Capítulo 8

 

 

 

 

 

BUENOS días, Enrico –saludó Alí con una amplia sonrisa–. Tienes muy buen aspecto, aunque pareces un poco cansado. Siéntate. ¿Quieres un café? ¿O quieres descubrir cuanto antes el secreto de tu dama?

Rico se sentó y tomó el cuaderno que ya estaba sobre la mesa, esperándolo junto con un lápiz.

–En realidad no es mi dama.

Alí frunció el ceño.

–No estoy seguro de comprender. Si ha pasado la noche contigo…

–Ese era mi premio por haber ganado la partida –dijo Rico. Mientras subía en el ascensor había decidido confesarlo todo. Necesitaba la opinión de otro hombre, y no podía hablar con Charles de su situación con Renée. Charles no se habría mostrado nada comprensivo. Por otro lado, Alí vivía su vida siguiendo reglas menos convencionales de las que dictaba la sociedad, sobre todo en lo referente a sus relaciones con el otro sexo.

–No le pedí a Renée que saliera conmigo –continuó Rico–. Mintió respecto a eso. Estaba protegiendo la sensibilidad de Charles. Le pedí que fuera mi querida durante un mes. Empezando la noche pasada.

La mirada de Alí mostró más conmoción de la que esperaba Rico.

–Admiro tu audacia, amigo mío, pero ese es un juego muy peligroso, sobre todo con una mujer como Renée.

–Ahora me doy cuenta de ello. Por eso tengo que ver lo que escribió. Necesito saber qué quería de mí.

–¿Y qué crees que quería de ti?

–Quedarse con mi parte de Ebony Fire. Ese caballo le gusta más que nada en el mundo. Lo quiere por encima de todo.

–Como tú a ella.

–Sí.

–Así que colgaste ante ella el señuelo del caballo para tentarla a apostar, sabiendo perfectamente que perdería y que tendría que convertirse en tu prostituta.

–Mi querida –corrigió Rico–. No mi prostituta.

–En mi cultura es lo mismo. Una querida es una mujer mantenida. Acepta dinero y regalos a cambio de entregar su cuerpo. Eso la convierte en una prostituta.

Rico empezaba a pensar que había cometido un error al confiar en Alí. Por lo visto, se parecía más a Charles de lo que creía.

–En occidente no tenemos el mismo punto de vista respecto a las queridas –dijo, un tanto irritado.

–No entiendo qué otro punto de vista se puede tener –replicó Alí–. Pero, al margen de eso, ¿por qué estás tan ansioso por averiguar lo que escribió Renée si ya lo sabes?

–Ahora pienso que tal vez pidiera otra cosa.

–¿Por qué? ¿Porque se derritió entre tus brazos?

Rico rió.

–No diría exactamente eso. Pero no puso objeciones.

–Qué modesto, amigo mío. Estoy seguro de que se derritió. Tienes reputación de ser… más que adecuado en el dormitorio.

Rico se puso tenso.

–¿Dónde has oído algo así?

–Sin intención de ser indiscreto, debo informarte de que el año pasado compartimos a cierta dama.

–¡Cielo santo! ¿Quién…? Oh, por supuesto. No sé cómo no lo he adivinado de inmediato. Leanne.

–No hay necesidad de utilizar nombres. Somos caballeros, ¿verdad? Digamos que esa dama dijo maravillas sobre tu… técnica. Pero siendo un hombre además de un caballero, me vi obligado a demostrar que los hombres árabes de buena cuna somos insuperables en la cama.

Rico no pudo evitar sonreír. De manera que no se había equivocado; Alí era más pirata que caballero. Además, era un pirata competitivo y arrogante.

–Espero que no se te ocurra que compartamos a Renée –dijo en tono de advertencia.

–Sólo un italiano podría estar lo suficientemente loco como para abordar a una mujer como la viuda alegre –dijo Alí–. Y ahora, toma el lápiz y satisface tu curiosidad. Y la mía.

Rico lo hizo así, con mano más temblorosa de lo que le habría gustado.

–¿Y bien? –dijo Alí cuando Rico terminó y se quedó mirando la hoja sin decir nada–. ¿Qué pone?

Rico permaneció mudo. Luego, con expresión desconcertada, entregó el papel a Alí.

–No tiene sentido –murmuró–. Es una locura.

–«Cásate conmigo» –leyó Alí en alto. Luego miró a su amigo, perplejo–. Si tú le hubieras pedido que se casara contigo no me habría sorprendido. Pero esto… no hay duda de que es una extraña petición viniendo de una mujer que no ha hecho más que discutir contigo durante los pasados cinco años.

–Y que lo digas.

–¿Podrías estar secretamente enamorada de ti?

–¡Supongo que estás bromeando! Ya sabes que no me soporta.

–No, no lo sé. Lo que una mujer dice y lo que siente pueden ser cosas completamente distintas.

–Renée no me ama –dijo Rico con firmeza–. Puedes estar seguro de ello.

–Pero se siente atraída por ti, ¿no?

