Alí no supo cómo logró ocultar sus sentimientos en aquel momento.
Su primera reacción ante la mención del dinero por parte de Charmaine fue de consternación, seguida de una aguda conciencia de su propia estupidez.
¿De verdad había empezado a creer que Charmaine sentía algo por él? ¿Que cuando la había llevado de vuelta a su dormitorio aquella noche se había rendido a algo más que a la química sexual que siempre había habido entre ellos?
Qué estúpido era. Un completo estúpido. Un estúpido hechizado. Charmaine lo había hechizado desde el primer momento que la había visto, y lo había hechizado aún más con el abandono asombrosamente sensual que había demostrado en la cama la noche anterior. Cuando recordaba cómo había gemido bajo su boca, como había temblado con sus caricias, como se había aferrado al él mientras alcanzaba el clímax...
Pero el brillo del deseo había desaparecido de su mirada aquella mañana.
Contempló su virginal ropa blanca y su pelo, sujeto en una coleta que enfatizaba el aire de inocencia que tanto lo había intrigado siempre .
Finalmente, su consternación dio paso al enfado. A pesar de lo mucho que pudiera disfrutar entre sus brazos, el único interés real de Charmaine eran los quinientos millones de dólares.
–El dinero está en tu cuenta –murmuró, jurándose que le haría pagar por cada centavo aquella noche.
Charmaine había lamentado sus palabras en cuanto las había pronunciado. No había pretendido sonar tan mercenaria, ni enfadar a Alí. ¿Pero qué esperaba éste? ¿Que olvidara que prácticamente la había obligado a acudir allí con él? ¿Acaso esperaba que empezara a interpretar el papel de «mujer enamorada» para él?
Sin duda, habían compartido una noche fabulosa. Y, ciertamente, Alí era un amante fabuloso. Pero no tenía intención de simular que compartían algo más.
Al mismo tiempo no quería pasar los siguientes cuatro días en un ambiente de abierta hostilidad. Debían alcanzar algún punto intermedio de entendimiento.
–Lo siento –dijo. Por la fría furia que brillaba en los ojos de Alí, supo que acababa de volver a declararle la guerra–. No pretendía disgustarte, pero no puedo fingir que la fundación no es lo más importante para mí. Eso no significa que anoche no disfrutara, o que no esté deseando que vuelva a repetirse. Incluso empiezas a gustarme... un poco –añadió cuando los expresivos ojos de Alí brillaron de satisfacción–. Cleo me ha dicho cosas tan agradables sobre ti esta mañana, que no puedo seguir pensando que eres un hombre arrogante y mimado. Al parecer tienes otras cualidades que te redimen, aunque tu modo de reaccionar a la palabra «no» no es precisamente una de ellas. ¿Cuántos hombres crees que habrían llegado a esos extremos para llevarse a una mujer a su cama?
–No a cualquier mujer –dijo Alí–. Sólo a ti, Charmaine.
–Los halagos no van a llevarle a ningún sitio conmigo, su excelencia. Creo que ya te lo había dicho.
–Alí –le recordó él secamente.
–Alí –repitió ella con un suspiro–. ¿Ves a qué me refiero? Siempre tienen que ser las cosas como quieres.
–A todos nos gusta hacer las cosas a nuestro modo. A ti también, Charmaine. Pero tal vez te sorprendería saber que en mis tratos contigo no siempre he cedido a mis deseos. Si hubiera sido totalmente egoísta, te habría tomado durante el viaje en helicóptero. No habría esperado. Y si cediera ahora mismo a mi lado oscuro, no sería este panecillo lo que estaría mordiendo. Despejaría esta mesa de un golpe, te tumbaría sobre ella y me daría un festín contigo.
Las imágenes que evocaron sus palabras hicieron que una oleada de calor recorriera el cuerpo de Charmaine.
–Me pregunto si me dejarías hacerlo –añadió él mientras le dedicaba una mirada ardiente.
–No –fue la sorprendentemente firme respuesta de Charmaine.
–No... –empezó Alí, pero se interrumpió y sonrió a la vez que se encogía de hombros–. ¿Lo ves? No puedo aceptar un no por respuesta. En ese caso, iremos a visitar las cuadras y luego podemos nadar un rato, si quieres. ¿Te apetecería eso?
