AL DÍA siguiente el ambiente en Hydebound parecía cargado de electricidad. Estaban ilusionados por la nueva cooperativa, pero se preguntaban si la transición sería más difícil de lo que habían imaginado. Aunque se habían apuntado todos, había una innegable ansiedad bajo ese supuesto optimismo. ¿Y si todo iba mal? ¿Y si no lograban sus objetivos? ¿Cuál sería la reacción de Jeremy Hunter cuando lo supiera? Claro que ya no sería asunto suyo.
Cryssie intentó aportar ideas, pero sabía bien que cuando Jed apareciera en la oficina iba a costarle trabajo disimular. Estaba justo donde había estado el día de Nochevieja, cuando él apareció en escena. Sólo era una empleada más, sin privilegios especiales… y sin presiones.
Pero… ¿cómo podía fingir que todo lo que había ocurrido entre ellos no tenía importancia? ¡Había sido la experiencia más emocionante de su vida!
Ese viernes Cryssie estaba sola frente a su escritorio cuando sonó el interfono.
–Ven a mi despacho, por favor –la llamó Jed.
–¿Quieres que lleve algún informe?
–No, no hace falta.
Cryssie entró en el despacho sin llamar y Jed se levantó. Debería cortarse el pelo, pensó ella tontamente. Pero que el flequillo le cayese un poco sobre la frente le daba un aire más juvenil, más atractivo si eso era posible.
–Tengo que darte una noticia que podría ser de tu interés. Hemos decidido utilizar una parte de la cuarta planta de Latimer para instalar Hydebound –anunció Jed entonces–. Mi familia y yo llevábamos algún tiempo pensando si merecía la pena y hemos llegado a la conclusión de que, situada dentro de los grandes almacenes, la tienda podría funcionar.
Cryssie se había quedado sin palabras.
–Naturalmente, pienso llamar a todo el mundo esta tarde para darles la noticia –siguió Jed–. Espero que eso les agrade. Y, por supuesto, todos conservarán sus puestos de trabajo… a menos que alguno haya decidido irse. Y me gustaría saber tu opinión.
Estaban mirándose a los ojos, pero cuando él, sin poder evitarlo, levantó una ceja como diciendo: «te he ganado», Cryssie se exasperó.
–Nunca te lo perdonaré.
–¿Por qué? ¿Qué tendrías que perdonarme? ¿No estoy haciendo exactamente lo que tú querías?
–¿Cómo puedes hacerme esto? ¡No me lo puedo creer!
–¿Se puede saber de qué estás hablando?
–¿Por qué no me habías hablado de esto antes? ¿Por qué no me habías dicho que tu familia estaba considerando la idea?
–Lo habíamos hablado alguna vez, pero nunca seriamente. La decisión se tomó ayer –suspiró Jed–. Estoy seguro de que Hydebound funcionará mejor dentro de unos grandes almacenes que tienen una clientela diaria…
–¿Y cuál sería entonces mi puesto de trabajo? –lo interrumpió Cryssie.
–El mismo de antes. Serás una empleada del grupo Hunter estés sentada en una oficina o yendo conmigo a alguna reunión. Mira, Cryssie, ahora todo será más fácil para ti. Nadie se extrañará de vernos juntos y todos tendrán lo que querían: un trabajo seguro. Y yo tendré lo que quiero, a ti.
De repente, la sencilla verdad golpeó a Cryssie con tal fuerza que estuvo a punto de caer sobre la silla. Jeremy Hunter no habría llegado hasta aquel extremo sólo para salirse con la suya. La idea era absurda.
–No te creo, Jed. No creo que hayas tomado una decisión tan importante de la noche a la mañana.
Él se encogió de hombros.
–Cree lo que quieras. Pero antes de que se abra el hotel, Hydebound estará funcionando dentro de los Grandes Almacenes Latimer. Yo creo que eso será bueno para todo el mundo.
Claro. Sería bueno para todo el mundo, sobre todo para él. El negocio era lo único importante para Jeremy Hunter. Cryssie debería alegrarse, pero no podía. Se sentía cansada, confusa. Había tantas cosas que le gustaban de Jed… pero su determinación de salirse con la suya no era una de ellas.
Entonces recordó lo maravilloso que había sido con Milo en Shepherd’s Keep… un duro ejecutivo convertido en un hombre totalmente relajado. Y cariñoso con el niño.
¿Y lo demás? Cuando se tocaban, cuando él la besaba…
–Tenemos muchas cosas que discutir, Cryssie –dijo él, interrumpiendo sus pensamientos–. Hay que ultimar muchos detalles y, como no hay mejor momento que el presente, ¿te gustaría que cenáramos juntos?
–No, lo siento, esta noche no puedo –contestó ella–. Otro día.
Lo único que quería era volver a su casa, cerrar la puerta y esconderse bajo la cama. La idea de cenar con Jed Hunter para hablar sobre sus negocios era lo que menos le apetecía en aquel momento.
–Mañana por la noche entonces –dijo él–. Reservaré mesa en Laurels. La última vez te gustó mucho, ¿no?
Esa noche, después de meter a Milo en la cama, Cryssie se sentó frente a Polly en el salón. Admiraba la capacidad de su hermana de olvidar enseguida sus problemas. El asunto del pañuelo robado no había vuelto a mencionarse, como si no hubiera ocurrido nunca. Ojalá ella fuera así.
