Capítulo 5

 

 

 

 

 

DOMINIQUE tarareaba feliz bajo la ducha a la mañana siguiente. Eran casi las diez y Charles todavía estaba durmiendo. Estaba hecho polvo.

Sin duda.

Aquella noche había sido increíble.

A pesar del susto inicial al ver la transformación de su marido de un amante tierno a uno que no había visto jamás, al final Dominique se había excitado más que nunca. Le había seguido el rollo todo el rato, desde el episodio en el salón hasta la imaginativa escena de la ducha más adelante, para finalizar en una tórrida sesión en el dormitorio.

No podía evitar desear que Charles perdiera al póquer cada viernes si ésa era su reacción. Sólo cuando él había llegado a la extenuación física se había detenido, quedando los dos dormidos de inmediato, aún con los cuerpos fusionados.

Dominique dejó de tararear y miró hacia abajo. Se encogió un poco al tocarse los pechos con delicadeza. Estaban muy sensibles en realidad. Ya se recuperarían. Se echaría alguna loción calmante más tarde.

Charles se había pasado un poco, bueno, más que un poco. Al recordar lo salvaje y excitante de la experiencia, Dominique no estaba segura de si podría aguantar ese nivel de pasión cada noche.

En cualquier caso, la pasada noche había demostrado que se equivocaba al pensar que su marido tenía una aventura con la viuda alegre. Ningún hombre podría hacer lo que él había hecho después de haber estado con otra mujer antes. No, a no ser que hubiera vendido su alma al diablo.

No, no tenía nada de qué preocuparse en ese aspecto. Y nada por lo que estar celosa cuando él jugara al póquer cada viernes de ahí en adelante.

Dominique comenzó a tararear de nuevo mientras se lavaba.

 

 

Charles se despertó medio aturdido por culpa de la resaca y del sonido de un secador de pelo en el baño. Se dio la vuelta con un gemido y vio que eran casi las once. Gimió de nuevo. Tenía que levantarse. Rico llegaría en cualquier momento.

Pero no tenía energía para levantarse. La noche anterior lo había dejado extenuado.

La verdad es que no había salido como lo había planeado. Lo que había comenzado como un acto de venganza se había convertido en el encuentro sexual más excitante de su vida.

Esa mujer era más que una bruja. Era el diablo en persona.

Se hizo el silencio en el baño y, acto seguido, se abrió la puerta. Y ahí estaba ella, envuelta en un albornoz que le llegaba hasta las rodillas, con las mejillas sonrosadas y el pelo suelto que le caía por la espalda.

–Por fin te has despertado –dijo ella con una sonrisa mientras caminaba con los pies descalzos sobre la alfombra color crema.

Todo en esa habitación y en el baño era color crema con toques dorados. El ático venía totalmente amueblado cuando Charles lo había adquirido. Él siempre había pensado que la decoración en general era un poco sosa, sobre todo en el dormitorio. Pero a Dominique le encantaba. Lo encontraba elegante.

Charles vio cómo ella se sentaba en la silla color crema con brocados dorados que estaba frente al tocador ovalado y color crema también. Vio también cómo alcanzaba uno de los tarros de entre la amplia selección de tarros y botecitos alineados bajo el espejo de tres caras.

Charles se había dado cuenta poco después de la boda de que Dominique se tomaba el cuidado de la piel y el maquillaje muy en serio. Al igual que el cuidado de su cuerpo. Las sesiones de ejercicio diarias que se daba en los gimnasios de los hoteles en los que se habían alojado en la luna de miel eran agotadoras. Charles prefería ir a nadar, pues lo encontraba tanto estimulante como relajante. No le interesaba tener grandes músculos, sólo estar en forma y saludable.

Él no había visto nada de malo en la pasión de su esposa por el ejercicio hasta la noche anterior. Se daba cuenta de que ella entrenaba su cuerpo para utilizarlo como arma para conseguir su objetivo en la vida. Tener un aspecto formidable era un requisito para casarse con un hombre rico.

Aunque Charles tenía que admitir que lo primero en lo que se había fijado al conocerla había sido su cara y su figura. Quizá aquello lo convertía en alguien superficial, como ella. O quizá sólo en el típico macho, más susceptible al atractivo que a la feminidad.

