Capítulo 8

 

Charmaine había imaginado que el dormitorio del príncipe parecería extraído de Las mil y una noches, pero en lugar de ello se encontró con un lugar relajante y con mucho estilo.

Las paredes de color burdeos estaban tenuemente iluminadas por las luces que caían sobre varias fotos enmarcadas de caballos de carreras. La gruesa alfombra era de color oro intenso y la cama era la más grande que había visto en su vida, con su enorme cabecero de palo de rosa flanqueado por unas mesillas a juego.

–¿Y la cena, su excelencia? –se atrevió a preguntar mientras él la depositaba con delicadeza sobre la cama.

Que Alí la hubiera llamado ramera le había hecho recuperar parte de su habitual descaro. O al menos eso quería creer. Lo más probable era que su afán por iniciar una conversación fuera un desesperado intento por retrasar el descubrimiento que estaba a punto de hacer el jeque. Básicamente, que lo deseaba.

–La cena puede esperar –dijo él mientras se erguía y se quitaba la bata–. Y no me llames «su excelencia» Mi nombre es Alí.

–Como quieras. A fin de cuentas has pagado por el privilegio.

Alí frunció el ceño ante su impertinencia, además del recordatorio de cómo había llegado a acabar en su cama. Tras tirar con violencia del cordón de su pantalón de pijama, la prenda se deslizó al suelo.

Charmaine tragó saliva. Ahora sabía por qué siempre había tenido éxito con las mujeres. No le cabía la menor duda de que el príncipe Alí de Dubar tenía una injusta ventaja sobre los demás hombres que había conocido. Y sospechaba que sobre casi todos los demás.

Pero la flagrante masculinidad del jeque, y probablemente también su promiscuo estilo de vida, hizo que sonaran campanillas de advertencia en su cerebro. No estaba tan descontrolada como para correr riesgos estúpidos sólo para averiguar si podía disfrutar del sexo con aquel amante extraordinario. Afortunadamente estaba tomando la píldora, luego no temía un embarazo. Pero aquello no era lo único a tener en cuenta.

–Una cosa antes de que empecemos –dijo, orgullosa de haber podido encontrar la voz ante tal visión–. Espero que tengas preservativos, porque si no estás preparado para practicar el sexo seguro tendré que irme a casa.

–Hay dos cajas llenas ahí –Alí señaló la mesilla de la derecha de la cama–. Y varios sueltos bajo las almohadas.

Charmaine hizo lo posible por no mostrarse asombrada. ¿Dos cajas? ¿Y más bajo las almohadas? Esperaba que no tuviera intención de utilizarlos todos aquella noche, o al día siguiente no podría caminar, y mucho menos montar a caballo.

–Los preservativos que compro son diseñados de encargo –continuó Alí–. Y son cien por cien seguros. También siento pasión por la protección.

–Sí, supongo que un hombre de tu fortuna debe tener mucho cuidado. Pero no tienes por qué temer que yo pretenda atraparte. Ya tengo una buena parte de tu dinero y lo último que querría sería tener un hijo suyo.

Charmaine se dio cuenta demasiado tarde de que Alí podría tomarse aquello como un insulto personal. Y por la fulminante mirada que le dedicó, probablemente había sido así.

Aquello la disgustó por algún motivo. Era una tontería, porque lo cierto era que el príncipe se merecía uno o dos insultos. A fin de cuentas era el hombre que creía que podía comprar su cuerpo. Y que lo había hecho.

De todos modos sintió la necesidad de disculparse.

–Lo... lo siento, Alí. No pretendía que sonara así. Me refiero a que... no tiene nada que ver contigo personalmente. Simplemente no quiero hijos.

 

 

Alí la miró un largo momento y vio que lo lamentaba de verdad. Suspiró y movió la cabeza. Qué compleja criatura era Charmaine... Le habría gustado saber qué la impulsaba a actuar de forma tan contradictoria. ¿Por qué había acudido a él aquella noche vestida como una fulana para decirle cinco minutos después que había cambiado de opinión y que quería irse a casa?

