vengáis.
Luego miró a Cryssie y, como siempre, mantuvo cautiva su mirada durante unos segundos. Parecía más joven en ese momento, con el pelo sobre la cara y la frente empapada de sudor. Entonces, sin decir nada, colocó a Milo sobre sus hombros para volver a la casa, como si fuera un viejo amigo de la familia. Como si fuera… Cryssie no quería pensarlo.
Megan anunció poco después que el almuerzo se serviría en la cocina.
–Normalmente comemos en la cocina. Para Megan es más fácil que llevarlo todo al comedor –le explicó Alice.
Se sentaron los cinco alrededor de una enorme mesa ovalada y disfrutaron de un delicioso cordero con verduritas. Milo no dejó nada en el plato, para alivio de Cryssie. Normalmente se lo comía todo, pero con un niño nunca se podía estar seguro. Y cuando Megan apareció con helado de postre, los ojos de su sobrino se iluminaron.
–No sabía si le gustaría mi tarta de manzana, pero con el helado una nunca se equivoca –se rió el ama de llaves.
–Los nietos de Megan comen a veces con nosotros –le explicó Henry.
Eso la sorprendió. Para ser una familia acaudalada se portaban de una forma muy cariñosa con el servicio, casi como si fueran de la familia. Quizá porque había sido la perseverancia y el trabajo lo que los había hecho ricos.
–Cryssie, mientras mi madre se echa un sueñecito, como es su costumbre, vamos a dar un paseo –dijo Jed después–. Mi padre le enseñará el tren eléctrico a Milo.
El jardín era más grande de lo que le había parecido en un principio y pronto la casa se perdió en la distancia.
–Dios mío, esto es enorme.
–Yo solía organizar meriendas aquí con mis amigos… después de bañarnos desnudos en el río. Pero esos días han pasado –suspiró Jed con tristeza–. Ya nadie se baña aquí, ni desnudo ni con bañador.
–Es un sitio precioso. Has tenido mucha suerte de criarte aquí.
–Sí, ya lo sé. Aunque cuando era pequeño no me daba cuenta, claro.
Estaban tan cerca que Cryssie podía sentir el roce de su pierna, el calor de su piel mezclándose con el suyo propio. Nerviosa, se pasó la lengua por los labios. Su pulso se había acelerado y deseaba romper el hechizo que parecía envolverla cuando estaba a solas con él… pero no sabía cómo.
–¿Has decidido qué vas a hacer con Kevin y su amante?
–No, la verdad es que esperaba que tú me aconsejaras.
–¿Yo?
–Fuiste tú quien se enteró de la historia. A lo mejor se te ocurre alguna solución.
–No lo sé… quizá podrías llamar a Kevin y a la mujer de Max aparte y decirles que su aventura tiene que terminar de inmediato. Podrías amenazar con despedirlos –sugirió Cryssie–. Como Kevin tiene cuatro hijos, me imagino que no querrá arriesgarse a perder su empleo. Claro que esa estrategia podría no funcionar si están enamorados de verdad… aunque lo dudo. Pero no me culpes a mí si los dos presentan su dimisión y te quedas sin gerente y sin camarera –se rió luego–. Ése es un riesgo que tendrás que correr.
–Menudo riesgo –suspiró Jed–. Yo estoy contento con Kevin. Lleva el hotel fenomenal y no me da ningún quebradero de cabeza… hasta ahora.
–Yo no sé nada de hoteles, pero tengo la impresión de que es importante que el personal esté contento. Si hay rumores, cotilleos, trato preferencial… los empleados no harán bien su trabajo y eso es algo que notarán los clientes.
–¿Y si me demandan por despido improcedente?
–No creo que lo hicieran porque entonces su aventura se haría pública. Y si lo hacen, supongo que podríais llegar a un acuerdo económico. Claro que eso es sólo una opinión…
–Para eso es precisamente por lo que te pago. Eso es lo que necesito.