–No puedo permitirme estar al sol mucho rato en días como este –dijo Charmaine a modo de excusa, aunque lo cierto era que temía no poder mantener las manos quietas teniendo a Alí semidesnudo cerca–. Podría quemarme, lo que no quedaría bien en las fotos ni en la pasarela.
–Comprendo. En ese caso utilizaremos el coche de golf para visitar la propiedad. Tiene techo. Estaba pensando en cabalgar pero, dadas las circunstancias, podemos dejar eso para otro día. Lo mismo que la natación. Después de la visita, te sugiero que te eches hasta la cena, o que tomes un largo baño. Y hablando de la cena, he decidido que hoy la tomaremos en el comedor principal. Así habrá más tiempo de que se recuperen tus zonas más... sensibles.
–Qué amable por tu parte –murmuró Charmaine, pensando que Alí era un diablo realmente perverso–. Cleo me ha dicho que eres un hombre muy bondadoso. Me ha contado lo que hiciste por Jack.
Alí pareció avergonzado por aquella revelación, algo que conmovió a Charmaine más que cualquier otra cosa que pudiera haber hecho. Respetaba a la gente capaz de hacer el bien sin buscar halagos o publicidad.
–Era lo menos que podía hacer por alguien mucho más desafortunado que yo –murmuró Alí–. ¿Qué vas a hacer con los quinientos millones? Espero que no los malgastes en pagar sueldos exorbitantes a asesores financieros. Debes gastar el dinero como te parezca adecuado. Estoy seguro de que lo único que te importa son los niños. Otros podrían tener intereses más egoístas entre sus planes.
–No te preocupes. El dinero será bien gastado. No pienso caer en esa trampa. Pero sí me dejaré asesorar por algunas personas cuya perspicacia para los negocios respeto. Luego me pondré a trabajar en varios proyectos sin dilación. El tiempo es esencial en todo lo relacionado con la investigación. Me pondré a trabajar en cuanto regrese a Sidney. Afortunadamente, la semana que viene no tengo trabajo, así que podré avanzar bastante. También me gustaría... –Charmaine se interrumpió y sonrió–. Lo siento. Cuando empiezo a hablar de ese tema, no sé cómo parar.
–No me importa –dijo Alí–. Me encanta escuchar a una mujer apasionada.
Charmaine tragó saliva, pensando que probablemente Alí habría oído algo más que pasión en los variados sonidos que había hecho la noche pasada. Cada uno había tenido su propio mensaje, desde los grititos de sorprendido placer, a los gruñidos de frustración, pero los más obvios habían sido sus gritos de éxtasis seguidos de suspiros de satisfacción.
–Deberíamos comer la deliciosa comida que nos ha preparado Cleo –dijo para cambiar de tema–. Lo que me recuerda que tu ama de llaves me cae realmente bien. Es una mujer encantadora.
–Sí que lo es. Yo me he convertido en una especie de hijo para ella. Cleo y Norman no pueden tener hijos.
–Oh, qué lástima. Habría sido una madre estupenda.
–Estoy totalmente de acuerdo.
Charmaine tampoco quería centrarse en aquel tema, de manera que empezó a interrogar a Alí sobre las cuadras. Habiendo nacido en el campo, no ignoraba por completo los asuntos de los caballos, y lo sorprendió con sus conocimientos.
Después de aquello, la comida transcurrió plácidamente, al igual que la vuelta que dieron luego por las cuadras. Charmaine no pudo evitar sentirse impresionada, tanto por los magníficos caballos que poseía Alí como por las modernas instalaciones con que contaba.
La cuadra contaba con seis sementales, le informó Alí. Uno de ellos, un caballo negro llamado Ebony Boy, era un animal maravilloso, y un exhibicionista incorregible. Cuando lo soltaron en su corral privado para que hiciera ejercicio, el semental montó un auténtico espectáculo galopando y soltando coces, además de encabritarse y agitar su maravillosa crin en varias ocasiones.
–Se nota que tiene mucha energía –comentó Charmaine–. Supongo que no es fácil de manejar.
–No durante la época de reproducción. Pero éste año se le están acabando los compromisos y esta empezando a inquietarse. Es uno de esos sementales que sólo se siente satisfecho si cubre a varias yeguas al día.
