Charmaine se quedó boquiabierta.
–¡No habla en serio!
–Totalmente.
La mano de Charmaine tembló cuando se llevó el vaso de agua a los labios.
–Debe estar loco –murmuró.
–Probablemente. Pero la oferta es auténtica. ¿Qué me dice?
Charmaine abrió la boca para decir no, pero no logró hacerlo. La suma de quinientos millones de dólares no dejaba de dar vueltas en su cabeza. ¡Era toda una fortuna!
Jamás lograría ganar aquella cantidad ejerciendo su profesión, por bien pagada que estuviera. Sin embargo, con aquella fortuna podría hacer mucho bien... si pasaba una breve semana en la cama del jeque.
Habría sido absurdo pensar que lo único que quería era su compañía. El nombre del juego era sexo.
–¿Una semana? –preguntó, y supo que había dado el primer paso en la resbaladiza cuesta que llevaba al infierno.
Cuando los oscuros ojos de Alí brillaron triunfantes, Charmaine quiso poder retirar sus palabras. Pero no lo hizo.
–De hecho, ni siquiera una semana –dijo Alí con mucha calma–. Vuelvo en helicóptero a mi propiedad todos los domingos hacia las seis y todos los viernes vuelvo a Sidney a la misma hora. Así que en realidad son cinco días. Eso representa cien millones de dólares diarios por su tiempo.
–¡Mi tiempo! –dijo Charmaine en tono desdeñoso–. Ése debe de ser el eufemismo del año. Usted quiere mucho más que mi tiempo, su excelencia. Quiere que me meta en su cama.
Alí no negó nada y siguió mirándola mientras ella luchaba con sus demonios internos.
–Querría el dinero antes que nada –exigió mientras su mente seguía dando vueltas a la idea de acostarse con aquel hombre, de ser su objeto sexual durante cinco días y cinco noches.
Pero externamente no traicionó su inquietud. ¿Era a causa de miedo, o mera práctica? Hacía tiempo que había perfeccionado el arte de no permitir que ningún hombre llegara a creer que se sentía alterada.
–Naturalmente –asintió Alí–. Si dice que sí, los quinientos millones serán transferidos a la cuenta de su fundación el lunes. A cambio de lo cual espero que se presente en mi hotel el próximo domingo no más tarde de las cinco y adecuadamente equipada.
El siguiente domingo. Faltaban ocho días. Ocho días para pensar en lo que tenía que hacer con él.
–¿Qué quiere decir con «adecuadamente» equipada?
–Necesitará traer ropa para una variedad de actividades.
¿En serio?, pensó Charmaine con ironía. Suponía que lo único que necesitaba llevar era ropa interior sexy.
–¿Por ejemplo?
–En mi propiedad hay una piscina climatizada. Y una cancha de tenis. Y un gimnasio totalmente equipado, por no mencionar mis caballos. ¿Monta?
–Puedo mantenerme arriba, si el caballo que monto no es demasiado salvaje.
–Elegiré uno delicado para usted –prometió Alí mientras el brillo de sus ojos sugería que las palabras de Charmaine habían evocado en él pensamientos de otra índole.
–Hágalo –espetó ella, mientras su estómago se encogía ante la imagen de sí misma montada sobre aquel oscuro y esbelto cuerpo–. ¿Y qué tiene de malo mañana en lugar del próximo domingo? –añadió con brusquedad. Si iba a hacer aquello, cuanto antes mejor. No tenía sentido retrasar la tortura.
Alí pareció sorprendido por su sugerencia.
–El dinero no llegaría a tiempo a su cuenta.
–Podría aceptar su palabra de que lo transferirá el lunes.
–¿Mi palabra de árabe? –replicó él burlonamente.
–No. Su palabra de caballero. Porque espero que sea un caballero. De lo contrario, ni siquiera me plantearía la posibilidad –incluso mientras pronunciaba aquellas palabras Charmaine comprendió lo risibles que eran. Ningún caballero utilizaría su obscena fortuna para sobornarla de aquel modo.
–No me tome por tonto, por favor, Charmaine. Ambos sabemos que no soy un caballero. Pero tengo mi propio código de honor y soy un hombre de palabra. Tenemos unos amigos mutuos, Renée y Rico. Estoy seguro de que ambos responderían por mí.
