Capítulo 3

 

 

 

 

 

ESA NOCHE, Sofie tomó un baño que esperaba le resultara relajante. Tom estaba en casa de Jenny y Lucas jamás se enteraría de nada. Sin embargo, le remordía la conciencia. Cuando se había enterado de que estaba embarazada, unas semanas después de abandonar a Lucas, había tenido una buena razón para no decirle nada del bebé que esperaba. En el presente le parecía mal no decírselo; pero sus mentiras la habían conducido a un callejón sin salida. Era el miedo a lo que diría Lucas, a lo que pudiera hacer, lo que le sellaba los labios en ese momento.

Estaba tan nerviosa por todo que al final decidió que era imposible relajarse dándose un baño; así que al poco salió de la bañera y se lió una toalla a la cabeza y otra al cuerpo antes de ir al dormitorio a ver qué tenía en el armario.

Escogió un conjunto elegante pero no demasiado provocativo en azul turquesa, con sandalias y bolso a juego. Se secó el pelo, que se dejó suelto, y se maquilló un poco. Se estaba haciendo tarde, y Sofie se vistió rápidamente. Cuando acababa de ponerse las sandalias, sonó el timbre de la puerta.

Sofie se miró al espejo una vez más para asegurarse de que todo estaba bien y bajó las escaleras. Lo hizo despacio porque quería estar lo más tranquila posible para la que sabía sería una velada incómoda para ella; pero por dentro estaba hecha un manojo de nervios. Cuando abrió la puerta y vio a Lucas, se olvidó de todo.

Si la noche anterior le había parecido que Lucas estaba guapo, no sabía qué pensar de él en ese momento. Lo único que sabía era que con sólo mirarlo el corazón empezaba a latirle de un modo extraño, como si el amor que sentía por él renaciera de nuevo en su pecho. Lo amaba tanto que le dolía muchísimo no poder decírselo. Lucas no se había equivocado cuando le había dicho que nada había cambiado.

–Impresionante –exclamó Lucas en ese momento mientras la miraba de arriba abajo con evidente placer.

Sofie volvió a la realidad y rápidamente pensó en los vecinos, que podrían estar fijándose en Lucas, allí a la puerta de su casa, lo mismo que en la elegante limusina aparcada delante de la casa. Esperaba que Tom no estuviera en ese momento asomado a la ventana de la casa de al lado.

–Adelante –le urgió a que entrara.

Lucas entró en la casa y dejó un rastro de la misma colonia que llevaba cuando se habían conocido. Sofie cerró los ojos un instante, tratando de olvidar los recuerdos agridulces que se agolpaban en su memoria. Sin embargo, ella tenía claro que no quería volver a recordar el pasado; de modo que cerró la puerta y se puso derecha antes de ir con él.

Lucas se había parado en medio del salón y paseaba la mirada alrededor con curiosidad. Era una pieza clara y confortable, espaciosa y alegre. Sofie se alegró de haberse dado cuenta de guardar todos los juguetes y las fotos de Tom antes de que apareciera Lucas.

Lucas se volvió entonces hacia ella y sacó del bolsillo de la chaqueta un estuche plano y cuadrado.

–Esto es para ti –le dijo Lucas mientras le pasaba el estuche.

Ella lo aceptó con una inquietud que quedó totalmente justificada cuando vio el nombre de un prestigioso joyero en la tapa del estuche. Levantó la vista de inmediato y lo miró a los ojos.

–No puedo aceptarlo –le dijo a Lucas, mientras la invadían un sinfín de emociones conflictivas.

–¿Por qué no? –dijo él en tono burlón–. Es tuyo. Te lo compré el día que me abandonaste. Quería dártelo como prueba de mi amor por ti… Claro que, eso fue cuando pensaba que tú sentías lo mismo. Pero como es un regalo, nadie más podrá ponérselo. Ábrelo, cara mia. No muerde.

Sofie no quería aceptarlo, pero sabía que si no lo hacía, Lucas le insistiría más. Cuando abrió el estuche y vio lo que había dentro, sintió una sensación muy extraña en el pecho. Un diamante en forma de lágrima colgaba de un collar de diamantes de aspecto frágil. Se quedó tan sorprendida mirándolo que de momento no pudo decir ni palabra. Si Lucas había comprado esa joya el día que ella había desaparecido, sólo podía imaginar lo que él habría sentido al llegar y encontrarse la casa vacía.