Charmaine se quedó sorprendida.
–Eso parece excesivo. ¿No se cansa nunca?
–¿De aparearse? Nunca –la mirada que Alí dedicó a Charmaine decía claramente que él tampoco.
Si podía tomarse la noche anterior como referencia, no podía decirse que estuviera alardeando.
Sin embargo...
–Cleo dice que soy la primera mujer que traes aquí en mucho tiempo –dijo Charmaine.
Alí frunció el ceño.
–El único defecto de Cleo es que tiende a cotillear.
–Tal vez, pero no me parece que sea una mentirosa.
–Suelo ir a Sidney todos los fines de semana –dijo Alí secamente–. Confía en mí si te digo que mis necesidades carnales siempre han sido adecuadamente satisfechas. No creas que he estado esperando todo este tiempo a que cayeras en mis brazos.
Charmaine se preguntó por qué le dolió aquel comentario. Debería darle lo mismo que Alí se acostara con todas las mujeres de Sidney. Pero le dolió de todos modos. Y sintió celos.
–Si lo hubieras hecho –espetó–, habrías tenido que esperar mucho.
–Soy consciente de ello. ¿Por qué crees que acabé recurriendo a medidas tan extremas para alcanzar mi meta?
Charmaine miró a Alí con frialdad, que era su actitud habitual cuando se enfadaba.
–¿Y anoche obtuviste lo que esperabas por tu dinero?
Alí alzó las cejas en una actitud de total arrogancia y despreocupación, lo que hizo que a Charmaine le hirviera la sangre.
–Considero que mi inversión tuvo una respuesta razonable. Pero esta noche espero obtener más beneficios. Y las siguientes. Creo que para el viernes me sentiré suficientemente satisfecho. De no ser así, me aseguraré de que el viaje de vuelta a Sidney sea más entretenido que el de venida.
La hostilidad había vuelto a instalarse entre ellos. Y la tensión. Alí aseguraba que le gustaba hacer el amor, no la guerra, pero entre ellos no había lo uno sin lo otro.
–¿Y eso será todo? –preguntó Charmaine con descaro.
–¿Estás diciendo que quieres que la situación se prolongue?
–Ni en un millón de años. Has pagado por cinco días y eso es lo que vas a obtener.
Alí no dijo nada en respuesta a aquello. Se limitó a dedicarle una larga y pensativa mirada antes de volverse hacia el mozo de cuadra para decirle que volviera a guardar al semental, dejando a Charmaine con la sensación de haber revelado demasiado. Si volvían a estar en pie de guerra, acababa de cometer un error táctico.
Las cosas dichas con enfado o miedo siempre eran un error. Debería haber mantenido la calma y no haberle saltado al cuello de aquella manera. Sin duda, Alí podría empezar a sospechar que empezaba a alterarla, que, en el fondo, quería que aquello durara más que hasta el viernes.
Pero las sospechas eran sólo sospechas, no hechos. Antes de que llegara la noche debía demostrarle que no iba a poder hacer con ella lo que quisiera.
«¿Y cómo vas a conseguirlo?», preguntó una vocecita en su mente. «¿Cómo vas a lograr ese milagro? Ese hombre puede excitarte con una simple mirada. Si te tocara, incluso ahora que estás enfadada, sólo el cielo sabe lo que le permitirías que te hiciera después».
¡Estaba atrapada!
Y sentirse atrapada era un estado en el que no salía a la luz precisamente lo mejor de Charmaine. Ningún hombre iba a atraparla. Hacía tiempo que había jurado mantener un completo control sobre su vida, lo que incluía su vida sexual. Por eso había buscado hombres que le gustaban con los que irse a la cama. Porque se había negado a permitir que un solo y miserable bastardo destrozara por completo aquel aspecto de su vida.
«Así que deja de divagar sobre este hombre. Lo deseas como amante. Sabes que es así. Si no lo dices, parecerá que él ha ganado. Caerás entre sus brazos cada vez que él quiera. ¿Y acaso quieres parecer una débil tonta ante sus ojos por decir una cosa y hacer luego otra?»
La risita que dejó escapar Charmaine llamó la atención de Alí.
–¿Qué te parece tan divertido?
