LA VALIENTE afirmación dejó a Sofie momentáneamente muda; pero al instante se recostó en el asiento, lista para la batalla.
–Mira, no pienso tener ninguna relación contigo –refutó en tono seco y cortante–. Ahora, suéltame.
Lucas ignoró la orden y empezó a acariciarle la palma de la mano con el pulgar, muy despacio.
–No te estoy pidiendo un compromiso de por vida esta vez; ambos sabemos que eres incapaz de eso. ¿Pero qué suponen para ti una o dos semanas, si con ello acabarás siendo libre? –la engatusó él en aquel tono que siempre la había complacido tanto.
¡La tentación era tan grande! Se engañaría a sí misma si no lo reconociera. Poder estar con Lucas de nuevo, cuando había pensado que la posibilidad no existía ya, sería como rozar la gloria. Pero sabía que al final no la conduciría a ningún sitio. Además, no podía ocultar tanto tiempo a Tom. Bastante culpable se sentía ya por haberle dejado esa noche en casa de Jenny otra vez.
El roce de su mano empezó a provocarle sensaciones eléctricas por el brazo que fueron extendiéndose por el resto del cuerpo.
–Eso no va a funcionar –dijo ella mientras retiraba la mano, sabiendo que no debía permitir que él la afectara así.
Tenía que ser fuerte; tenía que hacerlo por Tom.
–Mentirosa. Tal vez no quieras responder, pero lo harás –insistió Lucas.
–No… te equivocas.
Lucas sonrió pausadamente.
–¿Ah, sí? No lo creo. Podría demostrártelo, pero nos echarían del local, y me apetece mucho cenar aquí.
Sofie se imaginó a Lucas haciéndole el amor encima de una mesa, y se ruborizó al instante.
Afortunadamente, la iluminación del local era muy tenue.
–Nunca me ha gustado el exhibicionismo –le dijo con frialdad.
Él hizo caso omiso y se echó a reír.
–No, pero en privado no tenías inhibiciones algunas, me alegra decir. Eras una amante apasionada e inventiva. ¿Te extraña que quiera más?
–Entonces estábamos casados –señaló rápidamente.
–Ahora también lo estamos –respondió Lucas–. Todo será legal.
–La legalidad no me interesa. No te quiero en mi vida, ni siquiera durante un tiempo –respondió Sofie con resolución, esperando que se diera por vencido.
Sin embargo, ella sabía que no lo haría. Llevaba mucho tiempo esperando esa ocasión y no iba a marcharse sin llevarse lo que por justicia sentía como suyo.
Tras avivar sus sentidos con la delicada caricia, Lucas le soltó la mano y se recostó sobre el respaldo.
–Lo hicimos a tu manera, Sofie; pero esta vez pongo yo las reglas. No te vendría mal recordar que yo tengo las cartas en la mano.
Como si sus palabras no le interesaran lo más mínimo, Sofie se llevó la copa a los labios y dio un sorbo de vino para serenarse un poco antes de responder.
–Tal vez pienses que puedes, pero ambos sabemos que no te puedes quedar aquí eternamente. Tienes que dirigir tu empresa. ¿Entonces por qué no cortas el rollo y te vuelves a casa?
El brillo sarcástico de su mirada le dio a entender que no iba a gustarle nada lo que estaba a punto de decirle.
–Eso te convendría, ¿verdad, cara? Pero no tengo necesidad de andar con prisas, porque he decidido tomarme unas buenas vacaciones. Hace mucho tiempo que no me las tomo.
Sofie se alegró de que llegaran con la comida en ese momento, porque no habría podido decir nada de lo horrorizada que estaba. Tenía la mente en blanco. ¿Qué iba a hacer? No había posibilidad alguna de que Lucas regresara a casa y la dejara en paz.
A pesar de que le chiflaba el marisco, apenas pudo comer. Lucas, por el contrario, parecía muerto de hambre, y dejó el plato limpio.
–¿Le pasa algo a la comida? –le preguntó Lucas al ver que ella retiraba el plato sin tocar–. Puedo pedirte otra cosa –se ofreció.
Pero los dos sabían por qué se le había quitado el apetito.
–La comida está fenomenal, pero no tengo hambre –respondió ella concisamente.
