Capítulo 11

 

 

 

 

 

NO PUEDO creer que ya haya pasado una semana desde que fuiste a jugar al póquer la última vez –dijo Dominique mientras veía cómo Charles se vestía–. Me parece que haya pasado mucho más.

–Es hora de que vuelva a trabajar. El tiempo siempre pasa despacio cuando estás en compañía aburrida –dijo Charles con ironía.

Se divirtió viendo la cara que ponía ella ante tal afirmación.

–No seas ridículo, Charles. Sabes que no es eso lo que quería decir. Sólo que ha sido una semana muy completa, buscando la casa, luego los muebles y…

–Y jugando a ser la madre de esa gata infernal que cometí el error de dejar que te quedaras –concluyó él mirando a la gata acurrucada junto a ella en la cama.

Había sido mucho pedir que la gata se quedara fuera del dormitorio la primera noche. Tras un pequeño miau, Dominique se había levantado como un rayo. Claro, una vez que la cama de Rusty, último modelo con almohadilla térmica incorporada, había sido instalada en el dormitorio, los maullidos habían cesado milagrosamente.

Veinticuatro horas después de su llegada, Rusty se había hecho la dueña del lugar con Dominique como su devota esclava. Nada era demasiado para su adorada mascota.

No era que a Charles le importara. Le encantaba ver el lado maternal de su mujer. Iba a ser una madre maravillosa. Y, para ser sinceros, Rusty no había supuesto tanto problema después de esa primera noche. Para el martes a la gata ya no le importaba donde dormir, siempre y cuando fuese un sitio cálido y cómodo. Durante el día se acomodaba en algún rincón soleado de la alfombra, se acurrucaba y se dormía. La silla del salón más cercana a la tele era su lugar predilecto para la noche. Parecía disfrutar viendo la televisión.

Charles dejaba la tele encendida de buena gana con tal de no tener que aguantar esos ojos felinos observándolo mientras hacía el amor con Dominique. Bastante malo era ya que sus juegos de alcoba hubiesen disminuido durante el día, no por la presencia de la gata sino porque Dominique se pasaba el día obsesionada con los planes para la nueva casa. Se pasaba horas en Internet buscando muebles y cosas así. Charles le había dado un cheque en blanco para que se ocupara de la decoración, ya que quería hacerlo ella misma, y parecía tomarse el trabajo muy a pecho.

Hacia la mitad de la semana había comenzado a sentirse más celoso de la maldita casa que de la gata. Ese mismo día se encontraba tan frustrado que se había lanzado sobre Dominique a media tarde y la había tumbado sobre su escritorio para hacer el amor apasionadamente. Ella se había quedado un poco asombrada por la precipitación, pero había sido tan entusiasta como siempre.

–¿Qué vas a hacer mientras yo no esté? –le preguntó él mientras tomaba la cartera y las llaves del coche y se las metía en el bolsillo.

–Cosas de mujeres. Me echaré una mascarilla en el pelo y me haré las uñas. Pero antes me daré un baño de burbujas y me relajaré durante una hora o dos. Voy a mimarme. Para cuando llegues a casa estaré resplandeciente.

–Siempre estás resplandeciente a mis ojos –dijo él inclinándose para darle un beso en la cabeza.

–Sólo dices eso para que te perdone por atacarme de esa forma esta tarde en tu estudio.

–No te oí quejarte.

–No me diste tiempo. Fuiste demasiado deprisa.

–Pero no tan deprisa como para que no lo disfrutaras. Me di cuenta.

–Aún no sé cómo haces eso –dijo ella sonrojada.

–¿Como hago el qué?

–¡Charles Brandon, deja de ser tan egoísta! Sabes exactamente lo que quiero decir.

–¿Por qué preocuparse por eso? Tú túmbate y pasa un buen rato.

–Es difícil tumbarse y pasar un buen rato cuando tienes bolígrafos y cosas clavándosete en la espalda. La próxima vez despeja tu escritorio primero.

–Será un placer. Y lo primero que quite será ese ordenador infernal.

–No te atreverás. Me encanta ese ordenador.

–Lo que te encanta es comprar por la Red. Nunca te cansas.

–Lo sé. He estado un poco obsesionada por eso esta semana, ¿verdad? Prometo no conectarme más que una vez durante el fin de semana. Dejaré todo eso hasta que vuelvas a trabajar el lunes.

–¿Lo prometes de verdad?

–Por supuesto.

–Bien, eso espero.

–Pero tú tienes que prometer no pasarte mucho conmigo cuando llegues.