¿Sería cierto aquello? ¿O en realidad se sentiría atraída por cualquier hombre atractivo que supiera lo que hacía en la cama?

–Le atrae mi aspecto y, como tú dices, mi técnica. Eso es todo. El domingo pasado me dejó bien claro cuánto le desagrado. Y anoche añadió que ahora además me odia.

–Y sin embargo tú estás locamente enamorado de ella.

–¿Qué? No, no, no lo estoy. Claro que no. ¿Cómo se te ocurre pensar algo así?

–He visto cómo la miras cuando ella no se da cuenta de que lo estás haciendo. Conozco esa mirada. En otra época, yo miré de ese modo a una mujer. Reconozco los síntomas de la enfermedad. Porque enamorarse así es una enfermedad. Uno se siente poseído y obsesionado por ella. Lo único que deseas es estar con ella. Serías capaz de hacer cualquier cosa, de arriesgarlo todo, incluso tu honor, por acostarte con ella, aunque sólo fuera una vez.

Aquella inesperada confesión tomó a Rico por sorpresa. A la vez, sintió que comprendía perfectamente las emociones expresadas por su amigo. Alí comprendía. Había pasado por ello. Pero no estaba de acuerdo con lo que había dicho. Él no estaba locamente enamorado de Renée. Sólo la deseaba locamente.

–¿Quién era ella? –preguntó.

Alí sonrió con tristeza.

–La única mujer que no habría podido tener nunca. La futura esposa de mi hermano mayor. La prometida del heredero de la corona.

–Qué mala suerte, Alí. ¿Y qué pasó?

–Nada –murmuró Alí–. Fui exilado a Australia, mi hermano se casó con mi amada y su matrimonio ha sido todo un éxito hasta ahora. Incluso tienen un heredero.

La amargura de su tono y la desolación de su mirada hicieron que Rico sintiera compasión por un hombre que a ojos del mundo tenía todo lo que se podía tener. Excepto a la mujer a la que amaba. No era de extrañar que no quisiera casarse ni tener hijos. No era de extrañar que nunca se hubiera enamorado de ninguna de las mujeres con las que se había acostado desde que estaba en Australia. El motivo era que su corazón seguía en Dubar. O eso, o se le había roto irreversiblemente.

–¿Por qué crees que el deseo de Renée fue que te casaras con ella? –preguntó Alí, cuya atención volvió a centrarse en el papel que sostenía?–. Si no es por amor, ¿cuál puede ser el motivo? ¿El dinero?

–Eso no tendría sentido. Ya es una mujer muy rica. Si pretendía casarse conmigo por mi dinero, su forma de conseguirlo no me parece muy inteligente. Ya sabes cómo suele comportarse conmigo. Pensándolo bien, creo que lo hizo por resentimiento.

–¿Resentimiento? –repitió Alí, sorprendido–. No puedo imaginar a muchas mujeres casándose por resentimiento. Pero Renée no es una mujer típica, desde luego. Su personalidad tiene muchos recovecos.

–Desde luego. No logro entenderla en absoluto –dijo Rico, aunque sí podía explicarse lo del resentimiento. Renée había adivinado la noche anterior que él iba a pedirle sexo si ganaba la mamo. ¿Habría decidido entonces pedirle lo que pensaba que él nunca querría darle? ¿Un anillo de bodas? ¿Habría sido una ocurrencia inspirada en aquel momento por el afán de venganza, algo de lo que sin duda se habría arrepentido de inmediato?

Aquello encajaba con los hechos, desde luego. Y con la mujer. Recordó que había detectado cierto alivio en su expresión cuando vio que había perdido. Tal vez hubiera llegado a temer que él aceptara casarse con ella sólo para fastidiarla.

–Yo no descartaría así como así la motivación del dinero –dijo Alí–. Puede que Renée no sea tan rica como creemos. Es posible que haya tenido mala suerte en la Bolsa. Ha habido algunas pérdidas colosales recientemente, tanto aquí como en el extranjero. Además, es posible que su negocio no vaya muy bien. Recuerda que vive muy bien y le gusta apostar. Puede que haya dilapidado gran parte la fortuna heredada de su marido. Tal vez merecería la pena que averiguaras en qué estado se encuentran sus finanzas.

A pesar de que Rico ya creía haber descubierto el motivo que había tras la sorprendente petición de Renée, tuvo que reconocer que Alí podía tener razón. Y lo último que quería era caer en manos de otra cazafortunas.

–Estoy de acuerdo contigo. ¿Pero cómo voy a conseguir esa información? No puedo ir a su banco a pedir que me dejen ver sus cuentas.

–Utiliza la agencia de detectives que contrataste para investigar a la mujer de Charles –sugirió Alí mientras rellenaba su taza de café–. Ellos podrán conseguirlo con facilidad. Tienen contactos y los medios necesarios para conseguirlo.

La primera reacción de Rico fue negativa. Renée se enfadó mucho cuando averiguó que había hecho investigar a Dominique. Si alguna vez descubría que estaba haciendo lo mismo con ella…

¿Qué?, se preguntó, irritado. ¿Qué le haría? ¿Odiarlo un poco más?