Había estado a punto de perder el control cuando se lo había dicho, hasta que había comprendido que Charmaine tenía miedo de acostarse con él por algún motivo. Le asustaba el sexo.

Todo lo que hacía falta era un poco de persuasión para hacerle cambiar de opinión. Durante unos momentos se había convertido en la mujer que sabía que podía ser entre sus brazos, toda ardor y pasión. Pero una vez más había vuelto a transformarse en la criatura fría y descarada que lo retaba y le hacía desear comportarse con ella como un animal.

Pero aquél no era su modo de comportarse con las mujeres. Odiaba la idea de verse reducido a ser una fiera salvaje, algo que Charmaine parecía capaz de lograr.

Retrasar su propia satisfacción sería difícil, pero no imposible.

¿Cuál sería la mejor forma de ganarla? Porque aquélla era su meta, ¿no? Conquistarla. Conseguir que volviera voluntariamente y sin dinero de por medio cinco días después.

Lamentaba amargamente no haberla investigado a fondo desde el principio. El conocimiento era poder, y por encima de todo quería tener poder sobre ella. Pero en lo concerniente a Charmaine estaba sumido en la oscuridad.

Algo que sí comprendía respecto a la mujer desnuda tumbada ante así era que el principal motivo que la retenía en aquella habitación era el medio millón de dólares que iba a obtener para su fundación. En otras circunstancias, tal vez se habría tomado más tiempo con ella, como hizo con la yegua difícil.

Pero no había tiempo que perder. Cinco días no era mucho tiempo...

 

 

Charmaine se puso tensa cuando Alí dio un paso adelante y tomó su pie izquierdo de la cama.

–Relájate –murmuró, y rodeó su tobillo con una mano mientras deslizaba la otra con suma delicadeza arriba y abajo por su pantorrilla. Cuando se inclinó ligeramente para acariciarle la sensible piel de detrás de la rodilla, se le puso la carne de gallina.

¡Relajarse! ¿Cómo iba a relajarse mientras le hacía aquello sin una sola prenda de ropa encima? Su mirada iba una y otra vez hacia la parte de Alí que no dejaba de imaginar en su interior. Si es que llegaba a encajar dentro de ella.

Finalmente, la mano de Alí volvió al pie, le quitó la zapatilla y la dejó caer. Pareció tomarse más tiempo con la otra pierna y para cuando le quitó la otra zapatilla Charmaine estaba temblando.

–Alí...

No pretendía hablar. No quería sonar tan desesperada y necesitada.

Alí la miró a los ojos.

–¿Sí?

–No... me hagas esperar demasiado.

Él asintió y la hizo colocarse en el centro de la cama con la cabeza sobre una almohada. Ella lo miró con los ojos abiertos de par en par mientras tomaba un preservativo y se lo ponía. Para cuando se tumbó junto a ella, sentía que el corazón estaba a punto de salirse de su pecho.

–¿No quieres que antes te dé placer con mi boca?

Charmaine parpadeó. ¿Quería?

–No... no sé...

El frunció el ceño ante su indecisión.

–Un poco, tal vez –dijo ella, sin aliento.

¿Qué estaba diciendo?

Pero ya era demasiado tarde. Alí ya iba de camino, aunque hizo una parada en sus pechos, donde succionó larga y lánguidamente cada pezón, dejándolos excitados y húmedos, y a Charmaine anhelante de necesidad. Para cuando siguió su camino, quería sentirlo en todas partes de su cuerpo. Encima de ella. Dentro de ella. Lamiéndola. Besándola. Acariciándola...

–Oh –gimió al sentir la lengua de Alí en su ombligo.

¿Quién habría imaginado que aquello podía ser tan delicioso? Se alegro tanto cuando volvió a hacerlo...

Alargó las manos para tocarle el pelo y disfrutar de su maravillosa suavidad. El alzó un momento el rostro para sonreírle antes de seguir bajando. Deslizó la lengua por su pubis mientras le hacía separar los muslos.