–¡No puedo aceptarlo! –exclamó, a punto de llorar–. Por favor, quédatelo, Lucas.

Lucas sonrió y le quitó el estuche de la mano, pero sólo para ponerle el collar.

–Nada más verlo supe que tenías que lucirlo tú –dijo Lucas mientras se acercaba a ella por la espalda y le ponía la delicada joya con facilidad–. Por supuesto, me cegaba el amor que sentía por ti, pero eso ya no importa. Tú me curaste enseguida. Pero no me equivoqué al pensar que te quedaría muy bien –añadió mientras retrocedía un poco para admirar el collar.

–¡No, no, no…! –exclamó Sofie.

Se llevó las manos al cuello para quitarse el collar.

–Esto no está bien; quítamelo, por favor –le pidió al ver que no podía quitarse el broche porque le temblaban tanto las manos.

Lucas se cruzó de brazos y negó con la cabeza.

–No te lo quites, al menos esta noche. Después puedes hacer lo que quieras con él, porque yo no me lo voy a llevar.

Sofie lo miró con consternación.

–¡Estás loco! –exclamó, al ver su gesto de indiferencia.

–¿Por querer regalarle un precioso collar a mi preciosa esposa? No creo que nadie vaya a encerrarme por eso. Tómatelo como una pequeña penitencia. Para compensar un poco lo que me debes.

Dicho eso, ¿qué podía hacer ella sino ceder? Haría cualquier cosa para que él se marchara. Aunque en el fondo siempre deseaba que todo fuera distinto y que pudieran estar juntos para siempre, él tenía que marcharse.

Suspiró cansinamente, cerró el estuche vacío y se tocó la gema que le rozaba la piel.

–Muy bien, pero sólo esta noche. No me atrevería a volver a llevarlo. ¡Ha debido de costarte una fortuna! –observó algo incómoda.

Él se echó a reír.

–Mi abuelo me enseñó que un caballero no puede ser nunca tan poco delicado como para hablar de dinero. Pero si te preocupa si puedo permitírmelo, no tengas miedo. La fortuna familiar da para esto y para mucho más.

La dinastía Antonetti era famosa en los círculos empresariales por el saber hacer en los negocios; pero también era una familia muy caritativa que siempre ayudaba a los menos afortunados.

–¿Cómo están tus padres? –le preguntó ella con cierta timidez–. ¿Les has dicho que me has visto?

–Mis padres están los dos bien; y no, no les he dicho nada de que te he visto. Se tomaron lo que hiciste muy mal, ¿sabes?, porque te consideraban como una hija. No es de extrañar que no entiendan lo que hiciste. Los decepcionaste.

Aunque había sido el mal hacer de Lucas lo que la había empujado a marcharse así, Sofie se sintió mal.

–Siento mucho todo eso, pero no se podía hacer nada –respondió con tristeza.

Su expresión le hizo reír con pesar.

–No, ellos sólo fueron testigos inocentes que se vieron implicados en la desgracia de tu arbitraria decisión –soltó con mordacidad.

De no haber tenido que cerrar la boca por el bien de su hijo, le habría respondido como deseaba.

–Preferiría no hablar de ello –declaró en tono seco.

A Lucas no pareció gustarle demasiado su respuesta.

–Claro que no. Así es mucho más fácil para ti. Es la manera de tener la conciencia tranquila; eso si es que tienes conciencia. Pero no he venido aquí para hablar de mi familia; al menos de momento. ¿Estás lista? He reservado mesa para las ocho y media.

Sofie miró el reloj de la repisa y vio que eran las ocho y diez.

–Sólo tengo que subir por el bolso. Si te apetece beber algo, tienes copas y licores en el aparador –señaló el mueble que había en la esquina.

–Esperaré hasta después –rechazó con cortesía–. Tómate tu tiempo. Voy a salir al jardín para ver las vistas.

Sofie le dejó mirando por la ventana y regresó a su dormitorio, donde se sentó en el taburete del tocador y se miró al espejo. Inmediatamente se fijó en el collar de diamantes y tuvo que reconocer que era maravilloso. Pero sólo de pensar que cuando Lucas lo había visto había pensado en ella, estuvo a punto de ponerse a llorar otra vez. Qué boba era. Lucas cometía una falta y años después ella se sentía mal porque él le llevaba un collar de diamantes.