–No sé lo que quieres decir –dijo él fingiendo no saber nada.

–Espero que mientas mejor esta noche en el póquer.

–Resulta que soy un mentiroso excelente.

–Pues, si no recuerdo mal, perdiste la semana pasada –se burló ella.

–Esta noche es completamente diferente. Voy a concentrarme en el juego.

–Eso mismo dijiste la semana pasada. Si pierdes otra vez, por favor, trata de no ponerte muy primitivo conmigo cuando regreses.

–¿Qué? Ah, sí –dijo él, sintiéndose culpable al recordar lo que había pasado el viernes anterior. Menos mal que ella nunca se enteraría de lo que le había pasado por la cabeza aquella noche–. Está bien. Lo prometo. Será mejor que me vaya. No quiero llegar tarde.

–Eso nunca.

Dominique se preguntaba cuál era la atracción de ese juego. A ella nunca le habían gustado las cartas, y menos jugar por dinero. En general no le gustaba ningún tipo de apuestas. Nunca le había gustado la idea de arriesgar el dinero que le había costado ganar. Claro que a Charles parecía encantarle.

Probablemente a él le gustaba más el póquer que las apuestas. Aunque ella dudaba que Charles pretendiera ganar dinero cuando jugaba o apostaba en las carreras. Ya era muy rico. Ganar o perder sería una cuestión de ego más que de dinero. Charles era muy competitivo, como todos los hombres de negocios.

Dominique se levantó de la cama y dejó a Rusty durmiendo. Se dirigió al baño tarareando alegremente, abrió el grifo y echó las sales de baño en la bañera. Estaba deseando recostarse en el agua y escuchar algo de su música favorita.

Se había producido un gran cambio en ella desde el pasado viernes, cuando se preocupaba porque Charles jugara al póquer con la viuda alegre. Era increíble lo que había cambiado en esa semana. Jamás se había sentido tan feliz y tan segura en el futuro. Charles la quería y Renée ya no era ninguna amenaza.

Luego estaba la maravillosa casa que Charles había comprado, y la gata. Todo lo que le faltaba para que su vida fuese perfecta era un bebé.

Al pensar en eso frunció el ceño. No quería seguir tomando la píldora durante otro mes. Porque, ¿quién sabía cuánto tiempo iba a tardar en quedarse embarazada? El hecho de desear un bebé no implicaba tener uno inmediatamente.

Había leído que era una cuestión de elegir el momento perfecto y de abstenerse hasta entonces. Lo había leído en un artículo en la peluquería la semana antes de su boda. Por aquel entonces estaba enganchada a ese tipo de artículos.

Con un suspiro Dominique se dio cuenta de que a Charles no le haría ninguna gracia lo de la abstinencia. Deseaba que, al volver a trabajar la semana siguiente, se calmaría un poco. Quizá ella podría ayudar dándole más sexo ese fin de semana del que él pudiera aguantar, comenzando esa misma noche.

Dominique sonrió ante la maldad de su plan. Para cuando llegara el lunes, Charles iría a la oficina en busca de un descanso y estaría más que dispuesto a que ella dejara de tomar la píldora para ir a por el bebé.

La idea de tener el bebé la ponía muy contenta. Y pensar que siete días antes había estado preocupándose porque algo saliese mal… como si amar tanto a Charles fuera algo malo.

Se dio cuenta de que enamorarse de Charles era lo mejor que le había pasado en la vida. Aunque no se había dado cuenta de eso en su momento. La Dominique que había sido antes no podía hacerse cargo del amor. Había reaccionado con pánico y miedo. Incluso la semana anterior había tenido miedo aún. Pero ya había descubierto que el amor no tenía que ver con la debilidad o la estupidez. El amor podía ser maravilloso, así como el mejor sentimiento del mundo.

Rico era la única cosa que estropeaba el panorama, y ni siquiera suponía ya tanto problema. Charles no lo había llamado en toda la semana. Quizá había decidido distanciarse ahora que era un hombre casado y pronto un hombre de familia. Quizá estaba tan cansado del cinismo del playboy italiano como lo estaba ella.

En cualquier caso, Dominique no iba a pensar en Rico aquella noche. Nada iba a estropear su estado de ánimo o su proyecto de una noche tranquila preparándose para lanzarse a la Operación Sobrecarga Sexual.

Cuando el baño de burbujas estuvo listo, Dominique tomó un par de CDs de la colección que Charles tenía en el salón. Luego fue al estudio a por el reproductor portátil que sabía que Charles guardaba en una estantería detrás de su escritorio. Luego volvió al baño, colocó el aparato en una repisa sobre una esquina de la bañera y lo enchufó. Introdujo uno de los CDs, se desnudó y se metió lentamente en la bañera. Hasta que no se hubo recostado cómodamente entre las burbujas no se dio cuenta de que no había pulsado el play.

