He aquí lo que la gente normal y corriente sabe acerca de Ashley Keane: es un fantasma. Un nombre censurado en un montón de informes del FBI y unos cuantos expedientes judiciales. Es un signo de interrogación que no llegó a desentrañarse en el juicio. ¿Había una hija? ¿Era solo un rumor? ¿Otra de las mentiras de mi madre? ¿Existía realmente Ashley? ¿De verdad hizo lo que se cuenta por ahí?
Hay páginas web enteras dedicadas al misterio que soy. Avistamientos. Debates. Bocetos del aspecto que tal vez tuviera en aquel entonces y de cómo sería ahora. Infinidad de teorías, y ninguna se aproxima siquiera a la verdad.
Mi madre mantuvo la boca cerrada, el trato que hizo Lee con el FBI nos granjeó tanto la libertad como el anonimato en todos los sentidos, y en lo que concierne a Raymond...
Él no quería que el FBI supiera lo que yo había hecho. No le venía bien que nadie me buscara salvo él. Porque tenía una nueva misión en su nueva vida como preso: recuperar la libertad para dar conmigo y asesinarme.
He aquí lo que el mundo del hampa sabe acerca de Ashley Keane: es una chivata. Una lolita que se volvió mortífera. Una femme fatale, rubia, deslumbrante y de labios sonrosados, que destripó la operación de Raymond Keane con un gesto de su dedo preadolescente. La sexualizan todos los hombres que hablan de ella, y la buscan. Por lo demás, la temen, porque ella hizo lo que ellos nunca se habrían atrevido a hacer.
La cabeza de Ashley Keane tiene precio... y su querido padrastro pagará casi cualquier cantidad por ella. Ni siquiera tengo claro que le importe si está unida a mi cuerpo a estas alturas. Sé que lo preferiría, pero de momento —y durante mucho más tiempo del que Raymond imaginaba— he burlado a los hombres que buscan a Ashley. Así que me he convertido en una obsesión: Raymond Keane necesita derrotar a la chica que lo venció.
He aquí lo que sé acerca de Ashley Keane: tenía doce años. Estaba asustada. La acorralaron. E hizo lo necesario para sobrevivir.
Pero hubo consecuencias. Y estas todavía podrían matarme.