–Mmm, entiendo cómo te sientes. Es un auténtico fastidio cuando las cosas no salen como uno las planea. Yo mismo, cuando vi que me habías abandonado, hasta perdí interés por la comida –le confió él.
A Sofie se le encogió el corazón de pena.
–No fue mi intención que te pasara eso –le dijo ella a modo de disculpa.
Se acercó un camarero a llevarse los platos, y Lucas pidió un café.
–¿Por qué pensarlo siquiera? Querías marcharte, y te fuiste. Tendrías que ser la abandonada para saber lo que sentí yo –añadió él–. Como parece que nos estamos confesando, reconozco que bebí mucho esos primeros días… Pero no te preocupes, pronto me di cuenta de que no era el camino. Las respuestas no están en el fondo de una botella. Si las quería, tenía que encontrarte. Aunque por mucho que lo intenté, no tuve éxito.
–No quería que me encontrara nadie –reconoció Sofie, sabiendo que no tenía sentido decir nada más.
–¿Tuviste miedo de mi reacción?
Ella suspiró cansinamente.
–Supongo que sí; sabía que estarías enfadado.
Al oír eso, Lucas apoyó los codos sobre la mesa y se adelantó un poco.
–¿Sabes una cosa, amore? Decir enfadado es muy poco para describir todo lo que bulle en mi interior. Una vez te amé. Y como aún te deseo sólo hay un modo de arrancarte de mi pensamiento de una vez por todas. Te necesito en mi cama hasta que se me pase este deseo que siento por ti. Sólo entonces me libraré de ti, y tú de mí.
A él le parecía tan sencillo, sin embargo jamás podría ser. Y no era sólo por Tom. Ella lo amaba tanto que no podría nunca acceder a tenerlo sólo de ese modo.
–¡Yo quedaría libre ahora si quisieras marcharte sin más! –insistió ella, tratando de decirle que no podía acceder a su petición.
Lucas la miró un rato, luego se encogió de hombros.
–Parece que estamos en punto muerto –declaró tan tranquilo, como si nada lo afectara.
Lucas había llamado al camarero para pedirle la cuenta, y en cuanto pagó se puso de pie para ayudarla a levantarse de la silla.
Confundida por su repentino cambio de táctica, Sofie agarró el bolso y el chal y salió del restaurante delante de él. Sin embargo, cuando echó a andar hacia el aparcamiento, Lucas la tomó del brazo y la condujo en dirección contraria, hacia el malecón.
–Aún es temprano –dijo Lucas–. Me apetece dar un paseo.
Sofie, que sólo quería volver a casa y poner fin a la velada, se detuvo bruscamente.
–A mí no.
Lucas la miró y arqueó una ceja.
–¿Ni siquiera si te digo algo que puede ser bueno para ti?
–¿Y qué podría ser?
–Ah… –sonrió de modo burlón–, tendrás que pasear conmigo para enterarte. ¿De acuerdo? –le ofreció el brazo y, tras vacilar un momento, ella se lo agarró–. Muy bien, tan malo no es, ¿verdad? –se burló mientras echaban a andar.
Hacía una noche preciosa, realzada por el suave vaivén de las olas que morían en la playa. En el pasado, pasear así con él habría sido perfecto, pero lo único que le reveló a Sofie en ese momento era lo desesperada y sola que se sentía. Hasta ese momento no se había dado cuenta de lo que le dolía estar tan cerca de la persona amada, sabiendo que él no le correspondía. Podría desear que fuera distinto, pero los deseos eran para los niños.
Los mayores tenían que vivir con las consecuencias de lo que elegían.
Habían paseado más allá de donde quedaban las luces y el ruido del restaurante cuando Lucas rompió el silencio que reinaba entre los dos.
–¿Alguna vez piensas en esas primeras semanas de nuestro matrimonio?
A Sofie se le aceleró el pulso.
–Intento no hacerlo.
Sólo que lo hacía continuamente.
–Y no sé por qué ibas a hacerlo tú, la verdad –añadió ella.
–Me ayuda a centrarme –le dijo en tono seco–. Claro que es difícil olvidar por qué quería volver a verte.
–¿Y las cosas van como tú querías?
–Más o menos. Esperaba que te resistieras, pero pensé que a estas alturas te habrías dado por vencida –reconoció mientras la observaba para ver su reacción.
Ella lo miró extrañada.
–Porque pensaste que me lanzaría a tus brazos, ¿verdad?