En fin, debería estar contenta. Aún tenía su trabajo, sus compañeros no se quedarían en la calle… La reacción de todos cuando Jed les dio la noticia había sido de enorme alegría.
Pero, a pesar de que todo parecía haber vuelto a la normalidad, aún tenía que enfrentarse a su proposición de matrimonio. Eso era algo de lo que tendrían que hablar.
–Hoy he tenido una reunión importante con Jed, Polly. Hydebound estará dentro de los Grandes Almacenes Latimer, como una de esas tiendas de firma.
–Ah, eso está muy bien, ¿no? –murmuró su hermana, poniéndose colorada al oír el nombre de los grandes almacenes–. Entonces no tendremos que preocuparnos por el dinero, ¿verdad?
–No, claro que no.
Eso era lo único importante para Polly, el dinero. Y para un tal Jeremy Hunter también. En fin, tendría que conservar su trabajo y mantenerlo a raya al mismo tiempo.
Aunque no sabía cómo iba a hacerlo. Porque estaba más convencida que nunca de que no sería feliz con un hombre tan obsesionado por salirse con la suya que no dejaría que nada ni nadie se pusiera en su camino.
Mucho después, cuando Polly se había ido ya a la cama, sonó el teléfono y a Cryssie le dio un vuelco el corazón. Tenía que ser Jed. Nadie más llamaría a esas horas.
–¿Cryssie? Estoy en el hospital…
–¿Qué? ¿Qué ha pasado? ¿Has tenido un accidente…?
–No, no, yo estoy bien. Es mi padre. Ha sufrido un infarto. Está muy mal…
–Oh, Jed, cómo lo siento. ¿Cuándo ha pasado?
–Hace un par de horas. Yo estaba trabajando en el estudio, en Shepherd’s Keep, y oí un golpe en el pasillo. Mi padre se había desplomado en el suelo…
–Voy para allá enseguida. Llegaré en media hora.
–¿De verdad no te importa? Sé que es muy tarde…
–¿En qué hospital estás?
Jed se lo dijo y Cryssie colgó a toda prisa. Conduciendo tan rápido como le permitía su viejo coche, llegó al hospital tan angustiada como si el enfermo fuera alguien de su familia. Y la voz de Jed al teléfono… parecía tan asustado. Y tan solo.
Cuando llegó, habían llevado a Henry a la UCI y Jed estaba en el pasillo. Al verlo, Cryssie corrió para darle un abrazo. Y él no la soltó durante mucho tiempo, hundiendo la cara en su pelo.
–¿Qué te han dicho?
–No mucho. Las próximas cuarenta y ocho horas son cruciales, por lo visto. Mi madre está en Edimburgo y no puede llegar aquí hasta mañana. Siento mucho haberte llamado, Cryssie…
–No, no, por favor. Prefiero estar aquí, contigo.
Jed la miró durante largo rato y sus ojos parecieron convertirse en estanques de chocolate. Estaba pidiendo calor humano, comprensión. Y había encontrado a la persona adecuada. Ella mejor que nadie sabía lo doloroso que era perder a un ser querido.
Una monja se acercó entonces.
–No se preocupe, señora Hunter –le dijo–. Su suegro está en buenas manos. ¿Quiere un café, un té? Una de las auxiliares puede traérselo…
–Un té, por favor –contestó ella. Y luego estuvo a punto de decir: «mi marido quiere un café solo», pero se detuvo a tiempo.
–Un café solo, por favor –dijo Jed, guiñándole un ojo–. No puedo creer que esté pasando esto –suspiró cuando se quedaron solos–. Mi padre estaba tan bien… Ha sido completamente inesperado…
–Nadie espera que ocurran estas cosas. Y cuando ocurren no estamos preparados. No somos dioses, sólo unos pobres seres humanos intentando sobrevivir día a día.
Jed la miró entonces como si la viera por primera vez. ¿Por qué no podía apartar los ojos de aquella mujer? ¿Por qué sólo había pensado en ella cuando llegó al hospital?
Mientras tanto, Cryssie lo miraba con el absurdo deseo de abrazarlo y comérselo a besos, como hacía con Milo cuando lo metía en la cama… ¿Por qué sentía eso?
Las horas pasaban, con enfermeras entrando y saliendo de la UCI, hasta que Jed le dijo:
–Debes de estar agotada, Cryssie. Pero no quiero que te vayas a casa sola… es muy tarde. ¿Puedes quedarte un par de horas más, hasta que amanezca? Prefiero llevarte a casa en mi coche.
–Claro que sí. Y no estoy cansada. No suelo estarlo cuando hay una emergencia.
Jed asintió, contento. No sabía por qué, pero estando con ella le parecía que todo iba a salir bien.
–Ven, vamos a sentarnos en la sala de espera. Las sillas son blanditas y podrás tumbarte un rato.
Obedientemente, Cryssie se tumbó y apoyó la cabeza en sus rodillas. En el silencio de la sala de espera empezaron a cerrársele los ojos…
Jed miraba a la mujer que no había dudado un segundo en correr al hospital para estar a su lado. La veía respirar pausadamente, con una mano bajo la mejilla…
Incluso en aquel momento de angustia y preocupación por su padre, su único pensamiento era que Cryssie Rowe tenía que formar parte de su futuro.