–He estado pensando en la ducha –dijo ella mientras abría el tarro– que, si cada vez que pierdes a las cartas te conviertes en una bestia primitiva, voy a desear que pierdas cada viernes. Aunque quizá no –añadió riéndose mientras sacaba la crema con la yema de los dedos–. No creo que mis pobres pezones pudieran resistirlo. Están terriblemente doloridos esta mañana. No podrás tocarlos al menos hasta dentro de unas… horas –concluyó, dirigiéndole una mirada pícara a través del espejo.

Charles, con un dolor de cabeza terrible y la boca seca, apretó los dientes y miró cómo Dominique se extendía la crema en uno de sus pechos.

–Bueno, ¿qué vas a hacer hoy? –preguntó ella–. Después de que te haya preparado el desayuno, claro. ¿Pero podrás levantarte, cariño? Pareces un poco acabado desde aquí.

–Estoy destrozado –admitió él–. Me has destrozado.

Ella soltó una carcajada.

–¡Te he destrozado! ¿He de recordarte que fuiste tú el que empezó todo el numerito de anoche? Lo único que yo buscaba era un beso y un abrazo.

–¿Con ese atuendo negro? –bromeó él–. Venga, Dominique. Recibiste justo lo que querías. ¿O me estás diciendo que no te lo pasaste bien?

Charles observó su reacción ante aquello, pero ella simplemente volvió a reírse. En ese momento quiso estrangularla y recordó las palabras de Rico.

–Tengo que levantarme –murmuró él–. Rico vendrá en cualquier momento.

Notó la consternación en la cara de Dominique cuando oyó esa noticia. «Sabe que Rico conoce lo que es realmente», pensó Charles.

–¿Para que diablos viene? –preguntó ella–. ¿Y por qué no me lo has dicho antes? Podías habérmelo dicho por la noche.

Él sonrió con frialdad.

–Casi no tuve tiempo de hablar contigo. Estábamos ocupados haciendo otras cosas. De todas formas no es nada por lo que tengas que preocuparte. No es una visita de cortesía. Sólo viene a traer un informe.

–¿Qué tipo de informe?

–El informe de un investigador privado.

¿Se estaba poniendo pálida o eran imaginaciones suyas?

–Rico alquiló uno para mí mientras estábamos de luna de miel –dijo–. Para investigar a alguien de la empresa.

–¿De verdad? ¿Qué ha hecho ese pobre infeliz para que tomes una decisión tan drástica?

–Has asumido que es un hombre.

Ella se encogió de hombros con actitud despreocupada. Charles debía de haberlo imaginado. Estaba claro que no tenía ni idea de que hablaba de ella.

–La mayoría de tus empleados son hombres –dijo ella–. Sobre todo los altos cargos.

Era cierto. Ella había sido una de las pocas ejecutivas que jamás había contratado. No era algo machista, sólo el modo en que habían salido las cosas. La mayoría de los aspirantes a los puestos de ejecutivos eran hombres, y la mayoría estaban más cualificados que las mujeres. Había hecho una excepción en el caso de Dominique porque, al leer su currículum, le había encantado su ambición. En aquel momento no se había dado cuenta de lo ambiciosa que podía llegar a ser.

Dios, deseaba que dejara de frotarse esa crema por los pezones. Lo estaba matando. Pero, desde luego, no pensaba volver a tocarla esa mañana.

Era demasiado para su venganza pretender tenerla desnuda todo el día por la casa. De ese modo sólo conseguiría desearla todo el tiempo. No quería escuchar sus falsos gemidos mientras su propia carne respondía sin control, ciegamente, estúpidamente.

Tenía que tomarse un descanso de, al menos, unas horas en su supuesta venganza, lo que significaba que tenía que salir de allí. Estando en público ella estaría bien tapada y Charles tendría menos oportunidades de sucumbir a la tentación. A pesar de que había fantaseado con la idea de hacer el amor con ella en la piscina, con los trabajadores mirando, sabía que nunca haría una cosa así porque la humillación sería de nuevo mayor para él que para ella. Dominique era su mujer, por el amor de Dios, y la trataría con respeto ante la mirada de la gente, arriesgándose a perder el suyo propio.

–¿Qué ha hecho?

