La firme resolución de Charmaine duró hasta que el príncipe le abrió la puerta.
¿Se quedó boquiabierta?
Esperaba que no. Pero sin duda abrió los ojos de par en par.
Hasta aquel momento no había pensado en lo que él llevaría puesto. Se había centrado totalmente en su propio aspecto.
Pero el atuendo del jeque rivalizaba con el suyo en lo provocativo. Sus largos pantalones de pijama de seda negra colgaban peligrosamente bajos en sus caderas y llevaba la bata a juego totalmente abierta, de manera que pudo ver su pecho desnudo y bronceado en toda su extensión.
Era evidente que también se había duchado, pues aún tenía húmedo el pelo. Estaba descalzo y el vello de su pecho se había reunido en pequeños grupos de rizos húmedos.
Charmaine sintió una vez más el impulso de tocarlo. ¡Cielos santo! ¡Qué bello era! Más de lo que ningún hombre tenía derecho a ser. Aquel pelo denso y negro, aquella magnífica piel... Por no mencionar su esbelto y duro cuerpo masculino.
Pero lo más atractivo de todo seguían siendo sus ojos, que en aquellos momentos brillaban con un calor y un deseo que hicieron que se tambaleara la firme decisión de Charmaine de mostrarse indiferente ante su presencia.
Sintió una febril excitación mientras su mente se llenaba de los más corruptos pensamientos. Saber que pronto iba a estar acariciándolo y siendo acariciada por él estuvo a punto de hacer que se derritiera.
Sintió que las mejillas le empezaban a arder, lo que hizo entrar en acción a su orgullo. ¿Cómo iba a poder hacer aquello? Derretirse por aquel hombre como una virgen encaprichada sería la última humillación posible.
No. No podía hacerlo. No lo haría. ¡Ni por todo el oro del mundo!
Alzó la barbilla en un gesto desafiante, pasó junto a él y avanzó unos pasos en la habitación para distanciarse antes de anunciar su decisión.
–¿Quieres sentarte a comer directamente? –preguntó Alí mientras ella se volvía.
–Lo que quiero es que esta farsa termine de una vez por todas –contestó Charmaine con el estómago encogido.
La expresión de Alí se oscureció.
–¿A qué te refieres?
–A que he cambiado de opinión. No puedo hacer esto. Voy a volver a mi habitación a vestirme y a hacer el equipaje. Espero que esta misma noche me lleves de vuelta a Sidney.
Los oscuros ojos de Alí brillaron amenazadoramente.
–Así como así.
–Sí. Así como así.
Alí no dijo nada, pero el lenguaje de su cuerpo lo dijo todo.
Charmaine supo que no iba a dejarla ir. Rico le había advertido. ¿Por qué no le había hecho caso?
–Siento haberte causado tantas molestias –dijo a la vez que se encaminaba valientemente hacia la puerta.
Por un instante pensó que estaba a salvo, pero entonces Alí alargó una mano, la tomó por la muñeca y tiró de ella para atraerla hacia sí.
Como siempre que se sentía arrinconada, Charmaine luchó. Alzó la mano que tenía libre y lo abofeteó en la mejilla. Y habría vuelto a hacerlo si el no le hubiera sujetado también aquella mano.
–¡Suéltame! –espetó furiosa mientras él le sujetaba ambas muñecas tras la espalda–. ¡O me pondré a gritar como una loca!
–Grita lo que quieras. La casa tiene muros muy gruesos y dobles ventanas. Además, Cleo y su marido han ido al cine, así que estás tan sola aquí conmigo como lo estabas en el helicóptero.
Charmaine comprendió que luchar con él sería inútil. A pesar de todas las horas que pasaba en el gimnasio, no podía competir con Alí. Sólo contaba con su cerebro, pues incluso en aquellos momentos su cuerpo parecía desear someterse al del jeque.
¡Qué traidora era su carne! Cómo le gustaba el modo en que se amoldaba a la de él, muslo contra muslo, cadera contra cadera, pecho contra pecho. Qué fácil habría sido encajar su boca en la de él, abrir los labios y aceptar su lengua. Tan fácil como invitarlo a una invasión mucho más íntima...
Se estremeció avergonzada ante la excitación que le produjo aquel pensamiento.
–Me... aseguraste que nunca tomarías a una mujer en contra de su voluntad –murmuró.
–Jamás lo he hecho y jamás lo haré.
–En ese caso, suéltame.
–Aceptaste los juegos previos –le recordó Alí.
–¿Y los juegos previos consisten en que me sujetes las manos de este modo?
–Si te suelto, tratarás de huir. Sin embargo, sé que no es eso lo que quieres. Quieres que te acaricie y te bese. Quieres que te haga el amor.
–Estás muy equivocado. No quiero que me hagas el amor –«¡porque no quiero que descubras que mi cuerpo sí quiere!»
–¿Entonces qué quieres? ¿Ser tú la que me haga el amor?
–¿Qué? ¡No! No, claro que no –la mera idea hizo que Charmaine se sintiera repentinamente débil–. Ya te lo he dicho –protestó con un último y desesperado gesto de desafío–. No me gusta el sexo. ¡Y no me gustas tú!