Además, le gustaría averiguar unas cuantas cosas además del estado de sus finanzas. Por ejemplo, con cuántos hombres se había acostado desde que había muerto su marido, y quiénes eran.

–Hay otro motivo que lleva a las mujeres al altar –dijo Alí–. ¿Crees que es posible que Renée quiera tener un hijo?

Rico dejó de respirar. Un hijo…

–Renée tiene treinta y cinco años –continuó Alí–. No le quedan muchos años para tener hijos. Tú siempre estás diciendo que quieres una familia. Y, a pesar de lo que siempre te ha dicho Renée, todos sabemos que serías un buen padre y, posiblemente, un buen marido. Después de todo, eres italiano –añadió con una cálida sonrisa–. Puede que ese sea su deseo íntimo. Tener un hijo.

Rico tragó saliva. ¿Tendría razón Alí? Y si era así, ¿estaría decidida Renée a conseguir lo que quería incluso sin anillo de bodas?

Un mes de relaciones sexuales sin preservativo, le había prometido. ¿Y si había mentido al decir que no habría problema? ¿Y si era cierto que lo que quería era un hijo?

Y si era así, ¿sobre qué más habría mentido la noche anterior? ¿O cuánto habría simulado?

No, no podía aceptar aquello. La respuesta de Renée no había sido simulada. Había disfrutado realmente del sexo. Ninguna mujer podía llegar tan lejos simulando un orgasmo.

No, lo que quería de él no era un hijo, concluyó, a pesar de no querer llegar a aquella conclusión. La idea lo había excitado momentáneamente, como había sucedido la noche anterior. Pero se trataba de una excitación falsa e inútil, nacida de su desesperado deseo de creer que su relación con Renée acabaría convirtiéndose en algo más que una aventura forzada de un mes. Renée nunca lo elegiría como padre de su hijo, si lo que quería era un hijo. Probablemente, él sería el último hombre de la tierra que elegiría.

No. Lo más probable era que se tratara del dinero. Renée ya se había casado una vez por dinero. Si las cosas le iban mal, probablemente estaría dispuesta a hacerlo de nuevo.

–Tienes razón –dijo–. Haré que investiguen el estado de sus cuentas –se levantó tras arrancar la hoja del cuaderno–. No te importa que me quede con esto, ¿verdad? –dijo mientras se la guardaba en el bolsillo.

–¿Qué piensas hacer con ella?

–Nada. De momento. Pero sería una tontería romper la prueba.

–¿Por qué no le dices directamente que la quieres y que quieres casarte con ella?

Rico miro un momento a Alí y luego rompió a reír.

–¿Harías tú eso si estuvieras en mi lugar?

–Si estuviera en tu lugar, como premio habría exigido que se casara conmigo. Así habrías tenido ambas cosas.

Rico volvió a reír.

–Veo que aún no estás muy familiarizado con las costumbres de occidente. En este país, el matrimonio no da derechos automáticos a un marido sobre el cuerpo de su esposa.

Alí pareció realmente sorprendido.

–Entonces, ¿por qué casarse?

–Exacto. Supongo que habrás notado que los hombres australianos no parecen precisamente ansiosos por acudir al altar.

Alí movió la cabeza.

–Es triste que un hombre no pueda hacer el amor a su mujer cuando le apetezca. A mí no me interesaría esa clase de matrimonio. ¿Fue eso un problema con tu primera esposa?

–No.

–Lo suponía. En ese caso, deja que te dé un consejo, amigo mío. Si descubres que el motivo no es el dinero y aún deseas conseguir tener a Renée como esposa y no sólo como querida, ¿por qué no la dejas embarazada? Las mujeres pueden cambiar su actitud hacia un hombre cuando hay un bebé de por medio.

–Es una idea, pero no ejerzo ningún control sobre la parte de la anticoncepción. Renée debe de estar tomando la píldora. Y sí, ya sé que si estuvieras en mi lugar probablemente secuestrarías al objeto de tus deseos y la llevarías a algún lugar remoto en el que no hubiera píldoras ni nada que te impidiera dejar embarazada a tu cautiva.

Nada más decir aquello Rico pensó que era una gran idea. Se sentiría tentado a llevarla a cabo si no supiera con certeza que Renée sería perfectamente capaz de hacer que lo arrestaran por secuestro y violación.

Alí sonrió.

–Podría haber hecho algo parecido en otra época, pero ya no. En lo referente a las mujeres, en la actualidad me conformó con el placer pasajero que me pueden ofrecer. Te sugiero que hagas lo mismo con la viuda alegre. Disfruta de ella durante este mes y luego olvídala.

–Eso podría significar el final de nuestras partidas de los viernes.

Alí encogió sus anchos hombros.

–Todo lo bueno acaba, amigo. Pero esperemos a cruzar ese puente cuando lleguemos a él. Una buena filosofía de vida, ¿no te parece?