Charmaine se contuvo de decirle que Rico le había puesto sobre aviso respecto a él. Era una lástima que hubiera decidido ignorar su advertencia.
¿Pero cómo habría podido imaginar que el príncipe llegaría a aquellos extremos para conseguir que le dijera sí?
Se estremeció una vez más al pensar en lo que la esperaba. ¿Cómo iba a soportar acostarse con él? La mera idea de desnudarse ante él estaba haciendo que el corazón le latiera más deprisa y el estómago se le encogiera. Sin embargo, había posado casi desnuda en muchas ocasiones, de manera que aquello no debería preocuparla tanto.
«Piensa en el dinero», se dijo con firmeza. «En todo el bien que puedes hacer con él. Invertir en investigación, comprar equipo médico, construir una nueva sección en el hospital...»
Aquello hizo que se decidiera... a costa de su orgullo. También se dijo que, en un sentido meramente pragmático, irse a la cama con el jeque tampoco sería para tanto. Si hubiera sido muy feo, o gordo, o grosero, sí lo habría sido, pero no era ninguna de aquellas cosas. De hecho era muy atractivo y era obvio que tenía un cuerpo magnífico.
Si pudiera olvidar quién era, aquel encuentro sexual no sería muy distinto a los que había tenido a lo largo de los años, los que había soportado voluntariamente en su inútil afán por alcanzar la normalidad. Nunca había disfrutado en aquellas ocasiones, a pesar de que los hombres con los que se había acostado sí le gustaban. Supuso que aquélla era la diferencia. Era difícil pretender que aquel hombre era igual a ellos. No se parecía en absoluto.
Pero lo único que tendría que hacer sería tumbarse y pensar en todos los niños con cáncer que había en el mundo. Sería maravilloso lograr que su vida fuera más fácil, aliviar su dolor, su falta de esperanza. Con aquellos pensamientos positivos en la mente sería capaz de hacer cualquier cosa... excepto rebajarse más de lo estrictamente necesario.
–Prefiero no preguntar a Renée y a Rico sobre usted –replicó secamente–. No quiero que se enteren de esto. Ni ellos ni nadie. Quiero mantenerlo en secreto.
–¿En serio? Suponía que su sexy imagen pública recibiría un espaldarazo si la gente supiera que nuestra cita para cenar había llevado a que tuviéramos una aventura.
–Oh, por favor. Esto no será una aventura. Será...
–¿Cómo lo sabe? –interrumpió él en tono retador–. ¿Cómo sabe que no nos entenderemos perfectamente? Puede que disfrute tanto en la cama conmigo, que no quiera que la semana que viene termine nunca.
–Está loco –murmuró Charmaine mientras el camarero llegaba con el primer plato. Cuando éste se fue, ella miró sus langostinos sin ningún interés. Había perdido por completo el apetito. No así el príncipe, que peló un langostino y lo comió con expresión de auténtico placer.
–Coma –dijo tras devorar otros dos de un modo casi erótico.
–No tengo hambre.
Alí miró a Charmaine con expresión paciente.
–No me gustan las mujeres que se enfurruñan.
–Y a mí no me gustan los hombres que me obligan a acostarme con ellos.
–No la estoy obligando, Charmaine. Jamás obligo a una mujer a acostarse conmigo. Aún puede decir que no.
–Sabe que no puedo. Lo sabe.
–Sí –asintió él–. Lo que hace que la desee aún más.
Charmaine movió la cabeza, desconcertada.
–Hay muchas mujeres tan guapas como yo en el mundo que podría conseguir por mucho menos dinero.
–Soy consciente de ello. Pero es a usted a la que deseo.
–¿Por qué? ¿Por qué yo?
Alí se encogió de hombros a la vez que miraba a Charmaine con asombrosa intensidad.
–Lo cierto es que no sé por qué. Para mí también es un misterio. Normalmente no suelen atraerme mujeres capaces de exhibirse ante todo el mundo, pero en cuanto la vi supe que tenía que poseerla. Fin de la historia.
–Sólo porque tiene dinero para comprarme –dijo Charmaine en tono despectivo–. Yo no estaría sentada aquí si usted fuera pobre.
Alí sonrió con ironía.
