Capítulo 13

 

 

 

 

 

DURANTE los días siguientes hubo muchas discusiones en Hydebound sobre la nueva situación. Algunos pensaban que, estando Henry Hunter en el hospital, quizá Jeremy cambiaría de opinión. Pero cuando Jed volvió por fin a la oficina, les confirmó que no habría cambio de planes.

Después de eso, pasaba poco por su despacho y Cryssie se alegró. Era un respiro no verlo mientras intentaba encontrar una forma de resistirse a un hombre irresistible. Porque sabía que Jed no iba a renunciar a su idea de casarse con ella.

Por un lado deseaba decirle que sí, pero tenía dudas. No podía dejar de recordar los errores del pasado… y los motivos de Jed para hacerla su esposa no casaban con su idea de lo que debía ser un matrimonio.

Lo había llamado varias veces por teléfono para preguntar cómo estaba su padre y, durante algún tiempo, las cosas no parecían ir bien para Henry. Jed y Alice se pasaban el día en el hospital y Cryssie deseaba con todo su corazón poder hacer algo. Pero… ¿qué podía hacer?

Se le ocurrió entonces enviarle a Henry un dibujo que Milo había hecho para desearle que se restableciera lo antes posible. Era una casita con humo saliendo de la chimenea, un enorme jardín y dos personas jugando al fútbol… bueno, dos palitos jugando al fútbol. Con cariño, de Milo, decía. Seguramente a Henry le haría ilusión.

Cuando lo recibieron, Jed llamó preguntando por el niño, con quien mantuvo una larga conversación.

–Bueno, ¿qué te ha dicho? –le preguntó Cryssie después.

–No puedo contártelo, es un secreto.

Por fin, la llamada que más esperaba llegó un sábado por la mañana, cuando estaba poniendo la lavadora.

–Hola, Cryssie. Llamo para decirte que a mi padre le dieron el alta ayer…

–Qué alegría. Entonces es que ya está restablecido del todo.

–Sí, creo que la cosa va bastante bien. Pero me temo que tengo que pedirte un favor. Mi padre quiere verte.

–Muy bien. ¿Cuándo?

–Hoy, si fuera posible.

–Por supuesto. Llegaré a Shepherd’s Keep dentro de un par de horas…

–Yo iré a buscarte.

–No hace falta, sé cómo llegar a la casa y es absurdo que tú hagas cuatro viajes.

–Tengo ganas de verte, Cryssie. Te he echado de menos. Y he echado de menos ir a trabajar todos los días. No me gustan nada los hospitales.

–No le gustan a nadie –dijo ella antes de colgar.

Polly y Milo entraban en la cocina en ese momento y Cryssie les contó que iba a ver a Henry.

–¿Puedo ir contigo? –preguntó el niño.

–¿No te apetece más ir al parque con Polly?

–No, quiero ir a la casa de Jed –contestó Milo–. No haré ruido, te lo prometo.

–Ya lo sé, cariño. Pero Henry está malito y sólo voy a estar con él unos minutos. Cuando vuelva haremos algo especial, ¿de acuerdo?

–¿Qué vamos a hacer?

–¿Sabes que hay una feria cerca de aquí? Podríamos subir a la noria…

–¡Sí, sí! –gritó el niño.

Cuando había terminado de arreglarse, su hermana la miró de arriba abajo.

–Me gusta cómo te has puesto el pelo hoy.

–¿Cómo?

–Así, un moño alto… con esos mechones alrededor de la cara. Te queda muy bien.

–Gracias –murmuró Cryssie, apartando la mirada. Se había arreglado el pelo con más cuidado aquel día, pero ¿por qué? Aunque sabía la respuesta a esa pregunta, claro. ¿Por qué mantenía esa guerra consigo misma?

Era casi la hora de comer cuando llegó a Shepherd’s Keep. Hacía un día maravilloso y las flores silvestres que había admirado la última vez que estuvo allí habían sido reemplazadas por hermosos tulipanes de todos los colores. Cryssie suspiró. Aquel sitio era como el paraíso.

Jed salió a la puerta a recibirla. Estaba muy guapo con una camiseta negra de manga corta y unos pantalones de color caqui. Era la primera vez que se veían a solas después de aquella noche en el hospital y se sentía totalmente confundida sobre su posición en la vida de Jed, en la de sus padres, en la empresa, en su propia vida. Se sentía confundida del todo.

Pero Jed se mostró tan decidido como siempre y, sin decir una palabra, la tomó por la cintura y buscó sus labios. No era un mero roce sino un beso lleno de pasión, aunque más dulce a la luz del día.

–He venido a ver a Henry –le recordó ella.

–Y vas a verlo –sonrió Jed–. Pero el médico ha llegado unos minutos antes que tú.

–Han pasado muchas cosas desde la última vez que estuve aquí –suspiró Cryssie.

–Sí, muchas cosas –asintió él, tomando su mano–. Para los dos.

–Recuerdo que la última vez tuvimos una discusión de… negocios.

–¿De negocios? Yo creo que no –sonrió Jed–. ¿Qué tengo que hacer para convencerte, Cryssie? Supongo que lo habrás pensado, al menos. ¿Has tomado una decisión?

–Yo…

–¡Cryssie! –la llamó Alice desde la puerta–. Me alegro de que hayas venido. Henry está a punto de quedarse dormido, pero insiste en que subas a verlo.

–No sabes cuánto me alegro de que tu marido esté mejor…

Una vez en la habitación, Henry señaló el dibujo de su sobrino, que tenía colocado en la mesilla.

–Esto es lo que me ha ayudado a salir del hospital. Y quiero darle las gracias a Milo en persona.