–A ti. Y a mí misma. Ambos estamos siendo un poco tontos. Sobre todo yo. Tienes razón, Alí. No quiero que nuestra aventura acabe el viernes. Era mi orgullo el que hablaba hace unos momentos. Además de cierto enfado por tus tácticas de bravucón. Oh, no te molestes en abrir tu regia boca para negarlo. Utilizaste tu indecente fortuna para hacerme una oferta que sabías que no podía rechazar.
–A veces un hombre tiene que hacer lo que debe hacer.
Charmaine volvió a reír.
–Sólo un hombre como tú. Pero eso ya es agua pasada, y sería una tontería por mi parte aferrarme al orgullo después de haber comprobado que eres tan bueno en la cama como decías. No quiero renunciar a los placeres de la carne después de haberlos descubierto. Me preocupa no encontrar a otro hombre capaz de satisfacer mis... necesidades especiales tan bien como tú. Si no otra cosa, no hay duda de que tú eres un hombre muy potente.
–No sé cómo te las arreglas para que un halago suene como un insulto en tus labios, querida Charmaine.
–Porque bajo mi dulce exterior soy una bruja, querido Alí. Pero seguro que eso ya lo sabías, ¿no?
Alí se limitó a mirarla.
–Volviendo al asunto del que hablábamos –continuó Charmaine–, me encantará seguir siendo tu amante más allá del viernes, hasta que uno de los dos se canse del arreglo, por supuesto. No quiero nada más de ti. Ni dinero, ni regalos. Nada excepto tu magnífico cuerpo y tu estimulante técnica. Comprenez-vous?
Alí no dijo nada, aunque sus ojos manifestaron una mezcla de desagrado y deseo que recorrió la distancia que los separaba como un afilado cuchillo.
–Podría acudir a la suite de tu hotel los sábados por la noche –continuó Charmaine, decidida a ser pragmática y nada romántica–. Excepto cuando esté fuera, por supuesto. Podríamos pasar esa noche juntos, y el domingo si quieres. ¿Te hace feliz ese arreglo?
–¿Feliz? –repitió Alí con una sonrisa irónica–. ¿Qué es para ti ser feliz?
–¡Oh, vamos, no hables como si yo fuera el amor de tu vida! Ambos sabemos que no lo soy. Simplemente tengo un picor y te estoy dando la oportunidad de que me rasques. Y antes de que lo preguntes, no, no quiero ser vista en público contigo. Esa es la única regla que quiero poner. Nada de citas para comer ni de ir a las carreras juntos. Lo único que quiero es una relación sexual. ¿De acuerdo?
Por un momento, Charmaine temió que Alí fuera a rechazarla, que iba a vengarse de lo que le había hecho.
–¿Y se supone que debo serte fiel? –preguntó Alí, en un tono tan frío como su mirada.
¿Qué podía decir? «Si tocas a otra mujer, te mato», parecía un poco exagerado, y demasiado revelador. Pero aquello era lo que habría querido gritarle Charmaine, lo primero que había surgido en su mente.
Tenía la sospecha de que acababa de cometer el error mas grave de su vida. Pero ya estaba hecho.
–Eso es asunto tuyo –dijo en tono desenfadado–. No tengo derecho a exigir nada de ti, lo mismo que tú no tienes derecho a exigírmelo a mí.
Notó que a Alí no le gustó nada que dijera aquello, pero era una lástima, porque a ella le daba igual. Aquel hombre infernal debería haberla dejado en paz. Pero no; se había empeñado en tenerla. Pues bien, podía tener su cuerpo, pero no su corazón. Al menos, no que él supiera.
–Pero si nos prometiéramos exclusividad –dijo Alí mientras su mirada seguía pareciendo una mezcla de hielo y fuego–, podrías tomar la píldora y así podríamos disfrutar de una forma más completa el uno del otro.
Alí no lo sabía, pero Charmaine ya estaba tomando la píldora. Un solo método de protección nunca era suficiente para Charmaine.
–La sensibilidad crece espectacularmente cuando la carne se desliza contra la carne. El placer es mayor –añadió él.
Charmaine volvió la cabeza ante la promesa de poder llegar a experimentar aún más placer que la noche anterior.