–Siento no estar de acuerdo. Si fuera pobre, me habría aceptado con más amabilidad desde el principio. Pero lo cierto es que, por algún motivo, mi dinero y mi posición parecen impedirle ver la atracción que hay entre nosotros.
–¿Qué? Es evidente que tiene muy buena opinión de sí mismo, ¿no, príncipe? No hay ninguna atracción entre nosotros –espetó Charmaine en tono cáustico–. Ya se lo he dicho una vez y se lo repito: no me gusta y no me siento atraída por usted.
–Estoy de acuerdo en que no parezco gustarle, pero miente cuando dice que no se siente atraída por mí. La mujer que conocí en las carreras el año pasado no pudo mantener los ojos apartados de mí durante todo el día. Y la mujer que me retó desde el escenario el otro sábado estaba tan cargada de electricidad sexual, que casi me quemó. Claro que me desea, Charmaine, aunque no quiera reconocerlo. Pero el tiempo hará que ese pequeño problema desaparezca –concluyó el príncipe, que siguió comiendo mientras Charmaine se quedaba mirándolo, perpleja.
¡Aquel hombre había perdido la cabeza! ¿Que no había podido apartar los ojos de él? ¡Pero si había sido al revés! ¡Y lo que había percibido en ella había sido furia, no electricidad sexual!
–Soy un amante excelente –fueron las siguientes y sorprendentes palabras de Alí–. Una mujer de su experiencia sabrá apreciar mi habilidad.
Charmaine comprendió que discutir con aquel hombre era inútil.
–Veo que la modestia no es una de sus virtudes –espetó.
–Sólo estoy llamando a las cosas por su nombre. Conozco mis defectos, pero también mis virtudes. Se me dan bien los caballos, las cartas y las mujeres. Sobre todo las mujeres.
–Ah, ¿sí? Qué interesante. Y dígame, su excelencia, ¿ha habido alguna mujer que no haya respondido a su experta forma de hacer el amor?
–No.
Charmaine puso los ojos en blanco. Además de un iluso, aquel hombre era muy egocéntrico.
–¿Se le ha ocurrido pensar alguna vez que alguna de sus amigas pudiera haber simulado lo bien que se lo pasaba debido a lo que iba a obtener a cambio?
Alí sonrió con picardía.
–Por supuesto. Y estoy seguro de que alguna lo ha hecho alguna vez... al principio. Pero al final todas acaban demostrando una satisfacción y un placer genuinos en mi cama, incluso las más tímidas e inhibidas. Las mujeres no son muy distintas a los caballos. Algunas aceptan la silla como si hubieran nacido con ella puesta. Otras se resisten, pero acabo conquistándolas con habilidad y paciencia.
–De manera que asegura tener un cien por cien de éxito tanto con los caballos como con las mujeres, ¿no?
–En una ocasión hubo una yegua que me dio problemas. Fue maltratada de potranca. Es la ocasión que más cerca he estado de fracasar. Habría preferido morir a dejar que la montara.
–¿Y qué pasó?
–Me aconsejaron que la olvidara, pero soy incapaz de hacer algo así. Además, si no servía para correr, quería utilizarla para criar.
–¿Y qué hizo?
–La puse en un corral sola y me convertí en su cuidador personal. Le daba de comer y limpiaba su casilla en el establo a diario, todo ello sin dejar de hablarle. Al principio no dejaba que me acercara y se ponía a relinchar y a dar coces, pero yo notaba que sólo estaba fingiendo. En realidad no quería hacerme daño. Los caballos son animales gregarios y les gusta la compañía. Yo me aseguré de ser su única compañía. Al cabo de un tiempo empezó a acudir a la entrada del corral a esperarme. Luego empezó a permitir que la tocara. Primero la cabeza. Luego el cuello. Y, finalmente, los flancos. De hecho, temblaba de placer con mis caricias.
Charmaine se estremeció al imaginar al príncipe acariciándola a ella. Pero no fue un estremecimiento de placer, sino de repugnancia.
–Pronto la tenía comiendo de mi mano –continuó Alí–. Después todo fue sobre ruedas, y al final le encantaba que la montaran, sobre todo yo.
Charmaine sabía que aquello nunca le sucedería a ella. Aunque Alí contara con quinientos días en lugar de con cinco, sabía que las únicas emociones que experimentaría siendo montada por él serían el aburrimiento y el resentimiento. En cierto modo iba a ser interesante comprobar cómo reaccionaba el príncipe cuando viera que ella era inmune a sus habilidosas atenciones.