–Muy bien, lo traeré un día de éstos –sonrió Cryssie–. Te prometo que cuando estés un poco más recuperado vendré a verte con Milo. En realidad, el pobre quería venir, pero no sabía si podrías soportar el parloteo de un niño de cuatro años.

–Bueno, Henry, ahora tienes que dormir –le aconsejó su mujer–. Yo me quedo un ratito contigo.

Jed y Cryssie bajaron a la cocina. Megan había dejado un almuerzo frío sobre la mesa y Jed la convenció para que se quedara a comer.

–No es exactamente la cena íntima que yo había planeado… –empezó a decir–. Pero me temo que eso tendrá que esperar hasta otro momento.

Después de comer la acompañó al coche.

–Mis padres están pensando en irse a vivir a un sitio más cálido. España o el sur de Francia… El clima allí es mucho mejor para mi padre. Pero yo me sentiré muy solo aquí, en Shepherd’s Keep.

Cryssie sabía perfectamente lo que había detrás de esas palabras y, sin embargo, no la molestó. Todo lo contrario. Evidentemente, Jed disfrutaba estando con ella y quizá ella estaba siendo demasiado reticente…

En ese momento sonó su móvil. Era Polly.

–Qué raro, no suele llamarme al móvil –murmuró, abriendo el teléfono–. Dime, Polly… ¿Qué? ¿Cuándo? ¿Desde qué hora? Dios mío… Llama a la policía ahora mismo. Y no salgas de casa. No te muevas de ahí. Yo llegaré enseguida.

–¿Qué ha pasado? –preguntó Jed.

–Milo ha desaparecido –contestó ella, frenética–. Polly no lo encuentra por ninguna parte. Tengo que irme… tengo que irme ahora mismo.

–Yo te llevaré. Vamos, en mi coche llegaremos en la mitad de tiempo.

 

 

Enferma de miedo, Cryssie iba sentada con la espalda muy recta, deseando llegar a casa cuanto antes. Apenas habían intercambiado dos palabras desde que salieron de Shepherd’s Keep. Estaba tan pálida que Jed pensó que iba a desmayarse.

–Pon la cabeza entre las piernas, cariño. Y cálmate, llegaremos enseguida.

Había un coche de policía en la puerta y Cryssie salió corriendo para abrazar a su hermana.

–¡Cryssie! –gritó Polly, histérica–. Milo nunca había desaparecido. ¿Dónde puede estar? ¿Qué hacemos?

–No lo sé…

–Esto es una pesadilla… hemos buscado por todas partes.

La policía les explicó que, normalmente, los niños se iban con alguien a quien conocían o se ponían a jugar y se olvidaban de la hora que era. Según ellos, lo mejor era quedarse en casa hasta que Milo volviese.

–Pero deben decirnos dónde suele ir a jugar, dónde está su colegio…

–Yo les llevaré –se ofreció Cryssie.

–¡Pero ya he estado en su colegio! –gritó Polly–. He ido allí, al parque… he ido a todas partes y no lo encuentro.

–Vamos a echar otro vistazo. Venga, estamos perdiendo el tiempo.

El resto de la tarde fue como una nebulosa para Cryssie. Estuvieron en el colegio de Milo, mirando en el patio, en las aulas, en todos los rincones. Llamaron por teléfono a los padres de sus amigos… y el niño no aparecía.

–Ha desaparecido, Jed. Se lo han llevado. Nunca volveremos a verlo –murmuró, al borde de la histeria.

Si le había pasado algo a su sobrino… si había desaparecido para siempre, Cryssie no sabía lo que haría.

–Cálmate. Vamos a encontrarlo, ya lo verás. ¿Antes no has dicho algo sobre una feria? A lo mejor ha decidido ir él solo…

–No, eso es imposible. Milo no haría algo así. Además, él no sabe ir.

–De todas maneras, merece la pena intentarlo –insistió Jed.

Había varios policías dando vueltas por la feria, evidentemente intentando encontrar al niño.

–Pero hay tanta gente… –suspiró Cryssie–. Jed, tengo tanto miedo…

–No te rindas, cariño. Vamos a encontrarlo.

Había tantos niños… y todos se parecían a Milo, o eso pensaba Cryssie. Todos llevaban las mismas camisetas, los mismos vaqueros, las mismas zapatillas de deporte.

Estaban a punto de rendirse cuando se abrió la puerta de una de las caravanas y una niña de ocho o nueve años salió hablando con alguien por encima del hombro.

–Venga, trae tu Baby Traviesa. Vamos a pedirle a mi papá que nos compre algodón de azúcar. ¿Te gusta el algodón de azúcar, Milo?

–¡MILO! –gritaron Jed y Cryssie a la vez, justo cuando Milo, su Milo, salía de la caravana. Los dos lo abrazaron con tal desesperación, con tal ansiedad que, después, Cryssie prácticamente no recordaba nada de lo que había pasado.

Pero lo que sí recordaba era la reacción de Jed Hunter. Jed, que tenía lágrimas en los ojos mientras abrazaba al niño. Y ver eso le pareció tan natural que, sin pensar, Cryssie le dio un beso, saboreando la sal en sus labios.

–Gracias a Dios –fue todo lo que dijo.

Cuando pudo recuperarse del susto, sacó el móvil del bolso y llamó a su hermana.

–¿Polly? Lo hemos encontrado…

Mientras volvían a casa, Jed y Cryssie se miraron por encima de la cabeza del niño. Los dos sabían que habría tiempo para explicaciones más tarde. Por el momento, lo único que podían hacer era darle gracias al cielo por haberlo encontrado.