–No –negó riéndose–. Porque es la solución más fácil.
–Tal vez para ti, pero yo no puedo acostarme con alguien por quien no siento nada –dijo Sofie tranquilamente, aunque la realidad fuera que no podía acostarse con él por lo que sentía por él.
Lucas se detuvo en el camino y se volvió hacia ella.
–¿No sientes nada? –le dijo con desprecio–. Vamos, Sofie, ¿no te cuesta horrores mentir?
El corazón se le subió a la garganta. ¿Sabría Lucas sus verdaderos sentimientos? La mera posibilidad la aterraba.
–¿Qué quieres decir?
–Que me deseas igual que antes –le recordó.
Sofie respiró aliviada cuando él no mencionó el amor.
–La atracción física no es suficiente –su corazón herido le decía que el deseo no era el sustituto del amor.
Lucas, sin embargo, veía las cosas de un modo distinto en ese momento.
–Es lo único que me interesa, y lo único que necesito de ti.
Aunque se lo había imaginado, sus palabras le hundieron más el cuchillo en el corazón. Quería irse a un rincón a llorar, donde nadie la viera.
–Pues vas a llevarte una decepción, porque yo ni siquiera siento eso.
Su negación no tuvo el efecto que habría deseado. Lucas sonrió y se echó a reír.
–¡Sofie, Sofie! ¿No te da vergüenza mentir así? Ahora mismo puedo demostrarte que estás mintiendo –añadió en tono sensual.
Y dicho eso, se plantó delante de ella, le agarró la cara con las dos manos y empezó a besarla.
El inesperado beso la pilló desprevenida, la zarandeó por entero. Lucas tenía los labios cálidos y firmes, y se movían sobre los suyos con esa habilidad que ella no había podido olvidar. Se estremeció de placer. Levantó los brazos para apartarlo de ella, pero acabó hundiéndole los dedos en los hombros. Sofie gimió y entreabrió los labios para dejar que él procediera a besarla con más ardor. Y Lucas trazó el contorno de sus labios con la punta de la lengua, provocativamente, antes de metérsela dentro de la boca. Y Sofie respondió, cerró los ojos y se apoyó sobre él, y se dejó llevar por el torbellino de sensaciones que la asaltaban, todas a la vez.
De pronto él se retiró y la miró con satisfacción e interés.
–Estaba deseando hacer esto desde la otra noche –confesó con un rugido casi animal.
Sofie se contuvo para no echarse a llorar, disgustaba por haberse entregado a él con tanta facilidad. Aleteó las pestañas con timidez, levantó la mirada y se encontró con los ojos gris azulados de Lucas.
–Decías que no me deseabas… –dijo él en voz baja.
Sofie, que había estado momentos antes a la deriva en un mar de deseo, tuvo que hacerse un nudo en el corazón y esforzarse por disimular un poco.
–¡Qué treta más baja! –lo acusó con todo el desprecio posible.
Lucas se encogió de hombros, quitándole importancia.
–Sin embargo, he demostrado que tenía razón: sigues deseándome, Sofie; con toda la pasión que recuerdo tan bien.
–¡Eso no cambia nada! –exclamó ella con insistencia.
Él se puso serio.
–Yo que tú me lo pensaría dos veces –dijo Lucas.
Le dio un vuelco el corazón, pero Sofie sabía que se jugaba demasiado para ceder.
–¿Me estás amenazando? ¿Qué vas a hacer si te digo que no?
–No tienes ni idea de todo lo que puedo hacer –respondió él en un tono que nunca le había oído utilizar.
Sofie se estremeció.
–No, no lo sé, pero estoy empezando a ver una vena despiadada en ti que no conocía –le soltó ella en tono cortante–. ¿Tu padre también es así? ¿Es que lo has heredado de él? ¿Es así como hacéis negocios? –lo atacó, sin importarle que tal vez estaba yendo demasiado lejos.
Lucas entrecerró los ojos.
–¿Qué quieres decir con eso?
Sofie trató de pensar. Como estaba enfadada, había hablado demasiado. Por mucho que se arrepintiera no podía retirar lo que había dicho, de modo que decidió utilizarlo para ventaja suya.
–Los hombres de negocios de éxito no son niños ingenuos. No permiten que nada se cruce en su camino. ¡Nada ni nadie!