El estómago de Charmaine se tensó de anticipación cuando la boca de Alí alcanzó su sexo expuesto, y estuvo a punto de saltar de la cama.

–Shhh –Alí apoyó una mano sobre su estómago–. Estate quieta. Relájate.

Más órdenes ridículas. Era imposible estarse quieta o relajarse. La lengua de Alí estaba haciendo delicados círculos en torno a su clítoris mientras la penetraba con los dedos. Las sensaciones que le producía eran a la vez estimulantes y aterradoras, como si estuviera subida en una montaña rusa.

–Alí –dijo con dificultad, y él paró de inmediato.

Charmaine estuvo a punto de ponerse a llorar, como una niña a la que hubieran quitado su caramelo.

Pero apenas tuvo tiempo de lamentarlo, pues Alí se deslizó sobre ella y empezó a penetrarla de verdad. Su brusca inhalación fue una mezcla de placer y sorpresa pues, a pesar de que Alí tenía el sexo más grande que los demás hombres con los que había estado, pudo acomodarse a él con relativa facilidad. Tal vez le iría mejor si...

Cuando alzó las piernas y rodeó a Alí por la cintura con ellas, él gimió. Ella también, pues sintió la diferencia de inmediato. Alí estaba profundamente sumergido en ella, colmándola.

Charmaine casi gritó cuando él empezó a moverse.

Alí volvió a detenerse.

–¿Estoy demasiado hondo?

–¡No, no, es fantástico!

–¿Estás segura?

–Totalmente. No pares.

Alí rió y continuó moviéndose.

Charmaine alcanzó el clímax casi de inmediato, con intensos espasmos, y de nuevo estuvo a punto de gritar de placer. Alí la aferró con fuerza y también alcanzó el clímax a la vez que un gemido primario escapaba de su boca abierta.

Cuando Charmaine sintió la carne de Alí palpitando en su interior, una oleada de pasión primitiva se apoderó de ella y comenzó a besarlo en el hombro, en el cuello y finalmente en la boca, que penetró con su lengua en un erótico recuerdo del modo en que él la había penetrado a ella. Él le devolvió el beso y siguió moviéndose hasta que, asombrosamente, Charmaine volvió a alcanzar otro clímax. Sólo se detuvo cuando supo que había acabado, y entonces dejó caer su cuerpo sobre ella.

Pesaba, pero a Charmaine no le importaba. Le encantaba sentirse envuelta por su cuerpo. Deslizó las manos posesivamente arriba y abajo por su espalda y trató de recordar qué era lo que no le gustaba de aquel hombre.

Y entonces lo recordó.

Era un depredador sexual que la había sobornado para que se acostara con él. La había sobornado y la había chantajeado emocionalmente.

Nunca podría decirle lo agradecida que estaba de que lo hubiera hecho. Debía buscar otras palabras para explicar el placer que le había dado con su cuerpo, y para recuperar al menos algo de su orgullo.

–¿Lo ves? –murmuró Alí un rato después, ya tumbado junto a ella, con una mano tras la cabeza mientras con la otra jugueteaba con unos de sus pechos–. Te gusta el sexo. Al menos conmigo.

Charmaine, cuyo cerebro se había puesto a trabajar a marchas forzadas, ya había pensado en la respuesta adecuada.

–Debo confesar que mi reacción me ha sorprendido al principio. Pero entonces me he dado cuenta de cuál era el motivo de mi excitación. Recibir una fortuna por acostarse con un millonario es una fantasía femenina muy popular. Toda mujer tiene el secreto anhelo de poder comportarse alguna vez como una prostituta. Y además está el factor jeque, por supuesto.

La mano de Alí se detuvo sobre su pecho.

–¿El factor jeque? –repitió.

–No te hagas el inocente conmigo, Alí. Seguro que te has aprovechado de ello en numerosas ocasiones. Ya sabes. ¿El jeque? Rodolfo Valentino llevándose a su dama al desierto para hacer con ella lo que quería. Esa escena ha excitado a innumerables mujeres occidentales a lo largo de los años. No simules que no lo sabes.