Cryssie lo miró a los ojos. Le gustaría poder leer sus pensamientos, interpretar lo que había detrás de aquellos ojos tan negros. ¿Qué podía buscar en ella que no pudiese encontrar en otra mujer? Porque no había nada especial en ella y Cryssie lo sabía. Lo había sabido toda su vida. En cuanto a su intento de seducción el otro día, en su apartamento… eso no contaba para nada. Ese tipo de incidente apasionado parecía ser normal para Jed Hunter. Algo que ocurría de forma repentina y que, de la misma forma, era olvidado.
–¡Cryssie! ¡Cryssie! –de repente, la voz de Milo rompió el silencio.
–En fin, gracias por el consejo –dijo Jed, después de aclararse la garganta–. Ya te contaré lo que voy a hacer cuando lo decida. Aunque supongo que tendremos que volver al hotel tarde o temprano…
–¡Henry me ha dejado jugar con el tren eléctrico!
–Me alegro mucho, cariño.
Alice y Henry llegaron detrás del niño y los cinco pasearon un rato por el jardín.
–Tiene una casa preciosa, señora Hunter.
–Llámame Alice, por favor. Y sí, es una casa muy bonita, pero es demasiado grande sólo para Henry y para mí. Cuando Jeremy era pequeño, todo era diferente. La casa siempre estaba llena de niños… es una casa para una familia, no una residencia para mayores.
–Mamá, vosotros no sois mayores –sonrió Jed.
–¿Cómo que no? En fin, Jeremy nos ha hablado muy bien de ti –siguió Alice–. Dice que nunca había contratado a una mujer tan inteligente.
–Sí, bueno… quizá no había buscado donde debía hacerlo.
Alice Hunter soltó una carcajada.
–Seguro que no.
Cryssie miró a Jed, que le devolvió una mirada de perplejidad antes de alejarse con Milo y su padre hacia la orilla del río.
–Supongo que estarán ustedes orgullosos de su hijo –dijo luego, para intentar arreglarlo.
–Por supuesto que sí –sonrió Alice–. Aunque le costó mucho tiempo crecer. Y eso fue culpa nuestra, claro. Es hijo único y… en fin, te puedes imaginar. No es bueno ser hijo único. Para aprender de la vida hay que tener hermanos y eso es lo que nosotros no pudimos darle. Estábamos siempre tan ocupados con los negocios… y cuando quisimos darnos cuenta ya era demasiado tarde. La verdad es que malcriamos a Jeremy, pero cuando a mi marido le diagnosticaron un problema de corazón cambió por completo. Fue algo increíble. Ahora se encarga prácticamente de todo lo relativo a los negocios familiares y es un alivio tremendo para nosotros. Sé que llevaba algún tiempo buscando una ayudante personal en la que pudiera confiar y me alegro muchísimo de que te haya encontrado.
–Muchas gracias. Espero estar a la altura –sonrió Cryssie.
Las dos mujeres siguieron charlando durante un rato mientras Henry, Jed y Milo se dedicaban a tirar piedrecitas desde la orilla del río para ver quién llegaba más lejos.
–Bueno, me parece que es hora de irnos. Milo no querrá irse, pero Polly, mi hermana, está esperándonos para cenar.
–¿Tenéis que iros tan pronto? Es tan agradable volver a oír la voz de un niño por aquí…
Poco después se despidieron, prometiendo volver en otra ocasión.
–Lo hemos pasado muy bien, Jed. Muchas gracias.
Él no contestó inmediatamente.
–Tenemos que hablar un día… los dos solos –dijo por fin–. Quizá podríamos ir a mi apartamento de Londres. Allí podríamos hablar sin ser interrumpidos.
–Pero…
–Busca una excusa en Hydebound para tener libre el jueves por la tarde.
Cryssie subió al coche y cerró la puerta, confusa.
–Haré lo que pueda –murmuró, nerviosa.
Porque sabía perfectamente lo que Jed Hunter quería decir con eso. Y sabía perfectamente también que no podría decirle que no.