–Pero te gustaré –prometió Alí, que tuvo el valor de sonreír mientras acercaba su boca a la de ella.
Charmaine trató de mantener los labios cerrados. Trató de resistir. Pero sus esfuerzos por librarse sólo sirvieron para empeorar las cosas. Mover la cabeza de un lado a otro sólo sirvió para aumentar la deliciosa fricción creada por sus bocas unidas. En cuanto a mover la parte baja de su cuerpo...
¡Fue un desastre total!
Sus movimientos le dieron una imagen mental perfectamente clara de la erección de Alí, tan formidable que hizo que la cabeza empezara a darle vueltas. ¿Podía ser realmente tan larga, tan gruesa y tan dura?
Él la aferró con más fuerza por las muñecas y presionó sus manos contra su trasero, posiblemente con intención de impedirle moverse. Charmaine se detuvo de inmediato, pero para entonces, la suave protuberancia de su estómago envolvía el inflamado sexo de Alí, y no pudo evitar entreabrir los labios.
La lengua de Alí se deslizó de inmediato en el interior de su boca, lenta y confiadamente.
Sabía a menta, a triunfo.
¿Y por qué no?, se preguntó Charmaine, aturdida. A pesar de lo que había decidido, se estaba derritiendo entre sus brazos. Y su orgullo parecía haber desaparecido por completo. En su lugar tan sólo había quedado el mero y poderoso afán de dejarse llevar por los dictados de la naturaleza.
Su suspiro de rendición fue inconfundible. Alí apartó sus labios de ella y la miró, pero no la soltó.
–Bésame –susurró–. Bésame donde me has pegado.
Charmaine miró su mejilla, aún enrojecida a causa del bofetón, y luego lo miró a los ojos. Si hubiera visto en ellos enfado o arrogancia, el erótico embrujo en que se hallaba inmersa se habría visto roto. Pero los ojos de Alí sólo ardían de deseo y excitación.
Sintió el calor de su mejilla bajo los labios. El calor y el roce de su barba, que ya empezaba a crecer. Le gustó la sensación y deslizó su boca varias veces sobre la áspera superficie. Cuando lo lamió con la lengua, un intenso estremecimiento recorrió su espalda.
La conmoción le hizo apartar el rostro y sus miradas se encontraron una vez más.
–Te ha gustado, ¿verdad? –dijo él.
–Sí –contestó ella, aunque confusa. ¿Qué tenía aquel hombre que incluso le gustaba lamerle la piel? ¿Era el hombre en sí lo que tanto la alteraba, su habilidad para seducirla, o simplemente la situación en que se encontraba?
Fuera cual fuese el motivo, ya no había marcha atrás. Habría hecho falta un tiro de caballos para sacarla de allí después de aquello. Tenía que saber cómo le irían las cosas con él. Tenía que saberlo.
–No te preocupes –murmuró él, y se inclinó a besarla con ternura–. Te gustará hacer muchas más cosas antes de que la noche acabe.
Cuando la soltó, Charmaine se sintió momentáneamente desorientada. Incluso experimentó una punzada de decepción. Pensar que había disfrutado mientras Alí la sujetaba la preocupó, lo mismo que lo que acababa de decir. Su mente se llenó de imágenes de todo lo que le gustaría experimentar con aquel hombre, cosa que la dejó asombrada. Aquello no era nada normal en ella. Durante los últimos años había dejado de sentirse desesperada por poder llegar a disfrutar del sexo y había llegado a sentirse totalmente desinteresada.
Las manos de Alí quitándole la bata por los hombros hicieron que su mente volviera al presente. Tembló cuando notó que sus dedos le rozaban las clavículas.
–Te has puesto esto para provocarme –dijo Alí mientras la bata caía a los pies de Charmaine, que no lo negó–. Y ha funcionado –añadió él antes de alzar las manos hacia los tirantes del camisón.
Charmaine se puso tensa. ¿Acaso pretendía desnudarla allí mismo, en medio del cuarto de estar?
¿Qué pasaría luego? ¿Tendría que comer con él desnuda?
¿Le repugnaba la idea? ¿O la excitaba?
–Hace que parezcas una ramera –murmuró Alí, y el camisón se reunió con la bata en el suelo, dejando a Charmaine ante él tan sólo con sus zapatillas de tacón.
Alí dio un paso atrás y contuvo el aliento mientras la miraba de arriba abajo. Ella permaneció muy quieta, dolida por lo que acababa de decir. Aunque fuera cierto.
Pero tal vez era en eso en lo que se había convertido. En una ramera. Pues mientras Alí seguía mirándola se fue haciendo más ardientemente consciente de su propio cuerpo de lo que lo había sido nunca. Su piel parecía relucir bajo la mirada del príncipe. Sus pechos se volvieron más pesados. Sus pezones se excitaron aún más.
Cuando la mirada de Alí descendió, el estómago de Charmaine se contrajo. ¿Estaba mirando su pubis, recientemente depilado, y despreciándola por ser capaz de llegar a aquellos extremos a causa de su profesión? ¿O creería que lo había hecho para él?
–Eres demasiado bonita para tu propio bien –murmuró Alí, enfadado–. Y demasiado descarada.
A continuación, la tomó en brazos y la llevó al dormitorio.