–Vas a tener que explicármelo mejor, cara –le dijo en tono exigente.
Ella aspiró hondo, sabiendo que había ido demasiado lejos para echarse atrás.
–¿A cuántos hombres como todas esas personas que han salido en el periódico arruinó tu familia para llegar a la cima?
Sabía que era injusto comparar Antonetti Corporation con esas empresas que habían llegado a los titulares de los periódicos recientemente. ¿Pero qué más podía decir? Lo primero era conseguir que Lucas se marchara.
Él la miró a los ojos con expresión seria.
–¡Basta ya! No tenemos nada que ver con esos individuos, y tú lo sabes.
Pues claro que lo sabía, pero…
–¿En serio? ¿Qué puedo pensar cuando me amenazas como acabas de hacer?
–¿Te he amenazado con causarte algún daño físico? –le susurró él con rabia.
Ella alzó la barbilla un poco más.
–¡Siempre hay una primera vez para todo!
–Jamás le he levantado la mano a una mujer, por mucho que me hayan provocado. Habría jurado que lo sabías. Eso sólo demuestra lo equivocado que puedo estar… Creo que te llevaré a casa, Sofie…
Sofie se dio la vuelta y regresaron directamente al coche, sin conversar. El silencio de Lucas le estaba poniendo nerviosa, y cada vez se sentía más triste. Si había ganado, también había perdido, porque por dentro se sentía muy mal.
El trayecto de vuelta pasó volando. Cuando estaban delante de casa de Sofie, ella se volvió para hacerle la pregunta más relevante.
–¿Te volveré a ver?
Lucas se volvió a mirarla.
–No tendría mucho sentido, ¿verdad? Buen trabajo, cara. ¡Tu deseo se ha cumplido! –exclamó con sarcasmo.
Para Sofie aquélla era una amarga victoria, y cuando bajó del coche estaba a punto de llorar.
Llegaron hasta la puerta de la casa. Sofie sacó la llave del bolso y estaba a punto de darle las gracias a Lucas por la cena cuando les llamó la atención una pequeña conmoción al final del camino.
–¡Mamá! –gritó una voz de niño, seguida de la voz de una mujer.
–Ahí está, Tom. ¿No te dije que no tardaría? –dijo Jenny en tono afable.
Paralizada, Sofie observó a Jenny que subía apresuradamente por el camino hasta llegar a donde estaba ella con Lucas.
–Lo siento, Sofie, pero Tom se ha puesto malo y quería estar contigo. El pobrecillo ha estado inconsolable.
La mujer entregó a Sofie el niño, que inmediatamente se le abrazó y pegó una mejilla llorosa al cuello de su madre.
–No pasa nada, cariño, mamá está aquí contigo –lo tranquilizó Sofie mientras le acariciaba la cabeza de cabello negro; se volvió hacia su vecina, que no tenía ni idea de lo que acababa de hacer, y sonrió–. Gracias por cuidar de él, Jenny, ya me ocupo yo de todo –sonrió a Jenny–. Te veo mañana.
Cuando Jenny se dio la vuelta para volver a su casa, Sofie se volvió también para enfrentarse a Lucas. Decir que estaba sorprendido habría sido decir poco. Sofie observó que la verdad sobre aquel hijo empezaba a hacerse hueco en el pensamiento de Lucas.
–Tengo que acostar a Tom –dijo ella antes de que él pudiera pronunciar palabra.
Al momento siguiente avanzaba por el camino mientras trataba al mismo tiempo de sacar la llave del bolso. Lucas se acercó a ella, le quitó el bolso de las manos y sacó la llave. En dos segundos había abierto la puerta y encendido la luz.
Sofie lo miró de nuevo antes de volverse hacia el niño.
–Vamos, cariño, a la camita, mmm… –lo arrulló mientras subía las escaleras, muy consciente de aquellos ojos que la miraban fijamente.
Aguantó el tipo mientras acostaba a su hijo y lo tapaba; pero el corazón le latía con fuerza en el pecho sólo de pensar en lo que acababa de pasar.
En su cama y con su madre cerca, Tom se durmió al instante; de modo que Sofie salió de la habitación en silencio y volvió abajo, donde sabía que Lucas la esperaba.
–¿Cómo está el niño? –preguntó solícito en cuanto la oyó entrar al salón.
