Érase una vez un simple cuento de hadas de una muchacha llamada Cenicienta; creció y vivió alimentándose de cereales y hortalizas, y aderezó sus platos con hierbas y especias. La casa de su niñez mostraba bellas vigas y puertas de madera; sus harapos fueron de cáñamo, y aunque quizás el maravilloso vestido que llevó al baile fue de seda, su ropa interior fue con toda probabilidad de lino. ¿Y los colores de sus vestidos? Teñidos con vegetales. Cuando estuvo enferma acudió a tisanas y remedios de herboristería para ahuyentar el malestar.
Dependía enormemente de las plantas. Sin embargo, la historia no ha hecho más que empezar.
Tras quedar al cuidado de su madrastra, la pusieron a fregar suelos (con jabón de origen vegetal) y a limpiar muebles de madera, y barnizados o lacados con resinas obtenidas a partir de plantas. El colchón de su cama era de paja, cada mañana encendía el fuego en todas las habitaciones con leña o con carbón producido en los montes locales por carboneros (¿quizás de roble, o de encina?). El palo de su escoba era una rama de madera, y las cerdas tal vez manojos de brezo de escobas. El cubo para sacar agua del pozo era de madera, y la cuerda para subirlo y bajarlo, de fibras vegetales. Las cestas y canastos en que almacenaba las verduras estaban hechas de juncos trenzados.
Un día llegó un mensajero del rey del país, portando una invitación escrita con tinta sobre papel (ambos de origen vegetal), convidando a las chicas casaderas de la familia al baile organizado en honor del príncipe heredero, quien seguramente tampoco era consciente de cuán profundamente penetran las plantas en su vida cotidiana. Ya sabemos lo que viene a continuación: hermanastras enmascarándose de maquillaje (¿vegetal?), perfumándose y acicalándose. Quizás se pusieron alguna joya de ámbar, y si hubiese existido el comercio con Ecuador, los botones de sus vestidos podrían haber sido de marfil vegetal (tagua). La noche del baile, las hermanastras suben en sus carrozas tapizadas de cuero, previamente curtido con taninos derivados de plantas, y acuden al castillo.
¿De qué estaría hecha la varita del hada madrina? Si suponemos analogías con las varitas modernas del mundo de J. K. Rowling, sería de madera. Una calabaza por carruaje, y aquel famoso par de zapatos de cristal. ¡Ah! Por fin un elemento en que no pueden cruzarse plantas de por medio... ¿o sí? Pues también. Las cenizas usadas para elaborar el vidrio pueden obtenerse a partir de plantas.
Podríamos mencionar el baile en palacio, los violines de madera barnizada con sangre de dragón (que no es nada gore, sino el nombre que se da a una resina particularmente apreciada), las teclas de ébano de los pianos, o las flores que decoraban los salones. Podríamos mencionar el reloj, que si hubiese sido oriental quizás no habría dado ninguna campanada sino que habría utilizado incienso (vegetal) para quemar el tiempo. La idea general es clara: las plantas están por todas partes.
Incluso actualizando el cuento de hadas, si queremos que Cenicienta sea piloto de aviones y el príncipe un ingeniero naval aficionado a la pirotecnia, seguiremos encontrando componentes vegetales ligados a los fluidos hidráulicos y a los fuegos artificiales, por no mencionar la larguísima tradición de construcción de barcos en madera, de tan determinante influencia en los futuros económicos y políticos de muchos países, armadas y regiones. Casi cualquier uso en que uno pueda pensar tendrá plantas infiltradas en algún lado.
Parece evidente que la utilización de los vegetales y sus derivados caracteriza una etapa que, lejos de haberse superado, constituye una apuesta clara de futuro (definidos con la palabra mágica, renovables). Desde biocombustibles para automóviles hasta componentes de plásticos biodegradables, la utilización de materiales derivados de las plantas no es una anécdota de cuento de hadas, sino que está a la orden del día, a la vanguardia en todos los ámbitos de actividad humana.
Y, pensándolo bien, tal vez sea éste el verdadero descubrimiento de fábula.