TERCER ACTO: CORTA
Cinco años atrás
Disparar a Raymond no acabó con su vida. Obviamente.
Podría intentar engañaros. Podría decir que nunca quise matarlo. Que le apunté a la pierna a propósito.
Estaría mintiendo. Me temblaban las manos y estaba oscuro, y yo tenía mala puntería. (Ya no.)
A veces todavía me arrepiento de no haber apretado el gatillo por segunda vez para rematarlo.
En ocasiones me pregunto dónde estaría si me hubiera alejado de aquella playa y hubiera seguido andando, lo hubiera dejado a él en la arena y a mi madre en el casoplón... y me hubiera perdido en el mundo, donde nadie pudiera encontrarme.
Sé cómo desaparecer. Mi madre crio hijas capaces de hacerse invisibles, niñas vacías que pudieran convertirse en otra con un tinte de supermercado y una sonrisa en el espejo según repetían nombres como un hechizo mágico para nacer de nuevo.
Decidí hacer algo distinto. Dejar de correr. Ser visible. Quedarme quieta.
Aprender a ser una persona real en lugar de un puñado fluctuante de dolor, estafas y ansiedad.
Las cosas se precipitan después de que apriete el gatillo. Cae, pero no pierde el sentido. Alarga las manos hacia mí y yo reacciono, igual que antes. Como si supiera qué hacer. Esta vez no fallo, pero mi arma es distinta. Le asesto un trompazo con el borde de la caja metálica, directo a la sien, y él se desploma de bruces en la arena, pero sigue sin desmayarse. Así que lo golpeo otra vez. Y otra.
Y entonces me quedo quieta sujetando la caja sobre la cabeza, preparada para volver a atizarle, y él pierde el conocimiento por fin. El pulso me ruge en los oídos más atronador que las olas, y quiero correr.
Pero no puedo. Porque no he terminado.
Hay un plan en marcha. Mi hermana está haciendo lo necesario para sacarme de aquí. Solo faltaban ocho días y ahora...
Los planes cambian. Ay, madre; mira cómo los he cambiado.
Me quedo plantada en la playa; estoy descalza y la arena rechina entre los dedos de mis pies. Sé cómo funciona el mundo; ante todo sé cómo funciona cuando te conviertes en una chivata. Eso debería estar haciendo. Ser una soplona, para que el FBI meta a mi madre y a Raymond entre rejas. Así estaremos a salvo. Pero el FBI necesita pruebas irrefutables. Ese fue el trato que cerró mi hermana con ellos. Si les proporciono las pruebas, quedaré fuera de su alcance para siempre.
Necesito la ventaja definitiva. Necesito acceso a la caja fuerte de Raymond.
Aferro mi caja con fuerza. Junto con la pistola, hay otros dos objetos dentro: el teléfono de prepago que usa mi hermana para contactar conmigo y un cuchillo.
La caja fuerte de Raymond es biométrica. Necesita una huella dactilar. En teoría, mi hermana tiene que proporcionarme un equipo para tomar la huella. Pero lo he jorobado todo y ahora aquí estoy, con demasiadas magulladuras, muy poco tiempo y ni un momento para pensar, porque le he pegado un tiro. Le he pegado un tiro y lo he dejado inconsciente, así que no hay vuelta atrás; tengo una fiambrera metálica con un cuchillo dentro, y todos sabemos cómo va a terminar esto, ¿verdad?
No hay vuelta atrás. Solo puedo huir hacia delante.
Necesito acceso a su caja fuerte.
Así que dejo la fiambrera en el suelo y echo mano del cuchillo.