–Algunas mujeres alcanzan automáticamente el orgasmo cuando la semilla de un hombre inunda su útero –murmuró Alí–. Dicen que ese tipo de orgasmo no es sólo físicamente más intenso, sino que también resulta mucho más satisfactorio emocionalmente.
Si creía que aquella imagen haría que Charmaine se derritiera, estaba muy equivocado. Aquello sólo sirvió para que volviera a ver a Alí como el auténtico depredador que era, capaz de utilizar cualquier arma a su disposición para convertirla en su juguete sexual hasta que se hartara de ella.
–No pienso tomar la píldora –dijo Charmaine con brusquedad–. Y si alguna vez dejas de usar protección, no volveré a verte.
Alí pareció conmocionado, pero enseguida la miró con aire pensativo.
–Haré lo que quieras –dijo finalmente.
–Bien –espetó Charmaine–. En ese caso, quiero volver a la casa ahora. Tengo dolor de cabeza.
Alí entrecerró los ojos.
–¿Es eso cierto, o sólo es una excusa para evadir mi compañía?
–Es la verdad –Alí no lo sabía, pero había alterado algo más que las hormonas de Charmaine. Había despertado recuerdos casi olvidados, pero que cuando volvían hacían que la tensión le subiera y le diera dolor de cabeza–. Sufro de migrañas –dijo, a la vez que empezaba a experimentar un avance de las náuseas que solían acompañarlas–. Necesito tomar cuanto antes una pastilla y tumbarme, o esta noche no podré hacer nada.
–En ese caso, vamos –dijo Alí a la vez que la tomaba del brazo.
Charmaine no supo si durante la siguiente media hora la solicitud que le demostró Alí fue debida a su amabilidad natural o al temor a no volver a tenerla en la cama aquella noche. La condujo directamente al dormitorio, donde corrió las cortinas, le abrió la cama y le dio un vaso con agua para que se tomara las pastillas. Tras dejarla cómodamente instalada, le dijo que si para las siete no se le había pasado el dolor suspendería la cena en el comedor por aquella noche. Podría comer algo en su habitación, o en la de él, si se sentía lo suficientemente bien. Sólo se lo tenía que hacer saber. Él estaría en sus habitaciones. Sólo tenía que llamar a la puerta o, si lo prefería, podía avisar a Cleo por teléfono.
–Tienes que marcar el 0 –le dijo antes de salir.
Charmaine permaneció largo rato tumbada mirando al techo, esperando a que comenzaran las molestias típicas de sus migrañas. Pero el dolor no aumentó. Ni las náuseas. Al parecer, había tomado los analgésicos justo a tiempo. Estos también la habían obligado a relajarse, y con la relajación llegaron las lágrimas. No lágrimas por lo que le sucedió en el pasado, sino por lo que le estaba sucediendo en el presente.
¡Menudo desastre!
Pero debía reconocer que ella siempre había sido un desastre. Alí había preguntado si su dolor de cabeza era una excusa para evitar su compañía. Ella no lo había pensado en aquel momento, pero tal vez lo había sido, porque por mucho que pretendiera ante Alí que no sentía ninguna implicación emocional con él, lo cierto era que sí la sentía. Tanto, que la asustaba.
¡Con todos los hombres que había en el mundo de los que enamorarse!
–¡Cielo santo! –gimió, y enterró el rostro entre las almohadas. Las lágrimas comenzaron a caer de forma incontenible, hasta que el agotamiento pudo con ella y se quedó dormida.
En sus habitaciones, Alí estaba sentado ante su escritorio, contemplando con el ceño fruncido un correo electrónico que acababa de recibir de AIS en el que le pedían que llamara personalmente. Cuando lo hizo, le pusieron directamente con el jefe de seguridad, un hombre llamado Ryan Harris, con el que ya había tratado en varias ocasiones.
–Me alegra que halla llamado, su excelencia –dijo Ryan–. Quería tener una conversación privada con usted respecto a la investigación que solicitó respecto a cierta dama. Disculpe, pero creo que será mejor que no mencione su nombre. Las líneas telefónicas no son siempre tan seguras como nos gustaría, lo mismo que el correo electrónico.
–Aprecio su prudencia, señor Harris. Investigar a alguien siempre es un asunto delicado. ¿Qué es lo que ha averiguado?