Durante unos segundos Charles no tenía ni idea de qué estaba hablando. De pronto lo recordó.

La miró a los ojos azules y aparentemente inocentes y se preguntó cómo reaccionaría cuando le dijera que era ella el objeto de sus investigaciones. ¿Lo negaría todo y luego intentaría seducirlo con su cuerpo?

Oh, sí. Eso era exactamente lo que haría. Charles tenía que confesar que estaba deseoso de que llegara ese momento. Reservaría los más oscuros de sus deseos para cuando ella estuviera al máximo de su desesperación. Ese tipo de encuentro sí que sería una venganza.

–Nada estrictamente ilegal –contestó él–. Pero, cuando descubres que un empleado al que has ascendido a un puesto de confianza te ha mentido más de una vez, comienzas a preguntarte cosas y a preocuparte.

–¿Mentirte sobre qué?

–No creo que pueda contártelo. Puede que haya un juicio en un futuro –dijo, pensando que Dominique demandaría una pensión alimenticia cuando, finalmente, él pidiera el divorcio.

–Pero dijiste que no había hecho nada ilegal –argumentó ella–. Además, soy tu esposa. Seguro que puedes contármelo.

–Lo haré –accedió él–, después de haber leído el informe por mí mismo. En este momento sólo sé cosas generales, no detalles. Aunque lo suficiente para saber que es muy condenatorio. Mientras tanto me daré una ducha e iré a vestirme. Tú haz lo mismo, cariño. Cuando Rico se haya marchado creo que saldremos a comer algo y luego a buscar casa.

A Dominique se le iluminó la cara al oír eso. Probablemente ésa era una de sus metas, ser la dueña de una enorme mansión donde pudiera dar fiestas extravagantes, vestida con sus camisones de diseño. Al fin y al cabo, ¿de qué servía casarse por dinero si no podías mostrar los frutos de tu trabajo?

Y, desde luego, había trabajado duro para cazarlo, y más aún desde la boda. Eso había que reconocérselo. No debía de ser fácil fingir que lo amaba las veinticuatro horas del día y luego sonreírle con los pezones doloridos.

Charles apartó las sábanas y se dirigió al cuarto de baño.

Dominique suspiró mientras lo veía caminar. La última persona a la que quería ver esa mañana era Rico Mandretti. No podía soportar el modo en que ese hombre la miraba cuando Charles no se daba cuenta, como si ella fuera una criatura sucia que hubiera salido de debajo de una roca.

A juzgar por las prisas de Charles, Rico estaría allí en cualquier momento. Tendría que darse prisa y vestirse. No quería tener que abrir la puerta llevando un albornoz. Sabía qué tipo de imagen daría eso.

Se encaminó hacia el armario y seleccionó un traje pantalón color beige con una chaqueta que le llegaba a los muslos y que minimizaba, más que enfatizar, las curvas de su figura. Lo que estaba bien a ojos de Charles no lo estaba para su irónico padrino.

Volvió al tocador, se hizo una coleta en el pelo y se aplicó el más ligero y natural de los maquillajes. Incluso su pintalabios se parecía al color natural de sus labios. No se puso sombra de ojos ni nada. El timbre sonó cuando se estaba poniendo los pendientes de oro.

–Oh, maldita sea –dijo ella al oír el agua de la ducha todavía corriendo. Charles debía de haberse afeitado primero.

No le quedaba otra opción más que ir y abrir la puerta. Tras una pausa Dominique salió vacilante del dormitorio y caminó por el pasillo hasta el vestíbulo. Los tacones de sus botas de cuero italianas resonaban sobre las baldosas del vestíbulo mientras se dirigía a la puerta principal. Pero no la abrió directamente. Antes chequeó de nuevo su aspecto frente a uno de los espejos que flanqueaban la puerta y luego miró por la mirilla para asegurarse de que fuera Rico.

Era Rico.

Por desgracia.

Dominique descorrió el pestillo y abrió la puerta con una educada sonrisa.

–Hola, Rico –dijo–. Pasa.

Rico entró. Su porte parecía más amenazante o atractivo, según el punto de vista, gracias al traje negro que llevaba a juego con una camiseta de cuello vuelto. Llevaba su pelo rebelde y negro echado hacia atrás y llevaba lo que, en estos días, se llama una «perilla de diseño».