A pesar de su engaño, ella seguía amándolo. Y ni siquiera por orgullo podía permitirse Sofie tener algo con él. No se atrevía por si acababa demostrándole lo mucho que todavía le importaba.

Algo más tranquila, Sofie tomó el bolso y el chal que había dejado encima de la cama y bajó a reunirse con Lucas.

Al oírla bajar él se dio la vuelta.

–¿Lista? –le preguntó.

Cuando ella asintió él le ofreció el brazo. Sofie lo miró entonces extrañada y volvió a sentirse nerviosa.

–Me parece que exageras un poco, ¿no? –Sofie no tenía intención alguna de agarrarle del brazo.

Pero Lucas no estaba por la labor de que ella lo contradijera.

–Sígueme la corriente, Sofie –le dijo en tono despreocupado.

–¿Más penitencia? –se burló ella mientras hacía al fin lo que él pedía.

Al percibir su renuencia, él chasqueó la lengua en un gesto burlón.

–Tienes muy mala memoria, cara. Antes no podías dejar de acariciarme por todas partes –se burló.

A Sofie le dio un vuelco el corazón, porque jamás había olvidado la dulzura y la intensidad de sus encuentros amorosos.

–Tal vez prefiera no recordar mis errores –respondió Sofie con toda la sangre fría posible.

Salieron de la casa, y Lucas cerró la puerta.

–Es interesante que lo llames error, como si quisieras decir que tu destino es cometerlo de nuevo –argumentó con sarcasmo.

–Debes recordar que sólo he accedido a cenar contigo.

–Esta vez, naturalmente –coincidió Lucas–. Estoy dispuesto a darte tiempo para que te vayas haciendo a la idea. Pero con el tiempo vas a tener que compensarme de otra manera. Una de las razones por las que te he invitado a cenar es para discutir las condiciones.

A Sofie le daba mucha pena que él hablara de reanudar su relación como si fuera un mero trato de negocios.

–¿Una de las razones? –le preguntó Sofie, rezando para que él no notara su nerviosismo.

–Tenemos que hablar de muchas cosas.

–¡No si yo puedo evitarlo! Sólo te puedo decir que vas a tener que hablar solo.

–No te preocupes, amore, después de cómo me abandonaste, estoy preparado para cualquier cosa.

Un chófer salió de la limusina cuando estuvieron junto al vehículo; y Sofie rezó para que no se fijara nadie, porque de otro modo se lo contarían a Tom al día siguiente. Lucas la ayudó a montarse detrás antes de sentarse con ella. Estaba claro que el conductor ya sabía dónde tenía que llevarlos, porque arrancó nada más cerrar la puerta.

–¿Adónde vamos? –preguntó ella, al ver que tomaban una carretera que llevaba a la costa.

–Un colega me recomendó un restaurante con vistas al mar que no queda demasiado lejos. Se me ocurrió ir allí. Según dicen, el pescado es excelente. Pensé en la primera vez que te vi en aquel restaurante del puerto de Bali. ¿Te acuerdas?

Ella no había olvidado ni un momento de los que habían pasado juntos. Sofie estaba de vacaciones con un grupo de amigos. Uno de ellos había estado dándole la lata para pasar a ser algo más que amigos, y cuando estaban todos en un restaurante comiendo Sofie se había levantado algo enfadada y se había ido dando un paseo hasta el final del muelle. Allí era donde Lucas la había visto un rato después.

–Debería haberle dado un puñetazo en el ojo –le había dicho cuando se había apoyado en la barandilla de madera a su lado.

Cuando se había vuelto a mirar, Sofie se había encontrado con el par de ojos más azules que había visto en su vida.

–¿Cómo dice? –le había preguntado ella, más para tratar de recuperarse de la impresión que porque no le hubiera oído bien.

Lucas había sonreído.

–Su amigo. Espero que a mí no me trate así.

Sofie había arqueado las cejas y se había echado a reír.

–¿No le parece que se está precipitando? Usted y yo no somos nada.

–No –le confirmó él en tono pausado–, pero lo seremos.

Ella se había vuelto ligeramente hacia él, bastante asombrada del efecto que empezaba a causarle aquel desconocido.

–¿Y yo no tengo nada que decir en todo esto?

En ese momento Lucas se había dado totalmente la vuelta para mirarla de frente. Sofie se había dicho que era la personificación de la belleza y la gracia masculina.

–Pues claro que sí. El dónde y el cuándo dependen de usted.