–¿Y cuanto costó esa yegua con la que estuvo a punto de fracasar?
–Un par de millones.
–Es mucho dinero. Es lógico que se tomara todas esas molestias. Pero no es nada comparado con los quinientos millones que está dispuesto a pagar para tener relaciones sexuales conmigo.
El príncipe miró a Charmaine con expresión ofendida.
–No quiero tener relaciones sexuales con usted, Charmaine. Quiero hacerle el amor.
–Lo que sea –si su excelencia quería interpretar el papel de amante romántico, ¿quién era ella para oponerse? Lo cierto es que estaba totalmente dispuesta a consentir aquella fantasía en particular. Al menos así el príncipe no le pediría que hiciera nada desagradable en la cama. Aunque ella nunca lo aceptaría, por supuesto. Ni siquiera quinientos millones de dólares eran suficientes para que ella cooperara en algo extraño. Tendría que dejar aquello bien claro antes de que acabara la noche.
–Debe reconocer que su oferta ha sido excesiva –continuó–. Probablemente habría podido conseguirme por menos.
–No quería que pensara que la considero fácil de conseguir. Quería hacer una oferta adecuada.
–No me tome por tonta, su excelencia –replicó Charmaine, en lo más mínimo afectada por sus palabras–. Le da igual lo que piense o sienta respecto a todo esto. El motivo por el que ofreció tanto dinero fue porque sabía que era una cantidad que no podría rechazar. Ése es el fondo del asunto, ¿verdad? No quería que volviera a decirle que no.
Alí sonrió enigmáticamente.
–Es cierto. Ése era el fondo del asunto. No podía arriesgarme a que volviera a rechazarme.
–Lo que nos lleva de vuelta al asunto principal, su excelencia. Está claro que es un hombre mimado y arrogante al que no le han dicho que «no» las suficientes veces.
La mirada de Alí volvió a endurecerse.
–Piense lo que quiera, pero acuda a mi suite puntualmente mañana por la tarde.
Charmaine pensó que había llegado el momento de adoptar una postura firme.
–Antes de que de mi consentimiento a este acuerdo –dijo secamente–, quiero que quede bien claro que no pienso participar en ninguna actividad que considere excesivamente lasciva o pervertida.
Alí la miró pensativamente unos segundos durante los que Charmaine se sintió realmente incómoda.
–Ya que no sé que podría considerar excesivamente lascivo o pervertido, aceptaré que pueda decir no a cualquier cosa que la haga sentirse incómoda, o con la que sepa que no va a disfrutar.
Charmaine rió. No pudo evitarlo.
–En ese caso, su excelencia, le espera una semana muy aburrida y frustrante.
Alí pareció realmente conmocionado.
–¿Está diciendo que no disfruta haciendo el amor?
Por un segundo, Charmaine temió haber perdido la opción de obtener todo aquel dinero para su fundación. Pero entonces recordó lo que había dicho el jeque y supo que no podría resistirse a poseerla aunque le dijera que era frígida como un témpano de hielo.
–Desafortunadamente es un hecho, su excelencia. No disfruto con el sexo. Y no porque no lo haya intentado. He tenido varios amantes a lo largo de los años, pero todo ha sido inútil. Por supuesto, es posible que un hombre de su excepcional experiencia pueda llegar a tener más éxito –añadió con picardía–. Esperaré el momento de la verdad con el aliento contenido.
Alí la miró atentamente unos momentos.
–Se está burlando de mí.
–Piense lo que quiera, su excelencia.
–¿Es el hecho en sí de hacer el amor lo que no le gusta, o también todo lo que lleva hasta él? ¿Pondría objeciones a que besara sus pechos, u otras partes de su cuerpo?
De pronto, la mente de Charmaine se llenó de imágenes de aquellas actividades. Miró la boca del príncipe y esperó a sentir el habitual desagrado. En lugar de ello, un insidioso calor recorrió su piel al pensar en aquella boca casi cruel deslizándose por su cuerpo desnudo, lamiendo sus pezones, besándola y explorándola íntimamente. Una tensión desconocida se apoderó de su interior. Su rostro se acaloró y su corazón comenzó a latir con la fuerza de un yunque.