–Dormido. No creo que vomite otra vez. Supongo que se habrá puesto nervioso… Ya sabes cómo son los niños –respondió con una risita nerviosa, que se perdió bajo la dureza de su mirada.
–No sabría decirte… Como tú bien sabes, tengo poca experiencia con mi propio hijo –fue su seca respuesta.
–Lucas, yo… –trató de responder, pero falló miserablemente.
Claro que, no importaba, porque Lucas tenía muchas cosas que decir.
–¿Por qué me lo has ocultado, Sofie? ¡¿Por qué?! –le exigió con rabia.
–Yo no… –empezó a decir.
Él la cortó con una risotada que le hizo estremecerse.
–¡No me vuelvas a mentir, cara! ¿De qué tenías miedo? ¿De que lo reconociera? ¡Di! Sabías que en cuanto lo viera sabría que era mío. ¡Es exacto a mí!
Lucas sentía tanta rabia que empezó a pasearse de un lado a otro para intentar calmarse.
–¿Por qué lo hiciste? –gritó de nuevo con amargura.
–Yo… No sabía que estaba embarazada; y cuando me enteré pensé que no te interesaría saberlo.
Él apretó los dientes.
–¿Que no querría saberlo? ¿Que no querría saber nada de mi propio hijo? –levantó la voz–. ¿Cómo pudiste pensar que no me importaría? ¡Es carne de mi carne! ¡Maldita seas, Sofie! ¿Cómo has podido negármelo?
Ella se enjugó las lágrimas.
–Pensé que era lo mejor para todos –confesó, sabiendo que no tenía defensa alguna.
–¿Para quién? –sus ojos azules lanzaban chispas–. Para el niño y para mí, en absoluto.
–Se llama Tom. Tomas Luke, como mi padre.
–¿Y el apellido?
Ella se pasó la lengua por los labios.
–Oficialmente es Antonetti. Pero usamos el apellido Talbot.
Lucas resopló con desagrado.
–Para que no te encontrara nadie. Qué lástima, verdad, que por casualidad viniera aquí en viaje de negocios. Porque de otro modo, ¿quién sabe el tiempo que habría tardado en descubrir la verdad? –exclamó enfurecido.
Su indignación la alarmó. No porque temiera que él le hiciera algo, sino porque tenía miedo de lo que podría hacer toda vez que sabía ya lo de su hijo.
–¿Y ahora qué?
–Ahora tienes razón de tener miedo. Sólo he estado así de enfadado otra vez, y estuve a punto de perder el control –hizo una pausa–. Di una cosa más, y no respondo.
Nunca había visto a nadie tan enfadado como lo estaba Lucas en ese momento; y aunque quería rogarle que respondiera a su pregunta, sabía que no debía decir nada. Lucas se paseó de un lado al otro del salón, hasta que se detuvo y se pasó la mano por el pelo. Sofie vio que temblaba.
–Tengo que salir de aquí –dijo de repente–. Tengo que pensar, y no puedo hacerlo aquí contigo. Pero volveré; no creas que no –añadió mientras se dirigía hacia la puerta–. Y, Sofie, esta vez espero que no intentes huir. Si lo haces te encontraré, aunque sea lo último que haga en mi vida, y no te gustará lo que pase después.
Con esa advertencia resonando en el ambiente, Lucas se marchó. Momentos después oyó el motor del coche que arrancaba y se alejaba. Sólo entonces se sentó en la silla que tenía más a mano y agachó la cabeza entre las manos. ¡Santo Dios, qué pesadilla! Lucas estaba tan enfadado, tan dolido… Sofie era consciente de que nunca había tenido en cuenta los sentimientos de él.
Le entró un pánico terrible al pensar en que Lucas querría llevarse a Tom. Se lo llevaría para castigarla por lo que había hecho.
Sofie se puso de pie de un salto, sintiendo una necesidad instintiva de salir corriendo. Pero sabía que esa vez no podría huir, y que tendría que quedarse allí y enfrentarse a la situación. ¡Qué desconsuelo! Abatida, cayó de rodillas, llorando a todo llorar. Después de todo lo que había hecho para tener una vida nueva, el cruel destino había decidido intervenir y volverle el mundo del revés. Cuando se calmó un poco, Sofie supo que lo único que podía hacer era esperar y rezar para no perderlo todo.