Era uno de los cocineros italianos más famosos de la televisión. Lo cual era irónico porque no había estudiado nada para ello, como decía Charles. Y ni siquiera había nacido en Italia. Charles y él habían descubierto una mutua pasión por el juego y pronto se habían hecho amigos.

–Charles está en la ducha, lo siento –dijo ella de entrada. Su tono fue defensivo más que de disculpa.

–¿A está hora? –preguntó él mirando su reloj.

Dominique no pudo evitarlo. Cruzó los brazos y lo miró. No le gustaba Rico más de lo que ella le gustaba a él y no tenía ningún interés en fingir lo contrario.

–Es sábado –contestó ella con frialdad–. Puede quedarse en la cama todo el día, si quiere. En cualquier caso, ¿qué tiene eso que ver contigo?

Rico apretó los dientes. Charles le había pedido que fuese educado aquel día. Pero iba a ser imposible. Sería mejor dejar el maldito informe y salir de allí antes de decir algo que no debiera.

Ya no había nada más que pudiese hacer por su amigo. Ya se lo había advertido y le había dicho que se librara de ella. Pero no, el muy tonto quería seguir con eso un poco más, convenciéndose a sí mismo de que estaba ejecutando algún tipo de venganza patética.

Quizá cuando leyese el informe y escuchara las cintas condenatorias cambiaría de opinión y dejaría a aquella mujer.

O quizá no.

Rico miró a Dominique de arriba abajo y decidió que era muy atractiva, a pesar de que pretendiera ocultar su figura aquella mañana por alguna razón. Pero él la había visto con otra ropa que no fuese aquel traje tan conservador que llevaba en ese momento y sabía que tenía un cuerpo hecho para volver locos a los hombres.

–Normalmente Charles hace veinte largos en la piscina cada mañana, antes del desayuno –contestó él–. Que yo sepa, nunca he oído que se levantara más tarde de las siete. Pero, claro, eso era antes de casarse. Antes de… ti.

–¿Qué quieres decir? –preguntó ella.

–Quiero decir que las cosas han cambiado y nunca volverán a ser como antes. Dile a Charles que no me he podido quedar. La primera carrera empieza a las doce y cuarto. Aquí está el informe que le prometí –concluyó, y le entregó el voluminoso sobre que contenía pruebas suficientes para que no recibiera ni un céntimo tras el divorcio.

¿Pero usaría Charles aquellas pruebas?

Rico esperaba que sí. Si no lo hacía, tendría que ser él mismo el que hiciera algo. No podía permitir que aquella mujer siguiera manejando a su mejor amigo. Charles tenía sus defectos, pero era un perfecto caballero y todo el que lo conocía lo respetaba. Rico lo conocía desde hacía años y le habría confiado su vida. No iba a dejar que Charles siguiera desperdiciando su vida y su orgullo por culpa de una vampiresa retorcida.

–Oh, sí –dijo ella con suficiencia–. El informe. Ya me lo ha contado Charles.

Rico se quedó de piedra.

–¿Te lo ha contado?

Ella estrechó el sobre contra su pecho y miró a Rico desafiante.

–Sí, claro. ¿Por qué no iba a hacerlo? Soy su mujer.

Rico no entendía nada de lo que estaba pasando.

–¿Por qué te sorprende tanto? –preguntó ella–. ¿Has olvidado que yo también trabajé para Charles? ¿No crees que me podría importar si alguno de los empleados que contrató fuera un estafador y un mentiroso?

Entonces Rico lo comprendió todo. Charles se había inventado una historia para explicar lo del informe. Qué inteligente. Qué retorcido. Qué… perverso.

Quizá no tenía motivos para preocuparse por su amigo. Quizá Charles era más que capaz de manejar a su esposa y, al tiempo, ejecutar su venganza. Rico comprendió todo lo de la venganza. Al fin y al cabo era italiano.

–¿Sabes, Rico? –dijo ella de pronto–. Estoy harta de que estés siempre mirándome de esa forma tan altiva. ¿Qué problema tienes conmigo? ¿Acaso crees que soy una cazafortunas que sólo está con Charles por su dinero? Charles me contó la experiencia que tuviste con tu ex mujer, así que supongo que será eso. Pero deja que te diga una cosa. Quiero a mi marido. No, eso es poco. Lo adoro. Es mi vida. Lo que le preocupa a él me preocupa a mí. Lo que le disgusta a él me disgusta a mí. ¡Así que hazme un favor para el futuro y guárdate tus sospechas cínicas para ti!