–Deduzco por su reacción y su silencio que no tiene nada en contra de los juegos previos, de manera que voy a prometerle una cosa –dijo Alí–: No realizaremos el acto sexual en sí hasta que esté seguro de que va a disfrutar de él. ¿Le parece justo?
Más que justo, pensó Charmaine, aturdida, y asintió. Le resultaba imposible hablar, pues sentía la boca y la garganta secas como el desierto.
–Bien –añadió Alí–. Ahora coma.
El príncipe la observó mientras Charmaine hacía por una vez lo que le había dicho, consciente de que algo acababa de desconcentrarla. ¿Habría reconocido finalmente lo que él había sabido desde la primera vez que se vieron? ¿Que él no era el único que había sentido aquella atracción? ¿O se había excitado al pensar en las cosas que había dicho que le iba a hacer?
Su rubor sugería alguna forma de excitación. Mezclado con la conmoción de su mirada, sólo podía llegar a la conclusión de que Charmaine se había visto realmente sorprendida por su propia reacción.
¿Pero cómo era posible que una mujer tan bella y audaz como ella no disfrutara normalmente haciendo el amor?
Algo debía haberle sucedido en el pasado, algo que bloqueaba su disfrute del sexo. Alguna experiencia personal desagradable, o incluso traumática.
Como había dicho, las mujeres y los caballos tenían algo en común. Eran criaturas sensibles, que se asustaban fácilmente, especialmente cuando eran jóvenes. ¿Qué le había pasado a Charmaine en su infancia para que fuera así?
Decidió averiguarlo. Lo primero que haría al día siguiente sería ponerse en contacto con la agencia de detectives que siempre utilizaba para que investigaran a la mujer que tenía sentada ante sí. Ya habían hecho una comprobación rutinaria aquella semana para asegurarse de que él no tenía nada que temer respecto a su seguridad personal.
Pero les diría que investigaran más a fondo y averiguaran todo lo que le había sucedido a Charmaine desde que había nacido, especialmente durante su adolescencia. Tenía que haber algún motivo para que una mujer de su aspecto y naturaleza se hubiera vuelto frígida.
Aunque en realidad no era frígida. Como le había dicho, él ya había sentido su respuesta sexual. La había visto en sus ojos, en el lenguaje de su cuerpo, a veces sutil, a veces explícito.
Su hostilidad hacia él no era racional, y tampoco podía ser personal. Debía averiguar qué la causaba.
Mientras esperaba los informes tendría que ser paciente, como lo había sido con la yegua díscola. Por mucho que le costara mantener las manos alejadas del escultural cuerpo de Charmaine, se contendría uno o dos días. Sabía que no podría aguantar mucho más.
Suspiró al pensar cuánto le iba a costar poseer a aquella mujer. ¿Merecería la pena?
Cuando Charmaine alzó la vista del plato y posó sus increíbles ojos en él, Alí supo al instante que sí merecería la pena. Ya estaba harto de aquella obsesión, o enamoramiento, o lo que fuera que estaba sufriendo. Llevaba demasiado tiempo experimentándola.
Nada había logrado apartar a aquella criatura de su mente a lo largo del pasado año. Ni otras mujeres ni nada. Su deseo por Charmaine iba más allá del deseo. Si el destino no le hubiera puesto aquella subasta benéfica en su camino, no sabía qué habría hecho. Secuestrarla, tal vez.
Pero el destino había sido bondadoso con él y Charmaine iba a ser suya. Tenía cinco días para seducirla a voluntad, para asegurarse de que, cuando pasaran, ella aún lo deseara, incluso sin dinero de por medio.
Cinco días deberían bastar. Normalmente lograba que las mujeres se derritieran por él al cabo de una noche.
–No debe preocuparse –dijo al ver que ella seguía mirándolo con temor en los ojos–. Nunca le haría daño.
Charmaine se irguió en la silla y le dedicó una mirada que él no pudo sino admirar. Qué coraje tenía. Qué espíritu. Qué fuego.
¡Era imposible que fuera realmente frígida!
–Más le vale, su excelencia –dijo Charmaine con un orgulloso movimiento de la cabeza–, porque si me hiciera daño, lo mataría.
–Eso no hará falta. Si llegó a ser lo suficientemente estúpido como para hacerle daño, me mataría yo mismo.