–¿Pero no el si?

Lucas había paseado aquella mirada intensa por su rostro, estudiando cada detalle, y Sofie se había dejado acariciar por el calor de su mirada.

–No hay condiciones. Y los dos lo sabemos.

–¿Y este método suele funcionarle?

Su sonrisa también había encendido un fuego en su interior.

–No tengo un método global para todo el mundo. Lo adapto para atender los deseos de la mujer en cuestión.

–¿Y cree que el método que ha escogido funciona conmigo? –le preguntó, no queriendo confirmarle que estaba funcionando.

–Por supuesto. Está intrigada y quiere saber más cosas.

–Lo que me intriga es su nombre –le dijo ella con toda naturalidad–. Porque tiene nombre, ¿no?

–Lucas Antonetti –se presentó él–. Y usted es Sofie Palmer. Le pregunté a uno de sus amigos –le explicó al ver su sorpresa.

Sofie se había emocionado al notar que él quería conocerla, pero no había dicho nada.

–No será un lunático que se ha escapado de algún sitio, ¿no? –se burló ligeramente.

–Aún no, pero estoy seguro de que tiene la habilidad de volver loco a cualquiera –le respondió él pausadamente.

Sofie se echó a reír y lo miró con asombro.

–Esto… ¿siempre dice lo que piensa? –le preguntó, desconcertada ante su espontaneidad.

–Sólo si la situación es la apropiada. En este momento no podría decirte todo lo que estoy pensando. Para eso tendríamos que estar solos.

Sofie reconoció que era bueno. No recordaba haber sentido en su vida una atracción tan intensa como la que empezaba a sentir por aquel hombre. Él poseía esa clase de magnetismo que a ella tanto le impresionaba.

–¿Y bien, Lucas Antonetti, debería conocerte?

–Eso depende de lo familiarizada que estés con el mundo de las grandes empresas internacionales –le respondió simplemente.

Sofie no pudo resistirse a echarle una mirada coqueta.

–Entonces, eres un hombre de negocios. Estoy impresionada. Creo que es la primera vez que me pretende un hombre de negocios.

Su risa ronca despertó en él un instinto animal que se reflejó en su mirada.

–Entonces es la primera vez para los dos. Porque en mi vida he pretendido a ninguna… –Lucas hizo una pausa, la miró y sonrió mientras la miraba a los ojos– Sofie Palmer.

Sofie no había podido dejar de mirarlo.

–¿Entonces qué hacer a partir de ahí? –pronunció en tono ligeramente ronco.

Él suspiró con pesar.

–Sé dónde me gustaría ir a mí, pero supongo que eso será imposible.

Ella aspiró hondo, no tan afectada por su espontaneidad como por su propia reacción, dada la poca confianza que ella tenía en los hombres.

–¿Siempre vas tan deprisa?

–Cuando veo algo que quiero, sí –confesó Lucas en voz baja–. Sin embargo, puedo ir despacio cuando la situación lo exige –añadió con un brillo pícaro en la mirada.

Sofie se puso triste sólo de pensar en todo aquello; porque Lucas había ido despacio con ella. A pesar de la pasión y de la atracción que habían sentido los dos, Sofie sabía que él la había cortejado. No se habían ido a la cama sin pensar en nada más. Habían esperado todo lo posible y se habían conocido un poco antes de dar el paso que ambos deseaban. Y aunque Sofie había supuesto que todo terminaría cuando terminaran las vacaciones, Lucas había tenido otros planes que habían desembocado en una boda de cuento de hadas. La traición no había tardado en llegar.

–¿Sofie?

La pregunta la sacó de su agridulce ensoñación, y Sofie aspiró hondo y miró a su alrededor. Lucas la observaba con expresión nostálgica.

–¿Ya hemos llegado? –le preguntó algo incómoda, sintiéndose observada.

Se preguntó si habría dicho o hecho algo impropio.

–No queda mucho –respondió Lucas sin dejar de mirarla–. Me pregunto dónde estabas tú. Parecías perdida en tus pensamientos.

Sofie se sentó más derecha y se alisó el vestido, sabiendo que no podía responder a su pregunta.

–Con el vaivén del coche estaba casi dormida. Últimamente no he dormido muy bien y estoy cansada.

–¿Te sientes culpable? –le preguntó él con expresión de burla.

–¿Por lo que hice? En absoluto –Sofie mintió para mantener el tipo, para que él no notara nada–. Si tuviera que volver a hacerlo, no cambiaría nada.