–Ayer empezó a correr un rumor que, dado el perfil público de la dama, podría suponer un problema si sigue adelante. El mero hecho de empezar a hacer preguntas puede producir un tremendo efecto en lo concerniente a los ricos y famosos. Quería asegurarme de que le interesa que sigamos adelante.
–¿A qué rumor se refiere? –preguntó Alí, tenso.
–Una persona cercana a la dama piensa que su hermana pequeña, la que murió de cáncer, no era en realidad su hermana, sino su hija.
Al oír aquello, Alí apretó con todas sus fuerzas el auricular.
–Dada la fama de la persona en cuestión, me parece asombroso que algo así haya podido mantenerse en secreto –continuó Harris–. Mi detective ha averiguado esto un poco por casualidad, a través de una camarera que por lo visto fue a la escuela con ella. Puede que lo que le haya hecho hablar hayan sido los celos, o el rencor, pero seguir investigando sería dar crédito al rumor, y la prensa podría enterarse. Parecen tener ojos y oídos en todas partes. He pensado que, dado su interés por la dama, tal vez no le interesaría que sucediera algo así.
–Ha hecho muy bien, señor Harris. Eso sería lo último que querría. Cancele de inmediato la investigación, por favor. Y destruya los informes. Naturalmente, pagaré lo que acordamos, más la bonificación. Le agradezco mucho su discreción.
Alí colgó y se apoyó contra el respaldo de cuero de su asiento. ¿Sería cierto? Y si era así, ¿cuándo nació la niña y por qué repudió Charmaine a su propia hija?
¿Por vergüenza?
No parecía Charmaine una mujer que fuera a avergonzarse de ser madre soltera.
¿Ambición?
Si hubiera sido tan ambiciosa, ¿por qué tener un hijo en primer lugar? Había otras alternativas a su disposición.
¿Un corazón roto?
Aquello parecía más probable. El hecho de que hubiera sido seducida y luego abandonada por su amante explicaría el comportamiento de Charmaine hacia el sexo y los hombres. Aquello también explicaría que hubiera rechazado a su hija, aunque ello no justificaba su acción. Sólo una mujer amargada y con el corazón de piedra podría rechazar a un hijo.
No había duda de que Charmaine era bastante dura. Dura y cínica.
Alí frunció el ceño.
¿Cómo podía estar enamorado de una criatura como aquélla?
–Perverso –murmuró en alto, y luego hizo una mueca.
Sí, aquel amor era perverso. Alí había imaginado que averiguar cosas sobre su pasado le daría poder sobre ella, pero lo único que había conseguido era llegar a la certeza de que no tenía ningún futuro con ella. Al menos, no el que buscaba.
Charmaine era buena para una sola cosa. Era una tontería esperar algo más. Ella pensaba igual y se lo había dejado bien claro. El único papel que quería en su vida era el de amante. Hasta que se cansara de él. Ni siquiera le preocupaba que él le fuera infiel. De hecho, esperaba que lo fuera.
Comprender que lo tenía en tan baja consideración y que lo respetaba tan poco disgustó mucho a Alí. Charmaine lo consideraba un mujeriego sin escrúpulos, un hombre que no dejaba de meter mujeres en su cama sin necesidad de afecto o cariño.
El problema era que tenía razón. Aquello era exactamente en lo que se había convertido durante la pasada década. Había utilizado a las mujeres con una frialdad pasmosa.
Pero no había ninguna frialdad en él cuando trataba con aquella mujer.
En cuanto al cariño y el afecto...
Alí gimió. No quería estar enamorado de ella. Dadas las circunstancias, prefería que sus sentimientos se limitaran al deseo. El deseo siempre pasaba. Pero Alí ya sabía que sentía algo más que deseo.
¿Qué tenía que hacer para al menos conseguir que Charmaine quisiera vivir con él? La necesitaba más que un ocasional sábado. ¿Qué podía hacer para persuadirla?
Se reiría si le declarara su amor. El encanto y los halagos no ejercían ningún efecto sobre ella. Tampoco serviría de nada ofrecerle más dinero. Sólo le quedaba un arma para lograr que hiciera lo que quería.
Apretó los dientes con fuerza. Iba en contra de sus principios utilizar aquella clase de tácticas, pero Charmaine no le dejaba otra opción.