Se dio cuenta de que podía alcanzar el botón sin necesidad de salir del todo otra vez. Tuvo que estirarse pero lo consiguió, sin darse cuenta de que el botón que había pulsado no era el del CD sino el del cassette. Casi nadie usaba cintas ya y a Dominique no se le había ocurrido pensar que el aparato tuviera esa función. Cuando la voz de un hombre resonó en las paredes del baño su primera reacción fue sorpresa. Pero la sorpresa fue sustituida por el shock cuando su nombre salió a relucir y una mujer comenzó a hablar.

–¿Sandie? –susurró Dominique, y se incorporó de golpe con la cabeza muy tiesa mientras intentaba averiguar por qué Charles tendría una cinta grabada con su compañera de piso de Melbourne hablando en ella.

No cabía duda de que era Sandie. Su voz era inconfundible con ese tono nasal. Pero todo lo que decía era sobre ella.

Dominique siempre había sabido que no le caía bien a Sandie, especialmente desde que el novio de ésta le había hecho una proposición indecente a Dominique, la cual se había quejado. Pero la cinta no hablaba de eso, sino de odio, condena y desprecio.

La seguía Tricia, con más opiniones por el estilo, diciendo que ella era una cazafortunas sin corazón.

El problema era que Dominique no podía negar muchas de las cosas que decían de ella. Tras toda esa hostilidad se escondía la verdad, nada de ficción. Ella había sido todo lo que decían. Una mercenaria sin corazón ni piedad.

Dominique se quedó sentada, helada, con el corazón latiéndole cada vez con más fuerza.

–Dios mío –comenzó a repetir una y otra vez.

La certeza de que Charles había hecho que la investigaran la desconcertaba y le horrorizaba. Le palpitaban las sienes y casi no podía pensar. Aun así intentaba sacarle sentido a todo aquello.

Si él hubiera sabido todo eso, ¿por qué se habría casado con ella?

Fue cuando la cinta llegó a la entrevista con Claudia cuando Dominique escuchó el nombre de Rico y lo comprendió todo.

¡Rico! Era Rico el que había hecho que la investigaran, no Charles. De eso iba el famoso informe. No tenía nada que ver con ningún ejecutivo de Brandon Beer. Rico había estado recopilando pruebas contra ella.

Pero eso tampoco tenía sentido del todo. Si el informe era sobre ella, ¿por qué habría esperado Charles hasta el sábado por la noche para leerlo? La curiosidad tendría que haberle hecho leerlo antes.

Entonces volvió a comprenderlo todo. No necesitaba apresurarse para leerlo porque ya sabía lo que en él había escrito. Rico se lo habría contado todo la noche anterior. Por eso habría llegado a casa en ese estado. No porque hubiese perdido al póquer sino porque había descubierto lo que era su mujer.

Dominique se quedó pálida al recordar aquella noche desde su nueva perspectiva. Las cosas que Charles había hecho. Las cosas que le había hecho hacer a ella. Dominique las había encontrado excitantes en aquel momento. Pero ahora estaba asustada y horrorizada.

Hundió la cara entre sus manos y sintió un escalofrío. No quería pensar en esas cosas. Había pensado que la amaba y que todos sus deseos y necesidades venían de ese amor. Ahora veía que sus acciones no tenían nada que ver con eso. Habían estado guiadas por el odio, no por el amor. Por la venganza, la más terrible de las venganzas.

Las cosas seguían encajando. Cuando había sugerido posponer lo de tener un hijo. O cuando había insistido en conocer su pasado.

¡Debía de odiarla muchísimo!

Pero, en ese caso, ¿por qué habría comprado esa casa y habría dejado que se quedara con Rusty?

No todo tenía sentido. Un hombre interesado sólo en la venganza no habría hecho todas las cosas bonitas que él había hecho durante esa semana.

La esperanza se hizo un hueco, junto al horror, en su corazón. Quizá, sólo quizá, su amor no se había vuelto odio. Quizá había escuchado las cosas sorprendentes que había dicho Claudia sobre ella. Quizá había decidido darle a su matrimonio y a ella una segunda oportunidad.

Dominique salió del baño y alcanzó la toalla. Tenía que encontrar el informe y averiguar todo lo que decía de ella. Sólo entonces sabría qué hacer y cómo actuar cuando Charles llegara a casa.