Lucas negó con la cabeza muy despacio.

–No tenía ni idea de que fueras tan despiadada. O a lo mejor yo estaba demasiado enamorado para darme cuenta. Fuera como fuera, me he quitado la venda del todo; no volverás a dejarme en ridículo una segunda vez, cara.

Sofie pensó que tampoco se dejaría engañar por él nunca más. Qué conveniente para Lucas tener esa doble moral: sin duda su gusto por las faldas era algo normal en un hombre, mientras que su abandono era un crimen atroz.

Ninguno de ellos volvió a hablar hasta que el coche se detuvo delante del restaurante. Aunque el local estaba lleno, los acompañaron hasta una mesa que había libre en un rincón más tranquilo con vistas al mar. Lucas pidió una copa de vino blanco para Sofie y whisky para él. Cuando finalmente les llevaron las bebidas y pidieron la comida, Lucas se volvió hacia ella. Sofie no se dio cuenta de que no dejaba de girar la copa entre sus dedos, pero a Lucas no se le pasó por alto.

–¿Estás nerviosa, amore?

El término afectuoso le tocó la fibra sensible, tal y como había sido la intención de Lucas.

–No soy tu amor, Lucas. Hace mucho que no lo soy. Y por eso no tengo razón alguna para estar nerviosa –respondió Sofie con valentía.

Él esbozó una sonrisa pícara.

–¿Por qué no empiezas a contarme lo que estás pensando? –añadió Sofie.

Lucas se recostó tranquilamente en la silla y cruzó las piernas.

–De acuerdo. Puedes empezar diciéndome por qué me dejaste.

Sofie aspiró temblorosamente al ver que él no se había creído lo que ella le había contado ese mismo día.

–¿Y qué importa? Lo pasado, pasado está.

Por una vez Lucas demostró la intensidad de su enfado.

–Ah, claro que importa, cara. Pisoteaste mi orgullo marchándote de ese modo. Al menos me debes una explicación honesta –añadió, como si lo que ella le hubiera dicho hasta el momento no hubiera sido sincero.

Pero ella no pensaba ser sincera con él; porque la verdad, como muchas otras cosas, tenía que quedar oculta.

–¿Y si no tengo ninguna explicación?

Él torció el gesto con socarronería.

–Te estás haciendo una profesional de la mentira. Invéntate otra excusa, Sofie. Cuando te acerques a la verdad, ya me daré cuenta.

Eso le dolió, y como su persistencia empezaba a angustiarla, Sofie se agarró a lo primero que se le ocurrió.

–De acuerdo, ¿quieres que te dé una razón? ¿Qué te parece ésta? Me aburrí –respondió con soniquete repipi–. ¿Te sientes mejor?

Lucas sonrió de oreja a oreja, más tranquilo si cabía.

–En absoluto. Pero conozco bien a las mujeres, y tú nunca te aburriste conmigo –respondió Lucas con confianza.

Ella empezaba a enfadarse.

–¡Es la cosa más arrogante que te he oído decir en mi vida! Yo no fui… no soy… como las demás mujeres.

Lucas se inclinó un poco hacia delante y la miró a los ojos.

–No, eras muy especial. ¡Habría dado la vida por ti! –le dijo él apasionadamente.

Sofie sintió ganas de echarse a llorar.

–¡Nunca te pedí que dieras la vida por mí!

Sólo que le fuera fiel; sólo eso. De no ser por Tom, le habría desafiado allí mismo con la verdad sobre lo que sabía de él. Pero la cautela le selló los labios.

–No, cara –soltó Lucas con una risotada amarga–. Pero cuando se quiere a alguien, eso se sabe; y de haberme querido como me dijiste, lo habrías sabido.

Ella tuvo que contenerse, sabiendo todo lo que sabía, amándolo como lo amaba. Y tal vez él la habría amado en su día, pero no lo suficiente como para rechazar los placeres con otra mujer.

–¡Tienes que olvidarte de mí, Lucas! –insistió ella apasionadamente, haciendo ademán de levantarse.

Pero Lucas se adelantó y la agarró de la muñeca.

–Pero no puedo hacer eso, amore –dijo él en tono bajo e intenso–. Como te he dicho antes, he descubierto que sigo queriéndote y, lo que es más, antes de volver a casa tengo toda la intención de hacerte mía.