Finalmente, Charmaine se animó a mirar a Alí a los ojos, cuya expresión era impenetrable.

–¿Y te excita a ti también? –dijo él a la vez que tomaba de nuevo su pezón entre los dedos, aunque no con tanta delicadeza como antes.

Desafortunadamente, aquello pareció excitar aún más a Charmaine.

–¿Quién sabe? –se encogió de hombros con indiferencia, cuando en realidad lo que quería era que Alí volviera a hacerle el amor–. Algo ha sido desde luego. Y no precisamente algo romántico. Ni amor.

–¿No me encuentras romántico? ¿Ni amoroso? –añadió Alí a la vez que tomaba el otro pezón entre sus dedos.

Charmaine rió.

–Oh, vamos, Alí. No creo que pueda calificarse de romántico pagar a una mujer medio millón de dólares para a tenerla a tu completa disposición durante una semana.

–No te he obligado a aceptar.

Charmaine agradeció que Alí acabara con la tortura de sus pezones.

–No te habría servido de nada intentarlo. Sabes que habría dicho no.

–Pero acabas de pasártelo bastante bien.

–Habrías exigido tu libra de carne de todos modos.

–No. No lo habría hecho.

Charmaine miró a Alí sin saber si le estaba diciendo la verdad o no. Volvió a encogerse de hombros.

–Lo que tú digas. Ya da igual. Al parecer, me gusta jugar a la esclava sexual contigo. Así que seré tuya hasta el viernes. Ordéname lo que quieras, amante. Como suele decirse, la noche aún es joven –añadió en tono perversamente seductor.

–Una esclava sexual permanece en silencio y sumisa. Una esclava sexual carece de voluntad, porque se la entrega a su amo. No es nada hasta que él se digna a utilizar su cuerpo. Nada en absoluto.

La boca de Charmaine se había secado mientras Alí hablaba. Pero su corazón latía desbocado. «Es sólo un juego», se recordó. «Un juego erótico».

–Parece divertido –dijo.

Alí la miró con dureza.

–Una esclava sexual no se preocupa por su propia diversión. Sólo existe para dar placer, no para recibirlo.

Charmaine hizo una mueca de desagrado.

–Creo que es un trabajo que no llegaría a cuajar aquí, en Australia. A menos que el tipo con el talonario tenga medio millón de dólares que gastar. Aunque, si no recuerdas mal, sólo has pagado por el sexo directo. Así que me reservo el derecho a poner objeciones si las cosas se vuelven demasiado pervertidas. Además, no creo que una esclava pueda llamar a su amo por su nombre de pila. ¿Qué tal si te llamo «amo»? Resulta muy sumiso, ¿no te parece?

Salió de la cama e hizo una reverencia con las manos unidas ante sí.

–Voy a preparar su baño, amo –dijo en tono burlón.

–Yo soy el amo aquí –dijo Alí con arrogancia.

–Sólo hasta que el juego acabe –le recordó Charmaine.

–De acuerdo –replicó Alí, pero había un brillo diabólico en sus ojos negros–. Debo insistir en que si quieres dejarlo debes decirlo con antelación, antes de que el juego haya empezado. Es injusto excitar a un hombre y luego dejarlo colgado.

Charmaine rió.

–No te imagino colgado de nada.

–Es sólo una forma de hablar. ¿Entonces? ¿Quieres seguir siendo mi esclava sexual?

Charmaine sintió un estremecimiento de excitación. Podía hacerse adicta a aquel juego. Peligrosamente adicta. A pesar de todo, era mucho menos peligroso que la alternativa: admitir que tal vez le gustaba Alí después de todo. ¡Pero no pensaba hacerlo!

–Por esta noche al menos –dijo.

–En ese caso, ve a preparar el baño –ordenó Alí–. Pero no quiero sales ni burbujas en el agua. Quiero poder verte completamente en el agua.