PIPISTRELO

A PEDRO LE SUDABAN las manos y le temblaban las rodillas. También tenía la boca seca. Le daba miedo la idea de ver un murciélago, aunque Mirlo estuviera presente. Es que en tantas películas son malos… ¿Y si de pronto le mordía el pescuezo?

Al mismo tiempo quería causar una buena impresión, así que se puso una sudadera negra con el escudo de Batman. Seguro cuando el murciélago lo viera, se sentiría más a gusto. Después de la cena, cuando la familia se sentó a ver el clásico de futbol en la tele, Pedro se metió en la recámara y cerró la puerta con llave.

Puso una silla frente a la ventana y se sentó ahí, muy derecho. Entonces, con nervios y todo, se quedó dormido. Soñó que miraba el bebedero y que alrededor había una nube fantástica, compuesta de pájaros de colores, de abejas, de mariposas… y de murciélagos. Todos bebían y aleteaban y algunas aves cantaban. El sonido que hacían era precioso. Zumbidos, gorjeos, agudos chillidos. Pedro estaba extasiado. De pronto, en medio del sueño escuchó una voz un poco rasposa, que arrastraba las erres:

—¡Pedrrro! ¡Niño! ¡Despierrrta!

Pedro abrió los ojos y dio un brinco: posados en el alféizar de la ventana estaban muy serios Lope y Mirlo. Del dintel colgaba una especie de paraguas pequeño, sostenido por un par de garras negras que parecían manos. A Pedro le dieron ganas de salir corriendo. Aunque el paraguas era chiquito, le dio miedo.

—Te presento a Pipistrrrelo —dijo Lope.

El paraguas se abrió y dos alas grises, casi transparentes, se desplegaron. Pedro dio un paso atrás, pero la cara del murciélago lo sorprendió. Se parecía un poco, poquito, a Pong, un Pong esbelto y negro. Era como si fuese un pariente muuuy lejano del hámster. También tenía algo de zorro, y las orejas no eran tan grandes como las del murciélago que había visto en internet. El cuerpecito parecía el de un ratón. Las alas eran preciosas. Era, inesperadamente, una belleza.

—Uuuuy. Mucho, este, mucho gusto señor Pirpi… Pisistrelo… ya me hice bolas. Gracias por venir a platicar conmigo.

El murciélago lo miró sin moverse. Luego, soltó un agudo sonido que le pareció a Pedro como el piar de un pollo. Era muy poco amenazante, más bien inspiraba ternura.

—Dice que está aquí para decirte lo que quieras saber sobre murciélagos. Pedro decidió comenzar la entrevista, aunque le daban ganas de olvidarse de la escuela y ponerse a jugar con sus tres invitados.

—Ejem, ejem. ¿Es cierto que usted no chupa sangre?

Pipistrelo se agitó un poco y batió mucho las alas. Soltó un leve chillido. Lope exclamó:

—Dice que no. Que por nada del mundo. Que es más fácil que tú comas moronga a que él beba sangre. Le gusta el néctar de las flores.

—A mí no me gusta la moronga. Me da un poco de, no sé, guácala. Bueno, va: ¿usted es pariente de Drácula?

Pipistrelo se agitó más y chilló agudamente. Lope dijo:

—Que ya no estés preguntado bobadas. Que preguntes cosas importantes. Dice que si sabías que el agave de donde se saca el tequila y el árbol con el que se hace el papel amate, ese sobre el que se hacen pinturas, dependen del murciélago para sobrevivir. Que los murciélagos como él polinizan los agaves, como si fueran abejas.

—Uuuuy, no. No sabía.

Mirlo voló, se posó sobre la cabeza de Pedro y la picoteó suavemente, como diciendo “presta atención”.

Pipistrelo chilló y Lope tradujo:

—Que entre él y sus primos se pueden comer más de mil mosquitos por noche. Gracias a sus parientes, mucha gente está a salvo de las picaduras de los insectos. Que pongas todo eso en la tarea. Que ayudes a quitarles la mala fama. Y que si le rascas la panza, porque eso le encanta.

—¿Qué? ¿Que yo qué? —exclamó Pedro.

Pipistrelo lo miraba con ojos semejantes a pequeños botones negros, colgado ahí en el dintel, con las alas extendidas. Parecía la batiseñal. Pedro iba a negarse, pensando en que le daba un miedo horrible aunque fuera amigo de Mirlo, cuando este le asestó un fuerte picotazo. Pedro sintió como si le hubiera caído una piedrita en la cabeza.

Mirlo gorjeó musicalmente, aunque en un tono que Pedro no había escuchado. Lope dijo:

—Que dice Mirlo que le rasques la panza a Pipistrelo, que no seas malagradecido.

Pedro se acercó con cautela y puso un dedo sobre la panza del murciélago. Todo su miedo se desvaneció. Su pelaje era suave, delicado. Estaba tibio. Las alas de Pipistrelo vibraron y Pedro sintió una gran ternura. Le rascó la panza hasta que el murciélago se descolgó, revoloteó y se colgó suavemente de su brazo. Pedro le rascó la cabecita. Mirlo se posó en su hombro y le cantó al oído.