Rico la miró. Era una tigresa cuando se enfadaba. Y sonaba muy convincente. Si no hubiera sabido la verdad, quizá la hubiese creído.

Rico pensó que tendría que advertir a Charles que no dejara que la cosa acabara en los tribunales porque algún juez estúpido podría creerla. Ella podría argumentar que había sido una cazafortunas hasta el momento que conoció a Charles. Entonces, de repente, habría aparecido el amor verdadero y habría cambiado de la noche a la mañana convirtiéndose en una esposa leal y devota.

Los hombres podían ser muy babosos cuando se trataba de una mujer bonita. Él lo sabía muy bien.

–No olvides darle a Charles en informe –dijo Rico con una sonrisa irónica–. Dile que lo llamaré esta noche y hablaremos sobre el asunto. Hasta luego, Dominique.

Dominique hizo una mueca a su espalda cuando se marchaba.

«Maldito individuo. Muy problemático. Si se saliese con la suya rompería mi matrimonio. Sólo quiere recuperar a su mejor amigo para poder salir por ahí con él. No le importa nada la felicidad de Charles, sólo la suya propia», pensó ella.

–¿Era Rico?

Dominique dio un salto al verlo corriendo hacia ella por el pasillo. Cerró la puerta de golpe para evitar que saliese a buscar a Rico. Sólo unos segundos más y Rico estaría ya bajando. El ascensor privado estaría allí, esperándolo.

–Sí. Tenía mucha prisa –contestó ella–. Ha dicho que llegaba tarde a las carreras. Aquí está el informe –concluyó, y le entregó el sobre a su marido, que parecía descontento.

–¿No ha dicho nada más?

–Ha dicho que te llamaría esta noche.

Charles asintió con la cabeza y luego miró el sobre, al que no paraba de dar vueltas con las manos.

–No vas a leer eso ahora, ¿verdad? –preguntó ella–. Debes de estar hambriento. Sólo sé que yo lo estoy.

–¿Sabes que tienes un apetito enorme para ser una chica que se preocupa tanto por su figura?

–Trabajo duro para poder disfrutar las cosas buenas de la vida –dijo ella encogiéndose de hombros.

–Sí, sí. Ya lo veo. En ese caso dejaré esto en mi estudio y saldremos.

–¿Dónde? –preguntó ella mientras lo seguía por el otro pasillo, que daba a la habitación a la que el le gustaba llamar su «estudio». Pero era más que una simple oficina. Era moderna, con las paredes, la alfombra y los muebles de un elegante color gris pálido. El decorador que había decorado ese ático, obviamente tenía una cosa para cada habitación, eligiendo un color para cada una. Incluso el techo en esa habitación era gris pálido. Las cortinas verticales también. A Charles no le gustaba la decoración, pero a Dominique le encantaban las líneas sencillas y los colores pálidos. Ni siquiera ella llevaba colores brillantes en la ropa. Prefería los colores neutrales y los pasteles.

–Pensé que podíamos ir caminando a la zona de las rocas y tomar algo allí –dijo Charles mientras lanzaba el sobre a su escritorio gris, antes de darse la vuelta y estrecharla entre sus brazos–. Luego llamaré a un agente inmobiliario que conozco y le pediré que nos enseñe algunas casas. ¿Qué te parece?

–¡Fantástico! –dijo ella, y lo besó.

A Charles le dio un vuelco el corazón al recordar lo vulnerable que era ante esa mujer. No debería haberla abrazado. Pero parecía algo muy natural. Incluso estuvo a punto de devolverle el beso, pues quería probar el sabor de su boca y olvidar todo menos el placer que encontraba en su cuerpo.

Pero no lo hizo, aunque era muy difícil luchar por resistir la tentación. Sin embargo, esperaba que, tras haber leído el informe esa misma noche, sus sentimientos de venganza regresaran a su cabeza.

–Vamos –dijo él con brusquedad. Se apartó, la agarró del codo y la condujo fuera de la habitación.