Entonces Lope preguntó:

—¿Ya no tienes nada que preguntarle? Están los tres para foto, pero una foto un poco cursi.

Fue como si Pedro despertara de un sueño:

—Ah, sí. ¡Sí! Que si quiere venir conmigo y con Mina a la escuela mañana. Acompañarme a exponer. Mina y yo lo cuidaríamos muchísimo. Y si se le antoja, le daríamos jugo de manzana.

Pipistrelo se envolvió en las alas y quedó, de nuevo, igualito a un paraguas con orejas. Mirlo voló y se posó sobre la almohada de Pedro. Pipistrelo chilló varias veces. Lope tradujo: —Que lo siente mucho, pero no. Le da miedo la gente. Hasta los niños le dan miedo, porque pueden estar mal informados y hacerle algún daño. ¿Quién es Mina? ¿Es tu amiga?

—Es mi mejor amiga, es como mi hermana. Su mamá es bióloga. Sabe mucho de animales. Ella y mi mamá fueron las que me regalaron el bebedero.

Pipistrelo chilló un poco más. Lope tradujo:

—Dice que, además, su mamá no lo deja andar por ahí de día. Acuérdate que para él esa es la hora de dormir. Dice que su mamá lo espera en el día para darle su leche y que se duerma.

Pedro lo pensó un poco y preguntó:

—¿Su leche?

—¿Pues que no oíste? Es un mamífero, te lo dije ayer. Pipistrelo es chiquito y toma leche. Se le antojó el jugo, pero no puede ir, no. Y dice que sí, está rico el néctar del bebedero. A él le encanta venir a beber en la noche.

Pipistrelo desplegó las alas, alzó el vuelo y se colgó del bebedero.

—¡No me dio tiempo de despedirme y darle las gracias! —dijo Pedro—. Dile que me espere un momentito. Que le voy a presentar a Mina.

Lope comenzó a balancearse, dudoso. Pipistrelo chilló y Mirlo voló cerca de él:

—Que le apurrrres —dijo el loro.

Pedro tomó el tenis que había amarrado con el cordel, se asomó por la ventana y comenzó a bajarlo. Lope se posó en su cabeza y Mirlo también. Los tres miraron cómo el tenis descendía colgado de la punta del cordel hasta quedar frente a la ventana de Mina. Mirlo voló y empujó el tenis, hasta que este golpeó quedamente el cristal.

Se abrió la ventana y Mirlo se elevó. Mina se asomó, y al mirar a Pedro se quedó con la boca abierta. Cuando la pudo mover, dijo:

—¡Traes un sombrero de perico!

Lope le contestó:

—¡Ni que estuviera disecado, niña! Estaba esperando que te asomaras para que te presentáramos con Pipistrelo, el murciélago. Mira, este es Pipistrelo, de la orden de los quirópteros. Esta es Mina, la niña. Es humana. Homo sapiens. Él se encarga de que en este edificio no haya mosquitos que te piquen.

Mina saludó con la mano:

—¡Qué lindo! —dijo.

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Pipistrelo voló hacia ella, y hay que decir que Mina era una niña muy valerosa, porque en lugar de asustarse como Pedro, extendió el brazo y le ofreció la palma de la mano. El murciélago se posó con las alas plegadas en la mano de la niña. Parecía un ratoncito con impermeable. Mina dio un grito de alegría y lo tocó con la punta del dedo.

Pedro le dijo:

—Ráscale, pero suavecito. Le gusta que le rasquen.

Mina obedeció y le rascó la cabeza con el dedo. Pipistrelo cerró los ojos.

—¿Vas a venir con nosotros mañana? Te preparé un gancho de ropa para que te cuelgues y un biberón con jugo de manzana.

Pipistrelo estaba tan a gusto que apenas exhaló un chillido musical. Lope respondió:

—No puede. Su mamá no lo deja andar solo de día. Ya Pedro te explicará. Nosotros tres nos tenemos que ir. A Mirlo lo esperan en su jacaranda, a mí en mi rama favorita del pino de aquí abajo y Pipistrelo tiene que reportarse en su nido. Ahora, antes de que sus papás terminen de bañarse y arreglarse. ¡Vámonos, Pipis, que le dije a tu mamá que no tardábamos! ¡Adiós!

Con un batir de alas, los tres animales se elevaron y rápidamente se perdieron de vista en el cielo nocturno. Mina miró a Pedro y le dijo:

—Ahora sí, Pedro. La tarea te tiene que quedar increíble. Tienes que convencerlos a todos y decirles la verdad sobre los murciélagos.

Pedro asintió. Subió el tenis, quitó el seguro de la puerta y se sentó a escribir sobre los murciélagos, el amate, el agave y los mosquitos. Cuando estaba a punto de dormir entraron sus hermanos con una sorpresa: habían impreso unas fotos de murciélagos y Raúl, el mejor dibujante de la familia, había diseñado un cartel que tenía de un lado a un mosquito con cara de malo, y del otro, a un murciélago igualito a Pipistrelo.